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  • Cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista

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    Con este artículo empezamos un mes dedicado explícita y totalmente al ecofeminismo y a la intersección de la lucha contra el cambio climático con las luchas feministas. Abrimos con este texto introductorio, y cada semana añadiremos entrevistas, textos invitados y reediciones de textos clásicos.

    Por Clare Hymer y Maddy Hodgson.

    Este texto fue publicado originalmente en Novara Media en 2017 con el título «5 Reasons Climate Change is a Feminist Issue».

    El cambio climático no es simplemente un problema de exceso de dióxido de carbono en un sistema por lo demás progresista. No es un problema del que todos somos igualmente responsables, ni sus impactos son indiscriminados. Más bien, el cambio climático está ligado a la dinámica de poder, y afecta a algunos mucho más que a otros. He aquí cinco razones por las que el cambio climático es una cuestión feminista.

     

    1. El cambio climático afecta de manera desproporcionada a las personas pobres del mundo, de las cuales el 70% son mujeres.

    El cambio climático afecta de manera desproporcionada a quienes ya están en la pobreza. Es mucho más probable que las naciones del sur global se vean afectadas por sequías, inundaciones, reducción del rendimiento de las cosechas y aumento del nivel del mar, ya que sus historias de colonización y expropiación de la riqueza implican que carecen de recursos para reconstruir la infraestructura después de estos desastres. También son las personas de menores ingresos las que se ven más afectadas por los desastres naturales en el Norte Global. Sin embargo, dado que el 70% de los pobres del mundo son mujeres, el cambio climático también es un problema que está fundamentalmente relacionado con el género.

    Las secuelas de los desastres climáticos presentan una serie de problemas específicos para las mujeres que se encuentran en situación de pobreza. A menudo no se permite a las mujeres el acceso directo a la ayuda humanitaria porque no son «cabezas de familia» y, como cuidadoras primarias en el hogar, son las mujeres las que deben seguir alimentando y cuidando a sus familias ante los desplazamientos y el saneamiento deficiente. Las mujeres también están sobrerrepresentadas en las ocupaciones vulnerables, las cuales a menudo no son tenidas en consideración por los programas de recuperación.

     

    2. Cuando se produce un desastre climático, aumenta la violencia de género.

    En los lugares en los que los desastres provocan la pérdida de hogares y de sistemas de protección y apoyo, las mujeres, los niños, el colectivo queer y las personas con discapacidad corren un riesgo mayor de sufrir violencia.

    Fiji tiene una de las tasas más altas del mundo de violencia de género y los desastres climáticos están sobrecargando las estadísticas. El año pasado, los cambios en las temperaturas alimentaron el ciclón más fuerte que jamás haya azotado el hemisferio sur, dejando a la isla devastada y a más de 150.000 personas desplazadas. La incidencia de la violencia de género empeoró en la zona del desastre y en los centros de evacuación. Shamina Ali, del Centro de Crisis para Mujeres de Fiji, informó: «Hubo mucho acoso sexual a las mujeres. Hubo algunas violaciones, algunas denunciadas, muchas no denunciadas. […] También hubo casos de mujeres que pidieron refugio y de hombres que exigieron sexo a cambio».

    Fiji está en vías de ser azotada por múltiples catástrofes climáticas, especialmente por el aumento del nivel del mar y por tormentas cada vez más intensas. Cuando esto ocurra, inevitablemente se va a producir un aumento de la violencia de género.

     

    3. Las mujeres indígenas que luchan contra la extracción de recursos están siendo asesinadas y están desapareciendo.

    Las mujeres indígenas suelen hallarse en la primera línea del cambio climático y son las líderes en la lucha por la protección de sus tierras frente a los intereses de las empresas internacionales y la extracción de recursos. También corren un riesgo elevado de ser asesinadas y de desaparecer.

    El año pasado, Berta Cáceres, líder del Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras y una destacada activista contra las presas, las plantaciones y la tala ilegal en Centroamérica, fue asesinada a tiros en su casa y posteriormente se afirmó que su nombre figuraba en una lista negra del ejército hondureño. Entre 2010 y 2014 murieron en Honduras 101 activistas, un número desproporcionadamente elevado de los cuales procedían de comunidades indígenas que se oponían a los proyectos de desarrollo o a la apropiación de tierras.

    En Canadá, las muertes de mujeres activistas indígenas constituyen una epidemia: las mujeres indígenas tienen una probabilidad cinco veces mayor de morir de forma violenta que sus homólogas no indígenas, y en las últimas décadas han desaparecido o han sido asesinadas hasta 4.000 mujeres indígenas. Como señaló Melina Laboucan-Massimo, activista indígena y medioambiental de los lubicon, de la nación cree de nativos norteamericanos, cuya hermana Bella murió sin explicación en 2013:

    No es una coincidencia que nuestra tierra esté muriendo y que nuestras mujeres estén muriendo. El colonialismo hace de la tierra explotada una mercancía […], del mismo modo en que nuestras mujeres no tienen el mismo valor que las mujeres no indígenas. […] La lucha por proteger nuestra tierra es la lucha por proteger a nuestras mujeres.

     

    4. La responsabilidad de la reducción de las emisiones recae en los individuos en tanto que actores domésticos y, por lo tanto, especialmente en las mujeres.

    Los discursos liberales sobre el clima están dominados por un énfasis en la acción individual. Las iniciativas para reducir la huella de carbono se centran en gran medida en la esfera doméstica, donde el trabajo no remunerado e invisible de reproducir el hogar y la unidad familiar sigue siendo realizado de manera abrumadora por las mujeres, especialmente por las mujeres de color. Por consiguiente, son los comportamientos de consumo privado de las mujeres los que se examinan más a fondo en los discursos dominantes acerca del clima y, según cierta lógica, se llega incluso a la conclusión de que la manera más eficaz de combatir el cambio climático es abstenerse de tener hijos.

    Pero la ironía es que no solo los esfuerzos individuales por frenar las emisiones no son comparables a los de los bancos internacionales, los gobiernos y las empresas de combustibles fósiles, que siguen extrayendo y contaminando con impunidad, sino que en el hogar las mujeres a menudo tienen una libertad financiera limitada con la que poder tomar estas decisiones. En general, las mujeres no tienen la capacidad de poder tomar decisiones con las que hacer más sostenibles sus hogares mediante la inversión en aparatos ecológicos, la compra de alimentos orgánicos y de proximidad más caros, o la instalación de aislamiento o de paneles solares.

     

    5. La migración inducida por el cambio climático es un proceso con género.

    Cuando los repetidos fenómenos meteorológicos extremos o de lenta evolución abocan a las familias rurales a la pobreza extrema, prevalece la migración de las mujeres más jóvenes, incluso menores de edad. Las mujeres de Nepal y Bangladesh que migran a la India (así como las migrantes internas de las zonas rurales que se trasladan a las ciudades) a menudo se ven obligadas a trabajar en empleos con largas jornadas y baja remuneración, como en talleres esclavos y como empleadas domésticas, debido a su falta de formación y preparación. Las mujeres jóvenes y los menores de edad también son cada vez más vulnerables a los abusos y a la trata.

    Las vulnerabilidades de género no solo determinan quiénes emigran, sino también quiénes pueden regresar a sus comunidades después de un desastre. Después del Katrina, Nueva Orleans vio una disminución del 60% en el número de hogares encabezados por mujeres  (sobre todo de aquellos que eran afroamericanos y tenían hijos menores de dieciocho años) debido al precio de la vivienda y de la atención médica y a la falta de oportunidades laborales.

    Si bien la migración climática es un proceso con género, existen pocas respuestas dentro de la formulación de políticas y de la esfera pública que establezcan los vínculos necesarios entre la migración, el medio ambiente y el género. De hecho, a medida que el cambio climático lleva cada vez más migrantes a Europa, las acciones y el discurso en torno a la migración climática inevitablemente se van a centrar cada vez más en la «seguridad» del norte global frente a lo que es percibido como una «amenaza», incluidos el aumento de la autoridad estatal, la represión de la disidencia y los controles fronterizos más estrictos. Lo que podemos esperar de todo ello es un trato más duro a los migrantes climáticos, también a las mujeres migrantes.

    * * *

    Entonces, ¿qué podemos hacer? Para enfrentarnos a las desigualdades de género provocadas por los impactos climáticos, no solo debemos luchar por la educación, la salud, el conocimiento agrícola y los derechos de las mujeres. Las feministas también deben enfrentarse a la industria de los combustibles fósiles y construir movimientos de base para trabajar con las mujeres que luchan en primera línea contra la extracción y responder ante ellas. Solo podemos ganar conectando las luchas por la liberación de las mujeres y la justicia ambiental.

    La ilustración que encabeza el texto es The Risen Lord (1864), de Georgiana Houghton.

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  • «Las instituciones usan la ciencia para que las comunidades de las zonas mineras no ejerzan sus derechos» – Entrevista a Rishi Sugla, del CIEJ

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    A finales de diciembre y en el marco de la Cumbre Social por el Clima, organizada como alternativa de los movimientos sociales a la COP25, nos sentamos a hablar con Rishi Sugla, miembro del Centro Interdisciplinar de Justicia Ambiental. CIEJ, por sus siglas en inglés, es una organización basada en San Diego, California, que reúne a investigadores, científicos y expertos en estudios etnográficos. A parte de dedicarse a la academia, sus integrantes centran los esfuerzos de la organización en promover solidaridad internacional y trabajar en el apoyo de luchas decoloniales y antiextractivistas con sus investigaciones. Esta entrevista se centra sobre todo en el trabajo que hacen con comunidades del pueblo Lickan Antay en Chile y Argentina, que se enfrentan a empresas multinacionales en la defensa de su territorio contra la extracción de litio, un recurso clave para la manufactura de baterías y central en procesos de descarbonizacion. 

    P: Formas parte de una organización llamada CIEJ, ¿podrías decirnos cómo surgió y cuáles son vuestras líneas de trabajo principales?  

    R: CIEJ son las siglas para Centro Interdisciplinar de Justicia Ambiental (Center of Interdisciplinary Environmental Justice) y empezamos hace cuatro años, después de una serie de incidentes racistas en el campus de nuestra universidad, Universidad de California San Diego. El último consistió en que se acusó de robo, de forma ilegítima y completamente sin pruebas, a una persona negra. Una serie de correos electrónicos empezaron a circular cuestionando quién era esta persona y por qué estaba en el campus, etc. Mientras tanto, los demás miembros y yo estábamos sentados viendo cómo se desarrollaba todo y pensando: «En serio, otra vez esto no». Ocurrió en una facultad de ciencias, fue en el Instituto Scripps de Oceanografía, una división de nuestra universidad, donde estoy obteniendo mi diploma de investigación y donde han estudiado también otras personas de nuestra organización. Hablando de esto entre un grupo de futuros miembros, estudiantes de nuestra facultad además de estudiantes de la facultad de Estudios Étnicos, llegamos a la conclusión de que los científicos no suelen tener ninguna noción de clase, raza, género, orientación sexual, de nada de esto. Por eso decidimos empezar a impartir una clase llamada «El análisis crítico de la ciencia y la justicia ambiental». Empezó como un curso multidisciplinar y transversal, involucrando a nuestras dos facultades y con los Estudios Étnicos aportando el componente de análisis crítico, específicamente a través de una lente descolonial.

    La clase combinaba el uso de datos científicos para demostrar que las diferentes afirmaciones hechas desde los Estudios Étnicos eran de hecho ciertas: que existe discriminación en la calidad del aire en Estados Unidos, en el acceso al agua, en la distribución de las personas más afectadas por el cambio climático, etc. Luego, después de los dos primeros años de enseñar este curso recibimos un correo electrónico de un profesor marxista de literatura, Luis Martín-Cabrera, también de la Universidad de San Diego que había pasado un par de años en el Salar de Atacama trabajando con comunidades del pueblo Lickan Antay tanto en Chile como en Argentina. El correo electrónico era para todos los estudiantes del Instituto Scripps, en realidad, y en él contaba justo eso: que había estado viviendo con comunidades Lickan Antay y que estaban siendo muy impactados por la minería de litio. Querían saber si había científicos dispuestos a ayudarles a entender si lo que las compañías mineras les estaban diciendo era cierto, si había científicos dispuestos a ayudarles a aclarar si había otros datos que no estaban viendo o a los que no tenían acceso, este tipo de preguntas. Cuando vi este correo electrónico, inmediatamente lo reenvié a la gente de nuestro grupo y les dije que por lo menos debíamos hablar con él sobre el contenido de su correo electrónico y sobre qué tipo de colaboración buscaban.Pensamos: «Somos científicos y estamos impartiendo una clase sobre esto, sobre cómo usar la ciencia en pro de la justicia, pero si hay una oportunidad de hacer más que sólo hablar de ello, entonces deberíamos al menos considerarla». Eso es lo que pasó. Hablamos con Luis y terminamos haciendo nuestro primer viaje para conocer estas comunidades, a estas personas. Fui con otro par de miembros y lo que resultó de ese viaje fue una reafirmación de lo que ya sabíamos: que el acceso a la información científica es en sí mismo una barrera a la justicia. Teníamos razón en nuestra creencia de que la ciencia se usa comúnmente como herramienta para el capitalismo y el colonialismo y que los gobiernos van a las comunidades diciendo: «Ah, ustedes tienen este conocimiento tradicional, este conocimiento ancestral de esta tierra y han vivido aquí cinco mil años pero no tienen ningún dato. Si quieren apoyar sus exigencias necesitan datos. Las compañías mineras tienen datos, y estos son los que están disponibles, así que estos son los datos en los que vamos a confiar».

    P: Así que lo que dicen básicamente es que como históricamente no han recogido los datos científicos para respaldar sus saberes, esto se utiliza para justificar los límites de sus tierras históricas.

    R: Sí, justo. Esto también tiene que ver con jerarquías en la ciencia y el conocimiento puramente científico por encima de otros tipos de conocimiento. Así que después de reunirnos con ellos dijimos: «Bueno, vamos a hacerlo» y pensamos que lo menos que podíamos hacer para solidarizarnos con su lucha era leer estos informes que las compañías mineras estaban publicando, evaluar críticamente las declaraciones que las compañías estaban haciendo y contrastarlas con la investigación de otros científicos de la región y tratar de hacer una evaluación independiente de lo que está sucediendo en la región. Tratamos de ir más allá de la ciencia de todos modos, porque no está claro si, incluso si estas comunidades llegasen a obtener acceso y a manejar datos propios para respaldar sus demandas, llegarían a ser escuchadas y las instituciones y los tribunales reconocerían sus derechos. Las instituciones políticas están usando activamente la ciencia como una barrera para que estas comunidades ejerzan sus derechos.

    P: ¿Cómo empiezan normalmente estos proyectos? ¿Presentan los funcionarios del gobierno a las comunidades indígenas los datos y los planes de la empresa minera y tienen acceso a ellos o simplemente aprueban los proyectos sin siquiera informar a las comunidades?

    R: Esto es complejo porque los procesos en Chile y Argentina son diferentes. Aunque se trata de las mismas materias primas y las mismas prácticas mineras, en Chile hay una cantidad decente de acceso a los datos de las compañías mineras, aunque siempre sean los que ellas mismas han obtenido. Esto se debe a que hay una larga tradición de prácticas de resistencia pasadas, dado que sus sitios ancestrales iban a ser tomados por el gobierno y ellos protestaron, en parte bloqueando caminos y carreteras, y reclamaron la propiedad de sus tierras y cierto nivel de autonomía sobre la región. Por eso, el gobierno, al menos sobre el papel, está pasando por mociones de consulta y aunque en la práctica las comunidades ven que es bastante absurdo y limitado, en teoría tienen cierto nivel de acceso a los datos, a la información y recursos.

    En Argentina la situación es completamente diferente. Estas comunidades son deliberadamente y completamente excluidas de todos los niveles de participación en política institucional. No hay ninguna vía de consulta, teórica  o práctica, no tienen acceso a más información que la que las compañías mineras puedan poner en sus sitios web.

    P: Una de las bases de vuestro colectivo es la creencia compartida de que ciencia y política están y han de considerarse entrelazadas. Sin embargo, esto no siempre ha sido así hasta ahora, o no ha sido para bien. Tradicionalmente, la mayoría de los científicos se han declarado apolíticos y la ciencia ha sido utilizada, como has dicho, en contra de las formas de vida tradicionales y con horribles consecuencias para el planeta. ¿Crees que el cambio climático está impulsando cambios en estas tendencias pasadas, que los científicos están empezando a posicionarse políticamente debido a él?

    R: Creo que para muchos científicos está cambiando, sí, aunque sea solo un poco. Creo que muchos científicos están viendo datos que evidencian la catástrofe climática que está a punto de ocurrir y sienten la necesidad de interactuar con responsables políticos, o de hablar de ello, de hablar de cómo esto es un problema. Sin embargo, mucha gente todavía no siente la necesidad de comprometerse con soluciones específicas o de criticar el sistema actual de una manera realmente seria. Hay científicos que se comprometen un poco más políticamente. En nuestro grupo lo que hemos llegado a entender es que la ciencia es algo que está estructuralmente incrustado dentro de las instituciones políticas e incluso si se consigue dar con resultados, con un conjunto de datos que podría considerar completamente objetivo, lo que sea que eso signifique, las instituciones que deciden qué ciencia es financiada, para quién es, quién tiene acceso a los datos, etcétera, están tomando decisiones políticas. Lo que nos preguntamos entonces fue: «Bien, siendo esto cierto, ¿cómo integramos sistemáticamente la ciencia en la resistencia, en el trabajo anticapitalista y en el trabajo descolonial?». Queríamos cambiar el marco una vez que nos dimos cuenta de que siempre estará incrustado en instituciones no objetivas.

    P: Bueno, también hemos visto finalmente alguna reacción por parte de grandes instituciones científicas condenando las prácticas discriminatorias sistemáticas dentro de sus propios muros con el caso del Laboratorio del MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) y su relación con Jeffrey Epstein. Se reveló que tanto el laboratorio como su director habían recibido fondos directamente de él y esto solo demuestra cómo estas instituciones están incrustadas en la estructura patriarcal y capitalista. Muchas científicas se habían posicionado antes, con críticas que no se escucharon durante años y años hasta que la historia salió a la luz para el público general. Algunas personas renunciaron en protesta y otras fueron presionadas para renunciar por permitir esto, como el director, pero éste es único un caso y solo una institución.

    R: Está presente en todos los niveles, es completamente estructural y se manifiesta de muchas maneras. Otra forma es cómo los gobiernos se siguen dirigiendo a las comunidades diciendo que la ciencia es necesaria para su desarrollo, pero al final siguen financiando investigaciones, a veces extremadamente interesantes, cuyos encuadres siempre coinciden con los intereses del propio Estado. Entonces, ¿cómo se supone que estas comunidades van a confiar y ganar acceso a los datos e información que les requieren? El problema es completamente estructural.

    P: Una persona de nuestro colectivo se queja a veces de los geólogos, aunque no queremos generalizar, porque como la mayor parte de su trabajo normalmente es pagado por empresas de combustibles fósiles, aunque puedan empezar siendo algo idealistas, al final termina volviéndose muy feo. 

    R: Es muy complicado, y esta es una de las razones por las que en CIEJ hemos pensado tanto en cómo y por qué hemos terminado siendo científicos en Estados Unidos quienes trabajan con comunidades indígenas de Chile y Argentina. Es una pregunta muy interesante y que nos hemos hecho muchas veces. Surgió en el primer viaje, obviamente, y fue entonces cuando nos dijeron que habían contactado con científicos de Chile y Argentina, pero que ellos ya trabajaban o recibían financiación de empresas mineras chilenas. Por supuesto, vivimos en una sociedad neoliberal y globalizada y existe la posibilidad de que proyectos de investigación en California sean financiados por la misma empresa con explotaciones mineras en Chile, pero también pensamos que vale la pena tener un grado de separación y poder construir movimientos transnacionales de solidaridad, que es un componente fundamental de lo que hacemos. La minería también es impulsada por el consumismo transnacional y las empresas transnacionales. Así que el otro componente de nuestro trabajo es la construcción un movimiento, por ahora principalmente en California, de protesta y concienciación sobre los impactos de la minería de litio en estas áreas, sobre el consumismo verde, sobre las trampas de la energía renovable y las falsas soluciones climáticas. Esta es otra forma en la que podemos usar nuestro privilegio y nuestro acceso a los recursos para tratar de subvertir el estado.

    P: Entonces y para entrar un poco más en detalle, ¿podrías contarnos qué es el triángulo de litio, explicando el mapa actual y presentando las comunidades con las que trabajas que viven en esa zona? 

    R: Claro. El triángulo de litio es un área que abarca diferentes partes de Chile y Argentina y también la zona sur de Bolivia. Incluye el Salar de Atacama, zonas del Altiplano andino a esa altura, la provincia de Jujuy en Argentina y el Salar de Uyuni en Bolivia, del cual seguro que mucha gente ha visto hermosas fotos. Contiene, según diferentes estimaciones, entre el 50% y el 70% de las reservas planetarias de litio.

    P: La mayor parte del resto se encuentra en Australia, ¿no? Así que realmente hay dos centros principales para la extracción de litio, en grandes cantidades se encuentra principalmente en estos dos lugares, no hay muchas otras opciones. 

    R: Sí, justo, en esta región el litio se encuentra mayormente en aguas subterráneas ricas en minerales, en forma de salmuera. Aparece en aguas subterráneas y realmente está saturado en ellas. Ahora mismo estos acuíferos no están siendo reabastecidos por lo que ya ha alcanzado recargos negativos y su nivel está disminuyendo. Por el propio clima de la región, es el desierto más seco del planeta, el lugar más seco en el planeta exceptuando el centro de la Antártida.

    Las comunidades con las que trabajamos son parte del pueblo Lickay Antay y han estado viviendo en la región más de cuatro mil años. Por supuesto, ahora las comunidades están divididas por fronteras nacionales impuestas que restringen su acceso a todas sus tierras ancestrales. A pesar de, o especialmente debido al hecho de que éste es uno de los lugares más secos del planeta, el agua juega un papel central en su modo de vida y de relacionarse con el medioambiente. Hay lagunas preciosas por todos lados, existen estos lugares sagrados conocidos como «Ojos» que son pozas circulares. Todo el emplazamiento cósmico de estas comunidades se localiza en un lugar específico, de donde vienen sus ancestros. No hay forma de transferir esta cultura a otro sitio, o cualquier otra ocurrencia que se pueda tener. Este es el centro de su hogar.

    El problema es que el agua se depositó aquí mayormente en diferentes regímenes climáticos al final del último máximo glacial, hace once mil o doce mil años, y no está siendo reabastecida. Llegan a caer entre cuatro y siete milímetros de agua cada año. Relacionando esto con la extracción del litio, y al aparecer este metal en esta salmuera, se requiere una cantidad extrema de agua para conseguirlo. Tienes que bombear la salmuera hasta la superficie y dejar que se evapore todo el agua. Existen una serie de piscinas enormes, dentro de unas instalaciones de aproximadamente ocho kilómetros de longitud compuestas por piscinas y piscinas llenas de agua evaporándose sin parar. Ciertas sales que están en el agua se precipitan y se separan, lo mueves a otra poza, añades más agua, en la siguiente poza sigue la precipitación y finalmente, como es un elemento ligero, acabas con una especie de lodo de litio. Luego lo mandas fuera para que sea procesado químicamente, obtienes carbonato de litio y entonces lo mandas a China, con toda probabilidad, para hacer una batería. Lo interesante aquí es que aunque la mayoría de esto está etiquetado como «tecnología verde», se trata de un proceso que copia directamente la extracción de los combustibles fósiles. Tienes este combustible rico en energía debajo del agua, lo bombeas a la superficie, lo refinas químicamente y lo usas para que tu coche funcione. Gracias a un márketing absolutamente asombroso ahora es una especie de «tecnología verde», porque en algunas circunstancias reducirá los gases de efecto invernadero. En algunas circunstancias, que no siempre.

    P: ¿Podrías contarnos más sobre la lucha actual y las reivindicaciones de estas comunidades del pueblo Lickan Antay?

    R: En Chile, la minería del litio data aproximadamente de hace 50 años y, al menos por ahora, lo que piden es que no haya nuevos proyectos de extracción ni se amplíen los actuales. Ahora mismo, como la demanda de litio está aumentando también las empresas mineras quieren ocupar más y más. Así que por ahora lo que están pidiendo es que no se expanda la minería. Dicen: «De acuerdo, se acabó la minería. Podemos mantenerlo en los niveles actuales hasta que averigüemos lo que está pasando y podamos confiar en nuestros propios datos para averiguar lo que queremos hacer en el futuro, y cómo las prácticas actuales están afectando a nuestro ecosistema, pero por ahora no hay más minería». Múltiples comunidades en esta región están trabajando para definir su estrategia política hacia el futuro, pero por ahora quieren bloquear la expansión de la minería.

    En Argentina la demanda es que no se hagan proyectos, prospecciones, que no se lleve a cabo la extracción: «No queremos nada». Por supuesto, las prospecciones continúan, las empresas mineras tratan de acceder a la región, siguen tratando de penetrar en estas comunidades a través de sobornos, a través de abusos y tratando de fracturarlas. Estas son básicamente las demandas centrales de estas comunidades.

    P: Considerando estas demandas y la lucha de estas comunidades, ¿cómo imaginas tú o tu grupo que pueden ser respetadas y al mismo tiempo planificar una transición verde y justa, en Estados Unidos o en España? Esta transición tiene que ser una transición justa para el Sur Global y que no perpetúe las dinámicas colonialistas e imperialistas que normalmente definen la política exterior de nuestros gobiernos. No queremos que todo el mundo tenga coches eléctricos en el Norte mientras que el Sur global sigue sufriendo los impactos maximizados de la crisis climática.

    En relación a esto, recientemente leímos A Planet to Win el libro publicado por Verso que desarrolla el plan para un Green New Deal en Estados Unidos y contiene un capítulo sobre el internacionalismo. Aborda las necesidades previstas de litio y destaca las luchas de los trabajadores y pueblos indígenas, también en Argentina y Chile, además de celebrar sus victorias contra las empresas de energía extranjeras. También habla sobre la construcción de movimientos transnacionales y cómo la relación tanto de las instituciones gubernamentales como de las organizaciones de base en el Norte Global con la gente en el Sur, especialmente los pueblos indígenas en el Sur, tendrá que ser completamente reformada para abordar el cambio climático a nivel internacional de una manera justa. Como has dicho, la demanda en el Norte sigue aumentando mientras que a estas comunidades se les arrebata el acceso a la tierra que tienen bajo sus propios pies. Ellos deberían ser los primeros en beneficiarse de las tecnologías más sostenibles impulsadas por los materiales de sus tierras. Si queremos que la transición sea justa, tendrá que ser así. Se habla mucho del decrecimiento pero creemos que el Sur Global debería, justamente, aumentar los recursos gastados en sus propios territorios y disfrutar de la tecnología que funciona con estos recursos, en lugar de tener que enviarlos a algún lugar y luego tener que comprarlos en forma de costosos productos manufacturados.

    Tal vez nos hemos descarrilado un poco con la pregunta, lo siento. Básicamente, en el mejor escenario, el Green New Deal más ambicioso posible, ¿cómo crees que podría estructurarse? ¿Qué cambios consideras que son obligatorios y necesarios?

    R: Creo que un sitio por donde empezar, o lo que considero yo personalmente, es empezar con el reconocimiento de que ya sea para tecnología verde, para algún tipo de tecnología de reducción de carbono, o lo que sea, tomar recursos de las tierras de una comunidad que no quiere que se tomen estos recursos es colonialismo. Punto final. No he encontrado ninguna trampa mental que pueda usar para hacerme creer que no lo es. Si estas comunidades, la gente de estas tierras, no lo quieren, me importa muy poco si alguien en California quiere un vehículo eléctrico. Por lo que a mí respecta, yo le diría: «Bien, de acuerdo, pero ve a conseguir esos recursos de alguna otra gente». Si hablamos de no reproducir las estructuras colonialistas, tenemos que estar fundamentalmente de acuerdo en que esto es colonialismo. En esencia. Apenas se puede llamar neocolonialista, es una imitación casi exacta de los procesos coloniales de hace quinientos años. La otra parte de la pregunta era cómo asegurarnos de que esto esté bien integrado en un Green New Deal, ¿verdad?

    P: Sí, supongo que relacionado con lo que decías que las demandas de estas comunidades en Chile y Argentina eran diferentes y en Chile algunas comunidades no se oponían a la minería actual sino a la expansión de la misma, tiene que haber una forma de asegurar el respeto de los derechos y demandas de estas personas y al mismo tiempo cumplir los requisitos mínimos de los recursos necesarios para descarbonizar nuestras sociedades. Si las negociaciones para la asignación y distribución de estos recursos se hicieran en igualdad de condiciones, en vez de a través de violencia y políticas imperialistas, y se asegurara a los pueblos indígenas el control de sus tierras y el primer acceso a todos estos materiales, ¿crees que podríamos, desde el Norte Global, construir relaciones con ellos alejándonos del colonialismo pasado y hacia una transición justa?

    R: Me genera problemas responder a esta pregunta porque no formo parte de estas comunidades. No me gustaría especular sobre cuál sería su política si ese fuera el caso.

    P: Sí, por supuesto, lo entendemos completamente.

    R: No me gustaría especular sobre cuál sería su política si ése fuera el caso. Me encantaría poneros en contacto con ellos si quisierais.

    P: Nos encantaría, gracias. Vale, pues, volviendo a la visión de tu grupo sobre cómo os imagináis una transición justa y teniendo en cuenta que se necesitará una determinada cantidad de extracción, ¿qué partes de la estrategia consideráis necesarias para poder reducir las emisiones con el fin de cumplir los requisitos y predicciones del IPCC?

    R: Un planteamiento simple sería que nos alejemos de los planes que nos dicen que reemplacemos cada uno de los miles de millones de coches que hay en el planeta en este momento por uno eléctrico y nos centremos en propiciar otras soluciones colectivas y alcanzar metas claras como la de reducir el número de coches en un 60%.

    P: Sí, es verdad, realmente nadie dice: «Vamos a tener que deshacernos de todos estos coches».

    R: Elon Musk no puede hacer dinero si te deshaces de los coches.

    P: Esperemos que tenga que irse a Marte.

    R: Bien, lo que creemos que debemos hacer es replantear las soluciones posibles, que ahora son básicamente planteadas para el consumidor individual, a cambios colectivos. Uno de mis colegas del CIEJ siempre señala que los coches están aparcados el 90% del tiempo. ¿Cómo sería un programa de automóviles urbanos que abordara eficazmente el hecho de que la mayor parte del tiempo no estamos usando los coches? ¿Cómo sería un programa efectivo de coches urbanos? La tecnología para hacerlo seguro que ya existe. ¿Cómo articulamos programas de transporte público sofisticados y sostenibles? En Estados Unidos tenemos el problema de la expansión urbana y es un problema enorme. Este es un problema que fue creado en los años 50 cuando la gente en los EE.UU contrató a un grupo de urbanistas franceses. Se basaba en la idea de que la planificación urbana condensada había terminado y que todo el mundo iba a tener tierras, y también contemplaron e incorporaron enormes proyectos de carreteras ya que todo el mundo iba a tener, pero también necesitar, un coche. Tenían razón en esto último pero estaban completamente equivocados en casi todo lo demás. En lugar de agitar las manos y decir «Ah, bueno, aquí hay expansión urbana, así que todo el mundo necesita un coche», tenemos que considerar que esta fue una decisión tomada por personas y que tal como se planeó de una determinada manera, puede ser reorganizada y corregida. Fue una elección premeditada, no una fuerza inalterable que dictó: «¡Extended las ciudades! ¡Desplegaos por todas las tierras!». Tenemos la capacidad de tomar decisiones difíciles pero también completamente conscientes sobre cómo convertir estas grandes ciudades en diferentes nodos urbanos en los que la gente pueda trabajar y vivir, y sobre cómo conectar estos nodos utilizando el transporte público y así sucesivamente. Estas soluciones en realidad son más efectivas para la reducción de emisiones porque requieren menos manufactura neta de materiales y también son más justas, son más equitativas. Nadie necesitará comprar un Tesla de cuarenta mil dólares para ser ecológico.

    Creo que eso debe ser parte de la solución. Por otro lado, y en cuanto a las formas en que debemos abordar las necesidades de extraer el cobalto, de extraer el litio, creo que la gente está tan acostumbrada a vivir en una sociedad globalizada que tenemos estos procesos integrados en nosotros. La idea es: «Bien, necesitamos estos recursos y no los tenemos, así que tenemos que ir a buscarlos a otro sitio. Allí es donde está. Allí tendremos que encontrar nuestra manera de introducirlo en el mercado». Una de las preguntas que más a menudo me hacen es si podríamos extraer y obtener litio de las profundidades del mar, a lo que también me opongo completamente, claro. Lo que me parece interesante es que al hacer la comparación entre minar las profundidades marinas y robar a los pueblos indígenas, a menudo la gente elige robar a los pueblos indígenas. Soy oceanógrafo, soy científico y amo las profundidades del mar más que nadie, pero creo que esto es un reflejo de la visión que se tiene de los pueblos indígenas, implícita en las decisiones que se está dispuesto a tomar. Decir que grandes franjas deshabitadas del fondo del océano son de alguna manera más valiosas que las tierras y los medios de vida de los pueblos indígenas es también increíblemente problemático. Entonces, ¿de dónde van a provenir estos recursos? No lo sé, pero es necesario centrarse en la recuperación de la tierra y la defensa de la tierra por las comunidades que han sido las mejores protectoras de la tierra y el agua durante milenios.

    P: En realidad, preparando la entrevista, nos enteramos de que un proyecto para abrir una mina de litio en San José Valdeflórez, un pueblo de Cáceres, está avanzando. Supongo que parte de asumir nuestras responsabilidades consiste en hacer campaña para asegurar que los recursos que podamos extraer en nuestros propios territorios sean bien utilizados. Aquí también tenemos debates en torno a la extracción, pero al mismo tiempo no tenemos los mismos vínculos con la tierra que pueden tener las comunidades indígenas, aunque por principio algunas personas pueden estar en contra del extractivismo. ¿Conoces alguna lucha en el Norte Global contra la minería del litio?

    R: Sí, en realidad hay un caso en California. Quieren abrir minas de litio en el Desierto de Mojave, lo que también es un error porque el lugar también forma parte de las tierras ancestrales de los indígenas que viven allí.  Por supuesto hay muchos ricos californianos preocupados por el Desierto de Mojave y que ahora están participando activamente en una lucha para evitar la minería de litio en estas áreas.

    P: Entonces es como: «Quiero que mi Tesla venga de otro lado».

