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  • No tenemos derecho al colapsismo. Una conversación con Jorge Riechmann (II) – Emilio Santiago Muiño

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    Por Emilio Santiago Muiño. 

    Este artículo constituye la segunda de una respuesta en dos partes a un artículo publicado por Jorge Riechmann en su blog. La primera parte está disponible aquí

    Sobre el colapso como diagnóstico distorsionado.

    1. La primera parte de estas notas, respuesta a un texto de Jorge Riechmann sobre colapsismo, versaban sobre la definición del colapso y lo contraproducente del mismo como concepto con el que hacer política transformadora. Como argumenté, sólo esto bastaría para que el ecologismo diversificara sus enfoques. En esta segunda parte quiero apuntar algunas ideas para ir más allá: el colapsismo no solo es poco útil políticamente, sino que se basa en un diagnóstico distorsionado. Nuestra crítica a él no solo es práctica, es epistémica. Digo distorsionado y no falso porque el colapsismo sin duda apunta hacia problemas reales con una base científica sólida que siempre hay que estudiar. Pero los enfoca mal. Sufre una suerte de hipermetropía analítica. Ve bien de lejos, pero su mirada falla si quiere enfocar más cerca, en las distancias cortas del presente y las coyunturas inmediatas. Y las conclusiones que saca de lo que observa son, en ocasiones, algo confusas e innecesariamente derrotistas.

    2. Comencemos por la base científica del colapsismo. “Según cierta prospectiva científica razonable (Ugo Bardi), la población humana puede estar reduciéndose en quinientos millones de personas por decenio –básicamente muertes por hambre”, nos dice Jorge Riechmann en sus notas. Creo que conviene aclarar que Ugo Bardi es Ugo Bardi, no algo así como la voz universalmente legitimada de la “prospectiva científica razonable”. Un doctor en química que si bien ha hecho aportes muy interesantes, también comete el tipo de errores propios de la gente de ciencias duras cuando se mete a especular sobre lo social y su evolución. Sin duda, tenemos problemas muy serios con la Tercera cultura que buscaba Paco Fernández Buey. Las incursiones de la gente de ciencias naturales en la teoría social siguen siendo muy deficitarias. En parte,  el colapsismo se explica como una consecuencia de esto. Curiosamente, el mismo Ugo Bardi que cita Jorge, en su último libro (Antes del colapso. Catarata, 2022), además de no incluir ese dato, presenta contenidos colapsistas bastante matizados. Y tiene unas perspectivas sobre las renovables notablemente más optimistas que el promedio del colapsismo nacional (¡casi más optimistas que las mías!).

    3. Lo que sucede con la referencia a Ugo Bardi sucede con otros autores, que el colapsismo maneja de un modo un poco parcial.  Los trabajos de Antonio y Alicia Valero y Guiomar Calvo en Thanatia son citados con frecuencia por los enfoques colapsistas. Y es lógico porque son una autoridad internacional en el campo de los estudios sobre nuestros límites minerales. Sin embargo, cuando uno va a la fuente original, lo que encuentra es un estudio preocupante sí, pero menos inquietante de lo que a veces se deja caer: según la novedosa metodología que emplean, durante este siglo podemos conocer problemas de suministro en 12 minerales fundamentales de la transición verde, con expectativas de consumo mayores que las reservas (plata, cadmio, cobalto, cromo, cobre, galio, indio, litio, manganeso, níquel, platino y zinc) y un mineral con problemas muy graves porque las expectativas de consumo son mayores que los recursos (teluro). Por si no se conoce la distinción, las reservas agrupan minerales de extracción rentable con la tecnología-precio actual y los recursos los yacimientos parcialmente conocidos -con márgenes de incertidumbre- pero no rentables. En función de cambios en la variable precio, o en los procesos tecnológicos, los recursos pueden pasar a reservas y ser entonces comercialmente explotados. Este es un horizonte que debe preocuparnos por muchas razones (cuellos de botella, nuevas dependencias internacionales, impactos de la minería, escasez limitante en algunas tecnologías) pero nada de ello anticipa un colapso. Tampoco suponen una enmienda total a la transición energética renovable. Especialmente, porque hay mucho margen en función de qué tipo de transición desplegamos. En el estudio citado lo que más va a tensar nuestras fuentes minerales son las enormes y delirantes expectativas de electrificación del parque automovilístico, pues el coche eléctrico es una “mina con ruedas” como lo llama Martín Lallana.

    4. Un estudio como el de los Valero es perfectamente compatible con el tipo de programa ecosocialista clásico que Jorge Riechmann escribió con Paco Fernández Buey a mediados de los noventa en ese libro maravilloso que se llama Ni Tribunos. De hecho, los autores de Thanatia hacia lo que apuntan es a una economía de estado estacionario, obsesionada con el reciclaje de los minerales, tanto tecnológicamente (plantas de reciclaje) como legislativamente (fin de la obsolescencia programada, normativas de estandarización para desmontar los productos) y con un salto fundamental de la propiedad privada al uso común de los objetos (por ejemplo, transporte público frente al imperio del coche). Esto es, la moraleja de Thanatia, si se quiere, es anticapitalista, no colapsista. Sin embargo, el colapsismo hace una interpretación del libro que ofrece unas perspectivas de expansión de las renovables muy pobres. Lo que acaba teniendo efectos políticos perversos cuando los límites minerales se usan de argumento para tachar de inadecuado la construcción de las grandes infraestructuras renovables que necesitamos con urgencia. Creo que, como ecologistas, no nos conviene mezclarlo todo de esta manera tan confusa.

    5. Algo parecido a Thanatia podíamos decir de los sucesivos estudios publicados por los autores de The Limits to the Growth, libro de cabecera del ecologismo en general y del  colapsismo en particular. En una actualización de este mismo año, Earth For All: a Survival Guide For humanity. A Repport to the Club of Rome 2022 Jørgen Randers, miembro del equipo original de 1972, junto con gente tan prestigiosa como Johan Rockström plantea una coyuntura abierta con dos escenarios base: i) escenario de fuerte transformación social unida a potentes cambios tecnológicos en el que una sociedad sostenible, próspera y justa sigue estando a nuestro alcance ; ii) escenario de continuidad en el que las transformaciones, sociales y técnicas, no se desarrollan ni con la velocidad ni con la seriedad requerida. Incluso en este segundo escenario los autores no ven probable un colapso ecológico durante este siglo, pero sí la posibilidad de lo que llaman un “colapso social” provocado por factores como la desigualdad hacia el 2050. ¿En definitiva? Randers maneja una encrucijada más abierta y gradual que el colapsismo promedio (dentro de una urgencia evidente), en la que además el riesgo viene dado con mayor intensidad por factores sociopolíticos que biofísicos.

    6. Las conclusiones del nuevo libro de Randers son coherentes con lo expuesto en el Sexto Informe del IPCC, el mayor esfuerzo de concertación científica de la historia de la humanidad, y por tanto las bases epistémicas más sólidas para pensar en lo que viene. Las soluciones técnicas están a mano. Las barreras son sociopolíticas. Y lo que debería obsesionar al ecologismo hasta quitarle el sueño es qué tipo de acciones y enfoques políticos nos permiten protagonizar el salto histórico que sin duda podemos dar. No angustiarnos anticipadamente constatando que el salto es demasiado grande como para poder darlo con éxito.

    7. Tanto en materia climática como de otros límites planetarios (destrucción de biodiversidad), la situación es extremadamente crítica. Pero aunque los daños ya están teniendo lugar, y aunque ya no podemos ahorrarnos dosis importantes de sufrimiento social que se hubieran minimizado de haber empezado antes, a la vez en ambos campos hay márgenes temporales para organizar una transición que sea, a la vez i) factible y ii) notablemente suficiente para evitar esos desenlaces peores que se pueden llamar con rigor colapso. Por eso el colapsismo, tanto en España como a nivel global, tiene inclinación a los análisis en clave de crisis energética. Si hay un asunto candidato a talón de Aquiles de la sociedad industrial por el que se puede imaginar un quiebre sistémico relativamente rápido e irreversible es una súbita disfunción energética.

    8. Pero como pudimos intuir en este curso que organizamos en el CSIC, el debate técnico sobre la energía dista mucho de estar cerrado. Ni de lejos ha generado el tipo de consenso que tenemos, por ejemplo, con el clima.  Las posturas difieren mucho respecto a las posibilidades de tecnologías como el fracking para prorrogar, aunque sea a un costo ambiental y climático enorme, nuestra dependencia estructural de los hidrocarburos (al menos las décadas suficientes para acometer la transición). Difieren todavía más respecto a algo tan básico para imaginar el futuro como el potencial de las energías renovables. Quienes más saben divergen en un espectro tan extraordinariamente amplio que abarca desde un exagerado optimismo como el Jacobson y Delucci (según el cual podríamos multiplicar por cinco el actual consumo energético mundial, -ergo cosas como la sociedad del comunismo de lujo automatizado quizá sería posible-) a un notable pesimismo como el de Carlos de Castro (para quien tendremos que conformarnos con un 30% del actual consumo energético en una sociedad basada en las renovables), pasando por muchas posturas intermedias, como las de Antonio Turiel, Antonio García Olivares, organizaciones como Greenpeace o los propios objetivos de descarbonización que contemplan instituciones oficiales, como el PNIEC del Ministerio de Transición Ecológica. Que, por cierto, como recuerda Pedro Fresco siempre, ya introducen importantes reducciones totales del consumo de energía (son, a su manera, planes modestamente decrecentistas, aunque sin decirlo). En resumen, en el asunto colapsista por excelencia lo que podemos decir es que la evidencia científica que hoy tenemos sobre las posibilidades de la transición energética sigue sujeta a importantes incertidumbres. Y estas son políticamente muy significativas.

    9. De hecho, la mayor parte de la literatura técnica existente tiende a lecturas esencialmente optimistas de la transición a las energías renovables. Considero aquí optimista, en contraste con los discursos del colapsismo, pensar que, como mínimo, las renovables darían para mantener más o menos lo que hay en un marco económico de estado estacionario y altas tasas de reciclaje material (aun teniendo que asumir cambios importantes en algunos sectores clave, como transporte, alimentación o petroquímica). Lo que dista del mensaje que nos ofrece por ejemplo Jorge al hablar de una sociedad recampesinizada de tecnologías simples.  Esto no significa que el sistema agroalimentario actual sea deseable y viable: transición ecológica justa implica sociedades con sectores agroecológicos de proximidad pujantes y cierto reequilibrio demográfico ciudad-campo respecto a la desproporción actual. Pero de ahí a la recampesinización, en cualquier uso estricto del término campesino, hay un par de saltos poco justificados. El tipo de saltos que al colapsismo le gusta dar.   

    10. Sobre el carácter minoritario de sus posiciones, en uno de sus post Antonio Turiel respondía a las críticas que recibía de aquellos que acusaban a sus tesis de contradecir la corriente principal de evaluación técnica, argumentando que la “ciencia no funciona por un sistema democrático”. Aquí hay un asunto muy importante. La verdad, evidentemente, no es democrática.  Eppur si muove, como se atribuye legendariamente a Galileo ante el Tribunal de la Inquisición: aunque solo él defendiera el movimiento de la Tierra, la Tierra se movía. Es cierto. Sin embargo, el modo en que se aceptan los paradigmas científicos se parece muchísimo a una democracia plebiscitaria. Las verdades científicas también conocen un proceso de negociación y construcción social de consensos sin el cual no se explica el modo real en que las sociedades incorporan el conocimiento científico en sus decisiones y sus prácticas. Las tesis centrales del colapsismo respecto a la energía (peak oil/ “ilusiones renovables”) no han pasado aún por este proceso de aceptación de pares. Y esto introduce todo tipo de problemas en sus tesis.

    11. La falta de consenso científico del enfoque colapsista a lo que invita espontáneamente, en primer lugar, es a dudar de sus proyecciones. Y aplicar cierto principio de precaución. Con más razón en aquellas posiciones que son especialmente minoritarias. Aunque es un asunto extremadamente técnico, me detengo en él porque es ilustrativo: las prospectivas muy pesimistas de Carlos de Castro, las más pesimistas de toda la literatura especializada en circulación, se basan en una innovación metodológica que rompe con las investigaciones estándar sobre potencial renovable. La mayoría de los estudios extrapolan hacia arriba y generalizan potenciales a partir de casos concretos, como un aerogenerador en condiciones de funcionamiento real (método bottom-up). Carlos de Castro opera al revés. Con un enfoque holístico y global, va detrayendo de la atmósfera la energía no accesible por restricciones termodinámicas, geográficas o tecnológicas (método top-down). Que sea un enfoque minoritario no lo invalida. La ciencia no es democrática, decía Turiel, y es cierto. Quizá con el tiempo se demuestre que Carlos de Castro es una especie de Galileo del siglo XXI, y se le reconozca un papel destacado por defender contra la Inquisición del mainstream una metodología mejor. Lo sorprendente es que otros científicos que sí que usan el enfoque metodológico de Carlos de Castro, como Miller, Gans y Kleidon, del Max Planck Institute, llegan a resultados muy distintos. En absoluto tan pesimistas. Al contrario. Concretamente, los autores citados argumentan que la metodología top-down rebaja las perspectivas más delirantes de desarrollo de la eólica a 2100, cierto. Hablan de que esta puede estar en una franja entre 18–68 TW en 2100. Algo que se aleja de los 120 TW que manejan algunos estudios, que sería multiplicar casi por siete el actual consumo actual de energía primaria de cualquier tipo. Porque nuestro consumo actual de energía primera a nivel global es de 17 TW (ergo nuestro nivel de consumo actual se podría suministrar con energía eólica con bastante seguridad). Pero ojo:  Carlos de Castro defiende que el potencial energético máximo de las renovables (no solo de la eólica sino de todas las renovables) es de poco más de 5 TW. Habría que decrecer, por tanto, de modo muy significativo.  La disparidad en estas cifras, para quienes estamos obligados a manejarnos con estos datos políticamente tan importantes como con cajas negras, que somos el 99,9% de la población, es como mínimo desconcertante. Lo más ajustado a la situación que se puede decir es que hay incertidumbres y dudas, y que en ese contexto algunas voces muy minoritarias cuestionan el consenso científico predominante. De ahí, como afirma Jorge, a considerar que hay “acumulado conocimiento suficiente para poner en entredicho las interpretaciones de nuestra situación que suscitan más consenso” pues es un comentario que roza lo excesivo.

    12. Incluso para sus propios fines declarados, el colapsismo debería ser consciente de las contradicciones peligrosas que entraña incidir políticamente con un mensaje como el del shock energético inminente (que es un paso más allá de la constatación real de que tenemos problemas energéticos serios). Se trata de un discurso traumático cuya mejor baza es ser científico. Pero que, sin embargo, está contestado por otros discursos científicos y es académicamente minoritario. Esto hace que sus contenidos tengan eco y audiencia, sin duda. Porque hay un suelo cultural favorable para perspectivas sombrías del futuro y explicaciones globales ante la certidumbre de que las cosas van mal. Pero al mismo tiempo, por su condición académica minoritaria, hace que sea casi imposible que un decisor económico o político lo tome en serio con efectos en las políticas públicas, ya que hay otros discursos científicamente legitimados en los que apoyarse que son menos traumáticos. Y el ser humano esquiva los traumas innecesarios.  Romper esta contradicción exigiría dedicar más tiempo y esfuerzos al terreno de los papers y los congresos que a la construcción de un estado de opinión pública puenteando la democracia plebiscitaria de la institución académica. Solo así la crisis energética suscitará un consenso similar al de la crisis climática. Buscar la proyección de los medios sin pasar por cierto consenso académico es legítimo. Entiendo que se hace porque pesa más la sensación de urgencia y un sentido público de la responsabilidad. Pero tiene riesgos. Confundirse con el sensacionalismo -aunque no se pretenda- y alimentar subjetividades próximas a las de las teorías de la conspiración (cuyo secreto es el gozo de sentirse iniciado en una verdad oculta, y por tanto ser más inteligentes que los demás) son dos de estos riesgos. Y no son los peores.

    13. Las polémicas científicas están cruzadas por muchas motivaciones. Y solo una de ellas es el conocimiento, sin duda. El colapsismo tiende a sospechar que los discursos técnicos más optimistas lo son porque dicen lo que el poder quiere oír. Y se adaptan a un mundo en el que prosperar laboralmente implica ponerse a favor de la corriente. Pero ojo porque de estas sospechas microsociológicas no se libra nadie. El peso de lo reputacional y las presiones de grupo explican también que para un científico que se ha labrado un nicho profesional, editorial o mediático alrededor de la catástrofe rectificar un error pueda ser algo enormemente costoso.