    R: Absolutamente, al 100%. Entonces están dispuestos a proteger no sus tierras, porque estas son las tierras de los indígenas, sino las tierras a las que van a jugar, a hacer senderismo, etc. Piensan que son muy bonitas y quieren hacerles fotos, todo eso. Creo que parte del problema es que todo este extractivismo, incluso cuando ocurre en el Norte, especialmente en Estados Unidos, sigue centrado en comunidades indígenas. También trabajamos localmente con personas Kumiai en temas de minería de arena en la región de San Diego. Nada de esto parece ocurrir en las tierras de gente realmente rica.

    Cuando se trata de posicionarse sobre si apoyar estas prácticas extractivistas, intentamos razonar basándonos en elementos de la epistemología occidental y parte de la lucha decolonial es averiguar cómo se desaprenden realmente muchas de estas cosas y como se escucha a la gente que puede contribuir con sus propias epistemologías indígenas. Nos pasa a todas nosotras. Yo también he respondido a esta pregunta de una manera muy racionalizada y occidentalizada, pero probablemente no vamos a poder apoyar las luchas y las demandas de estas comunidades correctamente hasta que también hagamos esfuerzos para entender su visión del mundo.

    P: Una de las cosas que me fue difícil comprender o desbloquear, personalmente y viniendo de leer teoría marxista, fue esta barrera en mi cabeza entre las demandas de las comunidades indígenas de «poseer» tierras en oposición a la cuestión de la propiedad que yo entendía desde la teoría. Cuando vi el documental que pusiste en la Cumbre y a través de testimonios aprendí más sobre las formas de vida de los pueblos indígenas, me quedó claro que estas tierras siempre han sido comunales, que sus prácticas se basan en la vida comunal y en la gestión y las prácticas compartidas. No es la concepción liberal de «Esta es mi propiedad y puedo hacer lo que me dé la gana con ella». En este aspecto estaba un poco confundida hasta que me di cuenta de que solo se trata de que merecen que sus derechos como habitantes de estos lugares sean reconocidos y respetados y que dejen de ser considerados prescindibles por los gobiernos y las empresas. 

    R: De nuevo, no soy indígena y solo puedo hablar desde mi comprensión personal, pero creo que para muchas de estas comunidades, al menos en Chile y Argentina, es importante reconocer que no se trata realmente de cómo tienen una propiedad colectiva de la tierra, sino de cómo, en su visión del mundo y en sus creencias, ellos son la tierra. Así que va más allá de lo que decías en realidad, porque ellos son en una gran medida ese lugar específico. En el Salar de Atacama hay microbios y plancton extremófilos y un montón de pequeñas criaturas en el agua que estas comunidades creen firmemente que son nuestros antepasados. Su sentido del tiempo está orientado a través de donde sale y cae el sol en la cima de una montaña específica. La barrera de sus cuerpos físicos no es donde termina su sentido del yo, está muy visceralmente conectado al agua, al aire, al suelo, a la flora y a la fauna. Al menos personalmente, esto fue algo que me llevó un tiempo entender pero que intuitivamente tiene sentido, que esta línea de dónde empieza y dónde acaba nuestro cuerpo es en muchos sentidos un límite arbitrario. Sería un buen tema de reflexión el hecho de que no debería limitarse a donde acaba tu piel, y ésta es mi forma de pensar como científico también. Para mí, la nuestra es solo una forma de pensar sobre la concepción de dónde empieza y dónde acaba tu cuerpo, pero para estas comunidades no se acaba ahí y probablemente es un reflejo más exacto de cómo funciona la salud humana y cómo las cosas se incorporan a tu cuerpo y cómo experimentas tu día a día.

    P: Esto tiene que ver con lo que decías sobre las diferentes epistemologías y pienso en cómo, por ejemplo, los cuerpos no parecen contar en Internet, y sin embargo, mucha gente considera Internet una parte de ellos. Si tratamos de racionalizarlo de una manera más «occidentalizada», esto podría parecernos que tiene sentido mientras que la otra concepción nos parece completamente ajena. Una comprensión más a fondo de diferentes epistemologías es difícil de alcanzar al principio, pero no es tan difícil de entender que las demandas de los pueblos indígenas abarcan mucho más que «dame mi propiedad» y esto sería mucho más fácil simplemente a través del contacto directo y el diálogo dentro de movimientos internacionales. 

    R: Sí, creo que fundamentalmente se trata de una cuestión de autonomía de la tierra, de si estas comunidades podrán conseguir suficiente poder popular para contrarrestar las instituciones gubernamentales y empresas multinacionales sin tener ahora mismo autonomía sobre su propio territorio. Esto se tiene que lograr a través de luchas anticoloniales básicamente y se tiene que impulsar internacionalmente también.

    P: Un buen ejemplo de apoyos pasados sería cómo en 1974, después del golpe de estado de Pinochet, los trabajadores escoceses se negaron a trabajar para los aviones de caza chilenos, en protesta contra la dictadura.

    R: No sabía que esto hubiese pasado, me parece brillante. Es parte de la razón por la que hacemos ciencia feminista anticolonial, ciencia que se centra en la construcción de relaciones, en la construcción de comunidad, en las luchas decoloniales por la autonomía y la dignidad de la tierra. La parte de la construcción del movimiento abarca cosas como conectar estas luchas con el norte global, con instituciones en el norte global, con gente en el norte global, usando el cine, usando grandes plataformas de redes sociales, artículos, columnas de opinión, lo que sea, para amplificar las demandas de este pueblo y construir la solidaridad internacional en torno a sus luchas.

    La ilustración de cabecera es «Ciel de Vaucluse» (1953), de Nicolas de Staël.

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  • El coste de ser verde

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    Por Thea Riofrancos.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Logic con el título «What Green Costs».

    Quienes abogan por la energía limpia se imaginan una casa electrificada con energía cien por cien renovable, un Tesla en el garaje, placas solares en el tejado y un contador inteligente que acumule cumplidamente los datos de uso para después subirlos a la nube. Pero si rascamos un poco más nos acabamos topando con los límites extractivos de la transición energética a las renovables.

    Eran las 8:45 del primer día de la 11.ª Conferencia de Mercados de Litio, que tenía lugar en la planta sótano del Hotel W de Santiago de Chile. No había forma de pasar desapercibida. El nombre en mi etiqueta, «Providence College», hacía de mí un caso singular. Aun así, menos mal que me acordé de pintarme los labios y que las asas de mi mochila permitían convertirla en un bolso.

    Encontré un sitio vacío entre un mar de trajes, casi todos ellos hombres pero de distintas edades. Venían de muchas partes: China, Australia, Chile, Estados Unidos, Reino Unido, Argentina. Analistas de mercados y contratistas; comerciales de equipamiento y reguladores; ejecutivos, consultores y mercaderes de información dentro del tristemente opaco mundo del litio, un «espacio», según la jerga de Silicon Valley, que no se merece demasiado el nombre de mercado.

    Cuando me acomodé en mi asiento, salió al escenario el presidente de una de las compañías de litio más grandes del mundo, un hombre con un pasado sórdido marcado por un proceso corrupto de privatización bajo la brutal dictadura de Augusto Pinochet. «La minería es la médula espinal de Chile; la minería corre por nuestras venas». Puede que fuera la única persona en la sala a la que inmediatamente le vino a la mente el fascinante libro de temática anticolonial de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, que, por cierto, resulta que fue escrito el mismo año en que Pinochet derrocó brutalmente el sueño de un socialismo democrático en Chile. Pero no creo que este señor se refiriera a la iconografía vampírica del capital global; los muertos succionándoles a los vivos la sangre y el sudor y los paisajes torturados de la extracción, especialmente en su variante colonial.

    Pulso en Atacama

    El litio es el tercer elemento de la tabla periódica. Es altamente reactivo y se puede encontrar junto a otros minerales en formaciones rocosas, en depósitos de arcilla, o en forma de ion disuelto en salmuera. También es el ingrediente activo de las baterías recargables ligeras de los vehículos eléctricos y de las que almacenan energía en las redes de las renovables, por lo que es esencial para la futura transición energética.

    En Estados Unidos, el transporte es la mayor fuente de contaminación de carbono, con alrededor del 30% de las emisiones. Lograr algo que podamos calificar como clima seguro implica un cambio en los vehículos con motor de combustión interna por vehículos eléctricos y conectar esos coches, camiones y autobuses a una red eléctrica alimentada por el viento o el sol. (La transición desde un modelo de vehículos individuales a uno de transporte público facilitaría este proceso y tendría otros efectos medioambientales positivos). El litio interviene dos veces en esta ecuación. En primer lugar, es una materia prima de las baterías de los coches eléctricos. En segundo lugar, las baterías son una tecnología de almacenamiento de energía y las redes que operan con ráfagas intermitentes de viento y rayos de sol necesitan un mecanismo para suavizar los picos de oferta y ajustarla a la demanda. (Reducir de manera drástica nuestro consumo general de energía también ayudaría).

    Las salmueras del salar de Atacama, en Chile, se encuentran a unos 2.300 metros sobre el nivel del mar, en un altiplano andino, y proveen en torno al treinta por ciento del litio mundial. Estas reservas subterráneas de litio están en el fondo de una depresión rodeada por la cordillera andina. Una tormenta perfecta de factores climáticos, geológicos y químicos ha concentrado litio en las aguas que hay bajo la dura superficie de esta vasta llanura salina, que en total ocupa un área equivalente a unos dos tercios del estado del que yo vengo, Rhode Island.

    Pero la extracción de recursos está conduciendo al desastre a este vulnerable humedal desértico. Obtener el litio implica extraer la salmuera a un ritmo altísimo. SQM, la compañía a cuyo presidente escuché hablar en aquella conferencia, bombea salmuera a un ritmo de 1.700 litros por segundo, de los cuales se evapora el 95%. En otras palabras, extraer litio implica extraer una gran cantidad de agua para que luego la mayor parte se evapore.

    Casi cualquier representante de una compañía te dirá que extraer salmuera y dejar que se evapore no tiene efecto alguno en el agua dulce, pero si hablas con cualquier científico o regulador que conozca la cuenca del Atacama te dirá que estos dos tipos de agua interactúan y que extraer la salmuera reduce el nivel freático, lo que supone una amenaza para los suministros de agua potable y para riegos.

    Se puede plantear esto como un pulso. El agua con salmuera se encuentra bajo el salar, en cuyo perímetro se hallan los sistemas de agua dulce. A los dos tipos de agua los separa una interfaz dinámica: una tensión en la superficie generada por las distintas densidades de los fluidos. La salmuera es mucho más densa que el agua dulce debido a la carga de elementos disueltos que contiene, como el litio. Pero si bien la salmuera tiene de su parte la fuerza de la masa, el agua dulce ―fruto del deshielo en los picos de los Andes y de los acuíferos a los que alimentan― tiene a su favor la fuerza de la gravedad. Ambas están atrapadas en esta pugna: la de la masa contra la gravedad. Cuando se absorbe la salmuera, la interfaz que las separa se desplaza hacia el centro del salar, llevándose consigo el agua dulce y alejándola de las comunidades indígenas que habitan en el perímetro del salar.

    Flamencos y membrillos

    Vi por primera vez el salar de Atacama después de conducir en torno a las montañas de la frontera con Bolivia. Frente a nosotros se erigía el volcán Licancabur. Condujimos a través de una tormenta de arena, la primera que veía en mi vida, fácil de recordar por su fuerza y por el ruido que hacía, así como por la forma en que la arena suspendida reflejaba el baile del rápido movimiento del aire, y aún más extraña porque vino acompañada de una tormenta de lluvia. Atravesamos multitud de microclimas. La vegetación cambió completamente a medida que ascendíamos. Al ganar altitud, el aire más fresco y húmedo daba cobijo a una vida más densa; los arbustos salteados daban paso a praderas frondosas.

      

    Una puerta en Toconao. Foto de la autora.

    Al bajar de nuevo, entramos en el desierto. Había oasis diseminados por el paisaje: árboles y matorrales se aglomeraban alrededor de corrientes que fluían por gargantas montañosas. Estas quebradas son la base del ambiente construido y de la vida social de las dieciocho comunidades indígenas que habitan en el salar. Las quebradas viajan por canales y filtros de piedra y proporcionan agua a pequeñas granjas. Las parcelas están cercadas por vallas rudimentarias de madera y árboles plantados estratégicamente para que den sombra. Su producción es increíblemente variada. En una visita que hice a la comunidad de Toconao pude ver higos, granadas y membrillos, además del maíz típico.

    Membrillos en Toconao. Foto de la autora.

    Nos dirigimos más hacia el este y llegamos a la Reserva Nacional Los Flamencos, una inmensa extensión de tierra blanca y gris totalmente rodeada de montañas. A nuestra izquierda había una corteza de sal pura; a nuestra derecha, la misma corteza salpicada de esteros en los que los flamencos se alimentaban de pequeñas artemias. Los lagos tenían manchas rojas, fruto de la interacción de las algas, el sol y el viento. Parecía tan extenso que a mí se me asemejaba al océano. El suelo estaba lleno de protuberancias y crujía bajo mis botas de montaña.

    Un arroyo bajando inusualmente rápido tras una gran tormenta. Foto de la autora.

    Las áreas de extracción estaban fuera del alcance de la vista. Treinta kilómetros más allá, engullidas por el horizonte, se levantaban las grandes instalaciones de litio. Durante la conferencia de Santiago había escuchado a los ejecutivos decir que se deberían mejorar las medidas de protección medioambiental, pero también que no había de nada de lo que preocuparse. El rico ecosistema de estos humedales desérticos —los flamencos andinos del color del algodón de azúcar, los macás de cara blanca y las majestuosas vicuñas— no apareció demasiado en la conversación. Apenas se mencionó a las comunidades indígenas y tan solo una o dos veces a los trabajadores. Durante la mayor parte de la conferencia la textura humana y ecológica del salar brilló por su ausencia.

    La Reserva Nacional Los Flamencos. Foto de la autora.

    Sin embargo, comunidades como la de los Toconao ya están sintiendo los efectos de la extracción en su día a día. Las condiciones anormalmente áridas reducen el flujo de las corrientes, restringiendo el acceso al agua potable y de regadío y, debido al calentamiento global, las variaciones son cada vez menos predecibles: las largas sequías son interrumpidas por lluvias torrenciales que destruyen la infraestructura y las plantas y que al suelo le cuesta absorber. Estos cambios también amenazan el hábitat de la vegetación y de los animales; los biólogos han observado que el recuento de flamencos andinos está disminuyendo.

    Para los tipos trajeados del Hotel W, el salar de Atacama es un yacimiento extractivo, un lugar de operaciones, el comienzo de un largo camino logístico y de beneficios. ¿Pero qué ocurre con la vicuña y con el membrillo, con las comunidades que dependen del flujo de la escasa agua del desierto? ¿Qué veríamos si las incluyésemos en la imagen?

    Pulula, repta, flota y vuela

    El día después de mi primera visita a la llanura salina conocí a Ramón. Dejamos a un lado otros compromisos y estuvimos hablando durante tres horas acompañados de café y de medialunas de manjar de leche.

    A diferencia de muchos de los pequeñoburgueses venidos de fuera que viven en San Pedro ―el proliferante núcleo turístico de Atacama―, Ramón es de una familia trabajadora del entorno rural de las afueras de Santiago. Es cofundador del Observatorio Plurinacional de Salares Andinos, una red internacional de ecologistas, científicos preocupados por el tema, abogados activistas y miembros afectados de las comunidades indígenas y campesinas del altiplano andino conocido como triángulo del litio. Este triángulo abarca zonas de Argentina, de Bolivia y de Chile y contiene más de la mitad de las reservas conocidas de litio en el mundo. Hay miembros del Observatorio que prefieren no usar este término para referirse al altiplano porque lo reduce a los recursos que se extraen de él. (Por completar la información: yo misma soy miembro del Observatorio).

    El Observatorio rechaza el «extractivismo verde», esto es, la subordinación de los derechos humanos y de los ecosistemas a la extracción infinita a fin de «solucionar» el cambio climático. La plataforma defiende de un modo más amplio los valores culturales, naturales y científicos de los salares, no solo el valor económico de su litio.

    Se trata de un trabajo muy difícil. El Observatorio está intentando tejer una forma organizativa novedosa, con objetivos a la misma escala internacional del capital extractivo, pero es complicado organizarse cruzando tres fronteras nacionales y espacios rurales atravesados por carreteras sin asfaltar e infradotados en cuanto a transporte público y wifi. En la conferencia industrial de Santiago hubo tensiones entre los capitalistas y el estado, y entre los potenciales inversores y las compañías mineras. Pero en general estas alianzas entre las élites son relativamente fáciles: están engrasadas por el dinero y los aviones, por los teléfonos móviles y los cáterin interminables. Los obstáculos con que nos encontramos a la hora de construir un movimiento internacional son mucho mayores.

    Estos obstáculos se hicieron evidentes durante una reunión del Observatorio en la Universidad de Atacama en junio de 2019. La delegación argentina no consiguió llegar, la nieve había bloqueado la frontera. El presidente de la asociación de dieciocho comunidades indígenas atacameñas, Sergio Cubillos, también tuvo que ausentarse. Las comunidades a las que él representa, junto a grupos indígenas de todo el país, estaban involucradas en una movilización sin cuartel contra el presidente chileno Sebastián Piñera, cuyo gobierno estaba intentando fragmentar y privatizar aún más el territorio indígena.

    Pero quienes lograron llegar al encuentro contribuyeron a desarrollar una idea distinta de los hábitats y los humedales de la región, una alternativa a la de los tipos trajeados de Santiago. Esta idea queda claramente plasmada en la obra de la artista portuguesa Mafalda Paiva, expuesta durante el evento del Observatorio. En sus cuadros, las llanuras salinas rebosan de una energía sobrenatural, un efecto producido por la gran densidad de especies y una topografía con unos escorzos muy marcados. Esta vida que pulula, repta, flota y vuela fue invisible en la conferencia de Santiago, pero en este encuentro conformaba el núcleo emocional. Paiva ofrece una especie de hiperrealismo ecoutópico y nos conduce a un futuro muy diferente del imaginado por los capitalistas del litio.

    Mafalda Paiva, Salar de Atacama.

    Futuros comunes

    El Observatorio se opone al extractivismo verde por el daño real que inflige a los humanos, animales y ecosistemas, pero su postura plantea cuestiones espinosas sobre la transición a la energía renovable. Tal como dejan claro los perentorios informes de la ciencia climática, las emisiones de los combustibles fósiles están dejando un planeta cada vez menos habitable. Al mismo tiempo, construir un mundo bajo en emisiones de carbono trae consigo sus propios costes sociales y medioambientales: cada turbina eólica, cada panel solar y cada vehículo eléctrico necesita grandes cantidades de materiales extraídos de las minas, transportados en barco a largas distancias, manufacturados en fábricas cuya energía seguramente provenga todavía de la quema de carbón, y llevados de nuevo a los consumidores. Esta cadena de suministro, dispersa por todo el globo como ninguna otra en toda la historia del capitalismo, da pie a una carrera hacia el abismo, dado que el capital busca continuamente trabajo y recursos naturales más baratos.

    No todas las comunidades situadas a lo largo de esta cadena tienen voz a la hora de decidir quién carga con los costes sociales y medioambientales o cuánto esfuerzo debería emplearse en reducirlos, a no ser que lo fuercen. Cuanto más vasta y compleja sea la cadena, más difícil va a ser movilizarse a través de ella. Esta amplitud global no es nueva: la revolución industrial fue posible gracias a las materias primas extraídas y cosechadas lejos de los centros industriales. Pero en las últimas décadas han proliferado las tecnologías que dispersan la producción aún más, desde los barcos cargueros a los nuevos tratados de comercio, desde el método de producción «justo a tiempo» facilitado por el desarrollo informático a las zonas económicas especiales, lo que hace que el capitalismo global sea una red infinitamente más intricada e interdependiente de lo que jamás soñase Adam Smith.

    Cuando hablamos de la transición a las energías renovables, la forma en que funciona esta red es especialmente importante; se trata de quién controla nuestro futuro. Un mundo con el zumbido de cientos de millones de Teslas (o peor: Escalades eléctricos) fabricados con materiales rapiñados sin el consentimiento de las comunidades locales y bajo un régimen laboral represivo en fábricas contaminantes ―o, en otras palabras, un mundo no muy distinto del actual pero movido por la energía del viento y del sol― no es algo inevitable.

    También son posibles otros futuros. La transición energética que ya está en marcha ofrece una oportunidad histórica para desmantelar el estilo de vida estadounidense de opulencia privatizada y aislada en las zonas residenciales y para construir algo mejor en su lugar. Este estilo de vida siempre ha sido una pesadilla, tanto ecológica como políticamente. Cuanta menos energía consumamos, menos materias primas vamos a necesitar. Y esto no es una llamada a la ecoausteridad; actualmente, el consumo de energía es profundamente desigual e ineficiente. Podemos construir una sociedad que sea al mismo tiempo baja en emisiones y abundante en un sentido que nos resulte relevante a la mayoría.

    Para ello va a hacer falta que se reconozca que el sustrato material de nuestras vidas está íntima y a menudo violentamente conectado a los ecosistemas y a la gente que vive más allá de nuestras fronteras. En teoría, el comercio, la producción y el consumo podrían reorganizarse para priorizar la seguridad climática, la igualdad socioeconómica, los derechos de las y los indígenas y la integridad de sus hábitats.

    Pero para lograr un resultado como este se necesita poder político y utilizarlo de manera estratégica. Dada la abrumadora complejidad del capitalismo contemporáneo, es fácil olvidar que las cadenas de suministro no son el producto de una fatalidad geográfica. De hecho, un aspecto clave de la injusticia medioambiental es que los procesos contaminantes —en minas, centrales eléctricas o fábricas— están situados allí donde los ecosistemas y las vidas humanas son percibidos como prescindibles o donde se los considera carentes de influencia política.

    El resultado es que la fuerza desde abajo puede obstruir e incluso dar una forma nueva a los flujos globales. Esta fuerza es particularmente efectiva cuando se aplica en los «cuellos de botella», esto es, en puntos de paso obligatorios para personas y productos. Además de los propios espacios fabriles, la infraestructura logística (puertos, barcos, almacenes) y los pozos de extracción (minas, plataformas petrolíferas, refinerías) son «cuellos de botella» en potencia y, por tanto, nodos vulnerables para el sistema en su conjunto. En otras palabras, son puntos estratégicos de disrupción.

    Puede que yo no sepa exactamente qué forma tiene el mundo que quiero. El presente pesa mucho y pone trabas a la imaginación. Pero sí sé que ese mundo empieza por entender lo misterioso, vital y estimulante de la exuberancia que hay en este planeta; por concebir la abundancia como prosperidad compartida y por ampliar nuestra solidaridad para que incluya a personas que puede que nunca conozcamos y lugares que puede que nunca visitemos, pero cuyos futuros están unidos a los nuestros. El salar nos lo agradecerá.

    THEA RIOFRANCOS es profesora asistente de Ciencias Políticas en la Universidad de Providence. Su investigación se centra en la extracción de recursos, la democracia radical, los movimientos sociales y la izquierda latinoamericana. Ha publicado junto a otras autoras el libro A Planet to Win: Why We Need a Green New Deal (Verso), y próximamente publicará Resource Radicals: From Petro-Nationalism to Post-Extractivism in Ecuador (Duke University Press).

    La ilustración que encabeza el texto es Les Îles Éoliennes (ca. 1480), ilustración de Robinet Testard para Secrets de l’histoire naturelle. El texto ha sido traducido del inglés por Ramón Núñez Piñán.

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  • Esta vez en llamas

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    Por John Bellamy Foster.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Monthly Review con el título «On Fire This Time».

    Actualmente estamos presenciando lo que parecen ser los comienzos de una revolución ecológica, un nuevo momento histórico que no se parece a ningún otro que la humanidad haya experimentado.[1] Tal y como sugiere Naomi Klein en su nuevo libro On Fire [En llamas], no es solo que el planeta esté ardiendo, sino que para responder a ello se está alzando un nuevo movimiento revolucionario climático que ya ha prendido.[2] He aquí una breve cronología del último año centrada en las acciones por el clima que ha habido en Europa y Norteamérica, aunque se debe insistir en que ahora el mundo entero está objetivamente (y subjetivamente) esta vez en llamas:[3]

    • Agosto de 2018: Greta Thunberg, de quince años, da comienzo a una huelga estudiantil frente al Parlamento de Suecia.
    • 8 de octubre de 2018: el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) publica el Informe especial sobre el calentamiento global de 1,5 °C y señala la necesidad de «transiciones en los sistemas [que] no tienen precedentes en lo que a escala se refiere».[4]
    • 17 de octubre de 2018: activistas de Extinction Rebellion ocupan la sede de Greenpeace en Reino Unido exigiendo que se lleve a cabo una desobediencia civil masiva para afrontar la emergencia climática.
    • 6 de noviembre de 2018: Alexandria Ocasio-Cortez (del Partido Demócrata) es elegida como miembro del Congreso con un programa que incluye un Green New Deal.[5]
    • 13 de noviembre de 2018: miembros del Sunrise Movement ocupan el despacho de la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi; se les une la congresista Ocasio-Cortez, recién elegida.
    • 17 de noviembre de 2018: activistas de Extinction Rebellion cortan cinco puentes sobre el río Támesis, en Londres.
    • 10 de diciembre de 2018: activistas del Sunrise Movement irrumpen en los principales despachos del Partido Demócrata en el Congreso exigiendo la creación de un Comité Selecto para el Green New Deal.
    • 19 de diciembre de 2018: se eleva a cuarenta el número de miembros del Congreso que apoyan la creación de un Comité Selecto para el Green New Deal.
    • 25 de enero de 2019: Thunberg se dirige al Foro Económico Mundial: «Nuestra casa está en llamas […]. Quiero que actuéis como si nuestra casa estuviera en llamas. Porque lo está».[6]
    • 7 de febrero de 2019: la congresista Ocasio-Cortez y el senador Edward Markey presentan la resolución del Green New Deal en el Congreso.[7]
    • 15 de marzo de 2019: tienen lugar cerca de 2.100 huelgas por el clima lideradas por la juventud en 125 países, con 1.600.000 participantes (100.000 en Milán, 40.000 en París, 150.000 en Montreal).[8]
    • 15-19 de abril de 2019: Extinction Rebellion corta el acceso a muchas partes del centro de Londres.
    • 23 de abril de 2019: al dirigirse a ambas cámaras parlamentarias, Thunberg afirma: «¿Habéis oído lo que os acabo de decir? ¿Mi inglés es correcto? ¿Está encendido el micrófono? Porque estoy empezando a dudar».[9]
    • 25 de abril de 2019: manifestantes de Extinction Rebellion bloquean la Bolsa de Londres, adhiriéndose a la entrada con pegamento.
    • 1 de mayo de 2019: el Parlamento de Reino Unido declara la emergencia climática poco después de que haya habido declaraciones similares en Escocia y Gales.
    • 22 de agosto de 2019: el senador y candidato a la presidencia Bernie Sanders lanza el proyecto de Green New Deal más completo hasta la fecha, en el que se propone una inversión de 16,3 billones de dólares en diez años.[10]
    • 12 de septiembre de 2019: el número de apoyos a la resolución del Green New Deal en el Congreso llega a 107.[11]
    • 20 de septiembre de 2019: cuatro millones de personas participan en la huelga mundial por el clima y tienen lugar más 2.500 acciones en 150 países. Solo en Alemania participan en la protesta 1.400.000 personas.[12]
    • 23 de septiembre de 2019: Thunberg se dirige a las Naciones Unidas: «Hay gente que está sufriendo. Hay gente que está muriendo. Hay ecosistemas enteros colapsando. Estamos al comienzo de una extinción masiva y solo sois capaces de hablar de dinero y de cuentos de hadas acerca del crecimiento económico. ¡Cómo os atrevéis!».[13]
    • 25 de septiembre de 2019: el IPCC publica el Informe especial sobre el océano y la criósfera, que indica que para el año 2050 muchas megaciudades de poca altitud e islas pequeñas, especialmente las de las regiones tropicales, van a experimentar cada año «fenómenos extremos relacionados con el nivel del mar».[14]

    La eclosión de las protestas contra el cambio climático durante el último año ha sido, en buena medida, una respuesta al informe del IPCC de octubre de 2018, el cual declara que las emisiones de dióxido de carbono tienen que alcanzar su tope en 2020, haber caído un 45% en 2030 y alcanzar un impacto neto de cero emisiones en 2050 para que el mundo tenga alguna posibilidad razonable de evitar un catastrófico aumento de 1,5 ºC en la temperatura media global.[15] Un ingente número de personas se ha percatado de que, para dar marcha atrás y alejarnos del borde del precipicio, es necesario iniciar una transformación socioeconómica de una escala equiparable a la crisis del sistema Tierra a la que se enfrenta la humanidad. El resultado es que «System Change Not Climate Change» [cambiar el sistema, no el clima], que es como se llama el movimiento ecosocialista más importante de Estados Unidos, se ha convertido en el mantra del movimiento popular por el clima en el mundo entero.[16]

    El ascenso meteórico de Thunberg y del movimiento de las huelgas estudiantiles por el clima, el Sunrise Movement, Extinction Rebellion y el Green New Deal, todo ello en el breve periodo de un año, unido a las protestas y huelgas actuales de millones de activistas contra el cambio climático, la mayor parte de ellos jóvenes, ha traído una transformación masiva de la lucha medioambiental en los países capitalistas avanzados. Prácticamente de la noche a la mañana, la lucha ha abandonado su anterior marco de acción por el clima, más genérico, y se ha desplazado hacia el ala más radical del movimiento, por la justicia climática y el ecosocialismo.[17] El movimiento de acción por el clima ha sido en buena medida reformista y simplemente ha intentado darle un empujoncito al statu quo para que avanzara en una dirección con cierta conciencia climática. La marcha de 400.000 personas que tuvo lugar en Nueva York en 2014, organizada por el People’s Climate Movement, se dirigió a la calle 34 con la Undécima Avenida, un destino banal, en lugar de a las Naciones Unidas, donde estaba teniendo lugar el encuentro entre los negociadores por el clima, con el resultado de que aquello tuvo un carácter más de desfile que de protesta.[18]

    Por el contrario, a las organizaciones por la justicia climática, como Extinction Rebellion, el Sunrise Movement y la Climate Justice Alliance, se las reconoce por la acción directa. El nuevo movimiento es más joven, más valiente, más diverso y con una actitud más revolucionaria.[19] En la actual lucha por el planeta, tiene lugar un reconocimiento cada vez mayor de que las relaciones sociales y ecológicas de producción deben ser transformadas. Únicamente una transformación revolucionaria en cuanto a su escala y su velocidad puede sacar a la humanidad de la trampa en la que el capitalismo la ha metido. Como le dijo Thunberg a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático el 15 de diciembre de 2018: «Si tan difícil es encontrar las soluciones dentro de este sistema, quizá deberíamos cambiar el sistema mismo».[20]

    El Green New Deal: ¿reforma o revolución?

    Lo que ha hecho que en el último año la lucha por una revolución ecológica se convierta en una fuerza aparentemente imparable es el impulso del Green New Deal, un proyecto que encarna la unidad del movimiento por detener el cambio climático, que lucha por la justicia económica y social y se centra en los trabajadores y en las poblaciones situadas en primera línea.[21] No obstante, en origen el Green New Deal no fue una estrategia radical de transformación, sino más bien moderada y reformista. El término Green New Deal quedó establecido en 2007 en un encuentro entre Colin Hines, antiguo jefe de la sección de economía internacional de Greenpeace, y el editor de la sección de economía de The Guardian, Larry Elliott. A la vista del crecimiento económico y de los problemas medioambientales, Hines propuso aplicar cierta dosis de gasto y de keynesianismo verde y lo denominó Green New Deal por el New Deal que había puesto en marcha Franklin Roosevelt durante la gran depresión en Estados Unidos. Elliott, Hines y más gente, como el emprendedor británico Jeremy Leggett, lanzaron el Grupo por el Green New Deal de Reino Unido ese mismo año.[22]

    La idea fue recogida rápidamente por los círculos políticos. El columnista proempresarial de The New York Times Thomas Friedman comenzó a promover el término en Estados Unidos prácticamente al mismo tiempo que hacía lo mismo con una nueva estrategia capitalista ecomodernista.[23] Barack Obama avanzó un proyecto de Green New Deal en la campaña de 2008. Sin embargo, abandonó la terminología del Green New Deal junto a lo que quedaba de su contenido después de las elecciones de mitad de mandato de 2010.[24] En septiembre de 2009, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente publicó un informe titulado Global Green New Deal que contenía un plan de crecimiento sostenible.[25] Ese mismo mes, la Green European Foundation publicó A Green New Deal for Europe, una estrategia keynesiana de capitalismo verde, hoy conocida como Green New Deal europeo.[26]

    Todas estas propuestas, presentadas bajo el paraguas del Green New Deal, fueron hechas de arriba hacia abajo, combinaban keynesianismo verde, ecomodernismo y una planificación tecnocrática y corporativista, e incluían una preocupación apenas testimonial por la promoción del empleo y la erradicación de la pobreza, así que era la encarnación de un capitalismo verde tibiamente reformista. A este respecto, los primeros proyectos de Green New Deal tenían más en común con el primer New Deal de Franklin Roosevelt, el de 1933 a 1935 en Estados Unidos, que tenía un carácter corporativista y fuertemente proempresarial, que con el segundo New Deal, el de 1935 a 1940, alentado por las grandes revueltas de mediados de la década de los treinta por parte de los trabajadores industriales.[27]

    La versión radical del Green New Deal que ha ido ganando terreno el último año en Estados Unidos contrasta de un modo tajante con estas primeras propuestas corporativistas y obtiene su inspiración histórica de la gran revuelta de base que tuvo lugar durante el segundo New Deal. Una fuerza clave en esta metamorfosis fue la Climate Justice Alliance, que surgió en 2013 de la unión de varias organizaciones centradas principalmente en la justicia medioambiental. Hoy día, la Climate Justice Alliance reúne a sesenta y ocho organizaciones diferentes situadas en primera línea y que representan a comunidades con rentas bajas y comunidades racializadas, involucradas en luchas inmediatas por la justicia medioambiental y que apoyan una transición justa.[28]

    El concepto fundamental de transición justa tiene su origen en la década de los ochenta y el trabajo del ecosocialista Tony Mazzocchi en la Oil, Chemical and Atomic Workers Union por construir un movimiento radical por la justicia laboral y medioambiental, que más tarde fue difundido por la United Steel Workers.[29] La transición justa, destinada a superar el abismo que hay entre las luchas económica y ecológica, es ahora reconocida como el principio fundamental en la lucha por un Green New Deal popular, aparte de la salvaguarda del clima en sí mismo.

    El Green New Deal mutó por primera vez en una estrategia radical de base ―o en un Green New Deal popular, según Science for the People― durante las dos campañas presidenciales sucesivas de Jill Stein por el Partido Verde, en 2012 y 2016.[30] El Green New Deal del Partido Verde tenía cuatro pilares: (1) una carta de derechos económicos que incluía el derecho al trabajo, derechos para los trabajadores, el derecho a atención sanitaria (Medicare for All[31]) y el derecho a una educación superior gratuita y financiada estatalmente; (2) una transición verde que promovía la inversión en pequeñas empresas, la investigación verde y trabajos sostenibles; (3) una reforma financiera real que incluía el alivio de las deudas hipotecarias y estudiantiles, la democratización de la política monetaria, la ruptura con las compañías financieras, el fin de los rescates bancarios gubernamentales y la regulación de los de derivados financieros; (4) una democracia real que acabara con la figura de persona jurídica para las empresas, incorporase una carta de derechos del votante, derogase la Ley Patriótica[32] y redujese un cincuenta por ciento el gasto militar.[33]

    No cabe duda acerca del carácter radical (y antiimperialista) del programa original del Green New Deal del Partido Verde. La reducción a la mitad el gasto en el ejército estadounidense era la clave del proyecto para incrementar el gasto estatal en otras esferas. En el corazón del Green New Deal del Partido Verde se hallaba por tanto un ataque a la estructura económica, financiera y militar del imperio estadounidense, al tiempo que centraba sus propuestas económicas en una transición verde que generase hasta veinte millones de empleos nuevos.[34] La parte sobre la transición verde era, irónicamente, el elemento más débil del proyecto. No obstante, en lo que innovó el Partido Verde fue en vincular un cambio medioambiental vital a lo que se concebía como un cambio social igualmente necesario.

    Sin embargo, fue en noviembre de 2018 cuando una versión radical del Green New Deal irrumpió en el Congreso de mano de la congresista Ocasio-Cortez ―recién elegida durante las elecciones de mitad de mandato―, cuando este programa se convirtió de repente en un factor crucial dentro del panorama político de Estados Unidos. Ocasio-Cortez había decidido presentarse al cargo después de unirse a las duras protestas encabezadas por indígenas que habían tenido el objetivo de bloquear el oleoducto llamado Dakota Access Pipeline, en Standing Rock (Dakota del Norte), entre 2016 y 2017. Durante la campaña por el Decimocuarto Distrito Congresual de Nueva York, el que representa al Bronx y a la parte centro-norte de Queens, Ocasio-Cortez firmó con el Sunrise Movement un compromiso para no aceptar dinero de las industrias de combustibles fósiles, por lo que el Sunrise Movement hizo campaña a su favor y contribuyó a su sorprendente victoria electoral sobre el congresista Joe Crowley, que había ocupado el cargo durante diez mandatos.[35] Ocasio-Cortez se unió a la sentada del Sunrise Movement en favor de un Green New Deal que tuvo lugar una semana después de las elecciones en el despacho de Pelosi y fue ella quien, junto a Markey, presentó en el Congreso la resolución del Green New Deal.

    La campaña de Ocasio-Cortez se inspiró en buena medida en la campaña presidencial de Sanders de 2016, que se definía a como socialista democrática y que llevó al resurgir de Democratic Socialists of America (DSA), a quienes se había afiliado Ocasio-Cortez antes de su elección. Desde el principio, la resolución por un Green New Deal popular adquirió lo que, en muchos sentidos, era un carácter ecosocialista.[36]

    En la página catorce de la resolución del Green New Deal presentada por Ocasio-Cortez y Markey en febrero de 2019 se hace referencia a la realidad de la emergencia climática, así como al nivel de responsabilidad de Estados Unidos. Ello se yuxtapone a las «crisis vinculadas a ella», que se manifiestan en el declive de la esperanza de vida, el estancamiento de los salarios, una menguante movilidad de clase, una desigualdad desorbitada, la división racial de la riqueza y la brecha salarial de género. La solución que se ofrece es un Green New Deal que lograría reducir a cero neto las emisiones de gases de efecto invernadero mediante una «transición justa», creando «millones de puestos de trabajo buenos y bien remunerados» dentro de un proceso con el que garantizar un medioambiente sostenible. Está diseñado para «promover la justicia y la igualdad al detener la opresión actual, prevenir la opresión futura y reparar la opresión histórica sobre las poblaciones indígenas, las comunidades racializadas, las comunidades migrantes, las comunidades desindustrializadas, las comunidades rurales despobladas, las personas pobres, los trabajadores con bajos ingresos, las mujeres, los mayores, los sintecho, gente con discapacidad y gente joven (esta resolución se refiere a todos ellos como “comunidades situadas en primera línea y vulnerables”)».

    La resolución del Green New Deal se basa en una «movilización nacional de diez años». Durante este periodo, el objetivo es lograr «que el cien por cien de la demanda de energía en Estados Unidos sea satisfecha a través de fuentes de energía limpia, renovable y sin emisiones de carbono». Entre otras medidas se incluyen la oposición «a los monopolios propios e internacionales»; el apoyo a la agricultura familiar; la construcción de un sistema sostenible de alimentación; la creación de una infraestructura para vehículos que no produzca emisiones; la promoción del transporte público; la inversión en el tren de alta velocidad; la garantía de un intercambio tecnológico internacional vinculado al clima; la colaboración con comunidades situadas en primera línea, sindicatos del trabajo y cooperativas de trabajadores; proporcionar un trabajo garantizado, una preparación y una educación superior a la población trabajadora; asegurar un sistema de salud de calidad y universal a toda la población de Estados Unidos; la protección de las tierras y las aguas públicas.[37]

    A diferencia del New Deal del Partido Verde, la resolución del Green New Deal del Partido Demócrata según fue presentada por Ocasio-Cortez y Markey no se opone directamente al capital financiero o al gasto militar e imperialista de Estados Unidos. Su carácter radical se reduce más bien al vínculo entre una movilización masiva para combatir el cambio climático y una transición justa para las comunidades en primera línea que incluya medidas económicas redistributivas. Y aun así no cabe duda acerca de la naturaleza radical de las exigencias expuestas, que si se aplicasen en su totalidad exigirían una movilización masiva de toda la sociedad que apuntase a una amplia transformación del capital estadounidense y a la expropiación de la industria de los combustibles fósiles.

    El plan de treinta y cuatro páginas de Sanders para el Green New Deal va todavía más allá.[38] Exige un cien por cien de suministros con energías renovables para la electricidad y el transporte en 2030 (lo que conduce a una reducción del 71% en las emisiones de carbono en Estados Unidos) y una descarbonización completa como muy tarde en 2050. Plantea lograr todo esto gracias a una inversión pública de 16,3 billones de dólares en la movilización masiva de recursos con la que abandonar los combustibles fósiles; el énfasis en una transición justa tanto para los trabajadores como para las comunidades en primera línea; la declaración de una emergencia nacional por el cambio climático; la recuperación del Cuerpo Civil de Conservación,[39] y la prohibición de las perforaciones mar adentro, el fracking y la minería de carbón de remoción de cima. Además, ofrecería doscientos mil millones de dólares al Fondo Verde del Clima para apoyar las transformaciones necesarias en países pobres con la intención de ayudar a reducir un 36% las emisiones de carbono para 2030 en los países menos industrializados.

    Para asegurar una transición justa para el conjunto de los trabajadores y trabajadoras, Sanders propone «hasta cinco años de salario garantizado, ayuda en la búsqueda de empleo, ayuda en el traslado, sanidad y una pensión basada en el salario anterior», además de ayuda para la vivienda, a todos los empleados desplazados debido al abandono de los combustibles fósiles. Los trabajadores recibirán formación en diferentes itinerarios profesionales, incluidos cuatro años de educación universitaria completamente pagados. El coste de la sanidad estaría cubierto por Medicare for All. A todo ello se le añadirían los principios de justicia medioambiental para así proteger a la población situada en primera línea. Se destinaría financiación a estas comunidades, incluidas las indígenas. La soberanía de las tribus sería respetada, pues en el plan de Sanders está incluido que se ofrecerían 1.120 millones de dólares para programas de acceso y extensión de los terrenos tribales. A ello hay que sumar que el gobierno «destinará 41.000 millones de dólares a ayudar a transformar las macrogranjas» en «prácticas ecológicamente regenerativas», además de apoyar a las granjas familiares.

    La financiación llegaría de diversas fuentes, entre las que se incluyen: (1) «un aumento masivo de impuestos a los ingresos y la riqueza de las compañías contaminantes y de los inversores en combustibles fósiles», así como «un aumento de las sanciones a la contaminación que provenga de la generación de energía con combustibles fósiles» por parte de las empresas; (2) la eliminación de los subsidios a la industria de los combustibles fósiles; (3) «la generación de ingresos con la venta de energía producida por las Administraciones de Comercialización de Energía regionales», a lo que hay que añadir los ingresos utilizados para sostener el Green New Deal y que van a ser recaudados hasta 2035, tras lo cual la electricidad será suministrada prácticamente gratis a los consumidores, más allá de los costes de operaciones y mantenimiento; (4) un recorte en los gastos militares destinados a proteger los suministros globales de petróleo; (5) la recaudación de impuestos adicionales provenientes del aumento del empleo, y (6) haciendo que las empresas y los ricos paguen «lo que les corresponde».[40]

    El Green New Deal de Sanders se diferencia por tanto de la resolución congresual de Ocasio-Cortez y Markey en: (1) el planteamiento de una línea temporal definida para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (más ambicioso para Estados Unidos, debido a su particular responsabilidad, de lo que de media y bajo el presupuesto global de carbono hace falta para el mundo); (2) su ataque directo al capital fósil; (3) que basa explícitamente la transición justa en las necesidades de la clase trabajadora en su conjunto, al tiempo que presta particular atención a las comunidades situadas en primera línea; (4) la especificación de que se van a crear veinte millones de puestos de trabajo nuevos, como en la anterior propuesta de New Deal del Partido Verde; (5) la prohibición de las perforaciones mar adentro, del fracking y de la minería de carbón de remoción de cima; (6) el enfrentamiento con el papel de las fuerzas armadas en la protección de la economía global de los combustibles fósiles; (7) la estipulación de un desembolso en el Green New Deal por parte del gobierno de 16,3 billones de dólares en diez años, y (8) que la financiación del propio Green New Deal dependa de impuestos a las compañías contaminantes.[41] El plan de Sanders, de todos modos, da un paso atrás respecto a la audaz propuesta del Partido Verde de reducir a la mitad el gasto militar.

    Las estrategias del Green New Deal popular que están siendo promovidas en este momento constituyen lo que en la teoría socialista se denomina reformas revolucionarias, esto es, reformas que prometen una reestructuración fundamental del poder económico, político y ecológico y que señalan inequívocamente hacia la transición del capitalismo al socialismo. La escala de los cambios que se prevén es mucho mayor y representa una amenaza de más envergadura al poder del capital que la que planteó a finales de los años treinta el segundo New Deal. La desinversión completa en combustibles fósiles, incluidas las reservas de combustibles, da forma a una especie de abolicionismo impulsado por la pura necesidad y cuyo mayor parecido se encuentra, en cuanto a sus efectos generales a escala económica, en la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Se ha estimado que, en 1860, los esclavos conformaban «el mayor activo financiero de toda la economía estadounidense, con un valor mayor que toda la manufactura y los ferrocarriles juntos».[42] Hoy en día, plantar cara a la industria de los combustibles fósiles y a las industrias e infraestructuras relacionadas, incluida toda la estructura financiera, hace que surjan conflictos similares por la riqueza y el poder simplemente en cuanto a la escala que implica, y esto solo se puede concebir si forma parte de una transformación ecológica y social generalizada. Tanto es así que el Banco Interamericano de Desarrollo declaró en 2016 que las empresas de energía se enfrentaban a una pérdida potencial de veintiocho billones de dólares debido a la necesidad que tiene el planeta de dejar los combustibles fósiles bajo el suelo.[43]

    Lo que el capital ha entendido desde el principio es que estos cambios amenazarían la totalidad del orden político-económico, dado que, una vez que la población se haya movilizado por el cambio, todo el metabolismo de la producción capitalista estaría en tela de juicio.[44] Klein escribe que las empresas energéticas «deberán dejar bajo el suelo lo que se ha demostrado que son reservas de combustibles fósiles [que ellas contabilizan como activos] valoradas en billones de dólares».[45] Para el movimiento por la justicia climática, enfrentarse de esta manera al capital fósil y al sistema capitalista imperante en su conjunto exige una movilización social y una lucha de clases de una escala enorme, pues la mayoría de las transformaciones en la producción energética se pondrán en marcha en apenas unos años.

    Está claro que ninguna de las propuestas de Green New Deal está siquiera cerca de concebir ―y mucho menos de abordar― la inmensidad de la tarea que plantea la actual emergencia planetaria; pero están fundamentadas en lo que es necesario que suceda que podrían hacer saltar la chispa de una lucha revolucionaria global por la libertad y la sostenibilidad, pues los cambios que se contemplan van contra la lógica del capital en sí misma y no se pueden lograr sin una movilización de emergencia por parte de la población.

    Aun así, hay contradicciones pendientes dentro de las propias estrategias del Green New Deal radical en cuanto al énfasis que se hace en el crecimiento económico y la acumulación de capital. Los límites que impone la necesidad de estabilizar el clima son severos y exigen cambios en la estructura de producción subyacente. No obstante, en gran parte todas las propuestas actuales de Green New Deal evitan mencionar la conservación directa de recursos o las reducciones en el consumo total, y mucho menos medidas de emergencia como el racionamiento en tanto que forma equitativa y desvinculada del precio con la que reasignar los escasos recursos sociales (una medida bastante popular en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial).[46] Ninguna tiene en consideración el nivel de despilfarro integral para el actual sistema de acumulación ni cómo ello se podría convertir en algo ecológicamente de provecho. En su lugar, todos los planes parten de la base de promover un crecimiento económico o una acumulación de capital rápidos y exponenciales, pese al hecho de que ello agravaría la emergencia planetaria y a que los verdaderos éxitos del segundo New Deal tuvieron mucho menos que ver con el crecimiento que con la redistribución económica y social.[47] Tal y como avisa Klein, el plan para un Green New Deal fracasaría estrepitosamente tanto a la hora de proteger el planeta como en llevar a cabo una transición justa si tomase la senda de un «keynesianismo climático».[48]

    El IPCC y las estrategias de mitigación

    Con todo ello no se quiere negar que parezca estar en marcha un movimiento tectónico. Las estrategias que ahora mismo se están promoviendo para un Green New Deal radical amenazan con hacer saltar por los aires el proceso de iniciativas científico-políticas liderado por el IPCC en cuanto a lo que se puede y a lo que se debería hacer para combatir el cambio climático, pues hasta ahora este ha cortado el paso a todas las perspectivas sociales y de izquierda. El enfoque del IPCC respecto a las acciones sociales necesarias para mitigar la emergencia climática ha venido dictado en buena medida por la hegemonía política y económica actual, lo cual contrasta de manera nítida con su cuidadoso tratamiento científico de las causas y las consecuencias del cambio climático, que ha estado relativamente exento de intervenciones políticas. Las estrategias de mitigación para reducir las emisiones de dióxido de carbono en todo el mundo han sufrido hasta el momento el duro golpe de la dominación casi total de las relaciones capitalistas de acumulación y de la hegemonía de la economía neoclásica. Las líneas maestras que conforman estos escenarios de mitigación restringen de modo tajante los parámetros de cambio que se tienen en consideración y lo hacen a través de dispositivos como los modelos de evaluación integrada (IAM por sus siglas en inglés, enormes modelos informáticos que integran los mercados energéticos y los usos de la tierra junto a proyecciones de los gases de efecto invernadero) y las trayectorias socioeconómicas compartidas (SPP por sus siglas en inglés, que constan de cinco trayectorias diferentes dentro del actual statu quo, basadas por lo general en marcos tecnológicos, con un crecimiento económico sustancial y que en todos sus modelos deja formalmente a un lado las medidas políticas climáticas).

    El resultado de unos modelos así de conservadores, que descartan cualquier alternativa al funcionamiento actual de las cosas, es la proliferación de afirmaciones nada realistas sobre qué se puede hacer y sobre qué se debe hacer.[49] Por lo general, los escenarios de mitigación incorporados al proceso del IPCC: (1) asumen de manera implícita la necesidad de perpetuar la actual hegemonía político-económica; (2) desdeñan los cambios en las relaciones sociales en favor de los cambios tecnocráticos, en buena medida basados en tecnologías que no existen o que no son viables; (3) hacen hincapié en la oferta ―que consta de factores principalmente tecnológicos y vinculados al precio― más que en la demanda, o en reducciones directas en el consumo ecológico, para reducir las emisiones; (4) confían en las así llamadas «emisiones negativas» (es decir, la captura y, de algún modo, el almacenamiento de dióxido de carbono presente en la atmósfera) para permitir alcanzar rápidamente los objetivos de emisiones; (5) dejan a las masas de población fuera de la ecuación y asumen que el cambio será gestionado por unas élites administradoras con una mínima participación pública, y (6) postulan respuestas lentas que dejan fuera la posibilidad (de hecho, la necesidad) de una revolución ecológica.[50]

    Así pues, mientras que los modelos y las proyecciones del IPCC recogen de manera adecuada la escala del cambio climático y sus impactos socioecológicos, la escala del cambio social que se requiere para afrontar este desafío es minimizada de manera sistemática en los cientos de modelos de mitigación que utiliza. En su lugar, recurren a soluciones mágicas surgidas de intervenciones basadas en el precio de mercado (como el comercio de los derechos de emisión) y a tecnologías futuristas que parten de inventos que no son viables en la escala que se necesitaría y que están basados en las emisiones negativas.[51] Este tipo de modelos señalan resultados catastróficos para los cuales se supone que la única defensa está en la denominada «eficiencia del mercado» y en extravagantes tecnologías inexistentes y/o irracionales, pues se supone que estos enfoques permiten que la sociedad prosiga con su modelo productivo prácticamente intacto.

    Por tanto, la mayor parte de los modelos de mitigación incorporan tecnología de bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS por sus siglas en inglés), la cual promueve el cultivo de plantas (árboles principalmente) a una escala masiva para luego quemarlas y producir energía, mientras, simultáneamente, capturan el dióxido de carbono liberado a la atmósfera y, de algún modo, lo aíslan y almacenan, como en el caso del aislamiento geológico y oceánico. Si esto se implementase, requeriría de una cantidad de tierra igual a una o dos veces la India y de una cantidad de agua que se acerca a la que actualmente se usa en la agricultura en todo el mundo, y ello pese a la escasez mundial de agua.[52] Tampoco es que la promoción de estos enfoques puramente mecánicos sea un accidente; están profundamente insertos en la forma en que se elaboran estos informes y en el orden capitalista subyacente al que sirven.

    Según el destacado climatólogo Kevin Anderson, del Tyndall Centre for Climate Change Research de Reino Unido:

    El problema es que cumplir con el compromiso de entre 1,5 y 2º C exige reducciones en las emisiones de los países ricos de más del 10% anual, mucho más de lo que habitualmente se considera posible dentro del actual sistema económico. Los IAM tienen un papel importante y peligroso en lo que parece que es un intento por salir de este impasse. Detrás de una fachada de objetividad, el uso de estos modelos informáticos leviatánicos ha profesionalizado el análisis de la mitigación del cambio climático mediante la sustitución de la política, enmarañada y coyuntural, por el formalismo matemático, que no es coyuntural. Dentro de estos límites profesionales, los IAM sintetizan modelos climáticos sencillos y confían en cómo funcionan las finanzas y en cómo cambian las tecnologías, todo ello apuntalado por una interpretación económica [ortodoxa] del comportamiento humano.

    […]

    Habitualmente, los IAM utilizan modelos basados en axiomas del libre mercado. Los algoritmos que integran estos modelos presuponen cambios marginales, cercanos al equilibrio económico, y están fuertemente supeditados a pequeñas variaciones en la demanda como resultado de cambios marginales en los precios. El Acuerdo de París, por el contrario, establece un reto de mitigación que se aleja de los equilibrios de la economía de mercado actual y requiere de cambios inmediatos y radicales en todas las facetas de la sociedad.[53]

    Anderson insiste en que la realidad es que los modelos y proyecciones de escenarios climáticos que proporciona el IPCC y que luego son incorporados a los planes nacionales están basados en suposiciones extraídas del análisis general del equilibrio hecho por la economía neoclásica y se elaboran a partir de ideas acerca de la gradualidad de los cambios, según las exigencias del sistema de beneficio. Este tipo de condiciones en los escenarios de mitigación carecen de sentido en el contexto de la actual emergencia climática y son peligrosos en la medida en que coartan la acción que resultaría necesaria, pues ven en una tecnología que no existe a la única salvadora. De los numerosos modelos que el IPCC tuvo en cuenta para su informe de 2018, todos exigían la reducción de dióxido de carbono (CDR por sus siglas en inglés) o las denominadas emisiones negativas, principalmente a través de medios tecnológicos, pero también estaba incluida la reforestación.[54] Lo cierto es que, según explica Anderson, todo el enfoque que tiene el IPCC respecto a la mitigación ha sido un «fracaso acelerado» que ha guiado un proceso radicalmente opuesto a sus propias proyecciones y cuyo resultado es que «las emisiones anuales de CO2 han aumentado en torno al 70% desde 1990». Dado que los efectos de estas emisiones son acumulativos y no lineales y, además, cuentan con todo tipo de retroalimentaciones positivas, el «fracaso actual en la mitigación de las emisiones ha transformado el reto de un cambio moderado en el sistema económico en el de una revisión revolucionaria del sistema. Esta no es una posición ideológica; surge directamente de una interpretación científica y matemática del Acuerdo de París por el clima».[55]

    El IPCC reconoció en el informe de 2018 que se estaba acelerando la emergencia climática y dejó a un lado sus informes anteriores para animar tibiamente al desarrollo de enfoques respecto a la mitigación del cambio climático que tuviesen en cuenta también el factor demanda. Ello implica encontrar modos de reducir el consumo, por lo general a través del aumento de la eficiencia (aunque, como es habitual, se le resta importancia a la conocida paradoja de Jevons, según la cual en el capitalismo un aumento de la eficiencia lleva a un aumento de la acumulación y el consumo).[56] Se han presentado diversos escenarios de mitigación que demuestran que las intervenciones en la demanda constituyen la manera más rápida de abordar el cambio climático, e incluso en uno de los modelos se sugiere que se puede alcanzar el objetivo de permanecer por debajo de 1,5 ºC únicamente con un ligero margen de error y sin apoyarse en las denominadas tecnologías de emisiones negativas, sino que más bien ello dependería de mejoras en las prácticas agrícolas y forestales (consideradas una forma no tecnológica de reducción del dióxido de carbono).[57] Es más, estos resultados se alcanzan dentro de los supuestos extremadamente restrictivos de los modelos de mitigación del IPCC, los cuales incorporan formalmente (a través de los IAM y SSP) un crecimiento económico rápido y significativo al tiempo que se excluye toda intervención institucional (o política) respecto al clima. Por ello, algunos críticos radicales, como Jason Hickel y Giorgos Kallis, han sugerido que un enfoque sociopolítico sobre la demanda que haga hincapié en la abundancia y en las políticas redistributivas y que establezca límites al beneficio y al crecimiento (que hoy en día beneficia principalmente al 0,01%) ha demostrado ser mucho mejor en términos de mitigación y constituye la única solución realista.[58]

    Una virtud fundamental del surgimiento de las estrategias del Green New Deal radical o popular es, por tanto, que abren el terreno de lo posible de acuerdo a necesidades reales, colocando la cuestión de un cambio transformador como la única base de la supervivencia humana y civilizatoria: la libertad de la necesidad.[59] Aquí resulta importante reconocer que una revolución ecológica y social probablemente atraviese dos etapas que podemos denominar ecodemocrática y ecosocialista.[60] La movilización de la población en un principio adquirirá una forma ecodemocrática que pondrá el énfasis en la construcción de alternativas energéticas y de una transición justa, pero en un contexto general que carecerá de una crítica sistemática a la producción o el consumo. Sin embargo, cabe esperar que llegue un punto en el que la presión del cambio climático y de la lucha por la justicia social y ecológica, espoleada por la movilización de comunidades diversas, lleve a una perspectiva ecorrevolucionaria más amplia que perfore el velo de la ideología recibida.

    Aun así, el hecho es que el intento por construir un Green New Deal radical en un mundo aún dominado por el capital monopolista-financiero va a estar constantemente amenazado por una tendencia a virar hacia un keynesianismo verde, en el que la promesa de empleos ilimitados, rápido crecimiento económico y un consumo más elevado va a actuar contra cualquier solución a la crisis ecológica planetaria. Como señala Klein en On Fire:

    Un Green New Deal que sea creíble necesita un plan concreto para garantizar que los salarios de todos los buenos trabajos verdes que cree no se despilfarran en unos modos de vida de alto consumo y que, sin darse cuenta, acaben haciendo que las emisiones aumenten; un escenario en el que todo el mundo tiene un buen empleo y un montón de ingresos a su disposición y todo se gaste en chorradas prescindibles […]. Lo que nos hace falta son transiciones que reconozcan los límites rígidos de la extracción y que, simultáneamente, creen nuevas oportunidades para que la gente mejore su calidad de vida y encuentre placer fuera del ciclo infinito del consumo.[61]

    La senda hacia la libertad ecológica y social exige el abandono de un modo de producción cimentado sobre la explotación del trabajo humano y la expropiación de la naturaleza y de los pueblos, y que conduce a crisis económicas y ecológicas cada vez más frecuentes y severas. La sobreacumulación de capital bajo el régimen del capital monopolista-financiero ha conseguido que, a todos los niveles, el derroche sea fundamental para la preservación del sistema, creando una sociedad en la cual lo que es racional para el capital resulta irracional para las personas del mundo y para la Tierra.[62] Esto ha llevado a que se echen a perder vidas humanas en un trabajo innecesario dedicado a la producción de mercancías inútiles que requiere del despilfarro de los recursos naturales y materiales del planeta. En cambio, el alcance de este pródigo derroche de la producción y la riqueza humana, y de las de la Tierra misma, es una medida del enorme potencial que existe hoy en día para ampliar la libertad humana y satisfacer las necesidades individuales y colectivas al tiempo que se asegura un medioambiente sostenible.[63]

    En la actual crisis climática, son los países imperialistas situados en el centro del sistema los que han producido el grueso de las emisiones de dióxido de carbono que en este momento se concentran en el medioambiente. Son estos países los que aún tienen las mayores emisiones per cápita. Es más, estos mismos estados monopolizan la riqueza y la tecnología necesaria para reducir drásticamente las emisiones globales de carbono. Por ello, es esencial que los países ricos asuman la mayor parte de la carga en la estabilización del clima del planeta y reduzcan sus emisiones de dióxido de carbono en una tasa de un 10% anual o más.[64] El reconocimiento de esta responsabilidad por parte de las naciones ricas, junto a la necesidad global subyacente, es lo que ha llevado al repentino crecimiento de movimientos transformadores como Extinction Rebellion.

    Sin embargo, a largo plazo el principal impulso para una transformación ecológica en todo el mundo vendrá del sur global, donde la crisis planetaria está teniendo sus efectos más duros, además del sistema imperialista mundial y de una brecha cada vez mayor entre países ricos y pobres en su conjunto. Es en la periferia del mundo capitalista donde el legado de la revolución es más fuerte, y allí persisten las ideas más profundas acerca de cómo llevar a cabo este cambio tan necesario. Esto es especialmente evidente en países como Cuba, Venezuela y Bolivia, que han intentado revolucionar sus sociedades pese a los duros ataques del sistema imperialista mundial y pese a la dependencia histórica (en los casos de Venezuela y Bolivia) de la extracción energética, impuesta por las estructuras hegemónicas de la economía global. En general, es de esperar que el sur global sea el lugar donde crezca de un modo más rápido un proletariado medioambiental que surja de la degradación de las condiciones materiales de la población tanto a nivel ecológico como económico.[65]

    El papel de China en todo esto sigue siendo crucial y contradictorio. Es uno de los países más contaminados y que más recursos consume del mundo y sus emisiones de carbono son tan descomunales que por sí mismas constituyen un problema a escala global. No obstante, hasta el momento China ha hecho más que cualquier otro país por desarrollar tecnologías de energía alternativa destinadas a la creación de lo que oficialmente es denominado una civilización ecológica. Sorprendentemente, en buena medida sigue siendo autosuficiente en cuanto a los alimentos debido a su sistema agrícola, en el cual la tierra es una propiedad social y la producción agrícola depende principalmente de pequeños productores y de lo que queda de la responsabilidad colectivo-comunal. Lo que está claro es que las decisiones presentes y futuras del estado chino ―y, más aún, las del pueblo chino― respecto a la creación de una civilización ecológica probablemente serán claves a la hora de determinar el destino de la Tierra a largo plazo.[66]

    La revolución ecológica se enfrenta a la hostilidad de todo el sistema capitalista. Como mínimo, implica ir contra la lógica del capital. En su máximo desarrollo, implica trascender el sistema. Bajo estas condiciones, la respuesta reaccionaria de la clase capitalista, apoyada desde la retaguardia por la extrema derecha, será retrógrada, destructiva e incontrolada. Esto ya lo podemos ver en los numerosos intentos de la administración de Donald Trump por deshacerse incluso de la posibilidad de llevar a cabo los cambios necesarios para combatir el cambio climático (pareciera que para que con él el mundo quemase sus últimas naves), empezando con su retirada del Acuerdo de París por el clima y con la aceleración en la extracción de combustibles fósiles. La barbarie ecológica o el ecofascismo son amenazas evidentes en el actual contexto político global y forman parte de la realidad a la que cualquier revuelta ecológica de masas va a tener que enfrentarse.[67] En estas circunstancias, solo una lucha auténticamente revolucionaria, y no una reformista, va a ser capaz de salir adelante.

    Una era de cambio transformador

    Es un lugar común dentro de la literatura de las ciencias sociales, que son la encarnación del imperio de la ideología liberal, el contemplar la sociedad como si estuviese constituida por las acciones de los individuos que la conforman. Otros pensadores, más críticos, en ocasiones ofrecen la perspectiva opuesta, en la que los individuos son el producto de la estructura social en su conjunto. Un tercer modelo general observa cómo los individuos influyen en la sociedad y cómo la sociedad influye en los individuos en una especie de movimiento de ida y vuelta, percibido como una síntesis de estructura y agencia.[68]

    Frente a estas corrientes dominantes, las cuales son casi todas enfoques liberales que dejan escaso margen para una genuina transformación social, la teoría marxiana, con su perspectiva histórico-dialéctica, descansa sobre lo que el filósofo realista crítico Roy Bhaskar ha denominado «modelo transformador de la actividad social», en el que los individuos nacen en el interior de la historia y son socializados en una sociedad dada (en un modo de producción dado) que establece los parámetros iniciales de su existencia.[69] Sin embargo, estas condiciones y las relaciones productivas cambian de maneras impredecibles y contingentes durante el curso de sus vidas, lo que lleva a consecuencias, contradicciones y crisis involuntarias. Los seres humanos, atrapados en situaciones que no han escogido, actúan tanto espontáneamente como a través de movimientos sociales organizados, y en todo ello se refleja tanto la clase como otras identidades individuales y colectivas, y buscan cambiar las estructuras existentes de reproducción social y transformación social, dando lugar a momentos históricos críticos formados por rupturas y revoluciones radicales y por nuevas realidades emergentes. Como escribió Karl Marx: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado».[70]

    Este modelo transformador de la actividad social respalda una teoría de la autoemancipación del ser humano dentro de la historia. Las relaciones sociales existentes se convierten en grilletes para el desarrollo humano general, pero también dan lugar a las contradicciones fundamentales en el proceso de trabajo y producción ―o lo que Marx llamó «metabolismo social de la humanidad y la naturaleza»―, que llevan a un periodo de crisis y transformación que amenaza con la subversión revolucionaria de las relaciones sociales de producción o las relaciones de clase, de propiedad y de poder.[71] Hoy tenemos ante nosotros contradicciones así de agudas en el metabolismo de la naturaleza y la sociedad y en las relaciones sociales de producción, pero de un modo para el cual no existe ningún verdadero precedente histórico.

    En el Antropoceno, la emergencia ecológica planetaria se superpone a la sobreacumulación de capital y a una expropiación imperialista intensificada, creando una crisis económica y ecológica epocal.[72] Es la sobreacumulación de capital la que acelera la crisis ecológica global al llevar al capital a buscar formas nuevas de estimular el consumo para que los beneficios sigan circulando. El resultado de todo ello es un estado de Armagedón planetario que amenaza no solo la estabilidad socioeconómica, sino la supervivencia de la civilización y de la propia especie humana. Para Klein, la explicación central es sencilla: después de señalar que «Marx escribió acerca de la “fractura irreparable” del capitalismo con “las leyes naturales de la propia vida”», continúa y subraya que «en la izquierda mucha gente ha defendido que un sistema económico construido sobre la liberación de los apetitos voraces del capital arrasaría con los sistemas naturales de los que depende la vida».[73] Y esto es exactamente lo que ha ocurrido en el periodo que siguió a la segunda guerra mundial, a través de una gran aceleración de la actividad económica, el sobreconsumo por parte de los ricos y la consiguiente destrucción ecológica.

    Durante mucho tiempo la sociedad capitalista ha glorificado la dominación de la naturaleza. Es bien conocido que William James, el gran filósofo pragmático, se refirió en 1906 al «equivalente moral de la guerra». Aunque rara vez se menciona, el equivalente moral de James era una guerra contra la Tierra, para la que proponía «formar durante varios años a una parte del ejército para que fuera empleada contra la Naturaleza».[74] Hoy tenemos que revertir esto y tenemos que crear un nuevo equivalente moral de la guerra, más revolucionario, que no esté no destinado a utilizar un ejército para conquistar la Tierra, sino a que la población se movilice para salvar la Tierra y que este sea un lugar para que los seres humanos lo habiten. Esto solo se puede lograr a través de una lucha por la sostenibilidad ecológica y la igualdad real que tenga el objetivo de hacer resurgir los comunes globales. Según dijo Thunberg al dirigirse a las Naciones Unidas el 23 de septiembre de 2019: «Es aquí y ahora donde trazamos la línea. El mundo está despertando. Y el cambio se acerca, os guste o no». Esta vez el mundo está en llamas.

    JOHN BELLAMY FOSTER es profesor de sociología en la Universidad de Oregón y editor desde hace años de la revista Monthly Review. Su trabajo se ha centrado en la teoría de la fractura metabólica, en el estudio del imperialismo, en el legado teórico de Marx y en la necesidad de una revolución ecosocialista.

    La obra que ilustra este artículo es Hoguera de San Juan en la playa de Skagen (1906), de Peder Severin Krøyer.