    14. Sin duda, todo estudio científico sobre la crisis ecológica y sus impactos nos ofrece dos cosas a la vez: a) información consolidada b) dentro de márgenes de incertidumbre elevados. Que sean ambas a la vez es fundamental para determinar que, la subjetividad de la mirada importa. Y el colapsismo entrena una mirada pesimista y apresurada sobre un tema preferido, la energía, con poco consenso. Que no solo ve siempre el vaso medio vacío, sino que además pone en circulación fuera del debate técnico, y sin la debida precaución epistemológica, datos que se convierten en memes ideológicos pero que son técnicamente dudosos. Y estos influyen mucho en la actitud y las decisiones del movimiento ecologista. El caso del informe del Hill´s Group, que levantó cierta polvareda en el año 2016, es significativo, aunque se podrían poner muchos otros. Aquel documento anunciaba una caída vertiginosa de la tasa de retorno energético del petróleo, que en el 2025 estaría casi en cero, en un proceso que iba a ser “el rey dragón del petróleo evanescente”, “la madre de todos los efectos Séneca”. Durante unos meses circuló por los cenáculos del ecologismo del país como un hito importante. Se llegó a organizar un gran evento del Foro de Transiciones con la plana mayor del ecologismo nacional para analizarlo. Y en ese evento se demostró que se trataba de un paper poco riguroso técnicamente, como recogió a posteriori Antonio Turiel en su blog. Después se llegó incluso a especular si había sido un ataque de falsa bandera para desprestigiar las posiciones pikoileras. No hay problema alguno en equivocarnos. El error no es sancionable. Pero cuando el error siempre se inclina hacia el mismo lado, conviene preguntarse si nuestra cosmovisión no sufrirá cierta cojera.

    15. Resumiendo lo dicho hasta aquí, el discurso colapsista contiene todo tipo de sesgos cognitivos. Obviamente, cualquier discurso los contiene, pero conviene explicitarlos y ser precavidos. Esa tercera opción entre no ser indolente y no perder la calma que Héctor Tejero y yo defendemos en ¿Qué hacer en caso de incendio? exige cierta vigilancia epistemológica. Y más cuando lo que se exige a partir de lo que supuestamente solo son “datos” es tan peligroso como lanzarse a un combate político con enemigos terribles, en una situación de importante desventaja y asumiendo además una penalización extra.

    16. Pero el elemento fundamental de nuestra crítica epistémica al colapsismo es que, independientemente de la calidad de las investigaciones científico-naturales sobre nuestros problemas ecológicos, aunque operáramos con la crisis energética con el mismo tipo de evidencias fuertes que ya tenemos con la crisis climática, la traslación espontánea de los enfoques biofísicos a lo social es una fuente segura de malos análisis sociológicos y pésimas intervenciones políticas. Algunos antropólogos climáticos, tras investigar los desencuentros entre científicos naturales y sociales en diversas instituciones transdisciplinares que estudian modelos climáticos, apunta que existen tres puntos de fricción epistémica muy notables entre el discurso de unos y otros: la cuestión de la escala, la cuestión de la atribución y la actitud ante la predicción. El problema de la escala tiende a presentar derivas deterministas; el problema de la atribución genera posiciones reduccionistas; la actitud ante la predicción introduce dispositivos de razonamiento mecanicista. Todas ellas son etiquetas con muy mala fama filosófica. Y  lo normal es que, salvo excepciones, casi ningún colapsista se sienta cómodo con ellas. Pero de un modo más o menos matizado según los autores y los formatos, sospecho que estos tics inconscientes marcan profundamente las argumentaciones colapsistas y sus perspectivas futuras.

    17. No son estas cuestiones puramente especulativas para entretenimiento de departamentos de filosofía o sociología de la ciencia. Tienen consecuencias importantes en los debates sobre estrategias políticas en coyunturas concretas. Pongo un ejemplo. “Instalar aire acondicionado para soportar el calor del cambio climático es luchar contra el calentamiento global provocando más calentamiento global, es decir: intentar apagar el fuego con gasolina”, escribió Jorge Riechmann junto con Margarita Mediavilla cuando una ola de calor temprana, en el mes de junio de 2017, activó toda una serie de demandas de instalación de aires acondicionados en los colegios públicos madrileños. La posición de Jorge fue criticada por su falta de sentido político de la oportunidad. Pero lo más destacable es que esta posición se alimenta de una pseudocerteza científica que no es tal. La mejor ciencia disponible en ningún caso niega que los colegios, hospitales u otros edificios públicos de la Comunidad de Madrid puedan tener a su disposición aires acondicionados para desplegar refugios climáticos ciudadanos y que esto sea compatible con una sociedad sostenible. Lo que cuestiona es que haya recursos para que el aire acondicionado se siga despilfarrando como hoy sucede cuando asignamos materiales y energía escasa para mantener niveles de confort privados delirantes. A la espera de que un gobierno ecosocialista futuro reconvierta bioclimáticamente nuestros edificios públicos, el calor en las aulas de las niñas y niños pobres de Madrid no depende del peak oil. Depende del control de los presupuestos autonómicos.

    18. Además de estas interferencias de enfoques científico-naturales que entran en lo social como un elefante en una cacharrería, el colapsismo se refuerza mucho con ciertas osmosis venenosas entre ecologismo y marxismo. Una parte del colapsismo hoy está manejando una imagen de la energía que se parece mucho a la imagen de economía de la que el marxismo más vulgar abusó, por la cual las fuerzas productivas serían una infraestructura que determinaría el movimiento de las superestructuras ideológicas, políticas o jurídicas. No hay espacio aquí para explayarse en esto, pero los paralelismos que se pueden trazar entre colapsismo ecologista y colapsismo marxista son impresionantes. Y del mismo modo que casi nadie inteligente en el marxismo da pábulo a estos esquemas burdos, en el ecologismo deberíamos hacer lo mismo.

    19. Otro abuso teórico del colapsismo con fuerte impronta del marxismo más pobre es lo que este tiene de rebrote de una filosofía de la historia teleológica.  Donde toda pluralidad y complejidad de lo que sucede en lo social queda contenida como un momento procesual hacia una unidad superior. Pero que esta vez ya no es ascensionista (no progresa hacia lo mejor) sino decadente (desciende hacia el colapso, hacia la garganta de Olduvai, como fantasean los colapsistas más intensos). Y que además está marcada por una fuerte impronta mesiánico-apocalíptica. José Luis Villacañas suele comentar la importancia de los horizontes apocalípticos en el pensamiento político en general, y en el español en particular (y desde tiempos inmemoriales).  Que en el colapsismo se están removiendo estos sedimentos profundos de nuestra estratigrafía ideológica y cultural es algo evidente. Y esto, de nuevo, más allá de sus consideraciones intelectuales, tiene efectos difusos en las políticas ecologistas. Esencialmente, olvidar que aunque el paso del tiempo es irreversible, y en un mundo regido por límites biofísicos no todo es posible (ni estamos en 1972 ni se puede crecer infinitamente en un planeta finito), no hay argumento cósmico ni hacia arriba ni hacia abajo: la historia no es más que sucesión de coyunturas, de contingencias, que adquieren su forma final en las luchas sociales y políticas de cada época.

    20. Una de las fuentes más perennes de errores del ecologismo, que de nuevo han tenido en el terreno del marxismo un campo exuberante de cultivo de aporías, es pensar lo socioecológico instalados en esa categoría filosófica que el marxismo llamaba “totalidad”, que en el ecologismo se tiende a denominar “sistema”, y que se aplica tanto a la biosfera como a la civilización industrial. Una postura ontológica que, por utilizar los propios términos ecologistas, convendremos en nombrar como “holismo”.  Si hiciéramos un poco de historia de las ideas, descubrimos que este es un nervio central de las inquietudes ecologistas. Y que el colapsismo no hace sino tensarlo con el estilo excesivo que le caracteriza. Este enfoque holístico es especialmente definidor del colapsismo en uno de sus rasgos fundamentales: la creencia en el efecto dominó. Por eso para el colapsismo cualquier eventualidad o coyuntura puede ser el inicio de toda una serie de fallos en cascada que se propagarán por el conjunto de la civilización industrial, llevándola a la bancarrota sistémica.

    21. La creencia holística en el efecto dominó también tiene una faz optimista implícita. La transformación social radical y de alcance global sería posible en un periodo de tiempo históricamente breve, que nos ahorraría los problemas inmensos de coexistencia entre el viejo y el nuevo mundo. De ahí los llamados ingenuos a “acabar con el capitalismo” como si se tratara de una operación de teletransporte civilizatorio. Existen otras implicaciones importantes. Por ejemplo, el holismo ayuda mucho a estructurar un mapa mental maniqueo en el que o bien eres parte de un problema absoluto o bien  parte de una solución milagrosa (un vicio muy propio de los movimientos sociales radicales que después lleva a enquistarse en debates falsos como decrecimiento-Green New Deal durante décadas). Por no hablar, aunque este es otro asunto, de cómo el holismo sienta las bases de una mística religiosa de la Naturaleza, en mayúscula, que si bien es un camino que teóricamente pocos autores defienden como tal (quizá los ecologistas profundos, los partidarios de la Gaia orgánica, algunas ecosofias basadas en cosmovisiones ancestrales), resulta sin embargo un afecto indefinido con gran ascendiente en el discurso ecologista (por ejemplo en su análisis de los dilemas tecnológicos, o en la búsqueda imposible del impacto ecológico cero).

    22. Jorge habla en sus notas de que “nuestras sociedades siguen avanzando a toda marcha hacia el abismo, con una buena venda delante de los ojos”. Es el tipo de enfoque que hace que Extinction Rebellion, uno de los movimientos ecologistas emergentes del último lustro, tenga como primera exigencia de su manifiesto que los gobiernos “digan la verdad” sobre la crisis climática. Probablemente, esta es la quintaesencia de otro de los errores teóricos más comunes del colapsismo: caer en una suerte de síndrome de Casandra obsesionada con la enunciación de la verdad. Donde subyacen dos errores. El primero, pensar que esa verdad implica una orientación política predefinida. El segundo, que su enunciación va a ser como una explosión transformadora y expansiva, como un gran desvelamiento. El segundo error es exactamente ese tipo de comportamiento imposible que Cesar Rendueles denomina “metáforas víricas neoidealistas”, tan parecidas a las del idealismo alemán del que se burlaron Marx y Heine.  Por contrastar, un informe reciente del Instituto Elcano advierte de que, en realidad, un porcentaje elevadísimo de la población es consciente de los riesgos implicados por el calentamiento global, al que atribuye además un origen antropogénico: el 97% confirmaban su existencia (dejando un margen muy estrecho para el negacionismo) y el 92% le atribuía un origen humano. ¿Dato mata relato? Como afirma Iñigo Errejón, el votante de extrema derecha no se cree una noticia porque esta sea verdadera o falsa, se la cree porque quiere creérsela. Porque dicha noticia reafirma una visión del mundo y un proyecto de sociedad con el que se siente afectivamente identificado.

    23. La verdad objetiva de que la humanidad ha sobrepasado la capacidad de carga del planeta Tierra, ¿por qué debe conducir necesariamente a una toma de conciencia  decrecentista y a un proceso igualitario de autocontención? Resulta igualmente plausible que esa verdad objetiva estimule la aplicación de la ética del bote salvavidas, que considera legítimo impedir que un náufrago suba a una balsa, aunque haya sitio para él, si ese precedente puede animar a otros náufragos a intentarlo poniendo en peligro la estabilidad de la embarcación. Esto es, la verdad objetiva de la extralimitación ecológica está materialmente tan preñada de ecosocialismo como de ecofascismo. Que una u otra interpretación se imponga depende del significado social imperante y del control de los procesos de poder. Ernst Bloch afirmaba en su libro Herencias de la época que, en la espiral viciosa que llevó al fracaso de la República de Weimar, los comunistas se empeñaron en contar la verdad sobre las cosas, mientras que los nazis contaban mentiras a las personas. No cometamos el mismo error otra vez. Permitámonos, al menos contarles el lado más esperanzador de la verdad a las personas.

    24. El colapsismo no es una novedad. Ya ha tenido mucha presencia antes. Lo que nos ofrece otro campo de pruebas empíricas sobre lo distorsionado de su enfoque. Los más evidente es pensar en el “peak oil” del petróleo convencional del año  2006, que puede servirnos como laboratorio para estudiar la potencialidad categorial y política del discurso colapsista. En 2006 el petróleo convencional de buena calidad llegó a un techo de producción en el que se ha mantenido más o menos estancado desde entonces (alrededor de los 75 millones de barriles diarios). Lo que se tradujo en un shock energético a cámara lenta que tuvo un fuerte impacto económico y social y que sin duda influyó en el crack económico del 2008 de un modo que la economía estándar tiende a infravalorar. En aquellos años yo participaba en los círculos colapsistas y realmente considerábamos que el inicio del colapso era inminente. Hubo desgarros y turbulencias, pero el colapso que proyectábamos no llegó. Suelo decir bromeando que llegó el 15M. Una manera simpática de explicar que todo resultó muchísimo más complejo y, por qué no decirlo, también mejor. Pero valoraciones al margen, lo que sucedió es que la crisis económica se gestionó de modos muy diferentes porque además no solo era provocada por la energía. La energía era un factor entre muchos. Además energéticamente se recurrió al fracking, que ofreció un balón de oxígeno al problema de los combustibles líquidos que no se puede despreciar. La política y la geopolítica lo modularon todo. Y a algunas regiones del mundo, y a algunos sectores sociales, les fue mucho peor que a otras. También hubo revueltas, que tras diez años han dado lugar a desenlaces dispares como el Egipto de Al Sisi y el gobierno de Boric en Chile. Llevado a nuestra década y a las que vienen: nadie puede negar que la transición ecológica va a estar jalonada por crisis. Algunas pueden llegar a ser muy duras y muy rápidas si hacemos las cosas mal. Pero no tenemos porque hacer las cosas mal. Todo sigue igual de abierto. Y sigue siendo no solo optimismo de la voluntad, sino de la inteligencia, esforzarse en preparar algo más parecido a un 15M que a un colapso.

    25. Podemos ir más atrás: Occidente ya ha conocido otros discursos anticipatorios ante supuestos derrumbes sociales en gestación pero todavía no visibles. Dejando de lado movimientos milenaristas religiosos, como he mencionado antes la experiencia de la que el ecologismo tiene más que aprender fue el catastrofismo socialista, que atravesó los debates de la II Internacional durante el tránsito entre los siglos XIX y XX. Este catastrofismo predecía la inminencia de un colapso socioeconómico del capitalismo provocado por sus contradicciones internas. Los bisabuelos marxistas también encontraron inercias estructurales desgarradoras en los procesos de acumulación, que supuestamente iban a llevar al capitalismo al colapso: caídas en la tasa de ganancia, necesidad de recurrir a la expansión imperialista en las colonias chocando con un mundo plenamente colonizado, agotamiento de los modos de producción no capitalistas de los que el capitalismo se nutría como un vampiro… Esas inercias eran reales. Pero no llevaron al colapso, sino a la Primera Guerra Mundial (un colapso moral, donde millones de personas perdieron la vida, pero ese es otro tema distinto, conviene no mezclar). De ese acontecimiento surgió un mundo con experiencias políticas muy diferentes: desde los fascismos a la URSS pasando por el New Deal. Toda extrapolación histórica es grosera. Pero situarnos en un marco así, el de varias décadas de competencia política descarnada entre centros de poder con enorme capacidad para marcar el proceso de ajuste con la biosfera, y al mismo tiempo con muchas posibilidades para transformaciones esperanzadoras si sabemos luchar por ellas,  creo que es mucho más ajustado que hacerlo al borde de una suerte de reset súbito de la complejidad social.