    [1] Aquí la revolución es vista como un proceso complejo que abarca muchos actores y fases, a veces emergentes, a veces desarrollados, y que incluye una impugnación fundamental del estado además de la estructura social de propiedad, productiva y de clases. Puede implicar a actores cuyas intenciones no sean revolucionarias, pero que objetivamente son parte del desarrollo de una situación revolucionaria. Para una analogía histórica, ver George Lefebvre, The Coming of the French Revolution, Princeton, Princeton University Press, 1947 [trad. cast.: 1789: Revolución Francesa, Barcelona, Laia, 1981]. En torno al concepto en sí mismo de revolución ecológica, ver John Bellamy Foster, The Ecological Revolution, Nueva York, Monthly Review Press, 2009, pp. 11-35.

    [2] Naomi Klein, On Fire: The (Burning) Case for a Green New Deal, New York, Simon and Schuster, 2019.

    [3] James Baldwin, The Fire Next Time, Nueva York, Dial, 1963 [trad. cast.: La próxima vez el fuego, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1964].

    [4] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, Ginebra, IPCC, 2018.

    [5] John Haltiwanger, «This Is the Platform That Launched Alexandria Ocasio-Cortez, a 29-Year-Old Democratic Socialist, to Become the Youngest Woman Ever Elected to Congress»Business Insider, 4 de enero de 2019.

    [6] Greta Thunberg, No One Is Too Small to Make a Difference, Londres, Penguin, 2019, pp. 19-24.

    [7] Congresista Alexandria Ocasio-Cortez, 116.º Congreso, Primera Sesión, resolución de la cámara 109, «Recognizing the Duty of the Federal Government to Create a Green New Deal» (en lo que sigue referida como Green New Deal Resolution), 7 de febrero 2019.

    [8] Klein, óp. cit., pp. 1-7.

    [9] Thunberg, óp. cit., p. 61.

    [10] Bernie Sanders, The Green New Deal, 22 de abril de 2019.

    [11] Res. 109, lista de apoyos; S. Res. 59, lista de apoyos.

    [12] Eliza Barclay y Brian Resnick, «How Big Was the Global Climate Strike? 4 Million People Activists Estimate»Vox, 20 de septiembre de 2019.

    [13] «Transcript: Greta Thunberg’s Speech to UN Climate Action Summit», NPR, 23 de septiembre de 2019.

    [14] IPCC, Special Report on the Ocean and Cryosphere in a Changing Climate (Summary for Policymakers), Ginebra, IPCC, 2019, pp. 22-24, 33.

    [15] Nicholas Stern, «We Must Reduce Greenhous Gas Emissions to Net Zero or Face More Floods»The Guardian, 7 de octubre de; NPR, óp. cit. Con frecuencia se asume que el mundo debe quedarse por debajo de los 2 ºC para evitar un punto de no retorno con respecto a la relación del ser humano con el planeta, pero cada vez más datos científicos señalan que la marca está en 1,5 ºC. La mayoría de los esquemas de mitigación climática que reconoce el IPCC asumen una superación temporal del límite de 1,5 ºC (si no del límite de 2 ºC) con emisiones negativas y luego la supresión de carbono de la atmósfera antes de que hayan tenido lugar los peores efectos. Pero cada vez está más asumido que una estrategia así es peor que una ruleta rusa en lo que se refiere a las posibilidades estadísticas y solo trae consigo aún más quimeras.

    [16] http://systemchangenotclimatechange.org. Ver también Martin Empson (ed.), System Change Not Climate Change, Londres, Bookmarks, 2019.

    [17] Para la diferencia entre acción por el clima y justicia climática, ver Klein, óp. cit., pp. 27-28.

    [18] A la marcha por el clima le siguió más tarde la acción Flood Wall Street, en la que los manifestantes pusieron en práctica la desobediencia civil, pero les faltó la fuerza de las masas.

    [19] Klein, óp. cit., pp. 27-28.

    [20] Thunberg, óp. cit., p. 16.

    [21] Poblaciones situadas en primera línea o comunidades en primera línea es una fórmula en inglés (frontline communities), aún no demasiado común en castellano, para hacer referencia a la población que, por diferentes condiciones sociales, políticas y económicas, es probable que sufra  las consecuencias del cambio climático antes y con menos recursos para hacerle frente. (N. de Contra el diluvio).

    [22] Partido Verde de Estados Unidos, Green New Deal Timeline; Green New Deal Policy Group, A Green New Deal, Londres, New Economics Foundation, 2008; Larry Elliott, «Climate Change Cannot Be Bargained With»The Guardian, 29 de octubre de 2007.

    [23] Thomas Friedman, «A Warning from the Garden»The New York Times, 19 de enero de 2007.

    [24] Alexander C. Kaufman, «What’s the “Green New Deal”?»Grist, 30 de junio de 2018.

    [25] UNEP, Global Green New Deal, Ginebra, UNEP, 2009.

    [26] Green European Foundation, A Green New Deal for Europe, Bruselas, Green European Foundation, 2009.

    [27] David Milton, The Politics of U.S. Labor, Nueva York, Monthly Review Press, 1982.

    [28] Climate Justice Alliance, «History of the Climate Justice Alliance».

    [29] John Bellamy Foster, «Ecosocialism and a Just Transition»Monthly Review, 22 de junio de 2019; Climate Justice Alliance, «Just Transition: A Framework for Change».

    [30] Science for the People ha sido el principal defensor de un Green New Deal popular que incorporase una transición para los trabajadores y las comunidades más vulnerables frente a los intentos por hacer retroceder el Green New Deal a su forma corporativista anterior. Ver Science for the People, «Peoples’ Green New Deal».

    [31] Proyecto para desarrollar un sistema de sanidad público, garantizado y gratuito en Estados Unidos. (N. de Contra el diluvio).

    [32] Ley aprobada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 por la que se dotó al gobierno federal de una mayor capacidad de control y vigilancia sobre la ciudadanía, supuestamente en aras de luchar contra el terrorismo. (N. de Contra el diluvio).

    [33] Jill Stein, «Solutions for a Country in Trouble: The Four Pillars of the Green New Deal»Green Pages, 25 de septiembre de 2012.

    [34] Partido Verde, «We Can Build a Better Tomorrow Today, It’s Time for a Green New Deal».

    [35] Tessa Stuart, «Sunrise Movement, the Force Behind the Green New Deal Ramps Up Plans for 2020»Rolling Stone, 1 de mayo de 2019. Los miembros fundadores del Sunrise Movement habían tenido su primera experiencia en el movimiento que luchaba por la desinversión en industrias fósiles, particularmente en las universidades, el cual, en diciembre de 2018, afirmaba haber logrado desinversiones por valor de ocho billones de dólares. Sin embargo, los activistas se dieron cuenta de que el siguiente paso consistía en intentar enfrentarse al estado y cambiar el sistema a través de un Green New Deal. Klein, óp. cit., p. 22.

    [36] El Partido Verde se ha movido de manera explícita hacia el ecosocialismo y ha patrocinado la conferencia sobre ecosocialismo de Chicago del 28 de septiembre de 2019. Ver Anita Rios, «Green Party Gears Up for Ecosocialism Conference»Black Agenda Report, 10 de septiembre de 2019.

    [37] Res. 109, «Recognizing the Duty of the Federal Government to Create a Green New Deal».

    [38] Sanders está completamente solo entre los principales candidatos demócratas para las elecciones de 2020 en cuanto a la promoción de un verdadero Green New Deal. El Plan para una Revolución de las Energías Limpias y la Justicia Medioambiental de Joe Biden, presentado en junio de 2019, deja completamente a un lado el énfasis que hace el IPCC en que las emisiones de dióxido de carbono deben reducirse en torno a un cincuenta por ciento en 2030 para permanecer por debajo de 1,5 ºC y, simplemente, promete promover políticas con las que lograr unas emisiones de cero neto en 2050 y un gasto de 1,7 billones de dólares durante diez años en la lucha contra el cambio climático. Elizabeth Warren ha suscrito la resolución del Green New Deal, pero en su Plan de Energías Limpias, presentado en septiembre de 2019, no va más allá de afirmar que apoya una movilización de diez años y hasta 2030 con el objetivo de alcanzar un cero neto de emisiones de gases de efecto invernadero «lo antes posible»; además, propone una inversión de tres billones de dólares durante diez años. Su plan evita mencionar una transición justa para los trabajadores y las poblaciones vulnerables.

    [39] El Cuerpo Civil de Conservación fue un programa muy popular que formó parte del New Deal original. Este organismo ofreció trabajo a cientos de miles de jóvenes desempleados en tareas de recuperación, cuidado y conservación de los recursos naturales. (N. de Contra el diluvio).

    [40] Sanders, óp. cit.

    [41] Pese a que en la resolución del Green New Deal presentada por Ocasio-Cortez y Markey no se aborda cómo sería financiado, el énfasis se puso en la creación de bancos públicos, en una expansión cuantitativa verde y en el gasto deficitario debido a la baja capacidad productiva actual ―una perspectiva apoyada por la teoría monetaria moderna―, y evita deliberadamente hablar de la financiación a través de impuestos a las empresas. Ver Ellen Brown, «The Secret to Funding a Green New Deal»Truthdig, 19 de marzo de 2019.

    [42] David Blight, citado en Ta-Nehisi Coates, «Slavery Made America»Atlantic, 24 de junio de 2014.

    [43] Ben Caldecott et al., Stranded Assets: A Climate Risk Challenge, Washington D.C., Banco Interamericano de Desarrollo, 2016.

    [44] Naomi Klein, This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate, Nueva York, Simon and Schuster, 2014, pp. 31-63 [trad. cast.: Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, Barcelona, Paidós, 2015].

    [45] Klein, On Fire, p. 261; J. F. Mercure et al., «Macroeconomic Impact of Stranded Fossil Fuel Assets»Nature Climate Change, 8, 2018, pp. 588-593.

    [46] Klein, This Changes Everything, pp. 115-116.

    [47] Nancy E. Rose, Put to Work, Nueva York, Monthly Review Press, 2009.

    [48] Klein, On Fire, p. 264.

    [49] Kevin Anderson, «Debating the Bedrock of Climate-Change Mitigation Scenarios»Nature, 16 de septiembre de 2019; Zeke Hausfather, «Explainer: How “Shared Socioeconomic Pathways” Explore Future Climate Change»Carbon Brief, 19 de abril de 2018.

    [50] Estos defectos forman parte de manera directa de los SPP y los IAM. Ver Oliver Fricko et al., «The Marker Quantification of the Shared Socioeconomic Pathway 2: A Middle-of-the-Road Scenario for the 21st Century»Global Environmental Change, 42, 2017, pp. 251-267. Para una evaluación crítica general, ver Jason Hickel y Giorgos Kallis, «Is Green Growth Possible?», New Political Economy, 17 de abril de 2019.

    [51] Kevin Anderson y Glen Peters, «The Trouble with Negative Emissions», Science, 354, n.º 6309, 2016, pp. 182-183; European Academies Science Advisory Council, Negative Emission Technologies: What Role in Meeting Paris Agreement Targets, EASAC Policy Report 35, Halle, Academia Alemana de Ciencias, 2018.

    [52] Ver John Bellamy Foster, «Making War on the Planet»Monthly Review, 70, n.º 4, septiembre de 2018, pp. 4-6.

    [53] Anderson, óp. cit.

    [54] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, 16, 96.

    [55] Anderson, óp. cit.

    [56] Ver John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift, Nueva York, Monthly Review Press, 2010, pp. 169-182

    [57] IPCC, Calentamiento global de 1,5ºC, 15-16, 97; Jason Hickel, «The Hope at the Heart of the Apocalyptic Climate Change Report»Foreign Policy, 18 de octubre de 2018. Ver también Arnulf Grubler, «A Low Energy Demand Scenario for Meeting the 1.5ºC Target and Sustainable Development Goals Without Negative Emission Technologies», Nature Energy, 3, n.º 6, 2018, pp. 512-527; Joeri Rogelj et al., «Scenarios Towards Limiting Global Mean Temperature Increase Below 1.5ºC», Nature Climate Change, 8, 2018, pp. 325-332; Christopher Bertram et al. «Targeted Policies Can Compensate Most of the Increased Sustainability Risks in 1.5ºC Mitigation Scenarios»Environmental Research Letters, 13, n.º 6, 2018.

    [58] Hickel y Kallis, óp. cit.

    [59] J. D. Bernal, The Freedom of Necessity, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1949.

    [60] Ver John Bellamy Foster, «Ecology», en Marcelo Musto (ed.) The Marx Revival, Cambridge, Cambridge University Press, 2000, p. 193.

    [61] Klein, On Fire, p. 264.

    [62] Ver Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, Monopoly Capital, Nueva York, Monthly Review Press, 1966.

    [63] John Bellamy Foster, «The Ecology of Marxian Political Economy»Monthly Review, 63, n.º 4, septiembre de 2011, pp. 1-16; Fred Magdoff y John Bellamy Foster, What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism, Nueva York, Monthly Review Press, 2011, pp. 123-144; William Morris, News from Nowhere and Selected Writings and Design, Londres, Penguin, 1962, pp. 121-122.

    [64] Kevin Anderson y Alice Bows, «Beyond “Dangerous” Climate Change: Emission Scenarios for a New World»Philosophical Transactions of the Royal Society, 369, 2011, pp. 20-44.

    [65] Para un debate sobre la actual situación ecológica del sur global y su relación el imperialismo, ver John Bellamy Foster, Hannah Holleman y Brett Clark, «Imperialism in the Anthropocene»Monthly Review, 71, n.º 3, julio-agosto de 2019, pp. 70-88. Acerca del concepto de proletariado medioambiental, ver Bellamy Foster, Clark y York, óp. cit. pp. 440-441.

    [66] El asunto de China y la ecología es complejo. Ver John B. Cobb (en conversación con Andre Vltchek), China and Ecological Civilization, Yakarta, Badak Merah, 2019; David Schwartzman, «China and the Prospects for a Global Ecological Civilization»Climate and Capitalism, 17 de septiembre de 2019; Lau Kin Chi, «A Subaltern Perspective on China’s Ecological Crisis», Monthly Review, 70, n.º 5, octubre de 2018, pp. 45-57. Sobre el concepto de civilización ecológica y su relación con China, ver John Bellamy Foster, «The Earth-System Crisis and Ecological Civilization»International Critical Thought, 7, n.º 4, 2017, pp. 439-458.

    [67] Naomi Klein, «Only a Green New Deal Can Douse the Fires of Eco-fascism»The Intercept, 16 de septiembre de 2019.

    [68] Roy Bhaskar, Reclaiming Reality: A Critical Introduction to Contemporary Philosophy, Londres, Routledge, 2010, pp. 74-76.

    [69] Ibíd., pp. 76-77, 92-94.

    [70] Karl Marx, Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte, 1852; Nueva York, International Publishers, 1963, p. 15 [trad. cast.: El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, en Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas, tomo I, Editorial Progreso, Moscú, 1981].

    [71] Karl Marx, Capital, vol. 1, Londres, Penguin, 1976, p. 283 [trad. cast.: El capital, vol. I, Madrid, Siglo XXI,, 2017].

    [72] Ver Ian Angus, Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth System, Nueva York, Monthly Review Press, 2016, pp. 175-191.

    [73] Klein, On Fire, pp. 90-91; Karl Marx, Capital, vol. 3, Londres, Penguin, 1981, p. 949 [trad. cast.: El capital, vol. III, Madrid, Siglo XXI, 2017].

    [74] William James, «Proposing the Moral Equivalent of War», discurso en la Universidad de Stanford, 1906.

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  • Entrevista a Fridays for Future: «Están implicándose en la lucha contra el cambio climático personas de dieciséis años que nunca antes había participado en algo parecido»

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    Dentro de la serie de entrevistas a colectivos con creciente participación en las movilizaciones ecologistas, y tras hablar con integrantes de XR, entrevistamos a Marta y a Javier, parte del movimiento de Fridays for Future en Madrid. Fridays for Future es un movimiento internacional que nació en Agosto de 2018, siguiendo el modelo de protesta que comenzó la activista Greta Thunberg frente al parlamento sueco, para denunciar la inacción de los gobiernos en materia de cambio climático. En nuestro territorio convocan sentadas desde principios de 2019, delante del Congreso en Madrid y enfrente de instituciones gubernamentales de otras ciudades, en las que intervienen cada vez más jóvenes que quieren reclamar las medidas necesarias para combatir la crisis climática. Llaman específicamente a la movilización de los jóvenes porque van a ser quienes hereden las consecuencias de que se tomen ahora o no las medidas necesarias para evitar los peores efectos del cambio climático. 

    P: Lo primero que os queríamos pedir es si nos podríais explicar la historia de Fridays for Future, primero en un plano internacional y después cómo llega a España. 

    R: FFF a nivel internacional surge a raíz de la activista Greta Thunberg. Ya la conocemos, es una activista que  que comienza a manifestarse en la puerta del parlamento de su país alegando que su casa estaba en llamas relacionando esto con la cantidad de incendios forestales que había habido en su zona ese año. Empezó a través de saltarse clase todos los días para poner en el foco la gravedad de la situación y manifestarse contra el cambio climático. Cuando fue creciendo el movimiento se decidió que faltar a clase todos los días era demasiado complicado y se convirtió en una huelga estudiantil los viernes, de dónde sale el nombre Fridays for Future.

    El país en el que más fuerza inicial tuvo fue en Australia, después de unas declaraciones bastante insultantes del Primer Ministro respecto a los manifestantes que impulsaron a todavía más jóvenes a salir a la calle. El movimiento empezó a desarrollarse, todo esto fue durante la segunda mitad de 2018 y finalmente a Madrid llegó en febrero de 2019. Surgió a raíz de diferentes asambleas casi espontáneas, pero en el Estado Español ya se había organizado antes en ciudades de Cataluña, la primera Girona, y poco a poco fue expandiéndose por poblaciones más pequeñas y en general por todas las grandes ciudades. Esto fue como un mes antes de la primera movilización masiva que se hizo el 15 de marzo de 2019.

    P: ¿Por qué creéis que ha surgido ahora?

    R: Por una parte, ha sido esencial para la fuerza del movimiento la presencia de Greta como figura visible, sin ella el movimiento no hubiese tenido la potencia que ha tenido, pero también entran en juego otros factores. Fundamentalmente, la publicación del último informe del IPCC, que da datos todavía más evidentes que los publicados antes, que ya eran muy claros, de que estamos ante una crisis climática y que han acelerado mucho la movilización y la participación de la gente. Ha servido para convencer de que hay que tomar medidas muy importantes para mitigar y combatir los efectos del cambio climático. En este contexto y en coordinación con otros movimientos sociales, surge Fridays for Future.

    P: ¿Cómo se desarrolla la relación entre FFF España y el resto de grupos internacionales? ¿Os comunicáis directamente con los FFF de otros territorios, existe alguna organización supranacional?

    R: La estructura de Fridays for Future siempre se organiza en base a asambleas locales, desde las que se tiene control y potestad total para que se autogestionen. Los acuerdos de las asambleas de base se trasladan a un nudo de representantes a nivel estatal y desde ahí se adoptan las decisiones que hayan de tomarse a este nivel, siempre respetando los consensos adoptados en Asambleas de base. O sea, las decisiones a nivel estatal no van a contradecir ni modificar lo acordado por las Asambleas de base sino a organizar estas decisiones para la acción estatal. La gestión a nivel internacional también se articula en una coordinadora para la transmisión y difusión de las decisiones de niveles inferiores hacia arriba, pero ésta no participa en a la toma de decisiones vinculantes para el resto de las asambleas. La coordinadora internacional funciona para reunir los consensos de las organizaciones locales y para organizar la acción conjunta. Las decisiones tomadas a este nivel nos sirven de guía y para saber en qué dirección podríamos ir pero no son obligatorias para las asambleas inferiores.

    P: Esto nos parece interesante porque creemos que al final es necesario las estrategias de una organización local tienen siempre que tener en cuenta el contexto cercano en el que trabajan.

    R: Sí, es súper importante que el trabajo de cada organización local se haga teniendo en cuenta las particularidades y las circunstancias específicas de donde se sitúa. Así podemos medir mejor nuestras fuerzas y ver qué acciones pueden funcionar mejor según el país o la ciudad. Es por eso que desde dentro de Fridays For Future se han impulsado diferentes acciones internacionalmente, ya sean huelgas o manifestaciones u otro tipo de acciones, y que cada asamblea puede escoger qué tácticas aplicar. También por esto hemos podido impulsar movilizaciones distintas a las convocadas a nivel internacional. Esto pasó con la huelga estudiantil mundial del 20 de septiembre que aquí no se convocó para aunar fuerzas con el resto del movimiento ecologista. Decidimos no convocar la huelga el primer viernes para concentrar todos nuestros esfuerzos en las acciones convocadas a nivel nacional para el viernes siguiente, el 27, y también participar en una semana de acciones con más organizaciones ecologistas.

    P: ¿Habéis notado muchas diferencias, entonces, entre las organizaciones de Fridays for Future en cada país?

    R: Claro que hay muchísimas diferencias. Por una parte hay países que tienen más fuerza en cuanto a capacidad movilizatoria pero cuya fuerza en cuanto a discurso es mucho menor. Por otra parte, aquí hemos tenido la suerte de que existía ya una estructura asamblearia y un tejido de movimientos sociales muy fuerte sobre los que trabajar y eso internacionalmente nos lo han hecho notar. Se puso de manifiesto que aportamos un montón de herramientas para moderar asambleas o para llegar fácilmente a consensos, y se nos felicitó por ello. También existen por supuesto diferencias en nuestras posturas. En el plano ideológico, hemos encontrado cómo las organizaciones de la zona este son más reticentes al anticapitalismo que en países cercanos, a los que solemos ser más afines.

    P: Algunos de los comentarios que vimos al principio es que aquí, en comparación con otros países, Fridays for Future parece que no ha conseguido incluir a gente desde el colegio, sino a partir del instituto y sobre todo desde la universidad. ¿A qué creéis que se debe esto?

    R: También aquí entran en juego varios factores. El primero es la diferencia del horario en España comparado con otros países Europeos. O sea, aquí no te puedes saltar el instituto si tienes 14 o 15 años a las 12 de la mañana porque es imposible que te dejen, y si lo haces varias veces te van a expulsar. En cambio en otros países esa hora es realmente la hora de comer y los institutos casi han acabado las clases. Además, los horarios en los institutos no son nada flexibles, vas de clase en clase con descansos cortísimos entre medias y no sueles tener tiempo para hacer cosas con tus compañeros fuera de lo relacionado con estudiar. Tampoco te incentivan para nada a que participes en las decisiones que van a afectar al centro. Las asambleas de delegados realmente no suelen funcionar bien y muchas veces no tienes casi comunicación con gente de otros cursos.

    Es verdad que aquí nuestros integrantes vienen sobre todo de la universidad pero es porque hemos visto que los espacios de politización para los jóvenes están sobre todo en las universidades. Ahí es donde entras por primera vez en contacto con un tejido asociativo o con el sistema asambleario, y también donde encuentras muchos más espacios comunes o de reunión y esto potencia que se creen este tipo de movimientos. Lo que sí que estamos viendo es cómo gente cada vez más joven se politiza cada vez más rápido. Se nos están uniendo personas de 16 años, que nunca antes había participado en algo parecido, y que en pocos meses adquieren unos niveles súper altos de implicación y de formación política como activistas. En Fridays se nota un montón cómo influye que compartan espacios personas que acaban a empezar a hacer activismo político con otras más veteranas. Entrar con 16 años en una organización en la que vas a compartir responsabilidades con gente experimentada en otros movimientos sociales, que te puede aportar un montón, es súper enriquecedor. Estamos seguros de que por eso hay mucha gente muy joven en FFF que cuando tenga veintipocos años van a ser súper súper potentes.

    P: Es verdad que tradicionalmente la poca movilización que ha habido en institutos se ha llevado sobre todo desde las AMPAS o ya a nivel del profesorado. Aquí existen Madres x el Clima y Teachers for Future, ¿sabéis si estas organizaciones tienen también vertiente internacional o si existen análogos suyos en otros países?

    R: Creemos que Teachers for Future sí está en contacto con organizaciones similares a nivel internacional pero que sepamos, Madres x el Clima no.

    P: Tras las diferentes acciones que se han llevado a cabo desde septiembre y ya súper asentados, ¿cómo se articula vuestra relación y vuestra participación con otras organizaciones del movimiento ecologista?

    R: Lo que es la gestión de estas relaciones se hace a través de una Comisión de Relaciones Externas dentro de la organización, y tenemos contacto directo con todas. También creemos que desde el movimiento ecologista, la creación de FFF se ha recibido como un BOOM, como una revitalización del movimiento. El resto de las organizaciones ecologistas llevaban mucho tiempo intentando que se consiguiera lo que han conseguido las movilizaciones de los jóvenes, que es que se incluya la crisis climática en el centro del debate político. Esto es algo que se llevaba luchando desde hace tiempo y que parece que por fin se está dando. En parte por eso, nuestra colaboración está siendo muy cercana y muy fluida. Las últimas movilizaciones se han impulsado y organizado codo con codo con muchas otras organizaciones y desde plataformas muy grandes que incluían desde asociaciones ecologistas hasta sindicatos. Esta lucha, que es tan general y que tiene un impacto tan grande, no puede focalizarse sólo en los esfuerzos de los jóvenes. Aunque empezáramos nosotras y aunque fuese sobre todo la juventud la que se movilizó en 15 de marzo también queremos que quede claro que éste no es un problema que nos afecte solamente a la juventud. Al final tenemos que salir toda la sociedad. Esto forma parte de nuestro discurso y de lo que demandamos, y creemos que se consiguió con las acciones del 27 de septiembre y del 7 de octubre que se convocaron no solo desde Fridays sino junto con las plataformas de Alianza por el Clima, Alianza por la Emergencia Climática y 2020 Rebelión por el Clima. Consideramos que está muy bien que salgamos los jóvenes pero que al final tenemos que salir todas.

    P: Desde fuera nos parece que las llamadas a la acción de Fridays se hacen en general desde mensajes esperanzadores y no desde el auto-sacrificio o de alarmas catastrofistas. Aunque el movimiento funcione de manera cohesionada y organizada, obviamente existen diferencias entre cada organización, las hay que tienen visiones de futuro más optimistas o más colapsistas, ¿habéis notado mucho esto a la hora de llevar a cabo acciones conjuntas? 

    R: Obviamente existen diferencias en nuestros mensajes y estrategias de comunicación, y también a otros niveles. No todas las organizaciones tenemos las mismas demandas ni objetivos, por una parte XR demanda la descarbonización completa y emisiones cero netas para 2025, mientras que FFF las exige para 2035. A nivel organizativo, también encontramos diferencias porque nosotras somos tejido asambleario puro y duro mientras que ellos se organizan desde la oligocracia. Lo que pasa es que dentro del movimiento ecologista entendemos que nuestros objetivos finales son comunes y que colaborar siempre será positivo para juntar nuestras fuerzas. Puede haber muchas cosas en las que no estemos de acuerdo pero el consenso se encuentra a través de acuerdos de mínimos y lo importante es que las movilizaciones sean un éxito, y lo están siendo.

    P: Cada vez sois más conocidos, ¿habéis sentido que la atención que estáis recibiendo tiene parte condescendiente o infantilizadora? Nos referimos tanto a los medios como a gente de otras organizaciones o a integrantes de partidos políticos, con los que puede pasar que te den la razón públicamente, que te digan que sí a todo, mientras realmente trabajan en otras posturas.

    R: Creemos que este no ha sido el caso, y que justamente en Fridays hemos sido muy valientes tomando decisiones para que esto no pasase. Cuando la gran mayoría de las organizaciones ecologistas se reunieron con cargos del gobierno en una de las rondas de diálogo con representantes de movimientos sociales, Fridays decidió decir que no. No queríamos entrar a valorar si reunirse con el gobierno era una buena o mala idea pero sobre todo no queríamos que se instrumentalizase con posibles fines electoralistas una lucha tan grande, mucho más grande que personas y gobiernos, y que trasciende el posible gobierno de coalición que se discutía entonces.

    Al mismo tiempo, desde los medios de comunicación, nos suelen llegar peticiones muy específicas para que nos represente una chica joven, concienciada y comprometida que pueda emular la figura de Greta. Nos hemos encontrado con peticiones de aparición en medios que eran casi como una lista de la compra. Pedían: una chica, de dieciséis años, que pueda hablar de ciertos temas, etc. Buscan recrear el fenómeno mediático que se ha creado alrededor de Greta, pero aquí no hemos querido que nuestro movimiento tenga únicamente una cara visible. Queremos que sea plural, y para eso contamos con una Asamblea de portavoces que se organizan para rotar en las apariciones de prensa todo lo posible. Si alguna acaba de aparecer en un medio grande, la próxima vez irá otra, y así. Además, en parte creemos que nos ha podido beneficiar que, al contrario de lo que pudiesen esperar los medios de comunicación, nuestras integrantes más jóvenes, como hemos dicho antes, están adquiriendo una formación política enorme, que sobrepasa la media y que sobrepasa los niveles de madurez que se adquieren normalmente en unos pocos meses. Obviamente no se debería responsabilizar a niños de llevar estos discursos y de ponerlos en el foco del debate, pero nos están poniendo en una situación en la que es necesario que empecemos todas a movilizarnos por nuestro futuro porque si no, vemos que nadie lo hace. Entonces a lo mejor buscan a una niña inocente de 16 años que esperas que hable de la importancia de reciclar y termina explicando lo que significa una transición ecosocialista. Esto nos viene bien porque nos sirve para demostrar que aunque nos quieran tratar como a críos, no nos vamos a dejar porque ya no lo somos, porque nos han hecho crecer a base de leches.

    P: En cuanto a vuestra estrategia para elegir hacia quiénes dirigís estas demandas y a quién interpeláis en vuestras acciones, tanto a nivel nacional como internacional éstas suelen dirigirse hacia el gobierno y no tanto hacia empresas. Entendemos que esto es una decisión consciente ya que por ejemplo protestáis delante del Congreso, ¿por qué os concentráis ahí y en lugar de delante de determinadas empresas, ya sean Repsol, Cepsa, etc.?  Cuáles creéis que son los puntos fuertes de esta estrategia? 

    R: Obviamente creemos que es muy importante apelar a los gobiernos, porque al fin y al cabo son los que deberían estar tomando cartas en el asunto y promoviendo legislación y medidas para combatir el cambio climático. A través de apelar a los gobiernos y de forzarles a adoptar ciertas posiciones también conseguimos llamar la atención de la mayoría de la población, nuestras acciones pretenden llevar el mensaje de que estamos ante una emergencia climática, que esta no es una situación normal.

    De todas maneras estamos de acuerdo con que se lleven a cabo acciones en contra o para presionar a las empresas porque entendemos que los responsables de esta crisis son por una parte los gobiernos por su inacción política, pero por otra las empresas y los bancos por poner al capital frente a la vida, una y otra vez. De momento nos hemos centrado en acciones en instituciones políticas porque de alguna forma así es cómo nació nuestro movimiento, pero tenemos previsiones de llevarlas también ante empresas y avanzar también en nuestras estrategias y discurso. Además, también tenemos que diseñar nuestras estrategias para conseguir los objetivos que pretendemos y adaptarlas a lo que funciona aquí. Si creemos de verdad que por hacer sentadas delante de las oficinas de ciertas empresas, éstas van a cambiar realmente sus políticas de emisiones o residuos, ya ni hablemos de sus planes de negocio, vamos a tener que esperar sentados indefinidamente. No lo van a hacer porque lo que buscan es ganar dinero. Los que pueden llegar a cambiar cómo se hace ese dinero y dónde están los límites son los gobiernos, que en teoría nos representan a la sociedad. Ahí creemos que reside la fuerza de manifestarte delante del Parlamento de tu país, para presionar para que ahí dentro se legisle con mucha más fuerza para impedir que estas empresas no hagan lo que hacen.

    P: Dentro de estas formas de ejercer presión están, como nos habéis dicho antes, las sentadas delante del Congreso, y aunque en otros países han sido otras, ¿creéis que estas estrategias se adaptan bien a lo que queréis conseguir aquí?

    R: Las sentadas han sido una buena forma de lanzarnos y sobre todo de establecer un elemento de reivindicación que se identifique con Fridays pero obviamente pensamos que tenemos que evolucionar desde ahí. Planear las sentadas cada semana, sacar las convocatorias y los carteles, pedir los permisos, estar allí varias horas y trabajar en que participen cada semana más personas para que salgan bien conlleva mucho esfuerzo, que por supuesto desgasta a quiénes las organizamos. Por eso estamos sobre todo en FFF Madrid vamos a centrarnos en seguir sacando convocatorias todos los viernes, pero estas ya no van a ser siempre sentadas sino que queremos hacer también formaciones, a lo mejor asambleas temáticas, u otro tipo de acciones para seguir ejerciendo presión e impulsar nuestras demandas. Esto nos va a ayudar a tener otra perspectiva, ampliar miras y a seguir avanzando.

    P: Apelar al gobierno es uno de vuestras estrategias principales y tras todas las repeticiones de elecciones que ha habido últimamente, ¿cómo os planteáis vuestras estrategias según los posibles cambios en las instituciones a largo plazo? 

    R: Bueno, obviamente dependiendo de los partidos que lleguen al gobierno entenderemos que se pueden consolidar en algunas medidas o retroceder en ciertas políticas, pero al fin y al cabo nuestras demandas son claras y son las mismas para todos los partidos. Nosotras pedimos una serie de cosas y entendemos que según el partido, puede que sean más fáciles de seguir o menos, dependiendo de sus programas electorales o sus intereses. Al mismo tiempo, tampoco consideramos que el PSOE sea nuestro aliado ni en éste ni en ninguno de los escenarios conocidos. Han gobernado antes y no han hecho lo necesario. Ahora mismo, las políticas en materia medioambiental de todos los partidos en el Estado español son insuficientes y aún las cosas que se firman y acuerdan a nivel estatal muchas veces no se cumplen. De todas maneras, esto no pasa solo con las demandas ecologistas sino que parece que desde el gobierno a veces a muchos sectores de movimientos sociales se les dice que sí como a los tontos para luego no aplican las medidas que prometen, y ahí también tenemos que presionar.

    P: ¿Cuáles son vuestros objetivos a corto-largo plazo? En redes hemos visto que estáis impulsando la ECI, la Iniciativa Ciudadana Europea, ¿podéis contarnos un poco de en qué consiste?

    R: Nuestras próximas movilizaciones se estructuran sobre todo al rededor de la COP25 y nos queremos también centrar en la planificación para próximas acciones internacionales en 2020. Después de temporadas de movilizaciones muy grandes muy seguidas, tenemos que reorganizar nuestras fuerzas y ver cómo podemos seguir sumando a más gente. A largo plazo, cómo habéis dicho, y sobre todo a nivel internacional, estamos impulsando la Iniciativa Ciudadana Europea, una propuesta que aúna muchas de nuestras demandas de avances en política verde a nivel europeo, como la reducción del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 y la descarbonización total en 2035. Esta es una petición que tiene que recoger un millón de firmas antes de 2021 y así poder ser presentada y debatida en el Parlamento Europeo. Estamos haciendo campaña en todos los países en los que tenemos presencia así que animo a quienes lean esto a buscarla y firmarla ya que pensamos que llevarla al Parlamento puede ayudarnos a empezar a hacer avances necesarios para que se afronte también la crisis desde este nivel institucional.

    P: No sabemos hasta qué punto es un debate real, porque no han sido comentarios para nada oficiales y todas siguen siendo propuestas, pero hemos visto una supuesta oposición entre el Green New Deal y otras propuestas, como la ECI. ¿Tenéis alguna posición al respecto? 

    R: Desde Fridays impulsamos justamente la ECI porque la estamos apoyando a nivel internacional y también porque hemos participado desde que se ha ido formando y desde que se decidió presentar al Parlamento Europeo. Por supuesto, la apoyamos porque incluye muchas de las demandas que tenemos como organización pero también porque creemos que dentro de los actores internacionales grandes, la Unión Europea es uno de los más accesibles para ejercer nuestra influencia y que se cumpla lo que pedimos. El Green New Deal de momento es un proyecto para Estados Unidos y sobre el que, aunque sabemos que ha habido críticas, no tenemos una posición como organización. Nosotras creemos que los planes de transición que se vayan a adoptar deben cumplir como mínimo nuestras demandas, o ser más ambiciosos, y por eso apoyamos la ECI, pero no como un plan que se oponga a otro, sino que se trata de la propuesta que consideramos mejor ahora mismo.

    P: Bueno, para terminar, y esta es una pregunta que también le hicimos a Extinction Rebellion en su entrevista, ¿cuáles creéis que han sido vuestras victorias más importantes hasta ahora?

    R: Cuando vemos las fotos iniciales de Greta, sola delante del ayuntamiento de su ciudad, y las comparamos con imágenes de las movilizaciones del 27 de septiembre, ya sean de Madrid o de Nueva York, donde por todas partes podías ver a mareas de gente, consideramos que esa es una victoria. El 15 de marzo fuimos 30.000 personas aquí en Madrid, y unos meses más tarde fuimos 150.000, creemos que seguir sumando a tanta gente es súper necesario para ir ganando en la lucha.

    La ilustración de cabecera es «The classroom» (2016), de Catherine Lapointe Vollmer.

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  • Entrevista a Extinction Rebellion: «Intentamos generar una estética de la extinción para apelar a los sentimientos»

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    Hablamos con Saúl y Andrea, dos miembros de Extinction Rebellion (XR) de Madrid. XR es una organización de activistas movilizados contra la amenaza del cambio climático y el colapso ecológico que utiliza como principal medio de lucha la desobediencia civil no violenta. Nace en Reino Unido en 2018 y desde entonces han ido surgiendo núcleos en distintos lugares del mundo. Los diferentes grupos, en cualquier país, comparten una serie de principios matrices y unas reivindicaciones comunes, entre las que destacaremos que los gobiernos de cada país deben decir la verdad sobre la crisis climática; que deben también implementar medidas de obligado cumplimiento para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a 0 en 2025; y la puesta en marcha de una asamblea ciudadana que supervise este proceso.

    Esta entrevista forma parte de una serie que hemos realizado a participantes en los recientes colectivos que en nuestro entorno están movilizando a miles de personas, especialmente jóvenes, en la lucha por el clima. 

    P: Yendo a los orígenes de XR en nuestro país, ¿por qué creéis que aparece ahora? Entendemos que surge primero en Reino Unido, pero ¿cómo es ese proceso de traslado a España?

    R: Saúl (S): Más que porque haya un motivo o una razón de peso yo creo que el nacimiento de XR en Reino Unido y la aparición de las primeras grandes acciones de los puentes en noviembre, allí en Londres, yo creo que lo que hace en nuestro caso es canalizar la frustración de mucha gente que llevaba tiempo esperando un movimiento así, que fuese capaz de conjugar una acción más o menos coordinada a nivel internacional, sobre todo, y que pudiera poner en el foco de la agenda mediática nacional la cuestión de la crisis climática. Y, aterrizándolo aquí, hay un proceso muy orgánico de personas que ya estaban militando en otros grupos u organizaciones ecologistas, personas que tenían conocidos o que venían de Reino Unido, que tenían contacto directo con esta semilla, que se pusieron en contacto a ver de qué modo se podía empezar a andar en diferentes ciudades de la Península y de una forma bastante instintiva, toqueteando por diferentes círculos universitarios y de activismo previo que ya estaban militando en estas áreas pues el grupo fue creciendo y creciendo hasta lo que es ahora.

    R: Andrea (A): Yo creo que fue un proceso paralelo en muchas partes del mundo, sobre todo en ciudades europeas, en las que la admiración que provocó lo que consiguieron en Londres generó la ilusión de hacer algo similar que fuera proliferando.

    P: Y, actualmente, ¿cuál es la relación que hay entre XR España y Reino Unido? ¿Existe dependencia?

    R: (S): No, el modelo de XR es descentralización y autonomización. ¿Esto qué quiere decir? Que si tú vives en Alpedrete y tienes 3 colegas que comparten las demandas y principios de XR y quieren empezar a actuar en base a ello, tú puedes montar un grupo que, siempre y cuando respete estos principios y valores de XR, tienen autonomía propia. Ahora, sí que es cierto que estamos hablando de un movimiento internacional que se pone como objetivo generar acciones coordinadas en todo el mundo que pongan un poco en jaque a las élites políticas y financieras, y eso requiere coordinación. No es tanto una supeditación sino una coordinación constante con el resto de países y ciudades, sobre todo porque cuanto más coordinados estamos, más trabajo nos ahorramos porque lo que se hace en un sitio se comparte con otro lugar y se van generando flujos de información y de trabajo que van ayudando. Sí que es cierto, y esto hay que reconocerlo, que en Reino Unido hubo un trabajo de campo y de investigación muy grande pensando en cómo generar respuestas a todos los problemas que pudiera tener la organización allí, lo que nos facilita mucho

    R: (A): Agilizó todo el trabajo de crecimiento. Parece que hayan crecido como setas por todo el mapa del mundo, pero todo eso es gracias a ese trabajo de coordinación y gestión previa que se importó. Desde estrategias de coordinación y de trabajo hasta gráficas y de diseño, porque todos los manuales de cartelería, todo lo que es la imagen de XR tanto las pancartas como las banderas, todo eso está sistematizado y tienen paletas de colores con los que construir rápidamente toda la imagen. Es súper visual y llamativo.

    P: Habéis comentado que hay estrategias comunes, materiales comunes,  ¿pero diríais que hay diferencias a la hora de implantar ese programa o esas estrategias en España o entre Reino Unido y algún otro país? Algo que digáis que ha funcionado en otros sitios y aquí no termina de encajar o al contrario.

    R: (A): Yo diría que claro que hay diferencias pero que surgen a raíz de características locales, tanto desde la legalidad, que puede ser importante a la hora de planear acciones en cada sitio hasta el conocimiento general sobre el cambio climático. Aquí las multas a las que estás expuesto en una acción son de 600€ para arriba y en Reino Unido son 20 libras, con lo que el planeamiento de la acción cambia totalmente. Y si te detienen te expones a cosas que en Reino Unido jamás pasarían, como que realmente vayas a la cárcel con una multa de 70.000€ o más. Entonces esas imágenes empáticas que se tratan de construir a través de la desobediencia civil, de ese riesgo que asumes en pos de un bien común, aquí no las podemos generar. La ley mordaza está pensada para eso. La capacidad de captación que tienes depende de quien sea capaz de exponerse.

    R: (S): Aquí yo creo que la principal diferencia está en que las acciones de desobediencia civil pacífica no podemos tener el objetivo como en Reino Unido de generar cientos o miles de detenidos lo primero porque para que te detengan aquí, la imagen de entrar en el furgón, la tienes que estar liando muchísimo, lo normal es que te multen con la Ley Mordaza y ya está. En ese sentido, más allá de las diferencias en cuanto a formas de actuar de la policía y lo restrictiva que sea sobre la desobediencia civil, creo que es mucho más trascendente, y la principal barrera con la que ha chocado XR, que cuando ha conseguido que haya grupos en todos los continentes sigue habiendo un problema que es que en el Sur Global la desobediencia civil pacífica puede costar la vida. Este verano, hablando con compañeros de la India nos decían «nosotros, de momento, no nos podemos permitir llevar a cabo acciones de este tipo porque somos muy pocos y el coste igual es la cárcel durante mucho tiempo». Es lo que decía Andrea, no hay una concienciación suficiente como para que esto sea efectivo. Entonces yo creo que ahí el contexto es lo que va a obligar a que cada grupo vea esos límites.

    P: Vale, o sea que sí que hay ciertas dificultades para buscar esa performatividad, ¿no?

    R (S): Sobre todo el tratar de empatizar a raíz de la detención. Aquí la detención te sale muy cara aparte de que normalmente (veremos a partir de ahora) la policía solo te va a multar. Tienes que estar molestando mucho o que el signo político del gobierno de turno sea particularmente duro para que se planteen llevarte a un juicio por delito penal.

    P: Precisamente en esa relación con la policía ha habido un claro conflicto con el tema de un comunicado que salió de XR y que creó cierto revuelo con la convocatoria del 7O. ¿Cómo ha afectado eso a XR? ¿Realmente reflejaba una postura consensuada del grupo?

    R (S): Estaba consensuado dentro de XR Madrid hacerle ver a la policía que somos un movimiento pacífico. Esto es algo que han hecho también movimientos antinucleares, antimilitares o anti-OTAN. Presentarse en la comisaría, incluso, y decir «mira vamos a hacer una acción mañana y la vamos a hacer pacíficamente os guste o no». El consenso era transmitir esta praxis pacífica. Y el punto de conflicto fue que sale una carta en un tono que no compartimos todo el grupo de XR, pidiendo perdón y elogiando a la policía, que no entraba dentro del consenso. De todos modos 2020 WRU se desmarcó del contenido de la carta, posteriormente XR pidió disculpas alegando que la carta no reflejaba un consenso y que era un fallo de comunicación y que uno de los principios es la reflexión y aprendizaje. Somos un movimiento joven y la gente que estaba ahí cometió un error con su mejor intención y, en cualquier caso, lo que sí que creo que la carta quería subrayar es que nosotros asumimos que estamos haciendo una acción de desobediencia civil pacífica que comporta una infracción de la legalidad y que la policía va a tener que actuar. Entonces, dejar claro que no somos un grupo terrorista, que no buscamos el generar violencia o daño alguno, sino que estamos defendiendo un derecho a la manifestación, también es una presentación en sociedad. Yo creo que también es un fallo que nos da mucho que aprender.

    P: Bueno, hemos hecho ya el bloque que podríamos llamar de presentación y cómo ha sido el traslado de XR a España. Ahora queremos hablar del programa en sí y de las ideas de XR. Lo primero que llega al conocer XR son las 3 exigencias que lleváis y la pregunta era, una vez que esas premisas se aceptasen, ¿qué supondría? ¿Qué significa y qué implicaría realmente ese «decir la verdad»?

    R: (A) Pues más allá de lo obvio, que es explicitar la gravedad de la situación, implica que hay muchos datos, realidades y consecuencias de los que no se está hablando y que no generan alertas; y escenarios futuros que no tienen una transcripción en medidas prácticas que permitan solucionarlos o atenuarlos. Es eso, cómo puede haber un sector tan minoritario preocupado por un problema que entiendes como real y que no sea una alarma compartida por toda la sociedad. Hay un problema de comunicación que consiste en que se diga la verdad.

    R: (S): Yo creo que cada medida intenta salvar una brecha. La brecha que comentaba Andrea es cómo puede ser que ante un problema de tales dimensiones y de tal gravedad que afecta al común de los mortales solo haya una minoría que sea consciente de esto. Creo que decir la verdad implica que los gobiernos y los medios de comunicación se hagan cargo de las causas y de las consecuencias de la crisis climática, y esto es tanto como decir, por ejemplo, cosas muy sencillas pero que tienen unas consecuencias muy grandes: que nuestro planeta es finito, tiene unos límites biofísicos y unas economías en crecimiento exponencial que son insostenibles y que en tanto que seres interdependientes, la pérdida de biodiversidad en aumento que vivimos cada día, cada mes y cada año por la acción de los gobiernos es parte del problema que vamos a enfrentar como especie. También ahí la diana comunicativa de XR es que la extinción ya no es solo del oso polar, de esta flor, no es de las abejas, es tuya. Parece una cosa banal, pero significa asumir que ellos son parte del problema en tanto que han tenido una inactividad política y decir la verdad es qué es lo que deberían hacer realmente para enfrentar el problema y qué es lo que no están haciendo. Para mí decir la verdad es que la ministra le diga a todo el mundo «esto es lo que hay que hacer, pero no lo vamos a hacer». Eso sería decir la verdad. Que las personas entiendan cómo les puede afectar y qué es lo que se está haciendo y lo que no se está haciendo.

    P: Como habéis comentado, imaginemos que la ministra te dice «esto es lo que hay que hacer, pero no lo vamos a hacer». ¿Ese decir la verdad sería suficiente para movilizar a la gente? O sea, el conocimiento de los datos expuesto ya por parte del Gobierno y por los medios, ¿movilizaría a la gente de manera que forzase al Gobierno a tomar esas medidas?

    R: (S): Creo que ahí, evidentemente, los datos puestos en frío no generan una movilización. Pero creo que aquí hay una labor complementaria. Decir la verdad implica sensibilizar. Sensibilizar, como la propia palabra indica, no es únicamente colgar tablas de Excel donde te pongan el número de especies que se extinguen al mes, sino aceptar personalmente, de forma un poco más emocional, lo que supone ese cambio. Y ahí no le podemos dejar todo el trabajo al Gobierno. Indiscutiblemente. Ahí XR en Reino Unido tiene éxito porque antes de su primera acción de desobediencia se dedican a dar 500 charlas por todo Reino Unido. Las charlas que nosotros damos son parte de decir la verdad. Las acciones que hacemos en la calle, en las cuales ponemos a la gente frente a todo lo que supone este drama, intentamos generar una estética de lo que es una extinción, con performances y canciones, también apelamos un poco a los sentimientos. No somos robots.

    P: Otra cuestión característica que ha ido saliendo son las llamadas a cierto sacrificio personal en el sentido de exponerte a una detención o a una multa, poner tu bienestar al servicio de esta causa, y que quizás se cristaliza un poco en esta consigna de «rebel for life», que también forma parte de la estética. ¿Pensáis que consignas de este tipo ayudan a movilizar o es parte de la búsqueda de la tecla acertada?

    R: (A) Yo creo que esa es la tecla que plantea XR, también como característica diferenciadora frente a otros movimientos con ambiciones compartidas. Todo esto viene desde la pregunta de cómo genero empatía intentando hacer entender a alguien que yo asumo un riesgo bastante alto para continuar con la normalidad de mi vida, pero que no lo hago de manera egoísta por mí, sino que es también por ti. Y hacerlo entender mediante esta imagen de la detención, de exponerse a multas con cuantías indecibles en algunos casos, de transmitir «hay alguien que se está exponiendo a una situación de riesgo por salvar algo que es también para mí». Creo que esa es la tecla que toca la desobediencia civil y que ha sido ensayada en otros momentos de la Historia con resultados positivos. Hay estudios como el de Erica Chenoweth, en el que hace un estudio a través de los movimientos que hay desde la década de los 50 hasta ahora en el que estudia cuáles han sido los de más éxito. Aquellos que han generado algún tipo de violencia a lo largo de su desarrollo o aquellos que han sido estrictamente pacíficos. Y determina que son aquellos estrictamente pacíficos a través de esa exposición a que te pase lo que sea por el bien común, que si conseguían movilizar a un 3.5% de una sociedad concreta conseguían el éxito y la empatía del resto de la comunidad.

    P: El tono que se asume en ciertas de vuestras posturas es un tanto catastrofista en tanto que habla de cosas como la extinción humana. ¿Creéis que puede ser contraproducente llegado cierto punto?

    R: (S): Mira, creo que lo bueno que tiene XR es que no pretende hacer una hipérbole de la realidad donde todo sea negro oscuro y te den ganas de pegarte un tiro, sino que está tomando los datos del IPCC y haciendo un uso político de las advertencias que la comunidad científica ha venido haciendo a los líderes políticos, y esto lo subrayo, porque quienes han redactado en Reino Unido el discurso de XR son investigadores y son científicos. Saben de qué están hablando. Y cuando llega un momento en el que tú eres consciente de que la gravedad de los hechos es demasiado profunda como para seguir descafeinándola… porque la realidad es que, en el ecologismo, al menos hasta ahora, la premisa era «mira, no vamos a asustar mucho a la gente, que se nos quedan en casa». Es complicado lo que se pretende, pero es una jugada de doble punto: por un lado, estoy poniendo tu extinción frente al espejo y tienes que mirarlo a los ojos; pero por otro lado te estoy dando una herramienta, un camino para generar una alternativa.

    R: (A): Yo creo que lo que dice XR basándonos en todos los informes científicos sobre el tema es que la extinción es posible. No es que estemos encaminados a ella y no haya solución. Si no, seríamos de los extincionistas, que existen y solo planean cómo extinguirse y ya está, pero igual que ante cualquier operación económica de riesgo tienes que evaluar todas las consecuencias, saber cuáles son todos los escenarios posibles y tomar medidas frente a todos ellos. No estamos diciendo que estemos abocados a ello, sino que es una de las posibilidades frente a la cual hay que hacer ciertas acciones para no llegar a ella. Evidentemente todo se trata un poco desde el miedo. El miedo también es un mecanismo que te lleva a actuar drásticamente. No se trata de meter miedo, sino de saber que existe y de que hay alternativas. XR tiene esta y no sé si hay muchas más.

    P: En este sentido, ¿cómo valoráis y cómo trabajáis la colaboración con otros colectivos climáticos que pueden compartir o no ese tono?, entendiendo que el objetivo es más o menos el mismo pero que las líneas de acción pueden diferir.

    R: (S): Yo creo que, en el movimiento de lucha contra la crisis climática y ecológica, en sentido amplio, hay diferentes organizaciones o asociaciones que tienen un papel complementario. Y hasta ahora hemos sabido entender esto como en una orquesta, que son importantes todos mientras curran a la vez y se saben complementar. Pues esto es igual. Por ejemplo, XR nace en la Alianza Climática, que ya tiene decenas y decenas de organizaciones y esto da señas de que es importante. Porque es importante que sepamos tejer alianzas a la hora de coordinarnos y organizar. Ahora, que la estrategia de Greenpeace, de Ecologistas en Acción, la de XR o la de Fridays for Future (FFF) puedan diferir para acciones concretas, pues puede ser. Entonces lo que tendremos que hacer es aprender a apoyarnos. Y que cuando haya una manifestación de FFF nosotros vayamos detrás y apoyemos la manifestación; cuando haya una acción de XR los demás podamos ir; cuando haya una campaña de Greenpeace,  si te parece bien, firmas. Al final son diferentes frentes donde tenemos que estar apoyándonos.

    P: Vamos a volver a cómo extendéis vuestras acciones o el tipo de acciones que realizáis al Sur Global, pero queríamos asentarlo un poco en nuestro entorno con personas racializadas que se exponen a un castigo mayor que el que comportan ya de por sí las acciones. ¿Hay algún protocolo o se ha presentado esta cuestión?

    R: (A): Es cierto que se manifiesta por parte de la crítica que XR en general es un movimiento de gente con ciertos privilegios, del Norte Global, blanca, etc., y que puede permitirse hacer desobediencia civil. Es cierto que también hemos visto en las acciones a gente que no era española pero que estaba participando en estas acciones. Con el riesgo que esto conlleva cada uno personalmente tomó unas decisiones. Es cierto que el riesgo es mayor, pero creo que en otras luchas también ha habido riesgos que se han asumido. Por ejemplo, en la lucha por los derechos civiles o contra la segregación racial, la gente que se oponía a ceder un asiento o hacía una sentada tenía unos riesgos extremos y aún así se hizo. Entonces no sé hasta qué punto es un problema de inclusión en el movimiento o de voluntad.

    (S): Yo creo que, desde todo el movimiento, toda la bibliografía interna que da consejos de cómo hacer de XR un grupo mucho más inclusivo y más ágil, una de las cuestiones sobre las que se pone especial hincapié es que se facilite a personas racializadas, de minorías sociales o a mujeres que tengan un rol importante. Eso es algo que siempre internamente nos tendremos que criticar si es algo que hacemos mal o hacemos bien. También tenemos la limitación de que somos jóvenes y estamos generando una estructura, pero querría dejar claro que en las acciones intentamos que haya siempre una asesoría y un apoyo legal, lo cual hace que la persona no tenga que afrontar individualmente los riesgos que pueda acaparar la acción. Esta asesoría implica hacerle entender a cada persona los riesgos de cada nivel de implicación que quiere tomar. Pero, sobre todo, hacer ver que, en una acción, aunque sea muy vistoso ver a una persona que está así, siempre hay muchísimos roles invisibles que no tienen un riesgo legal pero que son fundamentales. Entonces, en ese sentido, las acciones en sí son inclusivas. No hace falta ser racializada. Con tener alguna cuestión del tipo «pues yo es que estoy opositando y no quiero». Hay muchas personas que dicen «yo lo que quiero es hablar con la prensa en un piso mientras que los demás están allí, y es mi papel, y es importante». De todos modos, intentamos por lo menos que toda persona que quiera participar en una acción conozca cuáles son los riesgos y coberturas que tiene para que no se enfrente a una situación desconocida. Y en ese sentido, toda crítica será bien recibida para mejorar.

    P: Saliendo ya del tema del programa, una de las cuestiones que queríamos preguntaros es, imaginando que se consigue alguna de vuestras propuestas como puede ser la de la emergencia climática, que ha sido bastante asumida incluso por ciudades, universidades y otras entidades, ¿cuáles diríais que han sido vuestras victorias más importantes? ¿Qué apuntáis con triunfo?

    R: (A) Valoro como triunfo que saliera el 7O. Con todo el trabajo que había detrás, toda la problemática que surgió según se nos acercaba esa fecha. El día de antes yo recuerdo que en mi grupo preparando la acción era como «¿a qué viene ese miedo?» La gente tenía miedo a que, después de todo el trabajo, no saliera. O sea, para mí, que saliera, durásemos lo que durásemos allí, ya es un logro en sí mismo.

    R: (S): Yo lo suscribo y haría hincapié en varias cosas. Primera victoria: que en menos de un año haya más de 30 grupos de XR en todo el territorio español creciendo exponencialmente y que en esta gran acción a nivel estatal nuestra utopía fuese conseguir una participación de mil personas y conseguimos que 1.500 participaran. En un Estado donde la desobediencia civil pacífica no es algo inserto en nuestra cultura política, conseguir en dos meses movilizar a 1.500 personas por la crisis climática, no una cuestión de pensiones o de nacionalismos, es especialmente complicado. Conseguir que desde las anteriores elecciones y campañas que no se escuchaba por ningún lado «crisis climática, colapso ecológico, transición, GND…» con todo lo debatible que pueda tener cada una de las palabras, que todos los líderes políticos se hayan referido a una u otra y lo hayan querido asumir dentro de su discurso político es un cambio que muestra que se nos ha querido incluir como interlocutor válido. Para acabar, medios de comunicación escritos, radiofónicos y televisivos abriendo sus telediarios y sus primeras planas hablando de nuestra movilización, hablando de XR, hablando de FFF, cuando somos movimientos muy jóvenes. Hablo con gente de otros movimientos sociales que me dice «hemos estado 20 años y no han hablado de nosotros ni en el diario del barrio».

    R: (A): Yo creo que se ha conseguido también abrir muchos debates también no solo en esos ámbitos, sino en las sobremesas de muchos hogares, y creo que eso es el ámbito al que queremos llegar. A que esto sea un problema de hablar con tu familia, en tu casa o con tus amigos, que lo tienes en casi todo lo que haces.

    P: Otra de las cuestiones que nos apetecía matizar es el tema de no reconocer la lucha climática, o de vuestra lucha climática, como lucha política. En cierta manera, un rechazo de identificar que se está haciendo política. ¿Es así?

    R: (A): Yo creo que no, que está bastante claro que la lucha abarca muchos sentidos. Uno de los principales es el ámbito político porque esto se aborda haciendo medidas políticas. Otra cosa es el posicionamiento apartidista, es decir, que tú no perteneces o no te posicionas al lado de ninguno de los partidos políticos existentes.

    P: Vale, ¿entendemos esa como la línea del colectivo?

    R: (S): Sí, en todos los países.

    P: Quizá sea por verlo desde fuera, pero da la impresión de que las acciones que realiza XR se dirigen más hacia políticos que hacia empresas que, de alguna manera, son las responsables últimas de ejecutar esas políticas.

    R: (S): Poniendo ejemplos concretos la primera acción estatal de XR en España se hace en la sede de Repsol y se denuncia no solo el papel que tiene Repsol como una de las 100 empresas más contaminantes del mundo sino todo el sector de las petroleras. Se han hecho acciones en Primark, en otros países en H&M, denunciando el papel de la industria textil porque el sector del textil es otro de los grandes causantes de la crisis climática. Digamos que hay acciones simbólicas que señalan la responsabilidad de las empresas. Ahora, lo que XR tiene claro es que tú no le puedes pedir a Amancio Ortega que, caritativamente, deje de formar parte de una cadena de producción insostenible y que viola los derechos humanos. A quien se lo tienes que exigir es al Gobierno que es el que tiene las medidas y las herramientas para hacer eso. Entonces, presión hacia los gobiernos y señalar y visibilizar la responsabilidad que tienen las empresas.

    P: ¿Creéis que las movilizaciones actuales pueden tener relación con el ciclo post-15M que, de alguna manera, ha marcado al resto de movimientos sociales y al movimiento ecologista?

    R: (S): Directamente. XR nace de una red de activistas en Reino Unido que aprenden y reaccionan al ver lo que ocurre en España en el 15M. Nace allí una mecha de despertar social en todo el mundo que desemboca de muy distintas maneras y la raíz está ahí. XR dentro de WeRiseUp toman como referencia el 15M, sus aciertos y sus errores para aprender a ser más efectivos.

    P: Ya para terminar: estrategias a corto y medio plazo que queráis adelantar.

    R: (S): Desde XR por lo menos, y seguro que desde otros movimientos también, la estrategia a corto, medio y largo plazo es acción de desobediencia civil pacífica incansablemente, hasta que se consiga que los gobiernos nos escuchen y, sobre todo, que implementen las 3 demandas.

    La ilustración de cabecera es de Matt Dorfman para el reportaje «The insect apocalypse is here», en The New York Times Magazine del 2 de diciembre de 2018.

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  • Los 10 pilares del Green New Deal para Europa

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    Este texto es una traducción del documento 10 pillars of the Green New Deal for Europe, publicado en julio por el grupo Green New Deal for Europe, en el que participan desde DIEM25 al colectivo Autonomy, pasando por la New Economics Foundation y Common Wealth. Hemos decidido traducirlo como introducción a lo que es el documento de trabajo completo del grupo. Pese a que esta introducción no hace justicia a la ambición y complejidad del plan completo, e incluso contiene apreciaciones con las que no estamos en absoluto de acuerdo, consideramos que es una aportación interesante al debate en curso sobre el Green New Deal, y el primer intento serio de un plan de transición ecológica europeo no basado en la primacía del mercado.

    Las elecciones al Parlamento Europeo otorgaron un mandato claro a los eurodiputados entrantes: hacer frente a las emergencias climáticas y ecológicas. Millones de personas salieron a las calles de Europa para exigir una transición justa, y millones más votaron a favor. Los líderes europeos tienen ahora una oportunidad histórica de presentar un plan ambicioso y pragmático para transformar Europa mediante una transición a las energías renovables, y la obligación histórica de hacer esto realidad.

    En Europa, al igual que en los Estados Unidos, este plan se conoce con el nombre de «Green New Deal». Y en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo, varios partidos europeos expresaron su apoyo a su implementación. Pero, como AOC señala, no todas las políticas ambientales cuentan como un «Green New Deal». Para merecerse este nombre, las políticas ambientales deben consistir en algo más que impuestos y retoques: deben ser transformadoras, y crear la economía más próspera, más justa y más sostenible que hayamos visto.

    Ahora que el nuevo Parlamento Europeo se prepara para tomar posesión de su escaño, una advertencia: un Green New Deal debe estar a la altura de los siguientes 10 pilares básicos, o en absoluto será un Green New Deal.

    1) HACER FRENTE A LA MAGNITUD DEL DESAFÍO

    La ciencia es clara: debemos limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 grados y revertir el colapso de nuestros sistemas naturales, o nos arriesgamos a perderlo todo.

    El Green New Deal para Europa responde a la magnitud de este desafío, invirtiendo al menos el 5% del PIB de Europa cada año en la transición hacia las energías renovables, la reversión de la pérdida de biodiversidad y otros problemas medioambientales, y la prosperidad compartida de todos los residentes europeos.

    Construirá una economía que permita a Europa florecer respetando los límites planetarios, restaurando los hábitats naturales, la limpieza del aire y la salud del suelo en todo nuestro continente.

    En respuesta a la Gran Depresión de 1933, Franklin D. Roosevelt reconoció la necesidad de ir más allá de las reformas a pequeña escala para iniciar una transformación radical del sistema económico estadounidense.

    El Green New Deal para Europa trae esta ambición al otro lado del Atlántico y al siglo XXI. No solo  pide una reducción de las emisiones de carbono. Exige una transformación a gran escala de nuestros sistemas de producción, consumo y relaciones sociales: la reconfiguración de nuestros sistemas de producción de materiales: reciclaje, reutilización, reparación y cuidado. Nada menos ambicioso que este plan merecerá el nombre de Green New Deal.

    2) PONER LOS RECURSOS INACTIVOS AL SERVICIO DE LO PÚBLICO

    El Green New Deal hace un llamamiento a las instituciones públicas para que impulsen la transformación económica y social con el fin de hacer frente a las crisis climática y medioambiental.

    Al igual que los Estados Unidos hace un siglo, Europa está atrapada en un largo período de inestabilidad económica. Incluso en economías prósperas como Alemania, la precariedad está aumentando y los hogares están luchando por encontrar un lugar productivo para invertir sus ahorros.

    El Green New Deal da una respuesta a esto.

    Al igual que para el New Deal original, su premisa proviene del trabajo del economista John Maynard Keynes, quien demostró que un estímulo fiscal puede guiar la recuperación económica.

    La propuesta pide al Banco Europeo de Inversiones que proporcione este estímulo mediante la emisión de bonos verdes que puedan proporcionar un rendimiento a los ahorradores europeos en dificultades.

    En otras palabras, el Green New Deal pone los recursos inactivos de Europa hacia el servicio público, sin poner la carga de la transición sobre las espaldas de los europeos de a pie.

    3) EMPODERAR A LOS CIUDADANOS Y A SUS COMUNIDADES

    La transición verde de Europa no hará de arriba hacia abajo. Debe empoderar a los ciudadanos y a sus comunidades para que tomen las decisiones que conformarán su futuro.

    El Green New Deal tiene la democracia en sus cimientos. Proporciona mecanismos claros para que las asambleas de ciudadanos y los gobiernos locales tomen decisiones significativas sobre el desarrollo de sus comunidades, municipios y regiones. Y garantiza que, siempre que sea posible, los nuevos sistemas energéticos de Europa sean de propiedad pública y estén controlados democráticamente.

    Al igual que la Works Progress Administration de Roosevelt, el Green New Deal para Europa creará un nuevo organismo público que pondrá a los ciudadanos al volante de la transición verde de Europa.

    En particular, las comunidades de primera línea más afectadas por la crisis climática deben contar con recursos suficientes para corregir la degradación de sus condiciones de vida.

    El principio democrático del Green New Deal también se aplica en el lugar de trabajo. Los empleos creados por la inversión verde deben proteger los derechos de los trabajadores y construir un mayor control sobre las empresas para que los trabajadores compartan el valor que crean.

    4) GARANTIZAR EL EMPLEO DECENTE

    El Green New Deal para Europa proporcionará un trabajo decente a todos aquellos que lo buscan.

    Hoy en día, Europa está sumida en una mezcla de desempleo y subempleo. Los empleos precarios van en aumento, y millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus comunidades en busca de empleos que satisfagan sus necesidades básicas.

    El Green New Deal invertirá en comunidades de toda Europa para garantizar que la inversión verde cree puestos de trabajo de alta calidad, cualificados y estables que permitan a todos los ciudadanos mantener a sus familias, sin dejar atrás a ninguna comunidad.

    Además, asegurará una transición justa para todos los trabajadores de las industrias de altas emisiones, prometiendo empleo seguro, oportunidades de capacitación bien remuneradas y hogares para todos los que los necesiten.

    Y el Green New Deal debe reconocer por fin el papel de los cuidados en nuestra economía, garantizando no sólo que se reconozcan y recompensen las tareas domésticas, el cuidado de los niños y el cuidado de las personas mayores, sino también que las actividades que contribuyen a la regeneración de nuestros sistemas naturales desempeñan un papel central en nuestra economía.

    5) AUMENTAR EL NIVEL DE VIDA

    El Green New Deal para Europa crea prosperidad pública en lugar de riqueza privada, sustituyendo el consumo por lo que realmente importa para las comunidades europeas.

    El Green New Deal va mucho más allá de una garantía de empleo. Aumenta el nivel de vida en nuestro continente de muchas maneras, desde inversiones en salud y educación hasta inversiones en arte y cultura.

    Mediante la recuperación de las viviendas no utilizadas para uso público, el Green New Deal abordará la crisis de inseguridad en la vivienda que ha dejado a tantas personas sin hogar o en riesgo de desalojo.

    Al rediseñar las redes de energía de Europa, modernizar los hogares con un buen aislamiento y proporcionar un transporte público limpio para todos, el Green New Deal reducirá el coste de la vida para todos los hogares. Al revertir la pérdida de biodiversidad y eliminar la contaminación, el Green New Deal permitirá a todas las comunidades disfrutar de aire limpio, agua dulce y reservas naturales locales.

    Y al invertir en una economía más sostenible, el Green New Deal reducirá el número de horas que trabajamos cada semana y proporcionará más espacio para la participación de la comunidad.

    En el proceso, ayudará a aumentar la resiliencia para las comunidades que se encuentran en la primera línea de las crisis climática y ecológica.