    26. Como resumen de todo lo dicho hasta aquí: la crisis ecológica sólo puede ser mirada con gravedad. Con preocupación más que justificada. Estamos sobrepasando diversos límites planetarios muy peligrosos. Por ello necesitamos que la transición ecológica sea también una transición hacia una economía “poscrecimiento” (a la que el proyecto intelectual y activista del decrecimiento puede contribuir como parte de una alianza más amplia). Y pensar y desplegar esta transición económica poscrecentista yendo más allá de una sustitución tecnológica mediante reformas políticas, sociales y culturales que rozarán lo  revolucionario (reformas no reformistas, en palabras de Gorz). Lo que nos debe permitir planificar una reducción de la esfera material de la actividad humana en un contexto, nacional e internacional, de redistribución equitativa de la riqueza. Por supuesto, una tarea histórica muy compleja en las que las posibilidades de fracasar existen. Pero considerar que el fracaso en forma de “colapso” está asegurado (o es altamente probable) participa de un fatalismo histórico que es inconsistente en el plano teórico, sesgado en el plano científico y muy contraproducente en el plano político. Y pensar que el colapso no es un fracaso sino una oportunidad es una ilusión muy peligrosa.

    27. En esa etiqueta que por economía del lenguaje algunos hemos llamado “colapsismo” hay aportes valiosos mezclados con enfoques menos acertados. También matices, tendencias plurales y en ocasiones un empleo muy indefinido de la categoría “colapso”. Pero si nombramos esta etiqueta y discutimos con ella es porque tenemos el convencimiento de que convertir el colapso en el centro de gravedad de la imaginación política ecologista, de un modo u otro, es un camino ideológico descarriado. Que puede alimentar un error generacional tan grave como irreversible. Y sencillamente, no nos lo podemos permitir. Aunque el error no es sancionable, decíamos antes, al mismo tiempo hay errores a los que no tenemos derecho porque de ellos de nada sirve aprender.  La década decisiva para evitar los peores escenarios de la crisis climática es esta. El momento en el que se están derrumbando a un ritmo acelerado los viejos dogmas económicos neoliberales, que tanto han ayudado a situarnos en un callejón ambiental sin salida, es este. Las primeras victorias, sin dudas insuficientes pero no irrelevantes, de una agenda climática viable están teniendo lugar en estos momentos. Y en estos momentos nos amenazan enemigos muy fuertes que pueden sabotear el proceso, que están llamados a prosperar en el clima de opinión al que el colapsismo contribuye y cuya derrota política dista mucho de estar asegurada. En esta tesitura, necesitamos un ecologismo transformador capaz de comparecer y reclamar un protagonismo político que el colapsismo coarta.

    28. Esto significa formular un horizonte de transición ecológica ilusionante y esperanzador, capaz de interpelar a grandes mayorías con una promesa de una vida mejor, en una pluralidad de formas de compromiso muy diferentes.  Significa establecer una relación con la tecnología que no caiga ni en la tecnolatría ni en la tecnofobia, sabiendo que los cambios fundamentales que debemos promover son de índole socioeconómico, político y cultural, pero sin renegar del papel positivo que la innovación tecnológica ya está jugando (y que se vería enormemente potenciado con una apuesta presupuestaria decidida por la ciencia pública).  Significa también que es preciso que el ecologismo construya un modo de acercarse a la economía política en el que la impugnación de las falacias sociales o ecológicas del modelo imperante no conduzca a una incapacidad manifiesta para pensar la dimensión específicamente económica de nuestra situación histórica. Tampoco a una desconexión completa respecto al mundo de la empresa, que no va a desaparecer con una mágica socialización de los medios de producción.  Significa aunar la acción local y territorial de los movimientos sociales, que es insustituible, con el trabajo institucional exitoso que requiere el cambio político en las sociedades modernas.  Lo que pasa por demostrar competencia electoral. Y de un modo casi más importante, habilidades para conquistar posiciones de poder en el entramado del Estado al mismo tiempo que destreza para diseñar e implementar políticas públicas solventes.

    29. Finalmente, todo esto significa que el ecologismo debe incorporar a su mapa del mundo y a sus planes de acción un concepto de transición históricamente sólido, que haya aprendido las muchas y caras lecciones de movimientos hermanos que lo han precedido y de los que pueden nutrirse como el socialismo y el movimiento obrero, el feminismo o las luchas por la descolonización.  El ecologismo debe alejarse de los enfoques totales, de las fantasías maximalistas, de los tremendismos morales y de los espejismos de las transmutaciones alquímicas en los que el discurso colapsista fermenta. El cambio social siempre es una suma caótica y compleja de procesos contradictorios y conquistas parciales, sin hitos definitivos, en los que las solidificaciones del viejo mundo conviven durante mucho tiempo con los atisbos inciertos y frágiles de un mundo nuevo, con fuertes cambios de ritmo entre momentos cálidos y fríos, y con numerosas sorpresas para mal y para bien.

    30. Visto desde lejos, todas estas polémicas sobre el colapsismo seguramente tienen algo de conflicto generacional ecologista. Como de algún modo también supuso un conflicto generacional la irrupción del primer Podemos en la izquierda, o la nueva oleada del movimiento feminista. Hay una generación joven del ecologismo transformador que, en un contexto nuevo, está intentando hacer las cosas de un modo un poco diferente a como lo hizo la gente más mayor, de la que sin embargo ha aprendido  mucho y sigue aprendiendo a pesar de las diferencias. Más allá de confrontar con las ideas de Jorge Riechmann, la amistad y el cariño personal así como el respeto intelectual siguen intactos. Las ganas de colaborar son fuertes y las posibilidades de hacerlo, muchas. Hablo de Jorge porque con él se ha iniciado esta conversación, pero sirve para Yayo, Luis, Antonio o muchos de los compañeros y compañeras que, sintiéndose o no identificados con la etiqueta colapsista, simplificadora y por tanto tan útil y a la vez tan inútil como cualquier etiqueta, puedan discrepar de las posiciones que aquí he defendido. Sin duda, en los conflictos generacionales políticos (en los que la edad es un factor bastante relativo, por cierto) los que vienen de nuevas tienen que pecar de cierta insolencia que roza el desagradecimiento. Y los más viejos de cierto conservadurismo y cierto pesimismo. Lo que suele pasar a la larga es que ambas partes tenían sus razones y sus confusiones, aunque en el momento no se pueda distinguir bien. Por mi parte, trataré de esforzarme en no ser ni insolente ni desagradecido. Y creo que no lo soy si afirmo, pues él mismo lo reconoce, que Jorge deseará de corazón, si la suerte nos sonríe a ambos y estamos vivos hacia el año 2050, admitir que en este asunto concreto del colapso su posición no era la acertada.

    La ilustración de cabecera es «Marine d’abord (Study for a rug)», de Eileen Gray (1878-1976). 

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  • No tenemos derecho al colapsismo. Una conversación con Jorge Riechmann (I) – Emilio Santiago Muiño

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    Por Emilio Santiago Muiño. 

    Este artículo constituye la primera mitad de una respuesta en dos partes a un artículo publicado por Jorge Riechmann en su blog. Por su extensión no tiene cabida en medios de comunicación de masas, pero nos parece una aportación valiosa e interesante sobre los debates que se están dando en el ecologismo actualmente. La segunda parte está disponible aquí

    Sobre la definición de colapso y su idoneidad política.

    1. Mi amigo Jorge Riechmann publicó en su blog, hace unos días, unas breves observaciones sobre colapsismo. En buena medida, una respuesta a las posiciones que algunas personas, como Héctor Tejero o yo mismo, hemos mantenido en los últimos meses alrededor del colapso, su certeza científica y su idoneidad política para el ecologismo transformador. Lo primero, agradecer a Jorge el medio y las formas. Es obvio que se ha abierto un debate al respecto (aunque sea de nicho). Debatir no es malo. Es lo lógico en cualquier movimiento que, si es sano, tendrá pluralidad de perspectivas y asuntos en juego. Supongo que los recelos al debate derivan de los feos que suelen ponerse al desarrollarse en una esfera pública tóxica. A falta de estructuras orgánicas comunes en las que poder discutir empotrados en la responsabilidad que da participar en un proyecto colectivo, un intercambio reposado de textos es preferible a una batalla de gallos en twitter (aunque estas últimas tampoco deberíamos dramatizarlas, ganaríamos quitándole hierro y asumiendo lo que tienen de progreso histórico casi pinkeriano: ¡siempre es mejor unos zascas en redes que un piolet!)

    2. Jorge parte de constatar que el ecologismo lleva siendo acusado de catastrofista desde siempre. Habría que matizar, porque ecologismos hay muchos, incluso dentro de nuestro país, y además el de nuestro país tiene algunos endemismos particulares, fruto de su peculiar historia política. No es casualidad que en la huelga climática del pasado septiembre, las movilizaciones en España incluyeran en sus lemas la coletilla “por un territorio autosuficiente” (lo que daría para epígrafe si Ortega escribiese hoy La España invertebrada). Pero este es un buen punto de partida.  Hay quienes consideramos que el ecologismo, si quiere tener rendimientos transformadores más eficaces, igual tiene que hacer algunas cosas de manera distinta. Lejos aquí de pecar de adanismo: la labor histórica del ecologismo ha sido inmensa. Es nuestro legado y sabemos valorarlo. Pero para ir más allá, ahora que el ecologismo está llamado a jugar un papel central, creemos que es necesario superar algunos puntos débiles. 

    3. Florent Marcellesi resume muy bien las tareas pendientes del ecologismo en su lado más práctico: “La ecología política española tiene el reto de pasar del esencialismo al constructivismo, del nicho a la transversalidad, de la protesta a la propuesta y del catastrofismo a la esperanza. Es decir, aprovechar la oportunidad de dejar de ser la resistencia ecologista para estar en condiciones de liderar la nueva hegemonía verde”. Y lo mismo cabe decir en lo teórico, dos planos con fuertes vasos comunicantes aunque no sean inmediatos. Por centrarnos sólo en el agujero que el pensamiento ecologista tiene respecto a una teoría sólida Estado, y no es ni mucho menos el único asunto conceptual no resuelto, el ecologismo aún no ha tenido su momento Lenin, su momento Gramsci, su momento Poulantzas-Miliband-Laclau. Esta inmadurez se debe, seguramente, a que hasta hace muy poco el ecologismo no se ha visto en la tesitura práctica de ejercer poder, con los nuevos problemas que eso conlleva. Especialmente en el contexto político español y latinoamericano, que aunque sea solo por la lengua es el de nuestro debate espontáneo.

    4. Yayo Herrero afirma que “las lecciones que damos desde todas las partes no están avaladas por una práctica exitosa o ganadora en términos de máximos”. El comentario de Yayo es pertinente porque nunca se trata de dar lecciones. Pero usar como patrón de medida “una práctica ganadora en términos de máximos” implica renunciar a los aprendizajes de la experiencia política acumulada. Que nunca son de máximos porque nunca se gana del todo (¿qué sería ganar?, ¿el ecosocialismo, el comunismo, el Reino de la libertad?), sino que son parciales. Pero aún siendo parciales, resultan tremendamente iluminadores. En terrenos como la articulación de mayorías, la comunicación política, la importancia de los mass media o de los aparatos administrativos del Estado, aplicados a nuestro contexto histórico, hemos avanzado sustancialmente. Y podemos y debemos exigirnos cierta competencia respaldada por los hechos. Del mismo modo que hoy nadie serio puede albergar las mismas ilusiones que hace un siglo sobre la revolución como tábula rasa, el proletariado como clase universal o el carácter científico de la ideología marxista. Por quedarnos más cerca, actuar políticamente en 2022 como si no hubiera existido la década ganada latinoamericana, como si el primer Podemos no hubiera irrumpido con cinco millones de votos que se volatilizaron en su deriva posterior, como si el corto verano del municipalismo no nos hubiera arrojado enseñanzas, como si en Chile, con dos estrategias muy distintas, no se hubiera ganado unas elecciones presidenciales y se hubiera perdido, seis meses después, un proceso constituyente …puentear todo esto es renunciar al aprendizaje reflexivo sobre los asuntos más serios. La política no es una ciencia, es una praxiología, como señala siempre Cesar Rendueles. Como la cocina o la interpretación musical. Pero eso no significa que no haya aquí conocimiento que nos permita separar el acierto del error. Cocinar una receta deliciosa o una incomible. 

    5. “Estamos en 2022 (no en 1972, ni en 1992, ni en 2002)”, dice Jorge, sugiriendo que el tiempo para evitar el colapso se ha terminado. Es verdad que en concentración de dióxido de carbono atmosférico o en destrucción de biodiversidad estamos mucho peor que hace cincuenta, treinta o veinte años. Pero, al mismo tiempo, 2022 significa también energías renovables increíblemente baratas, una conciencia ciudadana realmente masiva sobre el cambio climático y conquistas ecologistas en el diseño de las líneas maestras de las políticas europeas que hubieran sido inimaginables no hace veinte, sino hace solo cinco años (aunque no estén consolidadas, y todo dependa de su aplicación). Poner el acento en la parte más lúgubre de nuestro presente, minimizando la más transformadora, es un efecto derivado de eso que hemos llamado colapsismo.

    6. El colapsismo es una galaxia ideológica en formación que, con sus muchas variaciones internas, comparte la creencia en que algo que se decide nombrar con la palabra “colapso” es un hecho consumado (“estamos colapsando”), o al menos un suceso futuro extremadamente probable. El colapsismo no defiende el colapso ni lo busca, la mayoría del colapsismo trata de evitarlo,  aunque es verdad  que algunas voces dentro de él lo entienden  también como una suerte de oportunidad. Como toda ideología, además de análisis fríos y arquitecturas teóricas, muchas veces implícitas, el colapsismo comparte afectos, estética, modos de razonar. También es, en definitiva, un estado de ánimo. Y aunque la diversidad interna es grande, empezando por usar diferentes definiciones de colapso, no es ni mucho menos mayor que la que separa a un Kim Il-sung de un Theodor Adorno, ¡y en ambos casos es legítimo hablar de marxismo! Por economía del lenguaje, seguiré utilizando la categoría colapsismo como eso que nombra lo que une, con cierta coherencia interna, diversos discursos ecologistas que tienen, después, muchísimos matices.

    7. A quienes hemos entrado a discutir la preeminencia del colapsismo en el ecologismo español se nos ha dicho que estamos construyendo bandos artificiales. Me parece que aquí se está pidiendo un imposible. Porque es imposible que un debate colectivo, a cierta escala, no acabe destilando posiciones enfrentadas en base a formaciones discursivas con cierta coherencia interna y refuerzo mutuo entre sus participantes. Vamos, eso que se puede llamar bandos. En la historia de las ideas y en la de los grupos políticos, siempre es así.  Por eso los “bandos” no los estamos construyendo, sino que ya están dados. Y como en cualquier debate, por supuesto que hay mucha zona gris, y gente que revolotea en tierra de nadie.  Quizá lo más útil, como en cualquier gestión democrática de los conflictos, sea cambiar la mirada: pasar de la lógica antagónica de la guerra, los bandos, a la lógica agónica del juego, los equipos. Después de los partidos de fútbol más enconados participantes de los dos equipos pueden confraternizar. Nada impide, como de hecho ya sucede, que en medio y después de estas polémicas estratégicas los que compartimos mucho, y sin duda yo con los compañeros colapsistas comparto mucho,  podamos confraternizar y trabajar juntos cuando toque. El ecologismo, como comentaba Luís González Reyes, no tiene por qué abandonar el tipo de espíritu cooperativo que permite a entidades tan diferentes como WWF y Ecologistas en Acción aliarse (aunque es verdad que a medida que las polémicas concretas tengan efectos reales, en cuestiones como hidrógeno verde o renovables, quizá las cosas se pondrán más tensas).

    8. Rechazar el colapsismo no implica algo así como pintar de color de rosa el futuro de la humanidad. El presente ecosocial ya es terrible y desazonador. Las décadas que vienen pueden serlo muchísimo más. La catástrofe ya está ocurriendo de modo “desigual y combinado” y su generalización e intensificación es una posibilidad que no se puede minusvalorar. Nuestra oposición al colapsismo parte de considerar que se cimienta en un diagnóstico erróneo que da lugar a una estrategia política contraproducente. Solo lo segundo justificaría que el ecologismo buscara otras vías. Pero lo primero, el error en el diagnóstico, confiere al debate su verdadero sentido: situarse voluntariamente en una posición de derrota, que el propio Jorge reconoce, impidiendo al ecologismo comparecer justo cuando está más llamado a ello, y hacerlo en base a premisas cuanto menos controvertidas, es algo que roza la negligencia histórica.