    6) REFORZAR LA IGUALDAD

    El Green New Deal combate la financiarización y afianza la igualdad en el corazón de Europa.

    La desigualdad social y económica sigue siendo demasiado alta, tanto dentro de los países como entre ellos. En las últimas cuatro décadas, la desigualdad de la riqueza ha aumentado drásticamente en los países europeos: el 1% superior captó tanto crecimiento económico como el 50% inferior.

    También entre países, el nivel de vida sigue siendo extremadamente desigual, con importantes variaciones en los ingresos, las tasas de desempleo y la contaminación.

    Mientras tanto, nuestras sociedades permanecen estratificadas por raza, sexualidad, género, edad y capacidad, creando barreras duraderas para la justicia social y el bienestar colect

    El Green New Deal ataca las fuerzas de la desigualdad y construye una nueva sociedad solidaria. Al igual que el New Deal de Roosevelt, el programa revisará el sistema financiero. En lugar de privatizar los beneficios de la transición verde -como ha hecho el Plan Juncker de 2015-, el Green New Deal garantizará que las inversiones públicas generen riqueza pública. Pero a diferencia del New Deal original, el programa se centrará en las barreras sociales, erradicará la discriminación contra las minorías y garantizará que la transición ecológica sea inclusiva para todos.

    7) INVERTIR EN EL FUTURO

    El Green New Deal es más que un programa de ajuste ambiental. Es una inversión en el futuro de nuestras sociedades y una oportunidad para reimaginarlo.

    Reparar nuestro medio ambiente significa desarrollar herramientas radicalmente nuevas: a partir de nuevos modos de transporte público y un almacenamiento en baterías más eficiente, así como prácticas agrícolas que revitalicen nuestro suelo y la silvicultura que reabastezca nuestros bosques.

    Por ello, el Green New Deal para Europa incluye una iniciativa de investigación y desarrollo que puede animar a la comunidad científica a desarrollar nuevas e interesantes soluciones para el cambio climático y la degradación del medio ambiente.

    Muchos de nuestros mayores avances en tecnología han ocurrido con investigación y financiación del gobierno: desde Internet a las pantallas táctiles, desde los motores de reacción a los cohetes, desde el GPS a los algoritmos de los motores de búsqueda. Pero la forma en que está estructurada nuestra economía significa que mientras el Estado invierte en investigación y asume todo el riesgo, el sector privado cosecha todas las recompensas y casi no paga impuestos sobre sus ganancias.

    El Green New Deal debe garantizar que la sociedad se beneficie directamente de las inversiones que realiza en nuevas herramientas, utilizando los ingresos para invertir en más innovación y cumplir con la promesa de disminuir la dependencia social de la semana laboral.

    8) ACABAR CON EL DOGMA DEL CRECIMIENTO SIN FIN

    Debemos abandonar el crecimiento del PIB como la principal medida de progreso. En su lugar, tenemos que centrarnos en lo que importa.

    La obsesión por el crecimiento económico, medido como el aumento del Producto Interno Bruto (PIB), no sólo es un factor principal de las crisis climática y ambiental, que alienta a los países a aplicar políticas económicas temerarias sin tener en cuenta sus costos ambientales y sociales. También es una medida equivocada de nuestro bienestar colectivo.

    El Green New Deal debe ir más allá del dogma del crecimiento infinito del PIB y adoptar medidas más holísticas del progreso humano. Igualdad, medio ambiente, felicidad y salud: hay decenas de indicadores que debemos incorporar a nuestra evaluación del progreso de Europa.

    El Green New Deal encamina a las instituciones europeas a estimular áreas de mejora social, moral y educativa, a la vez que diseña una economía que privilegia la reproducción social por encima de la producción material. Esto no solo quita presión a nuestro planeta vivo, sino que también hace posible lograr la rápida transición de energía que necesitamos.

    9) APOYAR LA JUSTICIA CLIMÁTICA EN TODO EL MUNDO

    La crisis ambiental es de alcance mundial y el Green New Deal también debe serlo.

    Europa tiene la responsabilidad histórica de liderar este esfuerzo mundial. Durante más de dos siglos, los países europeos han fomentado la contaminación agresiva y la extracción de recursos que han perjudicado directamente a otros países de todo el mundo. El Green New Deal para Europa debe corregir este legado colonial.

    Debe redistribuir los recursos para rehabilitar las regiones sobreexplotadas, protegerlas contra el aumento del nivel del mar y garantizar un nivel de vida decente a todos los refugiados climáticos. Y debe garantizar que la transición verde de Europa no se limite a exportar la contaminación a otras partes del mundo, o a confiar en la extracción continua de recursos del Sur Global. La cadena de suministro para la transición energética de Europa debe estar comprometida con los principios de justicia social y medioambiental.

    Aun cuando nos enorgullecemos de ayudar al Sur Global, las corporaciones europeas extraen mucho más en pagos de intereses, robo de recursos y arbitraje salarial. Para apoyar una transición verde global, el Green New Deal debe poner fin a estas prácticas económicas explotadoras y, por fin, respetar los derechos de las comunidades de todo el mundo, allanando el camino para la justicia ambiental a nivel global.

    10) EL COMPROMISO DE ACTUAR HOY

    El Green New Deal no es un marco, un tratado, o un acuerdo. Es un conjunto de acciones concretas que nos llevan rápidamente hacia nuestras metas climáticas y ecológicas.

    Incluso si todos los países del mundo cumplieran su compromiso con el Acuerdo de París de 2016, estaríamos en el camino de un calentamiento de tres grados en este siglo y un sufrimiento incalculable como resultado.

    Pero ningún país está ni siquiera cerca de cumplir sus promesas. Esto es lo que tenemos después de casi 30 años de negociaciones mundiales en el marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

    El Green New Deal nos lleva de las negociaciones a la acción. No es un compromiso político blando para el cambio. No se trata de un trozo de papel firmado por los Estados participantes. No se trata de una reunión multilateral o de la foto de grupo que inevitablemente viene a continuación.

    El Green New Deal es un conjunto de medidas específicas y creíbles dirigidas a todos los ámbitos de la sociedad. Se trata de un paquete de medidas específicas que: nos transiciona rápidamente a una economía sostenible, empuja a nuestras democracias a nuevas fronteras, crea prosperidad compartida y construye un mundo más justo más allá de nuestras fronteras.

    Nada menos que eso servirá.

    La ilustración de cabecera es «Piazza d’Italia» (1913), de Giorgio de Chirico.

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  • Un Green New Deal entre quiénes y para qué

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    Por Nicolas Beuret.

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Viewpoint Magazine con el título «A Green New Deal Between Whom and For What?».

    ¿Que conllevaría la implementación de un Green New Deal? La pregunta no es qué correlación de fuerzas necesitamos para ello ―como si estuviéramos jugando a un juego de mesa o algo así― ni qué medidas legales harían falta ―ya tenemos un montonazo de planes y propuestas―, sino a qué conduciría un Green New Deal. Para responder a esta cuestión debemos analizar este proyecto en tanto que paquete de medidas y como una corriente en sentido más amplio. Tenemos que dejar atrás preguntas como «qué podemos hacer con el estado» y elaborar un análisis material más profundo, que se centre de hecho en el mundo material: flujos de energía, materias primas y explotaciones mineras, océanos, motores, carreteras, vidas. Ello no implica un posicionamiento «a favor» o «en contra» del Green New Deal, sino más bien un análisis que tenga claras las transformaciones tan radicales que nos hacen falta al tiempo que cortamos el paso o mostramos resistencia a sus peores rasgos y consecuencias. Ya no estamos en la época de «resolver» el cambio climático ni tenemos muchas respuestas adecuadas para las preguntas a las que nos enfrentamos. Estamos en un periodo dominado por la política de la opción menos mala.

    Han corrido ríos de tinta acerca del Green New Deal, casi siempre haciendo hincapié en dos aspectos: qué debería incorporar y si es viable o no. El debate se ha centrado en la cuestión de la financiación, la reforma sobre la propiedad de la tierra y el poder sindical; en cómo incluir los océanos, la agricultura, cómo llevar a un primer plano los cuidados y la reproducción social; en los esfuerzos por constreñir a las grandes empresas y por impulsar impuestos tanto a estas como a los ricos en general con los que sufragar el acuerdo. Este debate ha alcanzado su punto álgido en Europa, y toda la atención política en torno a este proyecto está puesta sobre Reino Unido, particularmente sobre el Partido Laborista, que hace poco ha adoptado el Green New Deal ―o más bien la «Green Industrial Revolution» o «revolución industrial verde», que es como lo llaman― como uno de sus proyectos principales.

    En el debate también se ha planteado si esto es de hecho factible; si es viable o no el crecimiento económico y material que requiere un sistema capitalista mundial, si lo permitirá la clase dominante (o si lo harán las empresas de los combustibles fósiles), si se posicionarán en contra las fuerzas sociales reaccionarias (o incluso simplemente los sindicatos actuales), si hay algún actor social capaz de sacarlo adelante y, por último, si disponemos del tiempo y de las materias primas para hacerlo posible.

     

    La corriente del Green New Deal

    A menudo ambas cuestiones son concebidas del mismo modo, como si lo que se estuviera debatiendo fuera algo que aún debiera adoptarse; como si el Green New Deal fuera una propuesta a la que todavía hubiera que dar cuerpo o que hubiese que desarrollar en tanto que estrategia. Sin embargo, pese a que las discusiones en torno al proyecto hayan resurgido ahora, como corriente ha estado en desarrollo durante al menos una década. El Green New Deal no es una opción que uno pueda escoger, sino que ya está teniendo aplicaciones concretas aquí y allá por parte de diversas instituciones de gobierno alrededor del mundo. Hay dos razones por las que es útil distinguir entre el nombre por el que se lo conoce y la corriente. La primera es que ser claros acerca de lo que define a esta corriente permite que podamos diferenciar más fácilmente las verdaderas propuestas del Green New Deal de las medidas políticas neoliberales de greenwashing. La segunda es que podemos examinar la trayectoria que ha tenido esta idea y cómo se ha aplicado, y definir qué es, entre quiénes se supone que es ese acuerdo y qué implica políticamente.

    Parece raro presentar el Green New Deal no solo como una corriente, sino también como algo que ya está siendo aplicado, pero eso es exactamente lo que es. Es una forma de llevar a cabo medidas y concebir la política que pretende solucionar los problemas aún evidentes de la crisis financiera de 2008, de los efectos sociales perjudiciales del neoliberalismo y del cambio climático y es uno de los elementos centrales del resurgir político neokeynesiano que está teniendo lugar actualmente. Lo que promete esta corriente tan amplia ―que todavía es, sobre todo, un terreno en disputa aún por definir de manera consistente― es que el cambio climático pueda ser utilizado para producir un futuro socialmente justo, construido dentro de un marco social y democrático en el que haya trabajo y seguridad para todo el mundo.

    La idea de impulsar un «keynesianismo verde» con el fin de hacer frente a los problemas medioambientales y producir trabajos sostenibles se remonta a mediados de los años noventa, cuando en círculos de producción política varios think tanks, economistas y ONG se dedicaron a elaborar documentos detallados en los que se exponía cómo se podían reconciliar los límites medioambientales con la creación de empleo y con otras medidas sociales. Esta idea llegó al público general tras la crisis financiera de 2008, cuando su énfasis en la creación de una nueva infraestructura «verde» fue ensalzado como la solución a la gran recesión. Del Deutsche Bank a Lawrence Summers, el keynesianismo verde ha pasado a formar parte del amplio debate acerca de las políticas económicas. En Reino Unido se ha conformado un grupo a favor del Green New Deal para hacer campaña a favor de la adopción de medidas similares; por su parte, el economista Lord Stern ha firmado un análisis clave acerca de la economía del cambio climático para el gobierno del país ―justo antes de que el gobierno adoptase de manera formal las leyes para reducir un 80% las emisiones de carbono para el año 2050― que defendía que la mejor manera de hacer frente al cambio climático era la puesta en marcha de un inmenso proyecto de keynesianismo verde. Podemos encontrar otras manifestaciones del Green New Deal en tanto que corriente más amplia en documentos del gobierno de Reino Unido, en documentos políticos del Partido Conservador durante su etapa en la oposición, en documentos del Congreso de Sindicatos británico acerca de la necesidad de una «transición justa», y en otros ejemplos, como el plan de «crecimiento verde» de Corea del Sur y el plan de Obama popularmente conocido como cash for clunkers, o ‘pasta por tu tartana’, en el plan de transición ecológica del PSOE y con mucho detalle en el programa de DIEM 25, el partido paneuropeo de Yanis Varoufakis.

    El modo en que se siga desarrollando el Green New Deal como corriente va a ser consecuencia de luchas, alianzas, accidentes y crisis y de cómo los sujetos humanos y no humanos resistan o se enfrenten a ello. También va a ser cuestión de cómo evolucione dentro del contexto de una economía global que aún debe recuperarse de la recesión de 2008 (algo que, según muchos informes, parece improbable que suceda dentro de poco) y de los efectos de un cambio climático que ya ha llegado. Es importante comprender que incluso dentro de los programas y las medidas más ambiciosos para lograr un Green New Deal y reducir las emisiones de carbono a cero, la legislación se plantea ese objetivo para el año 2030. Aunque parezca radical ―que en términos institucionales lo es―, esto aún implicaría un cambio climático de 1,5 ºC. Si con lo que nos encontramos al final es con una mezcla de todo lo anterior y con que por entonces hay buena parte de la economía del planeta que no es de «emisiones cero», es bastante más probable que tengamos un calentamiento global de 2 ºC, dado que contener el cambio climático a 1,5 ºC requiere que el mundo entero haya reducido sus emisiones de carbono a cero en 2030, esto es, que se desconecte la mayor parte de la actual infraestructura de carbono ―coches, centrales de energía y demás― y que se abandone sin más. Esta posibilidad es tremendamente improbable, por no decir que es casi inalcanzable.

    No olvidemos que 1,5 ºC es el umbral de «peligrosidad» del cambio climático fijado por el IPCC y la ONU y que se trata de un nivel de calentamiento global que daría como resultado huracanes, tormentas y fenómenos meteorológicos más intensos y frecuentes, más inundaciones y sequías, una reducción en el rendimiento de los cultivos, reducciones en las reservas de pescado y marisco (esto es, menos alimento en general), aumentos en el nivel del mar que obligarían a que hubiera migraciones desde regiones de baja altitud y desde países insulares, un crecimiento en las tasas de extinción y una mayor desertificación. El cambio climático está causando ya decenas de miles de muertes al año, así como muchos de los efectos aquí descritos, y se ha señalado que un calentamiento de 1,5 ºC sería una sentencia de muerte para muchas poblaciones indígenas y de países insulares. Un cambio climático de 1,5 ºC es una catástrofe, no un nivel de calentamiento global «aceptable».

    Dado que el Green New Deal ya existe en tanto que corriente, deberíamos verlo como un terreno de lucha, de hecho más favorable a programas radicales que otras tendencias políticas contemporáneas que también se enfrentan a la crisis ecológica, como es el caso de varios «planes de emisiones cero de carbono» o del surgimiento de regímenes de apartheid climático.[1] Con ello no quiero decir que debamos entregarnos incondicionalmente al Green New Deal. Tal y como se nos presenta ahora mismo, el plan promete combinar trabajos para todo el mundo con reducciones masivas en las emisiones de carbono, pero no puede reconciliar estos dos puntos dado que el «crecimiento verde» en el que se basa es imposible. En última instancia, es muy probable que profundice en el grado de explotación del sur global, intensifique la industria extractiva mundial y fracase en su promesa de crear trabajos o de recortar las emisiones de carbono. En lo que sigue, analizaré las contradicciones del Green New Deal para así poder navegarlas y distinguir entre los elementos que empujan en la dirección del establecimiento de un nuevo y ―según defenderé― imposible régimen de «crecimiento verde» y aquellos que son compatibles con un futuro próximo que sea justo y no demasiado catastrófico.

     

    La revolución industrial verde del laborismo

    Si vamos a abordar todas las implicaciones del Green New Deal en tanto que paquete de medidas, entonces deberíamos hacerlo empezando por las propuestas más radicales que tengamos a nuestra disposición, con las más ambiciosas en lugar de con las perspectivas que más concesiones hacen. Hoy en día eso nos lleva al plan para un Green New Deal del Partido Laborista de Reino Unido.

    El Partido Laborista adoptó el Green New Deal como parte de su programa en la conferencia anual de septiembre de 2019, junto a un montón de medidas progresistas y de planes de gobierno. Ello viene precedido de múltiples declaraciones de apoyo por parte de John McDonnell, ministro de Hacienda en la sombra, en favor de lo que él llama «revolución industrial verde». El plan de McDonnell se centra de manera específica en la combinación de justicia económica y justicia medioambiental y en no tratar «con frivolidad los miedos de la población de clase trabajadora, cuya experiencia con las transiciones económicas ha sido tremendamente angustiosa».[2] Defiende que la transición a un socialismo verde debe «rechazar el modelo de crecimiento que antepone el crecimiento económico a la sostenibilidad, [pero] también la aciaga creencia del maltusianismo de que la alternativa es poner límites a la gente o a sus estándares de vida […]. Los límites medioambientales existen, pero los límites que podemos alcanzar dentro de ellos son principalmente políticos, no naturales». Esta combinación contradictoria de medidas medioambientales y rechazo a los límites, articulada como una defensa de los estándares de vida actuales en el norte global, recorre de cabo a rabo toda la corriente del Green New Deal.

    Mientras que en Estados Unidos el Sunrise Movement ha sido fundamental para la popularización del Green New Deal, en Reino Unido y Europa el planteamiento de un Green New Deal como solución se remonta a la formación en 2008 del Green New Deal Group, que contaba con miembros de la New Economics Foundation (NEF) y del Partido Verde (que apoya el Green New Deal desde hace tiempo y que ha sido decisivo a la hora de difundir la propuesta por Europa y por el resto del mundo), activistas de organizaciones medioambientales como Greenpeace y Friends of the Earth y diversos economistas, entre quienes estaba Larry Elliott, editor jefe de la sección de economía de The Guardian. Las interconexiones entre este grupúsculo, el Partido Laborista y diversos sindicatos hace que las medidas y los planes del Green New Deal estén mucho mejor desarrollados en Reino Unido y en Europa de lo que lo están en Estados Unidos.[3]

    El acuerdo del Partido Laborista, si bien toma su nombre del debate estadounidense en torno al Green New Deal, forma parte de una tradición más larga de pensamiento político que ha querido hacer frente tanto a las preocupaciones medioambientales como al legado que el neoliberalismo y a la desindustrialización han dejado en Reino Unido, y hacerlo mediante la combinación de inversiones, una legislación sobre las emisiones de carbono y la creación de empleo. Los laboristas han defendido que se emprendieran acciones contra el cambio climático desde mediados de los años 2000, bastante antes de la etapa corbynista, como leyes que obligaban a reducir un 80% las emisiones para 2050, la creación de un banco de inversiones verdes y, ya desde la oposición, se asumieron posiciones institucionales contundentes. Desde que Jeremy Corbyn se convirtió en el líder del Partido Laborista, ha aumentado el flujo de propuestas políticas entre círculos de izquierdas y think tanks, muy especialmente la NEF, y ha habido una inyección de propuestas e ideas desde los movimientos sociales debido a la afluencia de miembros nuevos al laborismo y la polinización recíproca de ideas entre la conferencia anual oficial del Partido Laborista y la conferencia oficiosa de The World Transformed, que durante los últimos tres años ha tenido lugar al mismo tiempo. Durante el último año, la aparición de movimientos sociales como Extinction Rebellion y las huelgas estudiantiles por el clima, así como del movimiento Labour for a Green New Deal, ha conducido a que el Partido Laborista haya adoptado formalmente el Green New Deal como propuesta y a la cristalización de buena parte del trabajo ya existente de manera efectiva y en un marco legal único y reconocible.

    Pese a la ofensiva coordinada por parte de una sólida red de actores, los planes que tiene el laborismo respecto al clima han sacado a la luz unas tensiones internas considerables dentro del partido. Multitud de sindicatos y de miembros del partido intentaron bloquear con sus votos la adopción del Green New Deal en la conferencia del partido de 2019, y también con tácticas de intimidación física directa. Unas diferencias políticas tan importantes van a dar lugar a estrategias radicalmente diferentes en torno a la implementación ―o a la no implementación― del Green New Deal. No obstante, podemos aprender mucho si nos fijamos en la propuesta adoptada por el Partido Laborista para ver qué implica y para preguntar, de modo crítico, entre quiénes es el acuerdo del Green New Deal y qué es exactamente.

     

    ¿Quién paga?

    Ha habido una cantidad de trabajo importante dedicada a la financiación del Green New Deal y a qué tipo de instituciones haría falta crear para llevarlo a cabo. El plan será sufragado a través de una combinación de gastos en financiación e inversiones, e impuestos progresivos a los más ricos, incluidas las «cien empresa» que tienen mayor responsabilidad del cambio climático, y también conllevará la nacionalización de las compañías energéticas y de transporte. Aquí es igual de importante lo que no se dice: quién va a sustentar el acuerdo con su puesto de trabajo, con sus tierras ―debido a la descarbonización― y con su estilo de vida.

    Al tiempo que se apela a una «transición verde» de los trabajos ya existentes, hay muchos empleos que no se pueden convertir en puestos sin huella de carbono ni hacer que sean sostenibles y van a tener que ser suprimidos. Hay miles de empleos dentro de las industrias contaminantes que van a tener que ser eliminados gradualmente para que se puedan reducir las emisiones de carbono, lo que afectará tanto directamente a trabajadores como a poblaciones y regiones enteras que dependen de estos sectores. Estas industrias no son solamente las de la minería del carbón y la de la producción de energía, sino también las compañías de transportes y logística, los aeropuertos y las compañías aéreas, así como todas aquellas industrias y sectores que se basan mayoritariamente en lo que gastan los ricos, como el sector de los bienes de lujo, que emplea directamente a más de 150.000 personas. En Reino Unido, la industria de los combustibles fósiles da trabajo directamente a 40.000 personas, e indirectamente a 375.000. La industria de la aviación, que es otra que no puede llegar a ser sostenible y que en buena medida debe ir siendo eliminada, directa e indirectamente emplea a 500.000 personas. También haría falta una reducción masiva en el número de camiones que transportan bienes por las carreteras para dejar su sitio a los trenes y a un reducido número de vehículos eléctricos, lo que significa que algunos de los 60.000 puestos de camionero están en riesgo. La industria de la automoción da trabajo directamente a 180.000 personas y a otras 640.000 de manera indirecta. Añádase todo ello a los múltiples trabajos demenciales y los trabajos de mierda que no están entre los mencionados y que habría que ir eliminando y estaríamos hablando de cientos de miles de puestos de trabajo, si no de más de un millón, afectados directamente y muchos más afectados de modo indirecto. Una «transición justa dirigida por los trabajadores» implica que los trabajos actuales que hayan sido eliminados sean remplazados por otros empleos «verdes», cualificados y bien pagados, pues no está nada claro que sea posible hacerlo, especialmente dado el evidente número de trabajadores, poblaciones e industrias involucrados. Una lectura que se hace ello es la que sugiere que necesitamos sustituir los empleos con una alta huella de carbono por otros con una huella baja, especialmente por aquellos de los sectores reproductivo y de los cuidados. Si bien esto es crucial, también debemos señalar que tener una huella de carbono baja no es lo mismo que no tener huella de carbono, y que es ahí adonde nos debemos dirigir. Lo segundo que debemos señalar es que es improbable que podamos dar el cambiazo de unos puestos de trabajo industriales por unos puestos de trabajo de cuidados así sin más, y no simplemente porque sean formas de trabajo muy diferentes o debido a barreras culturales o sociales, sino porque dada la escala de las transformaciones requeridas, apenas hay suficientes puestos de trabajo verdes. De todas formas, el principal problema sigue siendo que incluso el intercambio de unos puestos de trabajo con una huella de carbono alta por otros con una huella baja implica todavía que las emisiones sigan creciendo año tras año.

    La manera en la que la mayor parte de las expresiones del Green New Deal, como corriente y como plan de medidas concretas, se enfrentan al problema del empleo es a través de la idea de crecimiento verde, esto es, una forma de crecimiento económico que no conlleva ni destrucción medioambiental ni produce emisiones de carbono. Esto es evidente gracias a la denominación que el laborismo ha escogido para su acuerdo, Green Industrial Revolution, y gracias al énfasis evidente en la creación de industrias y trabajos nuevos junto a programas de inversiones masivas tanto en nuevas infraestructuras como en servicios sociales más extensos. En las políticas del Partido Laborista ha existido desde hace tiempo un énfasis en el crecimiento verde como vehículo para alcanzar tanto protecciones medioambientales como la creación de empleo, desde las medidas de la Ley de Cambio Climático hasta los documentos actuales del partido acerca del medioambiente. Entre las propuestas que están circulando en Estados Unidos, el vínculo que se establece entre el plan y el crecimiento es habitualmente explícito, como sucede en las obras de sus defensores más reconocidos, como Mariana Mazzucato y Robert Pollin, o bien implícito, como en el Green New Deal que ha puesto sobre la mesa Alexandria Ocasio-Cortez.[4] En última instancia todos ellos plantean que podemos seguir haciendo que la economía crezca y crear empleos para todo el mundo al tiempo que se reduce su impacto medioambiental; producir crecimiento económico y reducir a la vez las emisiones de carbono.

    Cualquier programa que se base en el crecimiento se basa también en la idea de que se puede desvincular el crecimiento económico de las emisiones de carbono. Eso no es posible. El crecimiento verde no existe. Nunca ha sucedido a escala global y no existen indicios fiables de que pueda darse. Si bien se ha sugerido que la actividad económica en el norte global sí ha sido desvinculada de las emisiones de manera efectiva,[5] con ello se está ignorando el modo en que la economía global ha desplazado la producción al sur global, externalizando de esta manera el problema de las emisiones de carbono. Para reducir las emisiones y lidiar con otras cuestiones ecológicas acuciantes, debemos situar en el punto de mira el crecimiento económico como el principal problema.

    Pese a que una transición inmediata a una economía con bajas emisiones de carbono inevitablemente afectará de manera negativa a algunos trabajadores, es evidente quién va a pagar, según el acuerdo, la mayor parte de la transición: los ricos, a través de impuestos y de la nacionalización de activos de propiedad privada. También perderán el acceso a la mayoría de los lujos obscenos de un estilo de vida de altas emisiones, como coger aviones ―en Reino Unido, el uno por ciento más rico de la población realiza el veinte por ciento de los vuelos internacionales, el diez por ciento más rico realiza la mitad―. Hay una disparidad profunda en las emisiones del consumo entre los ricos y los pobres en países como Estados Unidos y Reino Unido, donde el diez por ciento de los hogares más ricos emite cinco veces más que el cincuenta por ciento más pobre, por lo que atacar a los ricos traerá reducciones enormes.

    Sin embargo, estamos ante dos cuestiones con unas ramificaciones notables. Incluso aunque hagamos hincapié en los ricos, es necesario hacer frente al consumo diario que tiene lugar en el norte global para alcanzar las reducciones necesarias en emisiones de carbono que permitan cumplir los compromisos internacionales respecto a la justicia climática. En segundo lugar, el desarrollo y la implantación de tecnologías de energías renovables exigen que continúen y se intensifiquen actividades mineras peligrosas y destructivas con el medioambiente a fin de que se puedan garantizar los recursos que hacen falta para llevar a cabo la descarbonización.

    ¿Por qué es necesario que descienda el consumo general y cotidiano en el norte global (y dentro de la franja demográfica más rica en algunas partes del sur global)? A fin de cuentas, ¿el problema no son los ricos y sus empresas? Es así en buena medida. Las personas más ricas del planeta, de las cuales una amplia mayoría vive en el norte global, consumen mucho más que cualquier otra. En torno a la mitad de las emisiones que provienen del consumo asociado al estilo de vida son producidas por el diez por ciento más rico de la población mundial, y el siguiente cuarenta por ciento es responsable de otro cuarenta por ciento de las emisiones. La mitad más pobre del planeta no emite nada a efectos prácticos. Esta desigualdad se repite en el interior de los diferentes países, donde el diez por ciento más rico a menudo consume entre tres y cinco veces más por hogar que el cincuenta por ciento más pobre. Poner el foco sobre los ricos y sus emisiones ―lo cual debería ser la piedra angular de cualquier Green New Deal― tendría un impacto enorme e inmediato. Una reducción a niveles de la media europea eliminaría en torno a un tercio de las emisiones de carbono procedentes del consumo, lo cual, si bien es relevante, queda muy lejos de lo que hace falta.

    Sin embargo, el problema no son solo los ricos. La reducción de las emisiones del cuarenta por ciento de la población que va a continuación ―esto es, la mayoría de la gente que vive en el norte global― implicaría hacer frente a todo lo que va de las emisiones del transporte a la industria de la moda (responsable de en torno al ocho por ciento de las emisiones globales), la agricultura, las dietas y los servicios. Esta última categoría de los «servicios», en la que cabe todo, desde apuntarse al gimnasio hasta salir a comer fuera, es responsable de alrededor de un cuarto de las emisiones por hogar. Alcanzar el objetivo de «emisiones cero» que plantea el Green New Deal exige que se hagan recortes de forma generalizada. Lograr que no haya emisiones y hacerlo a tiempo, algo crucial y que realmente no es negociable, y tener que hacerlo con los escasos recursos con los que contamos requiere que reduzcamos el consumo en el norte global.

    En este punto la discusión se convierte en la típica historia ecologista acerca del sobreconsumo: se consume demasiado, tanto directamente en los hogares como indirectamente a través de los procesos productivos. Sobre lo que hay que insistir es sobre que la mayoría de la gente está «atrapada» en una reproducción social de altas emisiones. El problema que hay con los relatos en torno al sobreconsumo es, además, que el consumo aparece como algo sobre lo que se pudiera elegir. La renta disponible ―la parte de dinero que te queda después de haber pagado por todo lo que necesitas― aumenta cuanto más rico te haces, pero la renta disponible de la mayoría de la gente es casi nula. La mayor parte de las personas en realidad no pueden hacer ninguna elección relevante acerca de lo que consumen y aquello entre lo que pueden escoger está profundamente determinado por enormes compañías transnacionales.

    Esto lo podemos denominar consumo estructural y hace que se ponga el foco sobre aquello que hace falta cambiar para que la gente pueda vivir de un modo distinto: esas «cien compañías» que menciona el Green New Deal del Partido Laborista son las empresas que de hecho determinan cómo se producen las cosas y qué impacto tienen en la biosfera de la Tierra. Si bien este aspecto es crucial a nivel político y debe servir para dar forma a nuestras estrategias, la realidad es que los niveles generales de consumo en el norte global aún deben verse reducidos, al tiempo que queda asegurado que estos cambios y reducciones no empobrecen aún más a aquellas personas del sur global que dependan de los trabajos que sostienen los modos de vida de alto consumo de las personas del norte.

    En las propuestas actuales sobre el Green New Deal, no obstante, hay muy poca información acerca de cómo abordar el consumo. Si nos fijamos en las múltiples declaraciones y documentos de medidas dentro de la amplia corriente por el Green New Deal, encontramos más discusiones sobre el consumo, aunque no hay nada mucho más concreto sobre cómo hacerle frente. La atención ha estado puesta casi unánimemente en la reducción de la demanda de energía gracias a programas de eficiencia y aislamiento para los hogares, en la electrificación de los transportes y ―esto es revelador― en los planes para incrementar la riqueza pública en lugar de la privada. Este último aspecto conlleva que probablemente vaya a haber una reducción en el consumo individual, pero compensada por unos servicios públicos gratuitos y de mejor calidad, como por ejemplo un transporte público sin coste.

    A menudo se resta importancia a la reducción del consumo individual y en ocasiones se intenta colar a través de una semana laboral reducida, que produciría menos emisiones gracias a un consumo menor tanto en el trabajo como en casa, o a través de un régimen impositivo progresivo, o mediante un cambio en las conductas que pasa por alto el consumo estructural. Dicho lo cual, con lo que nos encontramos es con una combinación de cambios no rupturistas vinculados a algo que solo puede ser calificado como ilusorio: que menos trabajo y más tiempo de ocio, junto a unos planes de cambios conductuales, den como resultado que haya menos emisiones porque la gente «escogerá» consumir menos. Pareciera que entre los defensores del Green New Deal (o entre los ecologistas en general) no hubiera ninguna fe en que un movimiento de masas o las victorias electorales ―y para que haya un Green New Deal se necesitan ambos― puedan cimentarse sobre la exigencia de una reducción del consumo obligada. En el mejor de los casos, se puede introducir de tapadillo un menor consumo y tiene que coordinarse con recompensas, como un mayor tiempo de ocio o la mejora de los servicios públicos. Siendo esto así, resulta del todo improbable que a la amplia mayoría de los consumidores del norte global se les vaya a pedir que hagan un gran esfuerzo en cuanto a la reducción del consumo, al menos a corto plazo.

     

    A escala global, ¿quién paga?

    La propuesta de Green New Deal del Partido Laborista exige un programa de electrificación total del sistema ferroviario y del parque de vehículos de carretera. Para que en el año 2050 Reino Unido haya cumplido únicamente sus objetivos respecto a los coches eléctricos (esto es, dejando a un lado la transformación de la producción energética, los sistemas logísticos y de transporte público y otros procesos de fabricación, y sin tener en cuenta los planes y esfuerzos de cualquier otro país del mundo que esté emprendiendo el mismo proceso), sería necesario que se duplicase la producción mundial de cobalto y requeriría de toda la producción mundial de neodimio, de tres cuartas partes de la producción mundial de litio y de la mitad de la producción mundial de cobre. También necesitaría un aumento del veinte por ciento en el suministro de electricidad únicamente para cargar los coches. Los parques eólicos y los paneles solares necesitan las mismas materias primas. La construcción de una cantidad suficiente de paneles solares como para proveer de electricidad a los coches eléctricos exigiría treinta años de la producción anual global actual de telurio. Si durante un momento tuviésemos en cuenta a otros países, sencillamente no hay suficientes materias primas como para lograrlo y ahora mismo no se están produciendo todo lo rápido que haría falta. Debido a una aceleración en la demanda, el suministro que hay en la actualidad se está volviendo más caro y está provocando tanto una avalancha de inversiones como nuevas formas de extractivismo y la intensificación de las modalidades de neocolonialismo.[6] Lo más probable es que no haya suficiente «margen para el carbono» como para permitir una transición para todo el mundo. Cualquier transición va exigir la construcción de unas cantidades inmensas de infraestructuras nuevas; los coches eléctricos, por ejemplo, tal y como pide el Green New Deal, necesitan no solo una producción mayor y más minería, que ya de por sí implican una alta intensidad de carbono, sino también enormes cantidades de acero y cemento, lo cual conlleva más emisiones. Llegados a cierto punto, estas nuevas emisiones socavan de manera efectiva los intentos por reducir el carbono.

    La respuesta a la pregunta «¿quién paga?» resulta aquí menos clara de lo que sugiere el relato de ricos contra trabajadores. El Green New Deal exigiría una expansión en las industrias primarias de la minería y, si los biocombustibles cobran relevancia, de la agricultura, dos sectores que se basan en la explotación de la tierra y de las personas por lo general en el sur global. No resulta complicado ver cómo se desarrollaría todo ello mientras se endurece la crisis climática. La apropiación masiva de tierra y de agua ya está en marcha y los conflictos que están teniendo lugar en torno al acceso a los recursos son innumerables. La producción de biocombustible y la sequía han tenido un papel fundamental en las crisis de los precios de los alimentos de 2007-2009 y 2010-2012, las cuales coadyuvaron a instigar los movimientos sociales, las rebeliones y las revoluciones de aquel periodo. Las limitaciones reales a las reservas de recursos existentes ya están conduciendo a nuevos procesos mineros más destructivos, incluida la minería en el fondo marino, redoblando el destructivo legado del extractivismo sobre el medioambiente. En otras palabras, además de las poblaciones y las naciones pobres, también la naturaleza va a tener que pagar por el Green New Deal. El hecho de que este proyecto esté diseñado para hacer sostenibles aquellos países que lo implementen no debería hacernos suponer que en el proceso vaya a hacerse sostenible el planeta.

    Aunque esté habiendo alguna discusión en los debates sobre el Green New Deal acerca de qué sucede con la gente de fuera de Reino Unido, en buena medida se las puede considerar ilusorias. Un incremento de las finanzas climáticas, de la transferencia tecnológica y del desarrollo de las capacidades (mediante la educación y el entrenamiento) solo resultan útiles si se dispone de los materiales para construir nuevos sistemas de energías renovables. Y eso no va a pasar. Bienvenido sea el apoyo a los refugiados climáticos, pero dadas las actuales posiciones del Partido Laborista respecto a la limitación de la libre circulación de los migrantes y al auge de las posturas políticas xenófobas de extrema derecha en Reino Unido y a escala global, deberíamos suponer que todo ello no se va a traducir en nada remotamente similar a una apertura de las fronteras del país, y mucho menos a un programa adecuado para tratar con las miles (si no millones) de personas, la mayoría del sur global, que ya se están viendo desplazadas debido al cambio climático. Si bien el Partido Laborista se ha comprometido a deshacerse de algunos de los peores aspectos del brutal régimen fronterizo actual, la inmigración y dicho régimen van a continuar.

     

    ¿Quién lo protagoniza?

    ¿Quién va a llevar a cabo el Green New Deal? El acuerdo lo promulgará el estado a través de un plan de inversiones y de regulaciones, así como de nacionalizaciones orientadas al sistema energético. También será el producto de la colaboración entre «sindicatos y la comunidad científica». En todo el documento se habla de la idea de una transición justa liderada por los trabajadores, que otorgue un papel central a los sindicatos actuales, como cabría esperar de un partido en el que estas organizaciones aún ejercen una influencia inmensa, pese al enorme empeño puesto en contra por parte de los elementos neoliberales dentro del partido. A ello se une que el proyecto del Green New Deal incluye una cláusula en la que se declara que el objetivo de que en 2030 no haya emisiones debería traducirse en una ley solo «si se logra una transición justa para los trabajadores», lo cual es resultado de la presión de algunos sindicatos, pues los sindicatos solo van a apoyar las medidas de este proyecto si supone la creación de empleo o la «transición sostenible» de los trabajos actuales.

    También es de esperar que haya organizaciones y think tanks que sigan teniendo un papel influyente a la hora de dar forma al Green New Deal, como hacen en general con las medidas del Partido Laborista. Lo que falla aquí es que hay pocos movimientos sociales e instituciones que no pertenezcan al estado con el poder suficiente como para actuar fuera y contra el estado y el capital y forzar cambios particulares o que se promulguen planes concretos. Esto define al Green New Deal como algo drásticamente diferente del New Deal original estadounidense y de otros proyectos socialdemócratas similares de otras partes del mundo, que contaban como actores como el IWW o el Partido Comunista para presionar al estado. Efectivamente, si bien el Green New Deal sin duda está haciendo que crezcan las expectativas, no queda claro si está ayudando a componer un electorado combativo y un poder social arraigado en los lugares de trabajo y en la población, o si por el contrario simplemente está devolviendo la fe en la política parlamentaria y en la efectividad del voto.

    Podemos transformar la pregunta de «quién protagoniza el acuerdo» en la de «quiénes forman parte de él». El Green New Deal será un pacto entre los estados y sus ciudadanos, un acuerdo negociado entre partidos políticos, organizaciones ecologistas, think tanks y sindicatos. Pese a la retórica internacionalista, no se trata de un acuerdo a escala global entre los estados ni entre el estado y la humanidad en un sentido amplio, sino entre el gobierno de Reino Unido y los ciudadanos de Reino Unido.

    Aquí resulta crucial saber quién está involucrado y quién no. No se trata de un pacto que provenga de un malestar masivo a nivel social, laboral o civil, así que de alguna manera debe contar con la participación del mundo de los negocios. Y aunque estén en posición de salir perdiendo con este acuerdo, algunos negocios potencialmente van a lograr enormes beneficios: las industrias de gestión de fronteras, de seguridad y de migraciones, las compañías mineras o las de transporte marítimo internacional van a salir beneficiadas de un modo sustancial. Lo mismo sucederá con las industrias que produzcan infraestructuras para las energías renovables y los coches eléctricos, o las que se ocupen de las plantas de desalinización y de la contención de las inundaciones, así hasta todo lo que va de la industria de los seguros hasta un sinnúmero de compañías de rehabilitación y gestión frente a las catástrofes. Dada la ausencia de una lucha de clases feroz, el capital puede afirmar sus intereses bajo la forma de una transición a un régimen de acumulación más sostenible. Pero si bien el capital puede ayudar a hacer posible un Green New Deal, no va a hacerlo con todos sus aspectos por igual. ¿Recuperar medidas de industrialización y vivienda pública? Quizá. ¿Una reducción radical del tiempo de trabajo, un amplio programa de impuestos y nacionalizaciones y una rebaja del consumo privado e industrial? Por desgracia, eso parece mucho menos probable.

    El Green New Deal no es un acuerdo con otras naciones o pueblos, así que deja fuera la cuestión de la justicia climática internacional por estar motivada únicamente por el voluntarismo, y no es tampoco un pacto con el mundo «más que humano». Es parte de un nuevo «ecologismo pero sin la naturaleza», una forma de ecologismo que se centra no en «salvar» el mundo natural sino en salvarnos a nosotros de la catástrofe ecológica producida por el capitalismo; una ruptura drástica con la historia de este movimiento.

     

    ¿Para hacer qué?

    ¿Qué aspira a hacer el Green New Deal? En la parte más importante del acuerdo encontramos una serie de propuestas que plantean un programa social en buena medida keynesiano de nacionalización de la producción de energía, desarrollo de planes de aislamiento de las viviendas, aumento de la producción de energía renovable y básicamente la electrificación de todo el transporte por carretera, todo lo cual está destinado a reducir las emisiones de carbono y crear puestos de trabajo. Habrá un aumento en la provisión de servicios universales que posiblemente incluya algún tipo de renta básica universal así como un aumento en los salarios sociales (mejora del sistema sanitario, vivienda pública, transporte público gratuito, etcétera). También habrá planes centrados en abordar ciertas prácticas ganaderas y agrícolas.

    La esencia del pacto se puede encontrar en el énfasis crucial que se hace en el empleo y el escaso compromiso que hay para hacer frente a las emisiones del consumo. El hincapié hecho en la electrificación del transporte en carretera es porque se trata del concepto básico en torno al cual se intenta hallar la cuadratura del círculo entre los trabajos y el medioambiente. La electrificación de ese tipo de transporte parece una fórmula para proteger (y crear) un número enorme de empleos, para que no haya que alterar de manera fundamental demasiados rasgos de la economía de Reino Unido (incluidos los sistemas logísticos, los patrones de consumo y por tanto de distribución, cómo va la gente al trabajo, etcétera) y, al mismo tiempo, reducir las emisiones del sector de los transportes ―un sector que es responsable de la cuota más amplia de las emisiones de carbono―. Aquí hay varios problemas. El primero es que los coches eléctricos aún traen consigo una inmensa cantidad de carbono, tanto a través del proceso de producción como debido a la extracción de los recursos que esta requiere. El segundo es que la electrificación de todo el transporte en carretera hará que aumente de manera masiva la demanda de electricidad en cifras que, de acuerdo a algunas estimaciones, superan el veinte por ciento, lo que a su vez hará que crezca la demanda de los recursos ya escasos que hacen falta para producir las fuentes de energía renovable. Tampoco trata la enorme cantidad de desperdicio generada por todos los procesos implicados en la producción de coches, baterías, etcétera. El tercero es que tampoco hace nada por abordar cómo la cultura del coche produce formas de vida insostenibles medioambientalmente: desde el crecimiento ubrano y una construcción de carreteras que no tiene fin hasta los modos de consumo particulares con una alta huella de carbono. Es este último punto el que resulta más perverso. La electrificación interpela a un deseo por cambiar todo lo que se pueda para cambiar lo menos posible. La razón para electrificar coches y camiones es por tanto la de preservar los sistemas social y económico que los permiten y los crean; mantener la fabricación como sector clave en el empleo ―o, más bien, aumentar su producción― para así conservar los puestos de trabajo a pesar de la necesidad de consumir y producir menos.

    El hecho de que se evite la cuestión del consumo y se haga tanto hincapié en la creación de empleo dentro de la sección «Empleos y medidas por el clima» ya nos dice todo lo que hay que saber acerca del acuerdo. Este pacto se basa en el mantenimiento, en la medida de lo posible, del sistema económico en el que estamos y de los modos de vida actuales al tiempo que se emprenden algunas acciones contra el cambio climático para minimizarlo todo lo que se pueda sin poner en riesgo nuestros estándares de vida. Consiste también en que las personas de fuera del norte global, las que viven en países que carecen del poder geopolítico o económico para competir por unos recursos que son escasos, se van a quedar fuera de la transición a una economía de bajas emisiones; de hecho, van a ser sacrificadas a cambio de nuevas minas o plantaciones de biocombustible, por ejemplo, las cuales permitirán la transición a las renovables por un nuevo sistema económico verde.

     

    Que las cosas sigan igual

    El trabajo con lo mejor que el Green New Deal tiene que ofrecer hace que nos quede claro que el objetivo último del acuerdo es el de intentar que las cosas sigan como están todo lo que sea posible, aunque con una observación: que cambie la distribución actual de la riqueza y que volvamos a algo que se pueda asemejar a la época dorada de la socialdemocracia (que resulta que también es la época dorada del capitalismo). Se trata de un programa de pleno empleo, de electrificación de los modos de vida existentes a través de las renovables, de pactos sólidos por la justicia climática internacional mientras aumenta de modo masivo la extracción de recursos y se mantienen unos controles fronterizos lo suficientemente fuertes. El pacto que ha propuesto el Partido Laborista viene a decir: «Tú vótanos y nosotros encontraremos la manera de generar mejores puestos de trabajo y seguridad en el ámbito social al tiempo que nos enfrentamos al cambio climático». Pero no van a ser capaces de hacer las dos cosas de manera efectiva, así que el acuerdo tácito es que se aprobarán medidas por el clima siempre y cuando se puedan reconciliar con la creación de empleo.

    En cuanto aumenten las contradicciones entre la reducción de emisiones de carbono y la creación de empleo, la tendencia va a ser a generar puestos de trabajo y proteger los modos de vida antes que a reducir emisiones. No nos queda otra más esperar que haya movimientos por el clima aún más grandes, aún más comprometidos, y organizarnos para ello, pero esto está lejos de ser así, y la tendencia política en la izquierda va a ser a tratar las injusticias sociales y económicas como una prioridad, por lo que es probable que el Green New Deal se convierta en un campo de batalla entre «los ecologistas» y «la izquierda» en lugar de un lugar donde encontrarse.

    A fin de cuentas lo que estamos viendo es la base del conflicto entre lo que es científicamente necesario y lo que es políticamente realista. Parte del peligro del Green New Deal radica en que sea visto como la solución en lugar de como un intento parcial por remodelar toda la política económica nacional. El problema aquí es que si es percibido como la solución, la izquierda va a verse atrapada en una lucha institucional en la que ceder y arrastrase por propuestas más «realistas» pasa a ser lo que lo domina todo, al tiempo que la pelea ya no es por la reducción de emisiones, sino por conservar la propuesta como tal del Green New Deal.

    Hay que dejar claro de todos modos que, si bien el Green New Deal no es la solución, tampoco es un trampolín con el que llegar a ella. La expansión y la intensificación del extractivismo, el aumento de la explotación del sur global y la implementación de nuevas formas de imperialismo «sostenible», seguir destrozando la biosfera y continuar con las emisiones contaminantes de carbono; ninguna de estas cosas puede ser asumida como un paso adelante hacia un futuro mejor. Más allá del brutal realismo político con el que se justifica un sacrificio aún mayor de vidas y de la propia vida por un modo más verde de consumismo sostenible, en el futuro que promete el Green New Deal no se habrá frenado el cambio climático antes de haber llegado a ser catastrófico.

    Pero aunque el Green New Deal no sea la solución, eso no justifica que lo ignoremos o que nos opongamos a él. Esta iniciativa es tanto una iniciativa institucional como una corriente. En tanto que iniciativa institucional, es un paquete de medidas con el que debemos tratar o contra el que podemos luchar con la intención de desplazarlo en una dirección más positiva. En tanto que corriente, necesitamos involucrarnos para dotarlo de forma pero también para generar algo más, algo con lo que ir más allá de los limitados esfuerzos por reformar el sistema en el que estamos y con lo que construir algo que nos asegure una vida rica y abundante a todos nosotros y a todo ser vivo en general.

    Hay dos tareas inmediatas. La primera es trabajar por ampliar aquellas partes del Green New Deal que dan pie o representan un programa de decrecimiento y justicia.[7] Entre ellas están la reducción del horario laboral, el aumento de los servicios sociales, la desmercantilización de los servicios básicos…; en definitiva, trabajar por que los ingresos estén desvinculados del trabajo y asegurarnos de que nuestra propia reproducción no se basa en un trabajo asalariado precario. También hace falta que, por encima de cualquier otra cosa, nos aseguremos de abolir a los ricos y sus privilegios, lo cual tendrá un impacto enorme e inmediato; y además cualquier ataque a los ricos tendrá también el efecto de debilitar su poder para enfrentarse a nosotros.

    Pero no va a ser suficiente con que intentemos llevar más lejos las exigencias actuales, también va a hacer falta un compromiso militante para oponernos y trabajar para detener el desarrollo de nuevas infraestructuras para los combustibles fósiles, o de las ya existentes, y de nuevos proyectos extractivos, especialmente aquellos que tienen lugar en el sur global. No puede haber una transición justa que dependa de un extractivismo neocolonial ampliado y no puede haber una descarbonización rápida sin clausurar la actual infraestructura de los combustibles fósiles. Al cerrar ambas vías, el estado, así como el capital, se verán forzados a buscar otras posibilidades para la generación, descarbonización y producción de la energía. Si las múltiples historias del capitalismo fósil nos han enseñado algo, es que los regímenes energético y económico son el producto tanto de nuestra resistencia y oposición como de las necesidades del capital y tienen lugar a través de la innovación tecnológica.

    También debemos ser conscientes de que no todos los decrecimientos son equivalentes entre sí. Hace falta un decrecimiento igualitario y comunista. En los últimos años han salido muchos artículos científicos que básicamente han exigido el fin del capitalismo. En cierto sentido, la ciencia reclama nada menos que el comunismo pleno, pero no el comunismo de esta parte de la izquierda que solo están interesada en comunizar el consumismo en lugar de acabar con él y en la redistribución del botín y de los beneficios del extractivismo sin cambiar el sistema económico que de él depende. Y si bien debemos cuestionarnos y transformar políticamente el deseo y los valores que van unidos al consumismo como forma de vida, en última instancia los pilares del consumismo son estructurales y no hay cambio posible hacia una forma de vida sostenible sin buscar la manera de construir nuevas infraestructuras y entornos que nos permitan ser autónomos respecto al mercado capitalista.

    El decrecimiento como modo de producir una abundancia radical debe convertirse en un elemento nuclear de las políticas de izquierdas. Podemos empezar por recuperar la crítica al capitalismo de consumo que surgió durante las décadas de los sesenta y de los setenta y reconocer que el consumismo beneficia sobre todo a la minoría rica. Para la amplia mayoría de la población mundial, el decrecimiento puede implicar y únicamente traerá consigo una vida mejor. No es suficiente con intentar reducir las emisiones al tiempo que hacemos que todo siga igual. La única vía que tenemos para continuar es hacer que todo cambie de manera radical. En este momento es la única propuesta realista.

     

     

    NICHOLAS BEURET es activista, investigador y actualmente da clases en la Universidad de Essex, en Reino Unido. Su investigación ahora mismo se centra en el cambio climático y su logística, las migraciones climáticas y las políticas contra la catástrofe.

    La ilustración de cabecera es «Downs in winter» (1934), de Eric Ravilious.

    [1] En este punto, véanse Christian Parenti, Tropic of Chaos: Climate Change and the New Geography of Violence, Nueva York, Hachette Book Group, 2011, y Todd Miller, Storming the Wall: Climate Change Migration, and Homeland Security, San Francisco: City Lights, 2017.

    [2] John McDonnell, «A Green New Deal for the UK», Jacobin Magazine, 30 de mayo de 2019.

    [3] Este desarrollo se ha visto acelerado gracias a los últimos trabajos del think tank relativamente nuevo Common Wealth, que ha reunido un paquete de medidas para el Green New Deal.

    [4] Véase, por ejemplo, «McDonnell Pledges Green Revolution Jobs», BBC News, 10 de marzo de 2019, y McDonnell, óp. cit.

    [5] Véase, por ejemplo, Nate Aden, «The Roads to Decoupling: 21 Countries Are Reducing Carbon Emissions While Growing GDP», World Resources Institute, 5 de abril de 2016.

    [6] Véanse, entre otros, Asad Rehman, «A Green New Deal Must Deliver Global Justice»,” Red Pepper, 29 de abril de 2019, y «The ‘Green New Deal’ Supported By Ocasio-Cortez and Corbyn Is Just a New Form of Colonialism», The Independent, 4 de mayo de 2019.

    [7] Acerca de este punto y del debate entre decrecimiento y Green New Deal, véase Mark Burton y Peter Somerville, «Degrowth: A Defence»New Left Review, II/155, enero-febrero de 2019 [trad. cast.: «Decrecimiento: una defensa», New Left Review, 115, marzo-abril de 2019]. Para una discusión más fina acerca del decrecimiento, véase Chertkovskaya, Paulsson, Kallis, Barca y D’Alisa, «The Vocabulary of Degrowth: A Roundtable Debate», Ephemera, 17, n.º 1, 2017, pp. 189-208

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  • He aquí las distopías

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    Por Kim Stanley Robinson

    Este texto fue publicado originalmente en la revista Commune con el título «Dystopias Now».

    Las distopías son la otra cara de las utopías. Ambas expresan sentimientos en torno al futuro que tenemos en común: las utopías expresan nuestras esperanzas sociales; las distopías, nuestros temores. Hoy en día las distopías son muy populares, y no es de extrañar, pues tenemos muchos miedos acerca del futuro.

    Ambos géneros poseen linajes antiguos. La utopía se remonta al menos hasta Platón y desde el principio tuvo relación con la sátira, un género aún más antiguo. La distopía es claramente un tipo de sátira. Se decía que Arquíloco, el primer satírico, era capaz de matar a la gente con sus improperios. Posiblemente las distopías tengan la esperanza de matar a las sociedades que retratan.

    Desde hace tiempo vengo diciendo que la ciencia ficción funciona mediante una especie de acción doble, como las gafas que se usan para ver películas en tres dimensiones. Una de las lentes, la de la maquinaria estética de la ciencia ficción, retrata un futuro que puede llegar a suceder; es una especie de realismo proléptico. La otra lente presenta una visión metafórica de nuestro momento actual, como un símbolo dentro de un poema. Juntos, los dos puntos de vista se combinan y se convierten en una revelación de la Historia, extendiéndose de manera mágica hacia el futuro.

    Según esta definición, dentro de la doble acción de la ciencia ficción las distopías actuales se asemejan sobre todo a la lente de la metáfora. Existen para expresar cómo nos sentimos en este momento y se centran en el miedo en tanto que sentimiento culturalmente dominante. La búsqueda de un retrato realista de un futuro que efectivamente pudiera tener lugar no forma parte del proyecto; le falta esa lente de la maquinaria de ciencia ficción. La trilogía de Los juegos del hambre es un buen ejemplo de ello; el futuro que muestra no es plausible, ni siquiera es logísticamente posible. No es eso lo que se está buscando. Lo que hace muy bien es retratar cómo perciben los jóvenes el presente, elevado, a través de la exageración, a una especie de sueño o de pesadilla. Dado que esto es lo típico, las distopías pueden ser consideradas como una clase de surrealismo.

    Últimamente tiendo a pensar en las distopías como algo que está de moda, algo quizá perezoso, tal vez incluso complaciente, porque uno de los placeres de leerlas es la sensación de que, por muy malo que sea el momento actual, ni mucho menos es tan malo como los que padecen esos pobres personajes. Una emoción vicaria de consuelo mientras presenciamos/imaginamos/experimentamos las luchas heroicas de nuestros afligidos protagonistas. Enjuague y repita. ¿Esto es catarsis? Puede que más bien sea indulgencia y la creación de una sensación de seguridad por comparación. Una especie de Schadenfreude tardocapitalista y de nación avanzada por esos desafortunados ciudadanos ficticios cuyas vidas han sido destrozadas por nuestra propia inacción política. Si esto es cierto, la distopía es parte de nuestra más absoluta desesperanza.

    Por otro lado, en ellas se expresa un sentimiento real, una verdadera sensación de miedo. Algunos hablan de una «crisis de representación» en el mundo actual, que tiene que ver con los gobiernos: que nadie en ninguna parte se siente adecuadamente representado por su gobierno, sin que importe el tipo de gobierno de que se trate. La distopía seguramente sea una expresión de ese sentimiento de desapego e impotencia. Ya que nada parece funcionar en el presente, ¿por qué no hacer saltar las cosas por los aires y empezar de nuevo? Esto implicaría que la distopía es una especie de llamada al cambio revolucionario. Puede que haya algo de eso. Por lo menos con la distopía se dice, aunque sea de manera repetitiva y sin imaginación, y tal vez de manera salaz: «Algo va mal. Las cosas no están bien».

    Puede que sea importante recordar la presencia amenazadora del cambio climático como un desastre tecnosocial que ya ha comenzado y en la que van a estar sumidos los próximos dos siglos como una especie de factor sobredeterminante, sin importar lo que hagamos. Este periodo en el que estamos entrando podría convertirse en la sexta extinción masiva en la historia de la Tierra y en la primera causada por la acción humana. En ese sentido, el antropoceno es una especie de distopía biosférica generada diariamente, en parte debido a la actividad cotidiana de los consumidores burgueses de literatura y cine distópicos, de modo que existe un realismo repetitivo y de pesadilla en el proyecto: no solo es que las cosas estén mal, sino que además somos nosotros los responsables de hacer que estén mal. Y es difícil no darse cuenta de que no estamos haciendo lo suficiente por hacer que las cosas vayan a mejor, así que las cosas además van a ir a peor. La acción política colectiva es necesaria para mejorar; la solución a los problemas va a requerir algo más que virtud o renuncia personales. La colectividad tiene que cambiar y, sin embargo, hay fuerzas que impiden que la colectividad lo vea: así pues, ¡he aquí la distopía!

    Es importante recordar que aquí utopía y distopía no son los únicos términos relevantes. Hay que usar el cuadro de Greimas y ver que la utopía tiene un opuesto, la distopía, y también un contrario, la antiutopía. Para cada concepto hay un no-concepto y un anticoncepto. Así que la utopía es la idea de que el orden político podría funcionar mejor. La distopía es el no: la idea de que el orden político podría empeorar. Las antiutopías son el anti: la idea de la utopía en sí misma es errónea y mala, y cualquier intento por mejorar las cosas terminará empeorándolas y creando intencionadamente o no un estado totalitario o algún otro desastre político del estilo. 1984 y Un mundo feliz son ejemplos recurrentes de estas posiciones. En 1984, el gobierno trata de manera activa de hacer infelices a los ciudadanos; en Un mundo feliz, el gobierno intentó hacer felices a sus ciudadanos, pero salió mal. Como señala Jameson, es importante hacer frente a los ataques políticos a la idea de la utopía, ya que suelen ser declaraciones reaccionarias en nombre de quienes en este momento tienen el poder, de aquellos que disfrutan de una utopía para unos pocos apenas disimulada a la vez que existe una distopía para la mayoría. Esta observación nos proporciona el cuarto término del cuadro de Greimas, que a menudo es misterioso pero que en este caso es perfectamente claro: hay que ser anti-antiutopista.

    Una forma de ser anti-antiutopista es ser utopista. Es crucial seguir imaginando que las cosas podrían ir a mejor y, además, imaginar cómo podrían hacerlo. Aquí no hay duda de que hay que evitar el «cruel optimismo» de Berlant, que quizá consista en pensar y decir que las cosas van a mejorar sin hacer el esfuerzo de imaginar cómo. Para evitarlo, tal vez sea mejor recordar la cita de Romain Rolland que tan a menudo se atribuye a Gramsci: «Pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad». O tal vez deberíamos renunciar por completo al optimismo o al pesimismo: tenemos que hacer este trabajo sin que importe cómo nos sintamos al respecto. Así que, ya sea por fuerza de voluntad o meramente por la situación de emergencia, nos obligamos a tener pensamientos e ideas utópicas. Este es el siguiente paso necesario después del momento distópico, sin el cual la distopía queda atrapada en un nivel de inmovilismo político que puede convertirla en una herramienta más de control y de que las cosas sigan como están. La situación es mala, sí, vale, ya basta; eso ya lo sabemos. La distopía ha hecho su trabajo, eso ya es pasado, quizá sea algo autocomplaciente quedarse atrapado en ese punto. Siguiente pensamiento: la utopía ―sea realista o no, y quizás sobre todo si no lo es―.

    Además, sí que lo es: las cosas podrían ir mejor. Los flujos de energía en este planeta y la experiencia tecnológica actual de la humanidad son tales que físicamente es posible construir una civilización mundial ―es decir, un orden político― que proporcione alimento, agua, cobijo, ropa, educación y atención sanitaria adecuadas para los ocho mil millones de seres humanos al tiempo que asegura el sustento de todos los demás mamíferos, pájaros, reptiles, insectos, plantas y otras formas de vida con las que compartimos y cocreamos esta biosfera. Claro que hay dificultades, pero solo son eso, dificultades. No son limitaciones físicas que no podamos superar. Así que, dadas las complicaciones y dificultades, la tarea que tenemos por delante es la de imaginar formas de avanzar hacia ese lugar mejor.

    Mucha gente se va a poner a replicar inmediatamente que esto es demasiado difícil, demasiado inverosímil, contradictorio con la naturaleza humana, políticamente imposible, antieconómico y demás. Que sí, que sí. Aquí está el cambio del cruel optimismo al pesimismo estúpido, o llamémoslo pesimismo cool, o simplemente cinismo. Es muy fácil oponerse al giro utópico evocando algún principio de realidad mal definido pero aparentemente omnipresente. A quienes les van mejor las cosas hacen esto todo el rato.

    Evidentemente estamos entrando en el reino de lo ideológico, pero es que es donde hemos estado todo el tiempo. La definición de Althusser, que define la ideología como la relación imaginaria con nuestras condiciones reales de existencia, resulta muy útil aquí, como en todas partes. Todos tenemos ideologías, son una parte necesaria de la cognición, sin ellas estaríamos desvalidos. Así que la pregunta es: ¿qué ideología? Las personas eligen, incluso aunque no lo hagan bajo condiciones generadas por ellas mismas. Aquí, teniendo en mente que la ciencia también es una ideología, yo sugeriría que la ciencia es la ideología más potente para estimar lo que físicamente es posible hacer o no hacer. La ciencia es IA, por así decirlo, en el sentido de que la vasta inteligencia artificial que es la ciencia sabe más de lo que cualquier individuo puede saber ―Marx llamó a este saber distribuido «el intelecto general»― y continuamente reitera y perfecciona aquello que afirma, en un proyecto recurrente y continuo de automejora; una ideología muy poderosa. Para mi propósito aquí, solo apelo a la ciencia para afirmar que, si los distribuyéramos adecuadamente, los flujos de energía de nuestra biosfera proveerían de modo suficiente a todas las criaturas vivientes del planeta hoy en día. Esa distribución apropiada implicaría no únicamente tecnologías más limpias y, en última instancia, descarbonizadas, que son necesarias, pero no bastan. También tendríamos que redefinir el trabajo para incluir todas las actividades ahora llamadas de reproducción social, tratándolas como actos lo suficientemente valiosos como para ser incluidos de una manera u otra en nuestros cálculos económicos.

    Una vida apta para todos los seres vivos es algo que el planeta todavía está en condiciones de proporcionar; tiene los recursos adecuados y el sol proporciona suficiente energía. En otras palabras, hay una cantidad adecuada; que haya suficiente para todos no es físicamente imposible. No será fácil de organizar, obviamente, porque se trataría de un proyecto civilizatorio total, que conllevaría tecnologías, sistemas y dinámicas de poder; pero es posible hacerlo. Esta descripción de la situación puede que no siga siendo cierta durante muchos años más, pero mientras lo sea, dado que podemos crear una civilización sostenible, deberíamos hacerlo. Si la distopía ayuda a asustarnos para que trabajemos más duro en ese proyecto, y quizás lo haga, entonces bien: distopía. Pero siempre al servicio del proyecto principal, que es la utopía.

    KIM STANLEY ROBINSON es un célebre autor de obras de ciencia ficción que han sido traducidas a más de veinticinco idiomas. Entre sus novelas más conocidas se encuentran 2312, Aurora, la trilogía compuesta por Marte rojo, Marte verde y Marte azul, o su obra más reciente, Luna roja.

    La ilustración de cabecera es «Dystopias», de Michael Kerbow.

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  • «El Green New Deal ofrece un mensaje positivo, pero también nombra claramente a los culpables de la crisis» – Entrevista con Anthony Torres

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    Esta entrevista es el resultado, traducido y editado, de una conversación de dos horas con Anthony Torres, activista neoyorkino contra el cambio climático. Anthony nació en Long Island y ha estado muy involucrado en el movimiento por el Green New Deal en Estados Unidos. Su implicación en este movimiento viene después de haber participado en el movimiento juvenil por el clima y luego, en general, en el movimiento por la justicia climática y en los espacios políticos progresistas durante sus años de estudiante. Después de haber estado haciendo durante dos años campañas nacionales con y para varias organizaciones, considera el Green New Deal la culminación de este esfuerzo, una propuesta audaz para la crisis climática, algo que resonara con el público general y que tuviera la ambición y la igualdad en su centro, con el objetivo de ser realmente transformador para todos los estadounidenses.

    En primer lugar, ¿cuál dirías que es la gran diferencia entre el movimiento del Green New Deal y los movimientos tradicionales, es decir, ecologistas y por el medioambiente? 

    Buena pregunta. Podríamos estar hablando de esto todo el día. Lo realmente poderoso del Green New Deal es que ofrece un programa de gobierno para el movimiento. No sólo para el movimiento, sino para cualquier persona, cualquier miembro progresista de la izquierda, cualquier estadounidense que crea que tenemos que transformar una economía amañada y un sistema político que no funciona en nuestro favor, y que tenga miedo de los impactos actuales y futuros del desastre climático. El Green New Deal ofrece una nueva forma de hacer política y muestra un camino, una visión y una estrategia para conseguir grandes cambios materiales en nuestra sociedad, así como para distribuir el poder y los recursos de manera diferente en Estados Unidos. En el pasado, creo que muchas de las luchas de los movimientos climáticos estaban muy enfocadas en diferentes partes de la receta. Era como si dijeran «de acuerdo, necesitamos centrarnos en la desinversión de estas instituciones o en el cierre de estas plantas de carbón específicas y en el avance de estas plantas de energía renovable específicas». Era un poco fragmentario. Era muy parecido a: «Hey, aquí están las diferentes partes y aquí los diferentes componentes». No es que esas cosas no fueran importantes, había un espectro de eficacia, y también había una amplia gama de diferentes grados de éxito. Pero lo que el Green New Deal ofrece es una forma de que cualquiera pueda conectarse e involucrarse. Crea una demanda audaz a nuestros políticos: tienen que comprometerse con un cambio sistémico, no sólo con las diferentes partes del problema. Es ambicioso y lo es de forma intencional; es ambicioso porque su ADN permite que la gente continúe mejorándolo. Así que si estás trabajando para deshacerte de la contaminación en tu comunidad, puedes pensar qué forma debería tener un Green New Deal en tu comunidad. Mientras que con otros esfuerzos anteriores fue muy difícil conseguir un apoyo público masivo porque no siempre fue algo que pareciera resonar o estar ligado a las necesidades de cada estadounidense. Mientras que el Green New Deal ha llegado en un momento perfecto en el que también nos encontramos en medio de una crisis de legitimidad en Estados Unidos, nos estamos preguntando cuáles son las instituciones y sistemas que van a funcionar para todos. Un Green New Deal ofrece una plataforma a nivel nacional para lograr un cambio en un menú completo de soluciones.

    ¿Por qué crees que está funcionando ahora y no lo hizo antes? 

    Es una combinación de varios factores. Tiene que ver con lo anterior. Históricamente, muchos ecologistas en los EE.UU. no dejaron claro quiénes eran los verdaderos culpables. Aunque un Green New Deal ofrece una gran plataforma de soluciones y un mensaje muy proactivo, también nombra claramente quiénes son los culpables de la crisis, los ejecutivos de compañías de combustibles fósiles y los políticos corruptos que trabajan juntos como un cuerpo de élite para sacar provecho de un planeta en llamas, a expensas de la gente trabajadora, las comunidades de color y, en este caso, los estadounidenses y la gente de todo el mundo, de muchas comunidades. La crisis climática se ceba en estas comunidades y tenemos que dejar muy claro al público quién es el culpable, porque si no se deja claro quién es el culpable, la gente rellenará el hueco por sí misma con lo que la cultura dominante suele decir y, sea cierto o no, en este caso, puede ser explotado por medios muy peligrosos. Volviendo a la pregunta, tenemos que: uno) somos capaces de nombrar a los culpables y dos) somos capaces de nombrar a quién va a liderar el cambio y esto permite a todo el mundo a ser parte de la conducción de ese cambio.