    9. En su último libro, Donna Haraway apuntaba a la necesidad de encontrar una tercera vía entre la actitud Game Over del ecologismo apocalíptico y las fantasías del tecno-optimismo. Bruno Latuor, en sus últimos ensayos, hace la pirueta lingüística de reivindicar el apocalipsis pero, paradójicamente, para llevar la contraria a los colapsólogos, a los que considera “partidarios de una muy mala religión”. “¡Demasiado tarde para ser pesimistas!”, grita el ecosocialista belga Daniel Tanuro, compañero de Jorge en el ecosocialismo europeo, con quién presuponemos que mantendrá una polémica parecida a la que mantiene con nosotros.  El debate sobre el colapsismo no nos lo hemos inventado Héctor Tejero y yo. Está en todas partes. En todos los países. En cada sitio adaptado a sus peculiaridades. Si Clemente Álvarez publicó su artículo este verano, más o menos acertado según gustos, pero siempre legítimo, es porque captó bien un runrún que está en el sentir general de ciertos espacios. Hay un discurso ecologista, que tiene peso, y que se percibe que conduce a un callejón sin salida. Y hay una demanda amplia de otros enfoques.  

    10. Unas palabras previas sobre qué entendemos por colapso. Lo primero, hay que distinguir el uso del término colapso en ámbitos como la ecología, donde está bien delimitado, frente al mundo social. Salvo que se piense que una sociedad es un ecosistema, no se puede trasladar una definición de un campo a otro de manera automática. El problema es que hay sensibilidades dentro del colapsismo que tienden a realizar esta confusión. Pero las sociedades, aunque sean ecodependientes de sus ecosistemas, no funcionan ni funcionarán jamás como los blooms de algas, metáfora que al colapsismo le gusta mucho usar. Las algas no tienen I+D. Pero para que no se me acuse de tecno-optimismo,  tampoco tienen fenómenos como el cristianismo, el nazismo, el imperialismo o el movimiento obrero.

    11. Jorge dice que mi definición de colapso como “Estado fallido” es muy sui géneris. Es verdad. Solo intento perfilar una idea difusa que el colapsismo usa de un modo muy vago. “El ecologismo tiene un problema con la noción de colapso” afirmó Ernest García en la presentación de Ecología e igualdad, en Madrid, en la que Jorge y yo compartimos mesa con uno de los grandes sociólogos ambientales de nuestro país. Ugo Bardi, y es una de las cabezas más brillantes del colapsismo, llega a considerar “colapso”, seguramente con cierto humor, cualquier proceso de cambio rápido que implique cierto grado de destrucción, ¡literalmente hasta un divorcio! Incluso siendo un chiste, el chascarrillo dice mucho del colapsismo como estado de ánimo y su obsesión de ver el colapso por todas partes. Pero más allá del chiste, este problema de la falta de rigurosidad en la definición de colapso se puede remontar hasta el mismo Informe de Límites del Crecimiento que Jorge me cita. Como bien sabe Jorge, World 3 es un modelo global que no atiende a diferenciaciones regionales. Cualquier noción de colapso que se emplea en sus escenarios solo puede ser intuitiva, porque es macroscópica, y no se hace cargo del margen de acción de la geopolítica y de la diferente capacidad de reacción de los Estados-nación. ¡Y aquí no podemos confundir el deber ser moral y el ser analítico! Que el correctivo ecológico debiera ser justo, y no reproducir las asimetrías de poder del mundo realmente existente, no significa que podamos hacer buenos análisis de lo que cabe esperar sin considerar las cosas tal y como son. Y las cosas tal y como son parten de constatar que bajo el paraguas de eso que se llama colapso, en nuestras realidades políticas extremadamente desiguales, unas partes del sistema mundo que estudia el World 3 pueden prosperar a costa de que otras colapsen más profundamente. Lo que invalida el término colapso y exige otras categorías (colonialismo climático, apartheid ecológico, ecofascismos, eco-exclusión, exterminismo…categorías todas ellas que movilizan otras disposiciones estratégicas diferentes a la del colapso).

    12. Cuando Yves Cochet define el colapso como la imposibilidad de que las necesidades básicas sean cubiertas por el Estado y el mercado, de lo que está hablando es de un Estado fallido. Cuando se piensa en términos de resiliencia local y “balsas de emergencia” como respuesta al colapso, se piensa en términos de reaccionar ante un Estado fallido. Esto es el centro real del imaginario colapsista. Un Estado fallido, o al menos muy comprometido en su capacidad de regulación de la vida normal (Estado que, por cierto, no puede ser reducido como hace Jorge a ejército y policía). Definir el colapso como pérdida de complejidad social es un cheque en blanco categorial. La complejidad social se intuye, pero no se puede medir. De los cuatro indicadores que propone Jorge, solo la dimensión demográfica es cuantificable. Las otras tres no lo son porque esos rasgos de la complejidad (información, interconexión, especialización) son esencialmente cualitativos. Como se preguntaba Eduardo García, ¿qué es más compleja, una oruga o una mariposa?

    13. Muchos compañeros, como por ejemplo Luis González Reyes, usan la categoría de colapso y después matizan que se trata de un proceso largo e irregular. “Más como una piedra que rueda por una colina cuesta abajo que una piedra que cae por un barranco”, cito de memoria. La imagen que usa Luis define muy bien lo que puede suceder. Pero creo que es incongruente. La palabra colapso remite a una idea de destrucción súbita e irreversible (lo cual explica parte de su éxito en una sociedad en la que los imaginarios apocalípticos y distópicos son muy fuertes). Esa es su especificidad semántica. Y ese es su viento inconsciente a favor: el síncope fulminante. Para referirse a algo que pueda durar mucho tiempo, podemos hablar de decadencia o de declive. Pero no es la palabra elegida porque sus connotaciones espontáneas, y sus implicaciones políticas subliminales, son otras. Del mismo modo tampoco se habla de mutación, de adaptación, o de crisis, porque esos tres términos no permiten las moralejas colapsistas. En bastantes casos, moralejas anarquistas. En todos los casos, moralejas enormemente disruptivas, como veremos muy mesiánicas, en forma de gran hundimiento o llamada a una revolución cuyas condiciones objetivas serían escandalosamente claras. Moralejas cuya letra pequeña siempre es minusvalorar, puentear o despreciar la política realmente existente. 

    14. Respecto al colapso como idea políticamente contraproducente, al menos Jorge no se lleva a engaños. Sabe que el colapso sería una tragedia, y como toda tragedia, sabe que asumirla es netamente desmovilizador. Otras voces colapsistas mantienen posiciones, a mi entender, más ingenuas. Casi nadie celebra el colapso, cierto (aunque a veces cabe sospechar si en algunos discursos no opera un cierto goce oscuro que proviene del resentimiento, de disfrutar anticipadamente con un ajuste de cuentas frente a los pecados ecológicos de la modernidad industrial). Pero el colapsismo más anarquista suele entender que no todos sus rasgos son negativos, como afirma literalmente Carlos Taibo.  Y ve en el colapso una ventana de oportunidad para sociedades comunitarias sin Estado.  En mi opinión, aquí opera un fallo de cálculo: a ojo de buen cubero, y partiendo de donde partimos, tras un hipotético colapso, si hay una persona viviendo en un caracol zapatista autogestionado por cada 100 personas viviendo en un contexto brutal gobernado por mafias y señores de la guerra, creo que sería un éxito milagroso.   

    15. En este tema, parece que se impone el enésimo derbi entre miedo y esperanza. Como constatan Álvaro García Linera e Iñigo Errejón, toda acción transformadora desde abajo exige una sobreacumulación de esperanza (unida, sin duda, a la indignación y la rabia de una promesa incumplida, de un fallo en las élites). Yayo Herrero, por el contrario, suele citar a Naomi Klein cuando afirma que el miedo paraliza únicamente si estás solo y no sabes dónde correr. Cabría añadir dos matices: el primero, que esa frase es válida sólo para un sprint. Para un proceso tipo gran desastre natural inmediato y evidente. Pero en una carrera de fondo, confusa, y con efectos diferenciales, el miedo contribuye mucho más al sálvese quien pueda. Aquí, de nuevo, que el colapso se use en un sentido riguroso, como algo rápido, o en un sentido laxo, como un sinónimo de “los malos tiempos por venir” es importante para el conjunto del paquete argumentativo. El segundo matiz es que el colapso está más allá del miedo. Miedo nos lo genera cualquier informe científico. Miedo nos lo genera el parte meteorológico de cada noche. El miedo ya es nuestro mundo. La ecoansiedad está en todas partes. En este contexto, donde si algo resulta realmente inverosímil es un futuro mejor, el colapsismo es el miedo pasado de rosca: es la promesa del terror asegurado.

    16. Jorge admite que aunque el colapsismo puede ser estéril para hacer política dentro de las instituciones realmente existentes, “no se hace política sólo en ellas, sino a veces impugnándolas”. No tiene sentido entrar en un debate infinito sobre cuánto puede aquí Jorge sobredimensionar las posibilidades de eso que llama “impugnación” a la luz de la experiencia de los últimos 200 años, y también a partir del tipo de sociedad que hoy somos. Porque sospecho que Jorge está haciendo un brindis retórico al sol y cualquier perspectiva coherente con el conjunto de tesis que defiende solo puede concluir en unas expectativas sobre la “impugnación”, al menos, tan modestas como las que plantea hacia todo lo demás. Solo aclarar que el colapsismo es contraproducente, para cualquier tipo de acción transformadora constructiva, no solo la vía electoral. Como solo se puede construir con los materiales sociales dados, y asumir el colapso es asumir su inminente caducidad (especialmente en las versiones fuertes del mismo), el desincentivo es enorme. ¿Alguien cree que se puede construir, por ejemplo, un tejido de economía cooperativa funcional y potente, con lo que implica de inversión económica y de tiempo, bajo el signo del colapso?

    17. Movilizar a los movilizados, desmovilizar a los desmovilizados. Ese es el efecto del colapsismo. Mientras que con el colapsismo extremas minorías pueden prepararse para “colapsar mejor”, y quizá realizar avances micropolíticos en ese sentido, signifique lo que signifique eso (como bromea Ernest García en Ecología e igualdad “quien tenga suerte de hacerse con una parcela cultivable, practique en ella la agricultura ecológica, y se emplee a fondo en mantener a raya a los asaltantes, tendrá algunos días ratas para cenar”), la preeminencia del discurso colapsista en el debate público alimentará, en una proporción cien o mil veces mayor, el nihilismo y el cinismo de época. Esa  actitud que tan bien resume el refranero español:  “para lo que me queda en el convento, me cago dentro”.

    18. De hecho, en la coyuntura actual, cuando el discurso colapsista salta del nicho a la esfera pública mainstream, su efecto político inmediato juega mucho más a favor de alimentar la idea de un momento de recambio bipartidsta (ahora tocaría un gobierno del PP que coja el testigo de un gobierno del PSOE desastroso, en el que todo va mal), que a favor de organizar un movimiento masivo a favor del decrecimiento. Antonio Turiel ha hecho un trabajo muy notable en la divulgación sobre la dimensión energética de nuestra crisis socioecológica, que es real y exige reflexión y acciones serias. Para alejarse de aquello que llamamos colapsismo, según sus propias declaraciones un sambenito que le ha sido colocado injustamente, Antonio Turiel podría hacer dos cosas: además de asumir toda una serie de precauciones epistemológicas y diagnósticas en el salto de la energía a lo social (que comentaré en la segunda parte de estas notas), podría hacerse cargo, con mayor reflexividad, del efecto político de su mensaje. Porque las advertencias bienintencionadas sobre la ruina inminente de nuestra civilización pueden ser el caldo de cultivo perfecto para que florezcan las maniobras malintencionadas para tumbar este gobierno (y seguramente, el gobierno cambie muchas veces antes de que nuestra civilización se derrumbe). Evitar estas contraindicaciones exige modular el mensaje, que no es lo mismo que mentir. Y esto  resulta imposible si se parte de esquemas completamente erróneos sobre el papel de la verdad científica en los procesos sociales.

    19. Que en poco más de un año podemos tener un gobierno del PP y Vox en la Moncloa, que tumbe el trabajo realizado en materia de transición ecológica justa desde el 2018 y nos hagan perder todo lo ganado, por muy insuficiente que sea lo ganado, es el tipo de problemas políticos importantes que el colapsismo impide pensar con seriedad. Sé que Jorge sabe de sobra que no es lo mismo que el Ministerio de Transición Ecológica esté en manos de Teresa Ribera (que por cierto ha hecho un trabajo notablemente mejor del esperado) que un negacionista de Vox. Como no es lo mismo vivir en un país con sanidad pública o sin ella. O en un país donde el acceso a las armas facilite la rutinización de las matanzas en las escuelas que en uno donde no suceda. O en un país donde el derecho al aborto esté asegurado o no se pueda sobornar a la policía (el tipo de minucias que los amigos anarquistas desprecian y que dependen íntegramente de las políticas públicas y quien las diseñe e implemente). Pero cuando afirma “para gobernar, ya está Teresa Ribera”… además de ni siquiera poder imaginar a un ecologismo más transformador en el gobierno…¿no está dando Jorge Riechmann por sentado, de manera peligrosamente infundada, que Teresa Ribera gobernará? 

    20. “No nadamos a favor de la corriente”, nos recuerda Santiago Alba Rico. Esto hay que escribirlo en letras de fuego en nuestras mentes. La crisis ecológica tampoco nos pone a favor de la corriente, una ilusión peligrosa en la que muchos colapsistas incurren. En los debates grupusculares del ecologismo se combate confundiendo Green New Deal con capitalismo verde como si éste fuera un paradigma de gobernanza consolidado. Como si el negacionismo climático no hubiera estado cerca de volver ganar las elecciones en Estados Unidos, promoviendo además un golpe de Estado que, gracias al compromiso democrático de sus aparatos de Estado (manda narices) salió mal. Como si en la reciente segunda vuelta brasileña  un negacionismo orgulloso de activar ese tipping point climático que es la Amazonía, entre otros crímenes que reivindica con orgullo, no hubiera quedado a menos de un punto de volver a repetir mandato (y seguimos pendientes aún de que acepte democráticamente su derrota). 

    21. Pese a estar en la década decisiva de la lucha climática, las conquistas ecologistas en la guerra de posiciones que hemos logrado en los últimos años son extremadamente frágiles. Estamos solo a unas elecciones perdidas de que se puedan disolver como un azucarillo en el café (y si la cosa no es tan dramática, y también manda narices, en el fondo es porque estamos tecnocráticamente sometidos a la Unión Europea, lo que no cambia el problema, sólo lo desplaza a otro lugar). Cualquier discurso ecologista tiene que calibrar cuál es su verdadero papel, más allá de sus intenciones, en un contexto de competencia política en el que estas fuerzas negacionistas (algunas negacionistas climáticas, todas negacionistas de la igualdad humana) son infinitamente más fuertes que nosotros y van a usar nuestros errores a su favor. Jorge habla en su texto, de forma muy desafortunada, de “niños malcriados”. Tampoco lo merece, pero este epíteto creo que más que a nuestro pueblo se ajustaría  mejor al maximalismo irresponsable de cierto ecologismo que maneja un cuadro de la realidad política profundamente fantasioso.

    22. Un argumento común en los debates sobre el colapso es que no importa la fecha sino la tendencia. “Cinco o diez años no importa demasiado”, me dice muchas veces Luis González Reyes en los numerosos y enriquecedores debates que tenemos al respecto. Pero cinco años es lo que separa la proclamación de la República del inicio de la Guerra Civil. Ocho años, el fin de la República de Weimar con el ascenso de Hitler y el inicio de la Solución Final. En política, un lustro es un universo. Lo que puede estar en juego en cinco años lo es todo. Este es un síntoma de uno de los peores efectos del colapsismo, que es lo que tiene de autocastración política para el ecologismo. Algo que, por cierto, tiene mucho de ósmosis con nuestro tiempo.

    23. “Todos somos más hijos de nuestra época que de nuestros padres”, decía Debord. Nadie está exento de ello. Y seguramente hay mucho de cierto en las críticas que el Green New Deal recibe por tener un enfoque muy anclado en los países centrales del sistema mundo, o un punto de confianza tecnológica excesiva. Como es cierto que en el discurso colapsista se reproducen, de un modo fiel, algunos apotegmas neoliberales esenciales. Hemos mencionado alguna vez que el colapsismo rima muy bien con la inmensa cantidad de películas y series post-apocalípticas que gobiernan nuestra cultura audiovisual. También rima muy bien con la despolitización general que el neoliberalismo produce en serie. ¿No es acaso el colapsismo, de alguna manera, un remake ecologista del no hay alternativa de Thatcher?