    Hay otro par de factores que explican por qué no ha funcionado antes y ahora sí. Uno es que en Estados Unidos hemos estado en una situación muy particular en los últimos años. Hemos visto una variedad de crisis, incluyendo la crisis climática en general. Pero si se mira desde el huracán Katrina hasta las guerras sin fin en Irak, Afganistán, etcétera, la crisis financiera, los asesinatos policiales, los asesinatos sin culpable de negros por parte de la policía y la detención masiva y la deportación de inmigrantes, todas estas crisis que afectaron a los estadounidenses que quedaron sin resolver y nadie tuvo que rendir cuentas por ellas. Esto ha dado lugar a este momento en el que estamos, en el que existe un profundo deseo de una revisión completa de la forma en que estamos haciendo las cosas. Así que el momento era el adecuado para un mensaje radical y ambicioso que genere un camino para que la gente sepa cómo vamos a pasar de donde estamos hoy a un futuro más habitable. El segundo factor también tiene que ver con estas crisis, y con el hecho de que ha habido una falta de liderazgo real en nuestro sistema político, se ha visto un renacimiento de los movimientos sociales en Estados Unidos en la última década, desde el movimiento contra la guerra hasta Occupy, pasando por el nuevo movimiento por la justicia climática y de Black Lives Matters a los Dreamers. Todos estos movimientos han estado construyendo poder y activando a millones de estadounidenses alrededor de la organización social, y realmente han confrontado y desafiado el sentido común de cómo estamos haciendo las cosas. Así que este momento ha sido perfecto, han sido esos dos factores juntos y el hecho de que, a diferencia de lo que ocurrió en el pasado, en los últimos años de esfuerzos climáticos, el Green New Deal fue organizado, impulsado desde abajo, por el movimiento Sunrise, que ha sido uno de esos movimientos que tuvieron la estrategia de enfocarse en «¿cómo construir el apoyo público?» ¿Cómo creamos apoyo público? ¿Cómo conseguimos que las masas formen parte de este movimiento? Y cómo podemos hablar directamente con ellos como nuestro objetivo y hacer que los que están siendo atacados sean los mismos que toman las decisiones que realmente tienen la influencia para hacer lo que hay que hacer. La última parte del éxito del Green New Deal es cómo ha utilizado la táctica del movimiento Sunrise de entrar en la oficina de Nancy Pelosi después de una serie de elecciones híperpolarizadoras y decisivas con Alexandria Ocasio Cortez, una nueva líder de los progresistas. Una nueva figura progresista que ocupa el centro del escenario y ofrece un lugar al que la cámara puede enfocar, y es capaz de contar una historia: que esta es la nueva América que se está levantando, que va a construir un país que sea justo para todos nosotros por primera vez. Ese mensaje, conectado con la profundización de las crisis, especialmente la climática, y con el creciente activismo político entre los estadounidenses, ha conducido a la tormenta perfecta que era el Green New Deal irrumpiendo en la escena y tomando el control del discurso público.

    ¿Crees que el Green New Deal está tratando de movilizar a un grupo social que ya existe, con sus necesidades y ambiciones, y que puede tratar de crear un mensaje ante el que ellos digan: «esto es lo que yo quería y a lo mejor no lo sabía antes, pero esto es lo que yo quería». ¿O piensas que al poner el mensaje ahí afuera estás creando un nuevo grupo de personas que se están organizando alrededor de este mensaje? ¿Uno de los dos tiene prioridad sobre el otro?

    Creo que las dos cosas forman parte de una misma estrategia. Hay un espectro de apoyo y lo que ya sabemos es que la inmensa mayoría del público estadounidense apoya una acción significativa sobre el cambio climático. Sabemos que para muchas de las soluciones políticas radicales contamos con el respaldo del público, pero muchos de esos millones de personas son pasivas en su apoyo y hay muchas otras que son más neutrales o simplemente no han escuchado un mensaje lo bastante potente, que resuene y que realmente hable de aquello a lo que están enfrentando en sus propias vidas y comunidades. También está la base de nuestro movimiento, que a menudo ha estado fracturado en muchas facciones distintas, centrándose en muchos esfuerzos diferentes. Hay muchos roles diferentes para diferentes organizaciones y grupos. No todo lo van a hacer los únicos que luchan por un Green New Deal, pero creo que lo que es realmente crítico es que con un Green New Deal tenemos la capacidad de ampliar y aumentar la participación de nuestros partidarios activos y llevarlos al liderazgo de nuestro movimiento en todo el país. Avanzar en un Green New Deal y avanzar en un objetivo muy ambicioso pero muy directo y claro. En segundo lugar, también tenemos la capacidad, tanto con el mensaje de un Green New Deal como con la visión, pero también con partes de las políticas y soluciones que están dentro de él, de construir y atraer a más indecisos hacia el apoyo pasivo, a más partidarios pasivos hacia los partidarios activos. Con eso podemos hablar de cómo podemos tener un Green New Deal para la agricultura y la América rural que proporcione medios de vida prósperos y comunidades saludables para los agricultores y los trabajadores agrícolas. O bien, ¿cómo podemos lograr un Green New Deal para las comunidades costeras en el que seamos capaces de desmantelar la contaminación tóxica que está destruyendo nuestros ecosistemas marinos y, además, construir la resiliencia y la protección de las comunidades que van a estar a la vanguardia de los desastres? ¿Cómo podemos tener un Green New Deal que funcione como una política industrial que realmente tenga economías localizadas de manufactura limpia y que refuerce la forma en que somos capaces de mantener y crear buenos empleos sindicados de alta calidad en comunidades que han sido abandonadas por las empresas, que iban a dondequiera que pudieran explotarnos lo más posible? El Green New Deal puede hablar de todos estos temas y permite construir su base de apoyo sobre muchos de aquellos que no se han visto a sí mismos como parte del movimiento en el pasado. Creo que ya lo estamos viendo. En Estados Unidos, antes de que apareciera el Green New Deal, el cambio climático era entre los votantes e incluso entre los votantes del Partido Demócrata una especie de asunto menor, de segundo orden. No era una prioridad en absoluto. Ahora, es una de las principales prioridades para los votantes, y entre los votantes demócratas que opinan sobre las elecciones de 2020, está sistemática considerado como la principal preocupación. Más del 80 por ciento de los votantes demócratas quieren elegir y apoyar a candidatos que promuevan un conjunto ambicioso y equitativo de políticas climáticas. La gente está realmente hambrienta por un Green New Deal y ahora, a medida que estamos viendo el daño a nuestro clima dar lugar a más y más consecuencias sobre nuestra gente, se ha convertido en una prioridad absoluta. Creo que ya estamos viendo cómo estamos movilizando a la gente de este espectro de apoyo con nuestro mensaje y nuestra organización para que se vuelvan más y más activos y asuman más liderazgo en nuestro movimiento.

    En relación con esto, mencionaste que para ti parte del Green New Deal era poder identificar al enemigo. Dijiste que eran esencialmente los multimillonarios de la industria fósil. En realidad, si sólo fueran esos tipos los que causaran el problema, sólo serían unas cien personas y no habría conflicto social. Así que, aparte de ellos, ¿se identifica a más personas que puedan unirse en torno a ellos o resistirse a algo que suene a Green New Deal? ¿Tenéis estrategias para amoldar vuestro mensaje a ellos? Es decir, ¿cómo tratas con esa gente y a otra gente por el estilo?

    Eso es algo a lo que le estamos dando muchas vueltas ahora mismo. Hemos hablado de cómo en los últimos meses el Green New Deal entró en la conversación política y se volvió ampliamente popular. Tenemos supermayorías en todos los sectores demográficos. Los estadounidenses desean apoyar un Green New Deal, especialmente si saben en qué consistiría. Y hemos visto cómo la derecha, financiada por los multimillonarios de los combustibles fósiles, se lanzaba en una embestida total contra el proyecto. Tenían el dinero para difundir sus mentiras sobre cómo se iban a hacer cosas que no tenían nada que ver con la idea que estamos proponiendo, y también para avivar el miedo entre el público e intentar buscar a los falsos culpables. Esto, por supuesto, puede ser un desafío, y ha habido consecuencias de ese ataque, pero todavía tenemos una gran mayoría de estadounidenses que están a favor de nuestra visión. En realidad, creo que este es el momento en que tenemos que duplicar los esfuerzos por un Green New Deal y no retroceder, y eso se debe en parte a que ahora tienen que luchar en nuestro terreno. Les hemos obligado a posicionarse claramente en contra del Green New Deal. Ahora somos capaces de fijar los términos de la conversación y es una buena señal cuando tienes a tu oposición política aumentando la intensidad de su respuesta y movilizándose de tal manera en tu contra. Es cuando sabes que estás ganando. Ahí es cuando sabes que estás empezando a ganar la disputa del sentido común. Si nos retiramos de un Green New Deal, tendremos que encontrar nuevos mensajes o hablar sobre las soluciones y las crisis que enfrentamos con un lenguaje que no necesariamente conecta con la gente, que no es cercano. Acabas en la situación inversa, en la que tienes que luchar en su territorio, tienes que decir que no a sus falsas soluciones. Es mucho menos efectivo decir no a sus falsas soluciones, a las demandas de los multimillonarios de los combustibles fósiles que decir: «No, tú tienes que decir que no, son nuestras soluciones, nuestra plataforma». Más allá de eso, hay muchos estadounidenses que se han sentido abandonados o descuidados por los movimientos sociales del pasado y para quienes la economía de los combustibles fósiles ha sido una parte intrínseca de su vida, su sustento y sus comunidades. Especialmente en algunas áreas donde la comunidad depende de la industria de los combustibles fósiles, creo que ahí es donde tenemos que decir claramente cómo un Green New Deal va a apoyar una transición justa para que todos los trabajadores y las comunidades se muevan hacia una economía más saludable y próspera que no deje a nadie atrás.

    Esto recuerda a cuando el socialismo era popular, en el sentido de que nunca fue algo totalmente detallado. ¿Qué es una sociedad socialista? Gente en muchas situaciones identificaba sus aspiraciones con esa causa. Era una idea vaga pero ambiciosa. Fue capaz de identificar a un enemigo y movilizar a mucha gente. Por supuesto, esto no está exento de problemas, que se han visto perfectamente bien en la historia. Pero parece que no se puede crear un movimiento de masas escribiendo una programa enormemente aburrido y detallado. Cuando decías que esos eran los tres aspectos del Green New Deal que considerabas fundamentales, la forma en que las explicas hace que parezcan algo que puede tener un apoyo masivo, porque en cierto modo podría parecer que se está modernizando una economía capitalista. Ninguno de estos fundamentos debería asustar a las personas más ricas, solo estáis diciendo: «Vamos a contaminar menos, vamos a crear buenos empleos, etc». Sin embargo, si sólo hacemos eso, no estamos abordando completamente la amenaza climática. Así que, ¿os preocupa o no que se puedan aplicar realmente estas reformas, pero que de todos modos podríamos seguir sin resolver el problema?

    El Green New Deal es grande a propósito. Se dejó a un nivel muy alto y abierto porque necesitamos que esta plataforma y esta agenda de gobernanza sean elaboradas por y para la gente, por gente de todas las comunidades diferentes. Acordamos ser específicos en tres objetivos. En realidad, la resolución del Green New Deal que ahora ha sido presentada por Alexandria Ocasio Cortez y Ed Markey a los miembros de la Cámara de Representantes y del Senado, y que cuenta con más de cien miembros del Congreso como copatrocinadores, establece 15 metas específicas de un Green New Deal. Por supuesto, debemos y podemos ser mucho más detallados. Pero este Green New Deal ofrece una agenda, un marco y una visión, que es algo que puede ser aplicado y moldeado de muchas formas diferentes. Las tres áreas principales en las que me gusta pensar, y que son nombradas muy específicamente, son que el Green New Deal está tratando de reducir de forma ambiciosa la contaminación, está tratando de crear millones de buenos empleos sindicados y está tratando de transformar la economía en una que funcione para todos los estadounidenses y, por último, de abordar directamente la crisis de desigualdad basada en el racismo y la desigualdad económica en nuestro país. Y esos son tres objetivos críticos que deben cumplirse para que cualquier solución sea considerada parte de un Green New Deal, debe abordar esas tres áreas. Y creo que hay una cosa que me gustaría decir, creo que es justo exigir siempre «bueno, queremos el plan completo», pero eso vendrá y eso se va a construir sobre la base de todas las diferentes políticas del Green New Deal a nivel local, estatal e internacional mientras nos preparamos para tomar el poder a nivel nacional en los Estados Unidos. Donde más a menudo oigo la crítica es por supuesto en Twitter, pero también de gente que viene del mundo de la política y no necesariamente entiende que no podemos construir poder y conseguir el cambio que queremos simplemente vendiéndolo a todo el mundo y haciéndole saber a todo el mundo que tenemos cada detalle resuelto. Lo siento. No funciona así. Lo que tenemos que vender es la visión. Tenemos que vender el resultado, a dónde vamos. Tenemos que construir poder y apoyo en torno a los objetivos finales y, en muchos casos, en torno a algunos de los medios creativos y ambiciosos con los que vamos a conseguirlo. Necesitamos crear el espacio y organizarnos para que millones de estadounidenses puedan dar su opinión sobre cuáles serán estas políticas y soluciones. Ahora mismo, y cuando el Green New Deal se concibió, es el momento de exponer nuestra visión, a dónde tenemos que ir. Hemos intentado en el pasado vender todos los detalles, algo así como: «escuchad, ¿queréis apoyar este mecanismo de financiación realmente complejo para que reduzcamos la contaminación de este lugar? ¿Queréis reducir el poder de las empresas en esta área y luego obtener parte de ese dinero para crear algunos puestos de trabajo en este pueblo?» Así no es como se consigue el apoyo masivo de la sociedad, esos son los pasos que vienen después de transmitir la visión amplia.

    Esta es una de las críticas que se hace habitualmente al Green New Deal: no está muy claro qué medidas se van a tomar. Y, como has dicho, estas medidas pueden ser diferentes según la necesidad de cada población. ¿Crees que esto ha sido un problema en la campaña hasta ahora? ¿Cuáles han sido algunos otros problemas que has encontrado a lo largo del camino?

    Bueno, todo esto es en parte una apuesta. Volviendo a la otra pregunta y luego entrando en esto, con el Green New Deal queríamos hablar en términos bien articulados y de frente sobre los valores que vamos a estar asumiendo y que van a impulsar el cambio y cómo se materializa esta visión. La ocupación del despacho de Nancy Pelosi provocó agitación y dio publicidad al Green New Deal, y los valores, el mensaje y la visión que se percibió en todo el país sobre el Green New Deal creó el espacio político para que instituciones, políticos, candidatos, organizaciones, comunidades tuvieran el apoyo y el impulso para poner en marcha sus planes muy detallados sobre cómo llevarlo a cabo. Después de unos cuantos años en el movimiento climático, no ha habido un momento en el que, como ahora, casi todos los candidatos presidenciales estuvieran presentando planes detallados sobre cómo su plan de Green New Deal afectaría a todos y cada uno de los sectores de la economía. Esto es lo que queremos decir con que «iba a ocurrir». Los detalles ya vendrán, gracias a que antes hemos creado el espacio político para que la gente pueda debatir y luchar por lo que esto va a ser. La pregunta ha pasado de si íbamos a actuar sobre el clima o no, o si el cambio climático es real o no, a «¿qué tipo de Green New Deal vas a apoyar e impulsar? ¿Cómo vas a luchar contra la crisis climática?» Eso ya ha cambiado. Ahora es cuando hay que definir los detalles.

    Volviendo a tu pregunta, siempre existe el peligro de que las demandas de nuestro movimiento puedan ser cooptadas para satisfacer los objetivos de las empresas, o por actores y políticos malintencionados que en realidad no quieren servir a las necesidades de la gente y realmente quieren usar este impulso político para su propia agenda y beneficio. La consecuencia de ello sería el no ser capaces de hacer lo necesario para frenar las crisis a las que nos enfrentamos, y eso es realmente culpa nuestra. Ahora que hemos creado este espacio político no solo tenemos que defenderlo, sino que es nuestro papel y el de muchos otros en nuestro movimiento impulsar el Green New Deal como un punto de apoyo para lo que realmente necesitamos en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Por supuesto, existe la amenaza de que el Green New Deal y sus políticas puedan ser lanzadas o explotadas o redirigidas hacia un simple capitalismo pintado de verde. Nos corresponde a nosotros asegurarnos de que el Green New Deal está dirigido específicamente a eliminar a los culpables de la crisis y no solo a los multimillonarios específicos de los combustibles fósiles, sino también al sistema económico y político, así como a los sistemas sociales que han creado esta crisis en primer lugar. Por eso creemos que el Green New Deal es tan importante. No se puede abordar la crisis climática por sí sola, tenemos que enfrentarnos al sistema capitalista. Es el que ha hecho que la extracción por cualquier medio y a cualquier precio y el beneficio de unos pocos, y de cada vez menos sea más importante que la salud y la seguridad de todos los que viven en este planeta. Necesitamos un Green New Deal que también aborde el que crisis climática surge de un sistema que fue diseñado para crear una jerarquía de poder, para crear una jerarquía sobre quién recibe los beneficios y que también ha establecido una jerarquía del valor humano. Esa jerarquía de valor humano incluye la esclavitud de la población negra, la exterminación de los pueblos indígenas y la formación de una subclase de trabajadores que crean gran parte de la riqueza y el trabajo de los que depende la sociedad, pero que no reciben los beneficios. Ese sistema de extracción, de extinción, de explotación creó directamente el camino hacia donde estamos. En un momento en que la élite política y económica ha jodido tanto al planeta y a nuestra civilización humana que literalmente se está canibalizando a sí misma, no tiene sentido perseguir un Green New Deal que no conduzca a una economía, una democracia y un planeta que sirvan mejor a la mayoría y que restrinja y quite el poder y los privilegios que los pocos que nos trajeron aquí en primer lugar han mantenido durante demasiado tiempo.

    Respecto a lo que decíamos antes, que esto ya se intentó, ¿cómo crees que han cambiado las circunstancias? Hace 20 años, con Al Gore, la crisis ecológica estaba ahí ya, pero era otra época, era antes de la crisis financiera de 2008, y no había ningún movimiento que la respaldara, ni siquiera los grupos medioambientales, como el Sierra Club, se dedicaban mucho a esto, era un mensaje casi mesiánico de un solo tío. ¿Crees que el hecho de que Trump fuera elegido presidente es parte de lo que ha hecho esto posible? Si hubiera un presidente demócrata, Hillary Clinton u otra persona, la gente habría sentido que se les puede pedir cosas porque, ya sabes, son los buenos o los menos malos?

    Sobre si este empuje tiene que ver con Trump, y con el hecho de que tenemos a Trump y fascistas en el poder y que la industria de los combustibles fósiles está influyendo en las agencias reguladoras, en comparación a digamos una continuación de cómo los liberales dirigían el gobierno federal, creo que en cualquier caso era el momento del Green New Deal. El movimiento social, Sunrise y muchos de los esfuerzos de los que fui parte para tratar de crear una plataforma ambiciosa e igualitaria que luego se convirtió en el Green New Deal, todo eso comenzó antes de la elección de Trump. En parte porque, sí, sean o no demócratas y republicanos, los políticos no estaban haciendo lo necesario, a todos los niveles, a la escala que la ciencia y la justicia exigen, para detener la crisis del clima y de igualdad y democracia. Nadie nos iba a salvar y creo que parte del problema del ecologismo dominante en los últimos años había sido esta dependencia de pedir o mendigar a los políticos liberales y progresistas, que hicieran el mínimo o que hicieran cambios incrementales y apostar a que solo porque tenían buenas intenciones o porque ellos, los ecologistas, estaban allí, los políticos harían lo que era necesario. Eso resultó ser un fracaso. Quiero decir, sí, hubo progreso en la administración de Obama. Sí, algunas cosas fueron importantes, se lograron nuevos puntos de apoyo. Pero también tuvimos que luchar con uñas y dientes para que la administración rechazara el oleoducto Keystone XL. La administración comenzó con un mal proyecto de ley de cap&trade en el que la comunidad ambiental gastó millones y millones de dólares, en un esfuerzo que nunca fue a ninguna parte. Mientras, las cosas empeoraron, perdimos mucho tiempo y nuestra oposición se hizo más fuerte, creció su capacidad de marcar el discurso y para mantener nuestra dependencia de un sistema explotador. Así que el Green New Deal iba a llegar porque, independientemente de quién estuviera en el poder, necesitábamos una intervención audaz y provocadora para producir un cambio en nuestra política. Eso es lo que el Green New Deal y lo que los jóvenes que han estado liderando el movimiento en los Estados Unidos han sido capaces de lograr. Creo que el impacto de la elección de Trump fue obviamente la urgencia. La urgencia aumentó por el hecho de que incluso todas esas ganancias incrementales estaban siendo eliminadas por Trump y el partido republicano. Y la segunda razón por la que creo esto (no todo el mundo está de acuerdo en este punto), es que hubo una demostración clave después de 2016 de que el establishment nunca iba a hacer lo que se necesitaría para, al menos, protegernos e, idealmente, tomar medidas contundentes. Así que creo que muchos de los estadounidenses que ahora forman parte de este movimiento se dieron cuenta de que los que decían «tenemos que esperar el mejor momento o haremos las cosas despacio» eran los que tampoco lograron impedir que llegar al poder la gente que hará lo que sea para destruir el planeta en su propio beneficio.

    ¿Cuál crees que es el escenario en este momento en los EE.UU., siendo este el año anterior a las elecciones? ¿Cuáles crees que son algunos de los posibles resultados de las elecciones y algunos de los escenarios más probables? ¿Crees que va a haber grandes obstáculos? Si los demócratas ganan la Casa Blanca y el Congreso, ¿es posible que todo quede bloqueado en el Senado, o en la Corte Suprema?

    A partir de 2020 tenemos que movernos muy rápido. Los próximos 10 años tienen que ser la década del Green New Deal. Deben ser años en que aprobemos el conjunto de prescripciones políticas del Green New Deal a nivel nacional y en cada uno de los demás niveles de gobierno. Tenemos que seguir acelerando. Va a ser un proceso que tiene que ser cada vez más ambicioso para hacer frente a la magnitud de las crisis a las que nos enfrentamos. Especialmente cuando se pongan peor. Necesitaremos un movimiento que sea lo bastante fuerte como para enfrentarse a los que se benefician del caos climático, ya se trate del Senado Republicano o de jueces de la Corte Suprema (que para empezar no deberían estar allí) o de los fascistas y nacionalistas blancos que intentan amenazar e imponer la violencia a los estadounidenses. Creo que hay diferentes escenarios por delante. Este que planteo es uno de ellos. No creo a nadie que diga que esto es lo más probable. Hay muchos escenarios diferentes que pueden ocurrir. Y lo que tenemos que tener muy claro es dónde tenemos que estar. Es decir, después de las próximas elecciones, tenemos que exigir firmemente que cada día sea otro salto adelante hacia nuestra visión de un Green New Deal. Las cosas ya se han puesto en marcha, debido a la organización que se ha hecho desde una variedad de movimientos. Con la aparición de una mayoría progresista entre el público estadounidense, estamos viendo que los candidatos que quieren reemplazar a Trump tienen que presentar planes cada vez más detallados y ambiciosos sobre cómo llegar a un Green New Deal. Así que tendremos que exigir a quienquiera que gane que cumpla nuestro estándar de lo que debe ser un Green New Deal. Tendremos que asegurarnos de que se conviertan en su prioridad número uno cuando estén en el cargo. También tendremos que seguir ampliando el grupo de los partidarios del Green New Deal populista de la izquierda progresista y de los defensores del clima en todos los niveles de gobierno. Así que ahora mismo, por supuesto, tenemos líderes como Alexandria Ocasio Cortez, pero no puede hacerlo todo ella sola. No está sola ahora mismo, por supuesto, pero necesitamos un cuadro completo. Necesitamos algo más que un escuadrón. Necesitamos un ejército de partidarios del Green New Deal en el Congreso, en los estados y a nivel local. Y esas facciones de la gente, en conexión con los movimientos y en coordinación con los que luchan en las calles y organizan nuestras comunidades deben mantener, defender y avanzar a cada oportunidad nuestras ideas. Cuando digo que esta debe ser la década del Green New Deal es porque hay una falsa expectativa que algunos tienen de que el Green New Deal va a ser una sola Ley y ya está. No lo será y no debería serlo. Debe ser una lluvia constante de políticas tras políticas tras políticas, con cambio tras cambio tras cambio. Solución tras solución. Esto se debe a que las crisis a las que nos enfrentamos van a cambiar y la escala de lo que tenemos que hacer tendrá que ser cada vez mayor. Lo que estamos viendo ahora mismo es que también tenemos un número creciente de progresistas que se postulan para cargos públicos, muchos de ellos mujeres de color, candidatos de la clase obrera, inmigrantes y jóvenes. También quiero agradecer especialmente a las personas queer y trans que han estado en la vanguardia de este movimiento. Estas son las personas que se postulan y ejercen el poder del movimiento en las elecciones y en el proceso político, y eso debe continuar. Independientemente de lo que ocurra a nivel presidencial, hay mucha gente que está enfrentándose a políticos del establishment. Se están enfrentando a ellos y es increíble ver lo que el Green New Deal ya ha conseguido. Esto tiene que ser solo el principio. Tenemos que luchar por la hegemonía en los Estados Unidos. En cada nivel gubernamental tenemos que tener un grupo afín de líderes políticos que estén dispuestos a hacer lo que sea necesario para hacer su trabajo en nombre de la gente que se está organizando en números que nunca hemos visto para el clima.

    Respecto a predicciones específicas sobre esta elección, también estamos luchando por el impeachment de Donald Trump, y creo que ganaremos el juicio político y debemos tener una administración demócrata que, como mínimo, nos apoye. Idealmente debería estar a la vanguardia de la implementación de un Green New Deal que se tome en serio el cambio radical y sistémico. Va a ser una lucha muy dura. No sólo nos enfrentamos a Trump y a su régimen cuasifascista, sino que también tenemos un establishment demócrata al que también tenemos que presionar y a menudo apartar del camino para que la nueva generación de estadounidenses que están realmente dispuestos a usar su poder político y cumplan con su deber de servir al pueblo. En este caso eso significa hacer todo lo posible para conseguir un Green New Deal para todas las personas y para el bien de nuestro planeta.

    Respecto a la dimensión internacional del Green New Deal. ¿Qué grandes cambios crees que se necesitan en lo que Estados Unidos hace en el mundo? ¿Puede pasar de ser un obstáculo a ser una fuerza líder? También, en relación a esto, ¿qué formas de cooperación internacional con otros países ves como posibles en el futuro y con la gente de nuestros movimientos en otros países? ¿Estáis explorando nuevas formas? ¿Ya estáis haciendo algo? ¿Qué formas específicas crees que podríamos hacer para cooperar de manera material?

    Bueno, lo estamos explorando y lo estamos haciendo ahora mismo, ¿no? Quiero decir que va a ser necesario construir relaciones más profundas y compartir lecciones y estrategias de análisis político y colaborar en planes a través de las fronteras y en todo el mundo para hacer realmente lo que se necesita hacer por el bien de todos los seres vivos de este planeta. Creo que uno de los puntos clave es que la misma élite corrupta de Estados Unidos que está jodiendo a la mayoría de los estadounidenses, y que nos ha puesto en una situación en la que nos enfrentamos a la perdición ecológica, es la misma élite corrupta que ha posicionado a Estados Unidos como el principal contribuyente a la crisis climática. También son ellos los que han llevado a la política exterior de Estados Unidos a no reconocer el hecho de que muchos países, especialmente los del Sur global, han contribuido menos y tienen más en juego y son los más vulnerables a la crisis climática. Y luego, además, esa política exterior ha servido para beneficiar a las megaempresas y su interés es seguir saqueando los recursos de las comunidades de todo el mundo. Un claro ejemplo de esto es cómo la política comercial de Estados Unidos ha consistido en trasladar los puestos de trabajo y las industrias estadounidenses al extranjero en las últimas décadas, a países en los que pueden explotar a los trabajadores en mayor medida, envenenar a las comunidades con menos restricciones o verter allí las toxinas. Todo esto mientras venden sus productos a los estadounidenses, que ven cómo sus propias redes de seguridad social se marchitan. Este ciclo es insostenible. Y para que podamos hacer una intervención, lo que debe hacer internacionalmente un Green New Deal en los EE.UU. es establecer a los EE.UU. como uno de los principales contribuyentes a la transformación económica en todo el mundo. Esto no debería significar que las empresas estadounidenses o que los estadounidenses se beneficien por sí solos de la nueva jerarquía y se beneficien de las necesidades urgentes a las que se enfrenta el resto del mundo. Lo que eso significa es que realmente tenemos que compartir nuestra tecnología, compartir las estrategias y compartir la riqueza que se cree en la nueva economía basada en energías renovables. Esto quiere decir que necesitamos apoyar financiera y políticamente a todos aquellos que luchan por sus propios Green New Deals en países de todo el mundo, luchando por la dignidad, el respeto y la democracia en otros países. Y hacerlo de una forma que realmente vaya de abajo hacia arriba y que respete la forma en que las diferentes comunidades van a afrontar sus problemas. Mucho de lo que trata el Green New Deal se ejemplifica en cómo en los Estados Unidos se sabe que estamos tratando de crear economías más localizadas, fortalecer las comunidades y los servicios públicos. Esto también debe aplicarse a escala internacional. No podemos ser nosotros, como estadounidenses, los que ahora vamos a imponer nuestro Green New Deal a todos los demás. Deberíamos ser aliados y partidarios de todos ustedes como naciones del mundo y como movimientos. Nosotros, como movimiento estadounidense, queremos apoyar a los aliados de nuestro movimiento en otros países, que luchan por sus propias soluciones locales y por la propiedad de la tierra de sus propias soluciones. Por eso digo que hay mucho en el Green New Deal.

    En relación a esto, y este es un interesante ejemplo histórico que acabo de aprender en la gira de la Guerra Civil [un paseo guiado por lugares de la Guerra Civil española], la Internacional Comunista a principios de los años treinta se implicó en este frente popular que se creó en ese momento. Una alianza que incluyó no solo a los comunistas, sino también a los socialistas, anarquistas e incluso liberales. Puede que no todos estemos de acuerdo en hacia dónde queremos dirigir el próximo sistema, pero todos sabemos que necesitamos un nuevo sistema y teníamos que enfrentarnos a la amenaza urgente de esa época que era el creciente fascismo. También estamos viendo el resurgir del fascismo hoy en día y no es una coincidencia que esté sucediendo al mismo tiempo que crece el caos climático. Deberíamos estar explorando estas vías, y sé que ha habido llamadas a esto, llamadas a un Green New Deal internacional. Pero también, para apoyar un Green New Deal internacional, necesitamos un nuevo frente popular de fuerzas a través de las fronteras y de las naciones, un frente de movimientos. No tienen que estar completamente alineados, pero en algún momento estarán alineados para que podamos hacer lo que sea necesario para evitar que los fascistas ganen poder en el vacío existente. Para hacer avanzar nuestras políticas y planes audaces y necesarios, necesitábamos esfuerzos a todos los niveles nacionales y a nivel mundial para mantener el planeta por debajo de 1.5 grados y tener un futuro estable y habitable para todos los pueblos. Necesitamos un nuevo frente popular para hacer eso. Estoy realmente interesado en que continuemos construyendo nuestras relaciones y nuestra solidaridad, y alcanzando compromisos entre nosotros, a través de los océanos y a través de las fronteras, porque eso es lo que va a hacer falta. No va a ser «sí, necesitamos el Green New Deal en los Estados Unidos». Esa será una gran victoria en esta lucha, pero necesitamos ganar en muchos, muchos lugares diferentes del mundo muy rápidamente. También tenemos que enfrentarnos a esta amenaza compartida de la crisis climática, la crisis de desigualdad y el creciente autoritarismo, que conducen a su propia visión para el próximo sistema, al que todos tenemos interés en oponernos. Ojalá esto sea el comienzo de un nuevo movimiento de solidaridad en todo el mundo.

    Un posible escenario: hay un gran cambio político en Estados Unidos y otros países. Empezamos a aplicar el Green New Deal en varios lugares, mientras que otros países podrían no estar necesariamente de acuerdo con estos planes. Hay tensión con otros países que podrían resistirse a esto, como Rusia, como ahora Brasil. Países donde el fascismo podría estar creciendo.  El Green New Deal podría ser usado como un instrumento en un nuevo imperialismo verde. Algo así como decir: «No quieren hacer esto; si no lo hacen, todos vamos a morir. Debemos invadir Brasil». Así que se usaría el Green New Deal como excusa para el militarismo y el imperialismo. ¿Crees que este es un escenario posible?

    Sí, obviamente, hay una posible amenaza en este sentido, y con Brasil ya lo había pensado antes. Esta es exactamente la razón por la que nuestros movimientos, en América y en Brasil, necesitan estar en estrecha cooperación y colaboración. Ese va a ser el punto clave para alcanzar una comprensión de la situación real de la gente en el terreno. Necesitamos, primero, información, y luego continuar colaborando de diversas maneras. Cuando se trata del ejemplo de Brasil, me preguntaba cómo podemos asegurarnos de que los Estados Unidos no sean cómplices, al menos en este caso, de un régimen fascista que está contribuyendo a la crisis climática y al genocidio de los pueblos indígenas. Así que obviamente, debemos retirar nuestro apoyo, y esto también podría hacerse a través de la restricción del comercio de las mega-empresas americanas, que son algunos de los principales consumidores de lo que vende la élite aristocrática de terratenientes brasileños que están impulsando la deforestación de la Amazonía. Creo que esto se puede hacer de una manera que no sea imperialista. Hay maneras de hacerlo de una manera imperialista, como sancionar a Brasil e imponer sanciones a todos los brasileños o entrar y literalmente invadir el país.  O, por el contrario, podemos, y tenemos que hacerlo de forma que sea internacionalista y que abarque la solidaridad mundial. Va a ser difícil: habrá momentos en los que tendremos que averiguar qué hacer, especialmente a medida que las apuestas suban. Especialmente para mí, como estadounidense: desde mi punto de vista tenemos que averiguar cómo aprovechar el poder y posición de EEUU de una manera que sea cooperativa, a la vez que satisface la urgencia de lo que se necesita. Al mismo tiempo, tenemos que romper nuestra tradición imperialista, una tradición de imponer nuestra voluntad, a menudo improductiva, al resto del mundo.

    La imagen  de cabecera es de James McInvale, un ilustrador de Georgia, Estados Unidos.

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