    24. El colapsismo retroalimenta el clima de despolitización del que surge. Y eso tiene efectos nocivos en el ecologismo. El tipo de mirada y el tipo de agenda reflexiva que impone resultan muy esclarecedores. Dice Jorge Riechmann en sus notas que “si el ecologismo abandona el colapsismo, perderá sus órganos sensoriales más valiosos”. Partamos de la base de que este no es un debate que busque que nadie abandone nada, sino que busca compensar, contrapesar y diversificar. Pero creo que la tesis es matizable. El colapsismo permite introducir algunos análisis metabólicos importantes (aunque como veremos, también sesgados). Pero lo hace a costa de una auténtica atrofia en sus órganos sensoriales políticos. ¿Dónde están las reflexiones ecologistas sobre las políticas públicas de emergencia durante estos años en que la gestión de la pandemia del covid cambió radicalmente cualquier expectativa respecto al poder de intervención del Estado? ¿Dónde están las reflexiones ecosocialistas sobre los hechos económicos absolutamente trascendentales y la batalla ideológica que está teniendo lugar con la muerte teórica del neoliberalismo, batalla que no es especulativa sino que está desplazando, con efectos prácticos impresionantes, las placas tectónicas de la economía política europea? Hechos como la reforma del mercado energético o la mutualización de la deuda son transformaciones en curso que deberían estar en el centro de nuestras reflexiones ecosocialistas. Sin embargo, es significativo que para encontrar un ecologista que trabaje estos temas haya que acudir a la magnífica newsletter de Xan López, Amalgama, mientras que el filósofo más importante del ecologismo no solo en España, sino uno de los más importantes en lengua castellana, Jorge Riechmann, trabaja sobre ética gaiana. Algo fascinante y muy necesario, no quiero restarle un ápice de valor a la gaiapolítica de Jorge. No lo digo como una concesión vacía sino que es un reconocimiento honesto.  Pero también, honestamente, considero que es una tarea extremadamente vanguardista. Cuya aplicación política mínimamente verosímil igual tiene que esperar tres o cuatro décadas. Este es el tipo de jerarquía de prioridades que algo como el colapsismo fomenta. Y que aunque no sea su voluntad, porque evidentemente no lo es,  son despolitizadoras por incomparecencia.

    25. Los efectos despolitizadores (o contraproducentemente politizadores) del colapsismo en la batalla de ideas, donde uno puede permitirse ciertos lujos intelectuales, son todavía más claros en la praxis ecologista. Una dosis colapsista excesiva fomenta una cultura política en la que un cuadro joven ecologista medio, de esos que abundan desgraciadamente tan poco, tenga mucho más fácil orientar su valiosísima voluntad transformadora hacia un proyecto permacultural neorrurural  o la construcción del enésimo banco de tiempo fallido, que hacia otros caminos menos transitados. Que impliquen por ejemplo convertirse en abogados del Estado o entender cómo podrían operar los bancos centrales para facilitar la descarbonización. Por supuesto necesitamos permacultores. Pero para que el pez deje de morderse la cola, la transición agroecológica en la España vaciada necesita políticas públicas que la protejan y la favorezcan. Y para que eso deje de ser una palabra bonita en un libro y pase a ser realidad es igualmente necesario abogados del Estado y economistas. Economistas ecológicos sí. Pero que a la vez que sepan hablar el lenguaje de la economía convencional sin presentar siempre una enmienda a la totalidad que resulta inoperativa.

    26. Lo mismo podríamos decir de los recientes debates sobre si la explotación del hidrógeno verde convertirá a España en una “colonia energética”. Lo que aquí llamamos colapsismo es un marco ideológico que tiende a eclipsar lo mucho que la política tiene que decir en este desenlace, posible pero en absoluto asegurado. Por no hablar de que ese marco facilita mucho restar importancia a las coherencias espontáneas que un discurso como el de “España colonia energética” tiene con el planteamiento de una extrema derecha que habla de la descarbonización como “el suicidio de la soberanía nacional”.

    27. Y qué decir del papel del colapsismo en la cuestión de los conflictos que se están dando por la implantación de las energías renovables en algunos territorios. Sin duda, este es un asunto complejo porque las renovables tienen impactos que conviene rebajar. Y bajo la sombra del oligopolio eléctrico español su implementación dista mucho de responder a una cobertura de necesidades, y a una socialización de la riqueza asociada, sino a una maximización extractiva de beneficios. Pero impactos mucho mayores tiene no transformar a toda velocidad nuestro sistema energético. En esta paradoja, la visión exageradamente pesimista de las renovables que el colapsismo fomenta está alimentando una beligerancia visceral e irracional, que como dice el refrán, “está dispuesta a tirar el niño junto con el agua sucia”. Que enorme sinsentido es que justo en el momento en que la descarbonización se pone en marcha a una velocidad mínimamente adecuada, se multipliquen las resistencias a las mismas, algunas justificadas, y otras en absoluto. Que un proyecto tan interesante como el que la empresa pública noruega Statkraft intenta impulsar en Euskadi negociando con EH Bildu, un proyecto que supondría una tercera vía fundamental entre la insuficiencia constatada del autoconsumo y las propuestas de renovables obedientes a las lógicas del oligopolio, esté generando un enorme conflicto en las bases del ecologismo vasco, al mismo tiempo que la ampliación de la terminal gasística del puerto de Bilbo pasa más desapercibida, supone una situación muy esclarecedora. Intencionalmente o no, un pesimismo exacerbado sobre las renovables, como el que es común en algunos discursos colapsistas, facilita mucho que la sociedad adopte posiciones nimby. Que en términos energéticos son mucho más un caballo de Troya de la energía nuclear o de la continuidad fósil que un vector de decrecimiento consecuente.

    28. Es necesario aclarar aquí que nuestro debate con el colapsismo no es un debate con el decrecimiento. Son dos posiciones diferentes. Tanto Héctor Tejero como yo nos consideramos algo así como decrecentistas que intentan avanzar en esa dirección aplicando cierto realismo político, como defendemos en este artículo a favor de una amplia alianza poscrecentista. También somos perfectamente conscientes de que el capitalismo es una máquina de generar externalidades, y su superación histórica sigue siendo nuestro compromiso político más querido. Pero nos hacemos cargo de las lecciones del siglo XX. Y entendemos, como decía Latour, que paradójicamente cualquier todo es menor que sus partes. Lo que significa que la transformación del sistema pasa más por actuar sobre las partes que lo conforman, para ir dando lugar evolutivamente a un todo diferente, que por el viejo sueño del big bang revolucionario. Lo que en lo concreto, por ejemplo en la búsqueda de relaciones ecosociales Norte-Sur más justas, debería conducir al ecologismo del Norte a centrarse en políticas viables de reducción de consumos (eficiencia, reciclaje, bienes comunes) unidas a eso que nos demandan los compañeros del Sur: normas más equitativas de comercio internacional.  

    29. No tiene que ver mucho con el colapsismo, solo de manera indirecta, pero donde considero que Jorge se equivoca profundamente en sus notas es cuando  realiza afirmaciones como «“el pueblo que somos” debería avergonzarnos en cuanto nos examinásemos frente al espejo con una mínima serenidad» o «¿podemos considerar, como seres humanos racionales y adultos ⸺y no como niños malcriados⸺, que nos hemos metido en una trampa?» Creo que siempre conviene parar y replantearnos las cosas cuando nuestros razonamientos nos acerquen a un sitio que se parezca al famoso poema de Brecht, donde se esepcula si no sería más fácil “disolver al pueblo y elegir otro”.   Por supuesto, existe el margen para la mejora ética de nuestros comportamientos, y eso no es políticamente irrelevante. Pero en estas frases, tanto en fondo como en forma, están condensados algunos de los peores errores de la izquierda del siglo XX. Algo que en el siglo XXI conviene dejar atrás: superioridad moral, vanguardismo, racionalismo exacerbado, pulsión paternalista que te lleva a regañar a tu pueblo como si fuese menor de edad. Y sobre todo, una notable incapacidad para comprender las lógicas que operan en la vida cotidiana de la gente.  ¡Como si no hubiera sólidas razones, sociológicas, antropológicas, políticas e históricas para comportarnos como nos comportamos, por muy autodestructivo e injusto que sea este comportamiento! ¡Como si el ecocidio fuese una suma de caprichos adolescentes y no una inercia sistémica increíblemente compleja y resistente! ¡Como si en medio de la precariedad económica y biográfica que hoy sufren millones de personas no fuera adulto o racional tratar de sobrevivir asumiendo cierta dirección (nefasta) de la corriente! Resulta desconcertante que un autor como Jorge, que escribe con tanta sabiduría sobre la condición antropológica trágica del ser humano, por ejemplo cuando afirma “todos somos simios averiados” o “todos somos minusválidos”,  tenga luego estos comentarios. Creo que es siempre mejor asumir la máxima de Whitman cuando decía: “no moralizo, conozco el alma”. Seguramente Jorge no considere que esté moralizando, solo autoexigiéndose (y autoexigiéndonos) una entereza moral nueva. Esa que impone una época más oscura que muchas otras antes. No es baladí, porque es verdad que estamos moralmente mal preparados para las consecuencias gigantes de lo que estamos provocando. Pero la línea es borrosa. Y creo que no se percibe bien lo borrosa que es porque algunas de las aporías teóricas que son comunes en el pensamiento colapsista (el factor político de la verdad, cierto holismo ontológico) entran en juego.    

    30.  La segunda parte de estas notas tratarán de discutir no solo con lo que el colapsismo tiene de estrategia política contraproducente, sino lo que tiene de diagnóstico desenfocado. Esta primera parte ha intentado argumentar, de modo sucinto, por qué algunos sentimos que el colapsismo es una tentación política a la que no tenemos derecho. No tenemos derecho a asumir está década decisiva de batalla política ecologista desde una posición de desventaja tan manifiesta. Menos derecho tenemos a hacerlo si además llegamos a la conclusión de que el análisis frío de nuestras posibilidades es un poco menos estrecho de lo que el colapsismo tiende a asumir.  

    La ilustración de cabecera es «Sin título », de Eileen Gray (1878-1976). 

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  • Entrevista con Sonja Giese, de DIE LINKE: «No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.»

    P. Gracias por dedicar tu tiempo a hablar con nosotros, Sonja. Para empezar, ¿podrías presentarte y contarnos en qué estás trabajando hoy en día?

    Me llamo Sonja Giese, y las palabras de moda marxista-feminista, ecosocialista e hija de trabajadores resumen más o menos mi identidad política. Me ocupo de la comunicación de La Izquierda desde hace muchos años, tanto a nivel nacional como europeo. Como responsable de prensa del Grupo de la Izquierda en el Parlamento Europeo, actualmente me ocupo sobre todo de la política medioambiental, los asuntos económicos, las cuestiones fiscales y los temas relacionados con los derechos de la mujer.

    P. El próximo acontecimiento del que todo el mundo está hablando es, por supuesto, las elecciones alemanas del 26 de septiembre (2021). Las elecciones en EE.UU. siempre se sienten un poco como «elecciones imperiales», en el sentido de que tienen una profunda influencia en todos nosotros, pero sólo una pequeña minoría puede votar en ellas. Las elecciones alemanas podrían ser lo más parecido a eso en Europa. Merkel está fuera, y parece que los conservadores también estarán fuera del poder por primera vez en más de 15 años. ¿Cuáles son sus expectativas, tanto en general como para tu partido, DIE LINKE?

    El primer gobierno post-Merkel decidirá cómo será Alemania después de la pandemia: ¿seguirá creciendo la desigualdad social haciendo que la clase trabajadora vuelva a asumir los costes de la recuperación? ¿O se gravará por fin a los ricos como es debido y se renovará y reforzará el Estado del bienestar? DIE LINKE apoya sistemáticamente a los movimientos sociales y sabe que el cambio radical no viene necesariamente de los votos en el parlamento, sino de la presión de las calles. Y es un cambio radical lo que se necesita ahora.

     

    P. Tanto si acaban perdiendo el poder como si no, los conservadores parecen bastante más débiles que antes. ¿Crees que esto se debe principalmente al candidato que eligieron, o crees que es un reflejo de un cambio más profundo? ¿Cuál es tu sensación sobre el terreno, está Alemania entrando en un verdadero giro a la izquierda?

    Me temo que esto se debe a su candidato, que es visto como una copia mala de Merkel y no a un giro a la izquierda causado por la realidad demográfica. Sí que vemos, sin embargo, crecer a toda una generación muy preocupada por el cambio climático y la justicia social. Los próximos días serán decisivos, dado que el cuarenta por ciento de los votantes aún no saben a quién van a votar.

     

    P. Hablemos de perspectivas. A nivel nacional: ¿qué crees que es lo más urgente que hay que abordar?

    Gravar a los ricos. Subir el salario mínimo a 13 euros. Limitar el precio de los alquileres. Un fondo de pensiones común para todos. Acabar con el carbón: la última central eléctrica de carbón debe ser retirada de la red antes de 2030.

     

    P. En Alemania hay una tradición muy consolidada de gobiernos de coalición, en claro contraste con España, donde acabamos de tener el primero en casi 80 años. ¿Cuál es tu perspectiva sobre un posible gobierno de coalición de centro-izquierda? ¿Qué crees que podría conseguir de forma realista? ¿Y querría DIE LINKE estar en un gobierno así?

    Un gobierno de centro-izquierda con los socialdemócratas, los verdes y la izquierda podría aumentar inmediatamente el salario mínimo, reintroducir el impuesto sobre el patrimonio y detener los nuevos despliegues en el extranjero de las fuerzas armadas federales. DIE LINKE estará a bordo de cualquier gobierno que conduzca a mejoras reales para una gran mayoría de la población, así como para la protección del clima. Creo que las bases de los socialdemócratas y los verdes apoyarían un gobierno así, pero sus dirigentes no.

     

    P. Hace unos meses parecía que los Verdes podrían ganar las elecciones. Ahora eso parece muy lejano. Me dicen personas con experiencia en la política alemana que esto ocurre a menudo (una breve subida antes de las elecciones, seguida de una caída). En cualquier caso: ¿cuál crees que es su papel? ¿Hay áreas en las que crees que pueden cooperar con ellos?

    Las encuestas son muy manipulables, la fidelidad de los votantes ha disminuido. Los Verdes se benefician de una imagen positiva que hace que uno se sienta bien. ¿Quién no estaría a favor de una mayor protección del medio ambiente? Pero mientras Los Verdes no dejen claro si están del lado del capital o del lado del pueblo, seguirán siendo un factor de incertidumbre para los partidarios de un gobierno progresista. Estratégicamente es sencillo: si quieres que los conservadores se vayan del poder, tienes que votar a la izquierda. Es el único partido que garantiza no formar una coalición con los conservadores.

     

    P. Alemania tiene un papel crucial en Europa. Durante mucho tiempo han sido percibidos por muchos como uno de los principales garantes de una cierta ortodoxia económica, y de un cierto inmovilismo político. ¿Crees que algo podría cambiar con un nuevo gobierno? ¿Cuál debe ser el papel de la Unión Europea? ¿Es posible reorientarla hacia objetivos sociales y medioambientales ambiciosos?

    He vivido 13 años en Bélgica y, tras seis años en Alemania, estoy de nuevo en Bruselas. Durante este tiempo, el gobierno federal en Bélgica cambió once veces; en Alemania, estaba Angela Merkel. Mi impresión personal es que muchos alemanes tienen miedo al cambio, y después de una eternidad bajo el gobierno de Angela Merkel, mucha gente ha perdido la fe en que un cambio radical sea posible.

    El primer gobierno post-Merkel no debe repetir los errores del pasado. Los países llamados PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) nunca olvidarán cómo el ministro de Finanzas alemán Schäuble destruyó sus estados de bienestar, hundió a la sociedad en la pobreza y vendió servicios y activos a inversores privados. La UE no puede ser transformada en una unión social progresista por un solo Estado. Pero el principio de unanimidad sigue prevaleciendo en la política exterior y de seguridad o en los asuntos económicos y monetarios. Europa corre el riesgo de romperse, pero Alemania sigue bloqueando acciones decisivas contra los especuladores de los mercados financieros que apuestan por la ruina de un país europeo. Se necesitan eurobonos, por ejemplo. Hay que cambiar el Acuerdo Verde Europeo para que sea social. No hay protección del clima sin justicia social y no hay justicia social sin protección del clima.

     

    P. Hablemos del cambio climático, más concretamente. Este verano varios países de Europa, entre ellos Alemania, han sufrido inundaciones devastadoras. También ha habido incendios forestales masivos, olas de calor, olas de frío, los huracanes en la costa atlántica son una realidad creciente… Por otro lado, en los últimos años se ha producido un aumento del interés y el activismo en torno a esta cuestión, y los movimientos sociales y los políticos electos se centran cada vez más en la búsqueda de soluciones. ¿Cómo influye el cambio climático en las próximas elecciones? ¿Ha sido un tema importante, o los debates se han centrado en otras cuestiones más habituales? ¿Es un tema que tu partido considera estratégico? ¿De qué manera crees que su perspectiva puede ofrecer soluciones al respecto que otros partidos de centro-izquierda (SPD, Los Verdes) no pueden?

    El cambio climático es uno de los temas más importantes para la gente en Alemania. Todos los partidos políticos lo abordan en sus programas y discursos. La izquierda (DIE LINKE) ha adoptado el programa más radical contra el calentamiento global. Nuestro enfoque es diferente al de los demás partidos. Sabemos que las grandes empresas tienen como objetivo el beneficio y no la protección del clima o los salarios dignos. Dos tercios de la contaminación mundial por CO2 son causados por sólo 100 grandes empresas. No pedimos que paguen los ciudadanos, sino los contaminadores. Queremos un cambio de sistema social y ecológico. Esto sólo puede lograrse con objetivos firmes para la industria y con inversiones en infraestructuras públicas y respetuosas con el clima, como la ampliación del ferrocarril. En lugar de utilizar el dinero de los impuestos para apoyar a las industrias que dañan el clima, los fondos deben fluir hacia puestos de trabajo respetuosos con el medio ambiente y preparados para el futuro.

     

    P. A nuestro colectivo le gusta centrarse en las posibilidades reales que tenemos de cambiar las cosas, de mejorarlas, sin olvidar nunca la gravedad de la situación. Hacer que la esperanza sea posible y no que la desesperación sea convincente, como decía Raymond Williams. Pero la esperanza no es algo que se tiene, es algo que se hace, más un hábito que una cosa. Entonces: ¿cómo se hace la esperanza? ¿Dónde ves las mejores oportunidades en los próximos años para cambiar las cosas en beneficio de la gran mayoría?

    Hum, la esperanza. Supongo que debo ser una persona esperanzada si sigo motivada después de más de 15 años en la política de izquierdas (risas). Es el sentimiento de impotencia lo que hace que la gente no tenga esperanza. Lo único que ayuda contra la impotencia es actuar, no solo, sino juntos. Por eso, lo que hace DIE LINKE cuando se centra en la organización es lo correcto. Actualmente tienen mucho éxito en Berlín, donde movilizan a la gente para que defienda sus derechos y luche por la socialización de las grandes empresas inmobiliarias. La iniciativa ciudadana «Deutsche Wohnen & Co enteignen» ha movilizado a decenas de miles de personas y DIE LINKE desempeña un papel vital en su activismo. Un partido de izquierdas debe ser igualitario, a todos los niveles. No debe hacer política para el pueblo, sino con él.

    La ilustración de cabecera es «Wavy Brushstrokes», de Sol LeWitt (1928-2007). 

  • Los Verdes: de momento ni sí ni no

    Por Wolfgang Harich.

    Nota de Andreas Hayer, editor de las obras completas de Wolfgang Harich: Este artículo lo redactó Harich posiblemente durante el verano de 1980 (en el texto menciona el 10 de julio). A finales de ese año debía aparecer en un volumen sobre argumentos a favor y en contra de Los Verdes. No he podido encontrar esta publicación ni confirmar su existencia. El manuscrito comprende cinco páginas a máquina de escribir con algunas modificaciones a máquina, que, como es habitual, han sido tomadas como la última versión.

    * * * * *

    Este libro, al que se me ha invitado a contribuir con un artículo, será, pese a todas las afirmaciones de objetividad del editor, un libro en general contra el partido de Los Verdes. El esquema “a favor-en contra” sobre el que ha de construirse este libro garantiza en cualquiera de los casos ya un 50% de contrarios a Los Verdes. Pero como quiera que las voces a favor reflejarán posiciones tan diferentes (como la opinión del comunismo de Herbert Gruhl[1] y la mía, en el caso de que participe), se sugiere al lector que delante suyo tiene una multitud abigarrada y enfrentada entre sí que no puede tomarse seriamente.

    ¿Se espera realmente que contribuya a ello sin pensarlo? ¿Estoy contribuyendo a un patético esfuerzo de mi profundamente odiado pluralismo, que otorga las mismas oportunidades a la mentira y, en el mejor de los casos, al error que a la verdad?

    Estoy a favor de Los Verdes, en especial por quienes se organizan políticamente de manera autónoma. En su partido veo una necesidad que vinculo a grandes esperanzas. Si por mí fuese, por lo que a mí me gustaría, les ayudaría a aumentar su influencia y poder sobre la inmensa mayoría de los alemanes de la República Federal. Que partidarios de corrientes extraordinariamente diferentes, con frecuencia opuestas, acudan a él, es, me parece a mí, algo que habla a favor de este partido: por la importancia para la supervivencia de sus objetivos, y, por motivos similares, por su potencialmente amplia fuerza integradora, que, sin embargo, por esos mismos motivos también sólo pueden afianzarse bajo enormes dificultades, en un proceso repleto de reveses y conflictos, con recursos provisionales como “el consenso de mínimos” o la “unidad en la pluralidad”.

    Toda comparación con pequeños partidos anteriores, que allí vienen y van, está fuera de lugar. El GVP,[2] por ejemplo, pasó a ser irrelevante tan pronto como se hizo evidente que todos los esfuerzos por restaurar la unidad de Alemania no tenían ninguna perspectiva. El BHE[3] pasó a ser superfluo en la medida en que en se integró en la República Federal a los desplazados. En la historia pasada de la CDU, la prehistoria del DP[4] encontró finalmente un cómodo refugio. Los Verdes son algo completamente diferente: en vez de ocuparse de cuestiones y dificultades efímeras lo han hecho con los problemas del milenio. Se han presentado para protegernos de catástrofes mundiales como la historia nunca antes ha conocido. Y porque posiblemente posiblemente ya viven entre nosotros las últimas personas cuya existencia misma está amenazada por estas catástrofes, son sobre todo los jóvenes intelectuales quienes acuden en masa a Los Verdes. Esto no puede cambiarse.

    De continuar inexorable esta tendencia, aumentará constantemente hasta que la autodestrucción del homo sapiens sea detenida o se complete. Como el mayor peso de las tareas que Los Verdes se han impuesto se encuentra en el terreno extraparlamentario, apruebo de igual modo que participen en elecciones parlamentarias y no las utilicen solamente para hacer oír sus puntos de vista, sino que traten de irrumpir también en los parlamentos para, desde sus tribunas, llevar a cabo una tarea de pedagogía de masas ecológica, y, en la medida de las posibilidades, la aprobación de mejores leyes, como lobby especialmente de las generaciones futuras.

    Todo esto es algo que valoro mucho. Ahora bien: si tiene sentido en un caso concreto o no es algo que debe repensarse de nuevo a cada vez. El 7 de octubre en Bremen y el 16 de marzo en Baden-Württemberg tenía sentido. Tenía sentido también antes, en las elecciones directas al Parlamento Europeo, en la medida en que allí podía dejarse claro que los diputados, por ejemplo, de los radicales italianos, no podían apoyarse solamente en sus electores nacionales, sino en millones de franceses y alemanes de la República Federal, quienes, como consecuencia de los antidemocráticos umbrales electorales en vigor en sus respectivos países no pueden tener una representación directa en Estrasburgo.

    En las inminentes elecciones federales, el 5 de octubre de 1980, la candidatura de Los Verdes –opinan muchos– no tiene por el contrario ningún sentido. Es más, conjura el peligro de que la Unión Demócrata Cristiana / Unión Cristiana Social (CDU/CSU), como partido más enemigo de la ecología en el espacio germanoparlante, que además supone un peligroso riesgo para el mantenimiento de la paz, junto con sus indeciblemente odiosos candidatos a la cancillería, ayude  indirectamente a una violencia gubernamental.

    Así lo ven algunos, y tienen sus motivos. Otros aportan argumentos lúcidos de que la amenaza de [el candidato conservador] Franz Josef Strauß no es otra cosa que el garrote con el que los social-liberales fetichistas del crecimiento económico, en una obvia no menor dependencia de Estados Unidos por parte del flagelo de la ominosa decisión de Bruselas de instalar misiles, pensaron en aniquilar por ese precio al único partido con múltiples posibilidades para proteger la paz, la vida y el medio ambiente, y especialmente conducir a la joven generación políticamente a la apatía y la resignación. En consecuencia, al menos Los Verdes han dado un paso al frente, al riesgo incluso de no lograr superar el umbral del cinco por ciento.

    Que este umbral todavía exista es, conviene notarlo de paso, culpa del SPD y el FDP, que así demuestran que son quienes ante todo ven a Strauß como el mal menor, menor en comparación a la continuación de su propio gobierno, que sería necesariamente con toda seguridad tolerado por Los Verdes contra la CDU/CSU, y ello sin pretensiones a una cartera ministerial. Por mi parte, debo admitir que hoy –escribimos el 10 de julio de 1980– oscilo entre estos dos puntos de vista brevemente esbozados. El 11 de junio envié a la dirección de Los Verdes un escrito en el que los disuadía con urgencia de presentarse a las elecciones federales. Apenas una semana después me retracté, después de que Karl Kerschkins y Roland Vogt me convencieran de lo contrario en Maguncia. En el congreso en Dortmund renuncié a tomar la palabra, aunque de los invitados presentes hubiera tenido un poco más que decir del tema que, pongamos por caso, la comuna de indios de Núremberg.[5]

    Después de que la campaña, que una vez más, por desgracia, haya sido personalizada por los gobernantes de la República Federal siguiendo el patrón americano, me parece que el canciller federal Helmut Schmidt es más predecible, para lo bueno y para lo malo, que su contrincante, Strauß. Sin embargo, si este mérito de su personalidad tendrá algún tipo de efecto en una política que se distinga de manera apreciable en su esencia de la de la CDU/CSU, es para mí por ahora una cuestión abierta, y quizá esta cuestión aún no pueda responderse con claridad en agosto, con la publicación de este libro, supuestamente pseudobjetivo.

    Sea como fuere: el principal objetivo de la campaña de Los Verdes es en cualquier caso el programa nuclear en todos sus aspectos, tanto el civil como el militar. Y en el civil se remiten al informe final presentado el 26 de junio en el Bundestag por la comisión de investigación sobre “política energética futura”.

    En él, la mayoría de los miembros de la comisión, compuesta de ocho expertos científicos así como de tres diputados del SPD y uno del FDP, reclama adoptar una decisión definitiva sobre un futuro con o sin centrales nucleares sólo en 1990.

    Esta recomendación queda muy por debajo de las reivindicaciones anti-nucleares de Los Verdes. Pero puesto que los tres miembros de la comisión pertenecientes a la CDU/CSU han emitido un voto en minoría a favor de la inmediata aceleración y extensión de la construcción de centrales nucleares y denunciado las drásticas medidas de ahorro energético recomendadas como un paso hacia “el abandono de la economía de mercado”, en verdad no podía dudar de ningún simpatizante de Los Verdes, donde hasta la fecha sólo se encuentran bien el mal menor, bien el mayor, a condición solamente que se satisficiese una condición adicional: que hasta el 5 de octubre, el tiempo aún restante para los políticos en campaña de la coalición social-liberal, con el canciller federal Schmidt a la cabeza, unánimemente, sin peros de ningún tipo, hagan suya la propuesta de la mayoría de la comisión y la eleven a promesa electoral vinculante. Con una acción controlable como ésta todavía podría limitarse el potencial electoral de Los Verdes, algo difícil de que ocurra con meras palabras. De otro modo el establecimiento de la comisión no habrá sido más que una forma de blanqueamiento.

    Y en cuanto al aspecto militar del programa nuclear, que en la tensa situación mundial aún considero más precario, vale a todos los efectos lo mismo. Durante la visita del canciller a Moscú el gobierno soviético ha mostrado su voluntad de obrar de buena voluntad. En este momento está dispuesto a entrar en negociaciones por el controvertido problema de los misiles nucleares balísticos de alcance medio entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, antes de que el Senado estadounidense ratifique el SALT II y se suspenda la instalación de misiles de la OTAN en Bruselas. Dos preguntas siguen abiertas. La primera: ¿Cómo reaccionará a ello el gobierno estadounidense? Y la segunda: de ser la reacción de Washington negativa o contemporizadora, ¿se llevará Helmut Schmidt durante la campaña electoral finalmente a una declaración, desde hace tiempo necesaria, asegurando que ha llegado el momento de poner fin a la llamada solidaridad atlántica ahora que los estadounidenses se han separado definitivamente de los intereses europeos occidentales, y especialmente de los de la República Federal, y que de ello se concluye que no habrá ahora ni nunca un estacionamiento de misiles Peshing-II y misiles de crucero en suelo de la República Federal?

    También esto queda muy lejos de lo que quieren Los Verdes, que defienden una noción de defensa social, no-militar, y a quienes intentan hacerles ver que conceptos alternativos de defensa como el del general austríaco Spannocchi o el genial investigador de conflictos alemán Horst Afheldt son posiblemente más realistas, los tratan pronto con sospecha. Piénsese al mismo tiempo en su mayoría, lo suficientemente flexible, para un Helmut Schmidt, que, en caso de un sabotaje estadounidense a las actuales oportunidades de desarme quisiese separarse de manera discernible de los belicistas al otro lado del Atlántico, viese en Strauß un mal menor, o mejor dicho: en una CDU/CSU, que con o sin Strauß como canciller hiciese ministro de Defensa a un militarista homicida por el señor [Manfred] Wörner,[6] suponiendo que llegase al gobierno. Pero quién sabe: quizá Schmidt acabe entendiéndose con los americanos, tanto da cómo se comporten, caiga quien caiga. Entonces el potencial electoral de una visita del verde Schmidt a Moscú se consideraría del mismo modo como un blanqueamiento, y con razón.

    En pocas palabras, recae sobre la socialdemocracia y el FDP, en quienes amplios sectores de la población ha depositado sus esperanzas, también en Los Verdes, hacerse relativamente elegibles en primer lugar. Si lo logran, y en qué grado, es algo que por ahora está por ver. Por el momento sólo puedo en consecuencia calificar como absolutamente inaceptable a la CDU/CSU. Por el momento, digo, al considerar incluso a partidos que no tienen ninguna posibilidad, sólo diría que sí a Los Verdes, y a los social-liberales, en el mejor de los casos, un sí condicional. Que así me niegue a prestar el deseado servicio a las verdaderas intenciones de este libro a favor y en contra es algo de lo que me disculpo. Cualquier afirmación más definitiva sería ahora mismo demasiado temprana. En el transcurso de septiembre me permitiré volver a expresarme sobre esta cuestión.

    Sin embargo, y al margen de cuál sea mi recomendación: el peso pesado de la política verde, lo digo de inmediato, descansa en cualquiera de los casos en el espacio extraparlamentario. Por ese motivo tengo la intención de participar, bajo cualquier circunstancia, en las grandes manifestaciones de este otoño una semana antes de las elecciones federales, protestas que van desde una instalación nuclear civil (por ejemplo, en Mühlheim-Kärlich) a una base militar con misiles nucleares (por ejemplo, en Coblenza y alrededores), protestas que comprenden todos los aspectos del programa nuclear contra el que luchan Los Verdes. Los iniciadores son la Unión Federal de Iniciativas Ciudadanas para la protección del medio ambiente (Bundesverband Bürgerinitiativen Umweltschutz – BBU), la Sociedad Alemana por la Paz (Deutsche Friedengesellschaft) y la Unión de insumisos al servicio militar (Vereinigten Kriegdienstgegner). A mediados de junio tuvo lugar en Maguncia su conferencia de coordinación, en la que se constituyó al mismo tiempo la comisión de trabajo y política de paz y no-violencia de Los Verdes. Para saber más puede contactarse a la coordinación Ecología y Paz, Hellbergstraße 6, 7500 Karlsruhe 21.

    ¿Convergerán estas manifestaciones con los diversos movimientos para frenar a Strauß? ¿O se verán obligadas a dirigirse contra todos los partidos representados en el Bundestag de Bonn? No es de Los Verdes de quien ello depende.

    La ilustración de cabecera es «Brushstrokes», de Sol LeWitt (1928-2007).  Traducción de Àngel Ferrero.

    [1]Herbert Gruhl (1921-1993): Miembro fundador de Los Verdes. Gruhl fue durante nueve años (1969-1978) diputado de la CDU, que abandonó con gran repercusión mediática por su oposición a la energía nuclear para fundar el partido Grüne Aktion Zukunft (GAZ), una de las formaciones que participó en enero de 1980 en el congreso fundacional de Los Verdes, representando al ala conservadora del movimiento. En marzo de ese mismo año GAZ abandonó Los Verdes. Gruhl fue un destacado crítico del crecimiento económico, pero sus controvertidas posiciones sobre la cuestión de la sobrepoblación, rayanas en la xenofobia, le valieron la repulsa del movimiento ecologista alemán, entonces mayoritariamente de izquierdas.

    [2]Gesamtdeutsche Volkspartei (GVP): El Partido Popular Panalemán fue un pequeño partido demócrata cristiano de posguerra (1952-1957) que se oponía a la integración de Alemania en la esfera atlántica y el anticomunismo de la CDU de Konrad Adenauer y defendía una agenda política de distensión entre campos que condujese a una Alemania unificada y neutral. Tras su disolución, la mayoría de sus militantes pasaron al SPD.

    [3]Bund der Heimatvertriebenen und Entrechten (BHE): La Liga de los Expulsados y Privados de derechos fue un partido que agrupaba a los alemanes étnicos expulsados de Europa oriental y los antiguos territorios alemanes orientales. Con una inclinación claramente nacionalista alemana, anticomunista y reaccionaria, formó coalición con el Bloque Pangermánico (1950-1961), y defendió la restauración de las fronteras alemanas de 1937. En 1961 se fusionó con el Partido Alemán (DP) para formar el Partido de toda Alemania (GVP). En 1969 el partido quedó fuera de las instituciones debido a la integración de los antiguos expulsados en la República Federal de Alemania.

    [4]Deutsche Partei (DP): El Partido Alemán fue un partido nacionalista y conservador. En 1961 se fusionó con la BHE para formar el Bloque Pangermánico. Tras su declive, la mayoría de sus militantes ingresaron en la CDU, mientras otros crear el Partido Nacional-Demócratico (NPD), de extrema derecha.

    [5]“Comuna de indios”: Fundada en 1971 en Heidelberg antes de trasladarse en 1977 a Núremberg, esta comuna creada por activistas de extrema izquierda –el nombre elegido hacía referencia a su carácter marginal y pretendiadmente antisistema– estaba influida por las teorías de la antipsiquiatría y antipedagógicas. Sus miembros participaron en el movimiento antinuclear o LGTB+. Próxima a Los Verdes en sus primeros años, una de sus demandas era la legalización de la pederastia, el rechazo de la cual llevó a una relación tensa con el partido y protestas de miembros de la comuna, que llegaron a ocupar algunas de sus sedes.

    [6]Manfred Wörner (1934-1994): Presidente de la Comisión de Defensa del Bundestag (1976-1980), posteriormente ministro de Defensa (1982-1988) y secretario general de la OTAN (1988-1994).

  • La vana esperanza verde

    Por Àngel Ferrero.

    Si hay algo destacable de las elecciones generales de Alemania del próximo 26 de septiembre es la incertidumbre, algo poco habitual en un país tan poco inclinado a los cambios que ha tenido históricamente como una de sus personificaciones nacionales a un hombre soñoliento vestido con pijama, gorro de noche incluido. Puede que el ‘Michel alemán’ duerma, pero lo hace con cierta inquietud: en el momento de escribir estas líneas  la Unión Cristiano Demócrata (CDU) sigue liderando las encuestas de intención de voto, pero el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) ha recortado lo suficiente distancias –y ha llegado hasta empatar con la CDU/CSU– como para formar un gobierno de coalición alternativo al incontestable dominio conservador de estos últimos 15 años, lo que algunos han dado en llamar “la era Merkel”. Si no hay sorpresas, es probable que la CDU y su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CSU), consigan no sólo mantener, sino ampliar la distancia con respecto al SPD. Quizá los socialdemócratas logren adelantar a una CDU cuyo candidato no ha conseguido encontrar todavía un perfil propio. Pero lo más probable es que el próximo gobierno de coalición en Alemania incluya a Los Verdes en cualquiera de sus combinaciones: bien en alianza con la CDU (‘coalición negriverde’), bien con la CDU y los liberales del FDP (‘coalición Jamaica’), con el SPD y el FDP (‘coalición semáforo’), o incluso con el SPD y La Izquierda en un tripartito roji-rojiverde (‘coalición R2G’), una opción esta última que, de llegar a ser matemáticamente posible, seguramente no tarde en ser desestimada por socialdemócratas y sobre todo verdes y por la que ahora mismo sólo apuesta La Izquierda, y ello con importantes tensiones internas por las cesiones programáticas que comportaría entrar en un gobierno de estas características. Sea como fuere, parece bastante seguro afirmar que Los Verdes serán clave en la formación del futuro gobierno alemán.

    Llegado ese momento, los medios de comunicación publicarán a buen seguro retratos del partido en la línea de lo que hemos visto en las semanas y meses anteriores, cuando Los Verdes despegaban en los sondeos. A estas alturas de poco sirve volver a recordar, por sabidos, los orígenes antisistema del partido y su evolución, que los grandes medios de comunicación destacan, una vez y otra, para celebrar su giro “pragmático” y “realista”. Lo cierto es que ya son muchos los años de ese giro “pragmático” y “realista”: durante la coalición federal rojiverde (1998-2005) –en la que se autorizó la primera intervención militar del Bundeswehr con el bombardeo de Yugusolavia en 1999 y se aprobó una criticada reforma del mercado laboral y las prestaciones de desempleo–, Los Verdes alcanzaron acuerdos con la CDU para gobernar en las ciudades de Saarbrücken (2011), Kiel (2003), Colonia (2003), Kassel (2003), Essen (2003) y Duisburgo (2004). En los años siguientes se sumaron otras ciudades –la más importante de ellas Frankfurt am Main (2006)–, lo que sentó las bases para coaliciones de gobierno a nivel de Land (Estado federado) en Hamburgo (2008-2010), Hessen (desde 2014) y Baden-Württemberg (desde 2016). Tras las elecciones federales de 2017, la CDU, Los Verdes y el FDP negociaron la formación de una ‘coalición Jamaica’, que después de cuatro semanas los liberales dieron por fracasadas. Enfrentados a la posibilidad de una convocatoria de nuevas elecciones que podía suponer un impulso a Alternativa para Alemania (AfD), convertida en tercera fuerza del Bundestag, la CDU y el SPD alcanzaron un compromiso para reeditar por tercera vez con Angela Merkel una Gran Coalición. Al sur de Alemania, el Partido Popular Austríaco (ÖVP) y Los Verdes alcanzaban un acuerdo de gobierno el 1 de enero de 2020. El entonces presidente saliente del Partido Popular Europeo (PPE), el bávaro Manfred Weber, describió en el congreso de la formación celebrado en Zagreb en noviembre de 2019 este tipo de coalición como un “modelo de futuro”. Las negociaciones fueron seguidas con interés por el nuevo presidente del PPE, Donald Tusk, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y, por supuesto, la canciller de Alemania, Angela Merkel. La fórmula “electriza a los cristiano-demócratas”, aseguraba el diario austríaco Die Presse

    La capacidad de Merkel para retener el centro político, la debilidad sin precedentes de la socialdemocracia, los problemas internos de La Izquierda y los liberales… A ojos de la dirección de Los Verdes, todo parecía apuntar a la idoneidad de una coalición con los conservadores. No se trataba sólo de una cuestión de Zeitgeist o de oportunidad política, sino del resultado de los cambios estructurales en su propia base social ocurridos en las últimas décadas: de acuerdo con el politólogo Wolfgang Merkel, Los Verdes son “el partido de las clases medias altas urbanas, si no residentes en metrópolis, con formación universitaria y muy presentes entre la población joven”, una generación que ha crecido y se ha formado políticamente entre los dos gobiernos de Schröder (1998-2002 y 2002-2005) y los cuatro de Merkel (2005-2009, 2009-2013, 2013-2017 y 2017-2021). En consecuencia, su ideología se ajusta bastante bien a lo que Nancy Fraser ha descrito como “neoliberalismo progresista”: “una amalgama de truncados ideales de emancipación y formas letales de financiarización”. Con la ya a todas luces irrelevante ala izquierda de la formación convertida en un eco lejano del pasado –a veces un pesado fardo que sus dirigentes preferirían enviar para siempre al baúl de los recuerdos, a veces un viejo y descolorido vestido que puede sacarse de ese mismo baúl a conveniencia–, Los Verdes aprobaron un programa encaminado a una coalición con los conservadores y, posiblemente, el FDP, en el que se rechazaron las enmiendas al programa planteadas por las juventudes del partido para expropiar a las grandes inmobiliarias y reducir los precios de los alquileres, aprobar un impuesto a las rentas más elevadas o aumentar el salario mínimo, pero también para elevar el precio por las emisiones de CO2 o acelerar la transición para poner fecha de caducidad al motor de combustión. La co-presidenta del partido, Annalena Baerbock, fue elegida candidata a la cancillería en ese mismo congreso.

    La fortuna parecía sonreír a Los Verdes, que a finales de abril lideraban las encuestas (28%), siete puntos por delante de la CDU/CSU, pero la ventaja se redujo a un punto en mayo, con un 25% y un 24% respectivamente, y antes de que terminase el mes los conservadores volvieron a ponerse en cabeza, una situación que no se ha modificado desde el mes de junio. Antes del verano Los Verdes habían desplegado las velas con el ánimo de recoger los vientos que soplaban en el país: la aparición de una nueva generación en el movimiento ecologista movilizada en torno a Juventud por el Clima – Fridays For Future, la importancia misma del ecologismo en el debate público al calor de los estudios más recientes sobre la evidencia del cambio climático, y el cambio de liderazgo en la CDU, una transición menos suave de la que hubieran deseado para sí los propios dirigentes democristianos y a la que vinieron a sumarse las críticas al nuevo presidente de la formación, Armin Laschet, por su gestión de las inundaciones de julio en el Land que gobierna, Renania del Norte-Westfalia, así como las propias inundaciones, relacionadas con el cambio climático. Baerbock había sido elegida como un reemplazo de Merkel, capaz de hacer suya “la alianza hegemónica entre las grandes corporaciones multinacionales (en oposición a los pequeños negocios familiares, más pequeños y conservadores), los conservadores moderados y los liberales urbanos”, como bien ha resumido Thomas Meany en las páginas de New Left Review. No por nada en una entrevista con el periódico Süddeutsche Zeitung el antiguo CEO de Siemens Joe Kaeser elogió la capacidad de la candidata verde para llegar a entenderse con las empresas. «En cuanto a comprensión de las cosas e intereses me recuerda mucho a nuestra canciller actual», afirmó Kaeser.

    Pero como quedó dicho más arriba, Los Verdes no tardaron en comprobar que el suyo era, una vez más, el vuelo de Ícaro. Los tabloides desempolvaron los argumentos tantas veces empleados para atemorizar a los votantes –“el partido de las prohibiciones”, “la implantación gradual de una ecodictadura”– junto con otros nuevos, de corte populista –“un partido que no piensa en el ciudadano de a pie”–, cuyo efecto ha sido, sin duda, mucho menor no sólo por los cambios ocurridos en Los Verdes, sino en la misma sociedad alemana. Sin embargo, una serie de errores de Baerbock, y su gestión a cargo del partido, insuflaron oxígeno a la mortecina campaña de los tabloides y restaron credibilidad a la candidata: en mayo hubo de reconocer que no había declarado al Bundestag que había percibido unos ingresos del partido, en junio admitió que había abultado su currículo y en julio tuvo que hacer frente a las críticas de plagio de su libro, Jetzt. Wie wir unser Land erneuern [Ahora: cómo renovamos nuestro país] (Ullstein, 2021). También en junio Baerbock planteó subir el precio del combustible 16 céntimos, una medida que recordaba a la que provocó en Francia la chispa de la protesta de los ‘chalecos amarillos’ y a la que inmediatamente se opusieron el SPD –su candidato, Olaf Scholz, la tachó de “contraproducente”– y La Izquierda. La copresidenta del SPD, Saskia Esken, pinchó nervio al declarar que este tipo de «maniobras pueden llevar a que los ciudadanos le den la espalda a un compromiso común por el clima.» En julio los medios se hicieron repercusión de voces del partido que reclamaban que el co-presidente del partido, Robert Habeck, sustituyese a Baerbock como candidato a la cancillería. Habeck declinó y Baerbock tiene ahora por delante la tarea de que su partido remonte en campaña todo lo que ha perdido en estos últimos meses. 

    Social-liberalismo, con fachada verde

    ¿Qué cabe esperar de un gobierno si no encabezado, sí al menos con la participación de Los Verdes? Andreas Malm pronosticaba en una entrevista reciente “una desilusión”, como ha ocurrido en Suecia. Pero huelga decir que para desilusionarse con algo primero hay que ilusionarse con ese algo y aquí es donde deberían analizarse tanto la composición social de la base electoral de Los Verdes y de la sociedad alemana en su conjunto como sus campañas electorales, y ello a lo largo de varias décadas, pues hablamos de casi 40 años participando en gobiernos a todos los niveles –municipal, regional y federal– con todos los partidos representados en el arco parlamentario a excepción de AfD. Jutta Ditfurth dio probablemente en la diana en 2011 en una entrevista con el semanario Der Spiegel al decir que “los votantes de Los Verdes quieren ser engañados y ellos mismos se engañan: Los Verdes son el partido de las clases medias altas y también de las brutales”. “Un hombre o mujer de mediana edad con una posición bien remunerada, dos hijos, casa propia, patrimonio, acciones y viajes en avión regulares que vota a Los Verdes porque son chic no se dejará convencer por mi de que Los Verdes no son un partido social porque eso no le interesa para nada”, apostillaba. En su personal ajuste de cuentas con el partido que ayudó a fundar, Krieg, Atom, Armut. Was Sie reden, was sie tun. Die Grünen [Guerra, energía nuclear, pobreza: lo que dicen y lo que hacen Los Verdes] (Rotbuch, 2011), Ditfurth atribuía su consolidación en el sistema de partidos alemán a que “cuanto menos claras son las propuestas, mayor es la superficie de proyección, incluso para propuestas diferentes y hasta opuestas”. Junto con una cuidada estética, Los Verdes consiguen de este modo transmitir la ilusión de ser un partido “medio de izquierdas, ecologista y de algún modo todavía social”, que mantiene, con ese mismo fin, a una pequeña corriente de izquierdas en su seno “mientras no molesten en las decisiones de gobierno”. Y lo mismo se aplicaba, de acuerdo con Ditfurth, a los movimientos sociales, que Los Verdes acostumbran a tener en cuenta tanto “como necesitan para llegar al Gobierno”.

    Con todo y con eso, han pasado diez años desde la crítica de Ditfurth, en los que la genética camaleónica Los Verdes ha sufrido algunos daños. El partido ha experimentado por ejemplo fricciones con Juventud por el Clima– Fridays For Future, que considera como poco ambiciosas sus propuestas medioambientales, o con los activistas que ocuparon el bosque de Dannenröder en octubre de 2019 en protesta por la ampliación de la autovía A69, autorizada por el gobierno de coalición entre la CDU y Los Verdes en Hessen y para la cual se talarán al menos 27 hectáreas de bosque. También en Hessen Los Verdes han votado en contra de publicar íntegramente los resultados de la investigación sobre la organización terrorista neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU) por contener información comprometedora sobre los errores de gestión de los conservadores en el gobierno de ese Land así como sobre el turbio papel de algunos agentes de los servicios secretos del interior, cuya agencia ostenta el burocrático nombre de Oficina Federal para la Protección de la Constitución (Bundesamt für Verfassungsschutz, BfV). El presidente de Baden-Württemberg, Winfried Kretschmann, se ha opuesto sistemáticamente a su propio partido en todas las propuestas para acelerar la puesta fuera de circulación de los vehículos con motor de combustión. Kretschmann ha sido criticado por propios y ajenos por su proximidad con el sector automovilístico, clave del Land que gobierna y uno de los pilares de la economía industrial de Alemania y contra el que, como es notorio, chocará cualquier programa de transformación ecológica que se precie de ese nombre. Según el portal de transparencia del Bundestag –que sólo contabiliza las donaciones superiores a 50.000 euros– Los Verdes han recibido desde 2017 cuantiosas donaciones de organizaciones de empresas del sector metalúrgico e industrial del Sur de Alemania como la Verband der Bayerischen Metall- und Elektroindustrie e.V. o la Südwestmetall Verband der Metall- und Elektroindustrie Baden-Württemberg e. V. En el año 2018 hubo cierta polémica al conocerse que Daimler-Benz donó 40.000 euros a Los Verdes.

    Por todo ello, Peter Nowak describió meses atrás en el digital Telepolis a Los Verdes como “el partido de la nueva fase de acumulación del capitalismo”. La argumentación de Nowak merece ser repetida aquí en su integridad. De acuerdo con este autor, “la relación del capitalismo post-fordista con el movimiento ecologista es de naturaleza táctica”, ya que “cuando se trata de la industria fósil”, éste “adopta los argumentos del movimiento ecologista”, pero “cuando se trata del equilibrio ecológico, la cosa cambia”. “Es sabido desde hace décadas que la valorización que el capitalismo hace del medio ambiente tiene consecuencias problemáticas”, por lo que, continúa Nowak, “la urgencia que ha adquirido la cuestión” ha de enmarcarse a la fuerza en una nueva fase de acumulación por desposesión: “De este modo puede desentenderse del movimiento obrero surgido del capitalismo fósil, y con él, de sus éxitos duramente conseguidos”. Como ejemplo, este autor citaba la buena acogida entre Los Verdes del anuncio de Tesla de construir una factoría en Brandeburgo, una localización geográfica que permite a la empresa de Elon Musk aprovechar tanto la elevada concentración industrial de Alemania como la disponibilidad de mano de obra cualificada y con bajos salarios en Europa oriental (en particular Polonia), manteniendo en el proceso la prestigiosa etiqueta de Made in Germany (para la construcción de la gigafactoría de Tesla también se precisa talar cientos de árboles). Una decisión que contrastaba con la conocida oposición de Tesla a los sindicatos en su empresa y con su prolongación del modelo de transporte individual –cuestionado por el ecologismo desde hace décadas– en unos vehículos, por lo demás, reservados por su precio de salida al mercado a compradores con ingresos muy elevados. Refiriéndose a la estrategia comunicativa del gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos (UP), David Rodríguez ha observado hace poco que “hay algo de paradójico en esta renovación del modelo productivo” que impulsan los gobiernos europeos. En opinión de Rodríguez, en estos discursos “aumentan las similitudes con el positivismo modernizador del pasado” y “el paño verde aparece como el argumento definitivo que expulsa al margen de lo ahistórico toda resistencia a la tecnocracia de la clorofila”. “Los dos enemigos ancestrales, el positivismo y el ambientalismo, se funden en uno y devalúan la vida de los seres humanos concretos que viven y sufren en lugares marcados como modernizables”, comentaba.

    En política exterior Los Verdes no son mucho mejores: el partido sigue siendo punta de lanza parlamentaria de las llamadas “intervenciones humanitarias” y el que reclama más dureza hacia Rusia y China a la CDU/CSU y el SPD, más acostumbradas a contemporizar por motivos económicos con ambos países. Significativamente, la opositora bielorrusa Svetlana Tijanóvskaya participó en el último congreso de Los Verdes en la jornada sobre cooperación internacional ante la aprobadora mirada de Baerbock y Habeck. No sólo se hace difícil saber cómo pueden hacerse frente a los grandes retos mundiales del siglo XXI, entre ellos claro está el ecológico, sin la participación de China –una de las mayores economías industriales del mundo– ni Rusia –uno de los países con mayores reservas naturales del mundo– y hasta con su oposición buscando en todo momento la confrontación y no la cooperación, sino que esta política pretendidamente guiada por la moral choca, como acostumbra a ocurrir con este partido, con una práctica muy alejada a la realidad. En una entrevista con Deutschlandfunk Habeck se pronunció a favor de suministrar armas “defensivas” a Ucrania, una medida a la que se oponen La Izquierda, el FDP e incluso un sector de su propio partido y que va en contra de las directivas de exportación de armas del gobierno alemán aprobadas por el gobierno rojiverde, que prohíben la exportación de equipos de defensa a zonas en conflicto o amenazadas por el estallido de uno. Lo hizo después de una visita al frente en Donbás que levantó no menos polvareda tras la publicación de una fotografía en la que el co-presidente de Los Verdes aparecía posando con chaleco antibalas y casco en el frente. También Habeck ha sido una de las voces más críticas con la construcción del gasoducto ruso Nord Stream 2. El problema es que el mismo Habeck fue ministro de Medio Ambiente del gobierno de coalición de Schleswig-Holstein con conservadores y liberales que autorizó la construcción de la terminal de gas licuado natural (LNG) en Brünsbuttel, la primera en Alemania. El objetivo de esta terminal –y de una segunda en Wilhelmshaven– es importar el gas natural obtenido por el método de fracturación hidráulica (fracking) en EEUU y transportado por vía marítima cruzando el Atlántico, un proceso que supone una huella de carbono mucho mayor que Nord Stream 2. El gobierno de Schleswig-Holstein con participación de Los Verdes subvencionará con 50 millones de euros la construcción de las terminales LNG en Brünsbuttel y Wilhelmshaven.

    La caída de Los Verdes en las encuestas estos últimos meses quizá no sea vista por sus dirigentes con el mismo dramatismo que sus simpatizantes: al fin y al cabo su objetivo era ser socios menores en una coalición con la CDU/CSU y sellar, en palabras del periodista del taz Ulrich Schulte, “un pacto entre la vieja y la nueva burguesía” que facilite la transición a esa nueva fase de acumulación por desposesión de la que hablaba Peter Nowak y que sería gestionada por los “tecnócratas de la clorofila” que mencionaba David Rodríguez. Por repetirlo una vez más, una política con la que no solamente persistirán y se agravarán las crisis medioambiental, social y política de Alemania y del continente, sino que proporcionará abundante munición a la derecha populista que presenta la batería de medidas urgentes planteada por los ecologistas como un mero capricho de las clases medias y altas a costa de las clases trabajadoras. Nada tan poco prometedor de cambios como el título del programa de Los Verdes para estas elecciones: “Alemania: todo está dentro” (Deutschland. Alles ist drin.).

     

    La ilustración de cabecera es «Emblemata, Plate 5», de Sol LeWitt (1928-2007). 

  • Cambio climático generalizado, rápido e intensificado – Resumen del último informe de IPCC sobre las bases físicas del cambio climático.

    Se acaban de presentar los resultados de primer grupo de trabajo del informe del IPCC. Este primer informe (los dos restantes se esperan para el 2022) aborda la parte física del cambio climático y recoge el conocimiento más actualizado que se tiene del sistema climático.

    El punto de partida de este informe no muestra nada que no sepamos ya, es el mismo de hace algunos informes, pero que es necesario recordar. Los causantes del cambio climático que estamos viviendo somos los humanos (unos más que otros, como bien sabemos). O, como formula el informe del IPCC: “es inequívoco que la influencia humana es la causante del calentamiento del atmósfera, el océano y la tierra”. Es también obvio, por tanto, que solo nosotros podemos revertir el problema causado. Aunque la situación es cada vez más complicada, ya que en la últimas cuatro décadas cada década ha sido sucesivamente más cálida que la anterior. En la última década, desde 2011 y hasta el 2020, la temperatura global del planeta ha sido un 1ºC superior al periodo de referencia, 1850-1900. Además, dada la inercia propia del sistema climático, en los próximos 20 años se espera que la temperatura global alcance o supere el grado y medio de calentamiento. El informe también repasa los cambios que se han observado en los patrones de precipitación desde mediados del siglo pasado, como el aumento de la precipitación global y el desplazamiento hacía los polos de los ciclones que circulan en latitudes medias, entre otros posibles impactos. Así como los ya conocidos efectos en los glaciares (que disminuyen), las capas de hielo marino (que adelgazan y encogen), el aumento el nivel del mar y el desplazamiento de las zonas climáticas hacía latitudes más altas. Pero, por muy conocidos que sean ya estos impactos, debemos de tener en cuenta que el estado actual de muchos de estos aspectos y la escala de los cambios no han tenido precedentes en muchos siglos o miles de años.

    El cambio climático causado por los humanos está ya afectando a muchos extremos meteorológicos y climáticos en todas las regiones del planeta.

    El informe del IPCC también aborda los eventos meteorológicos extremos, tema que produce acalorados debates sobre la atribución cada vez que se produce una ola de calor de gran intensidad, precipitaciones abundantes u otro fenómeno adverso. Pero los resultados son concluyentes: los extremos de calor, incluidas las olas de calor, son más frecuentes y más intensos en la mayoría de las regiones, mientras que los extremos de frío son menos frecuentes y menos graves. Es más, como recoge el informe, algunos de los recientes extremos de calor observados en la última década habrían sido extremadamente improbables sin la influencia humana en el sistema climático. La frecuencia y la intensidad de las precipitaciones intensas también ha aumentado desde la década de 1950, al mismo tiempo han aumentado las sequías en algunas regiones del planeta.

     

    La pregunta ahora es cómo se presenta el futuro. El IPCC plantea cinco escenarios posibles, que dependen de los cambios que implementos en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Los escenarios más optimistas (SSP1-1.9 y SSP1-2.6), consideran emisiones futuras de GEI bajas o muy bajas donde las emisiones de CO2 llegan a un neto cero en las próximas décadas. Los escenario más pesimistas (SSP3-7.0 y SSP5-8.5) consideran emisiones de GEI altas y muy altas y emisiones de CO2 que duplican los niveles actuales para 2100 y 2050, respectivamente. Se incluye un último escenario (SSP2-4.5) con emisiones de GEI intermedias y emisiones de CO2 que se mantienen en torno a los niveles actuales hasta mediados de siglo. Pero, independientemente del escenario, todos muestran que la temperatura global del planeta continuará subiendo hasta al menos la mitad de este siglo y en caso de no reducir notablemente las emisiones de CO2 el calentamiento global superará el umbral de 1.5 ºC y el de 2 ºC.

    Cuanto mayor sea el calentamiento mayores serán los cambios en el sistema climático. ¡Cada décima de grado cuenta!

    Es obvio que con cada incremento adicional del calentamiento global los cambios en los extremos serán mayores. Cada 0.5 °C adicionales de calentamiento global provoca aumentos claramente perceptibles en la intensidad y la frecuencia de los episodios extremos. Solo con el calentamiento de 1.5 ºC, que es ya casi inevitable, los episodios extremos de calor que antes sucedían una vez cada 10 años, se podrían cuadriplicar y producirse cada dos o tres años. Los aumentos en algunos fenómenos extremos no tendrán precedentes observados. Por ejemplo, con cada grado que sumemos los eventos extremos de precipitaciones diarias se incrementarán en un 7%. Del mismo modo se intensificarán las estaciones muy húmedas y muy secas, con graves implicaciones en inundaciones o sequías. Además, algunos de los cambios que se producirá serán irreversibles en los próximos siglos o milenios, como el cambio en el nivel del mar, que continuará aumentando durante todo este siglo. A escala regional los impactos pueden ser devastadores: se prevé que los fenómenos extremos de nivel del mar que hasta ahora se producían una vez al siglo, para 2100 pueden llegar a darse al menos cada año en varias zonas. El cambio al que nos enfrentamos es tan abrupto que tampoco se descarta que eventos más extremos, como el colapso de la capa de hielo o los cambios bruscos en las circulaciones de los océanos, se puedan producir.

    El peligro es demasiado real y en lo que a la física del clima respecta solo hay una solución: “para limitar el futuro del cambio climático se necesitan unas emisiones netas de CO2 cero”, ya que como muestra el informe del IPCC cada emisión de CO2 suma al cambio climático. Sin embargo, creemos que este informe no supone un cambio importante en nuestro trabajo. Lo que tenemos que hacer después de conocer este informe no dista nada de lo que ya teníamos que hacer ayer y de lo que debemos de hacer mañana: contribuir a que las emisiones de GEI disminuyan de forma rápida y justa. La ciencia es cada vez más clara, y quizá podamos esperar que esta nueva señal de alarma ayude a que más gente se sume a la lucha contra el cambio climático. Todas las manos son pocas, y cada poquito cuenta. ¡Tenemos tarea!

    La ilustración de cabecera es «Above the Clouds», de Georgia O’Keeffe (1887-1986).

  • Entrevista con Jeremy Corbyn: «Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia»

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    Jeremy Corbyn fue Líder del Partido Laborista del Reino Unido entre 2015 y 2020. Su aterrizaje como líder de la oposición supuso una revolución en su partido, atrayendo a centenares de miles de nuevos militantes y simpatizantes y poniendo en el centro del debate político mainstream cuestiones como el Green New Deal y la revalorización de políticas progresistas ambiciosas para una gran mayoría con su eslogan «For the Many, Not the Few». Antes de llegar a ser líder de la oposición Corbyn pasó décadas trabajando en los movimientos sociales de base, sobre todo en cuestiones relacionadas con la paz y la solidaridad internacional: el movimiento anti-apartheid en Sudáfrica, la campaña por el desarme nuclear, las campañas contra las guerras en Irak, y muchos otros. Hoy en día compagina su labor como miembro del parlamento por Islington North (circunscripción que representa desde 1983) con la dirección del Proyecto por la Paz y la Justicia, una organización que lucha por «el medioambiente, por la cooperación internacional pacífica, contra la pobreza la desigualdad social y el poder de las grandes empresas».

    En Contra el diluvio tuvimos la suerte de poder hacer unas breves preguntas a Jeremy Corbyn sobre su etapa como Líder de la Oposición y sobre sus perspectivas políticas para el futuro. Las reproducimos a continuación ligeramente editadas para mayor claridad y continuidad.

    Por Nacho Rubio. 

    P. Usted es uno de los mayores y más fieles aliados que los movimientos progresistas latinoamericanos han tenido en Reino Unido. ¿Qué le llevó a interesarse por América Latina en primer lugar?

    La primera vez que pisé Latinoamérica fue cuando visité Chile con 20 años, en 1969. Desde entonces la región ha conocido unos niveles de tragedia difíciles de describir, incluyendo la destrucción de los movimientos de base por la justicia social y el auge de dictaduras brutales como la de Augusto Pinochet en Chile precisamente, que pisoteó los derechos humanos y los de los trabajadores. Con demasiada frecuencia, esta brutalidad se produjo con el apoyo de países poderosos como Estados Unidos, con el objetivo de crear un entorno donde los recursos naturales y humanos de América Latina pudieran ser abiertos al capital occidental para su explotación y extracción.

    Pero aquellos movimientos, que habían sufrido innumerables castigos y represión autoritaria, nunca abandonaron la esperanza. Los gobiernos de la «marea rosa», liderados por activistas como Evo Morales y Rafael Correa, se enfrentaron a los poderosos y sacaron a millones de sus ciudadanos del umbral de la pobreza. Sin embargo, los progresistas latinoamericanos siguieron estando acechados por la violencia y el sabotaje, con técnicas como el lawfare ejemplificado en el impeachment de Dilma Rousseff y el encarcelamiento de su antecesor Lula Da Silva en Brasil, o golpes de Estado como el ocurrido en Bolivia en 2019 contra Morales. Y a pesar de todo nunca renunciaron a la esperanza.

    P. ¿Qué cosas cree que deberíamos aprender desde la izquierda europea de los movimientos progresistas del otro lado del Atlántico? ¿Hay alguna figura histórica del socialismo latinoamericano que usted admire especialmente?

    Tenemos mucho que aprender de la rica historia de la región. Si pudiera elegir sólo dos lecciones de los movimientos latinoamericanos, la primera sería que los progresistas tienen éxito cuando están unidos: cuando las comunidades indígenas, ecologistas, feministas, el movimiento obrero y los socialistas se ponen de acuerdo en el diseño de un programa común que beneficie a todos por igual. La segunda lección sería el poder de la esperanza. En Brasil, Jair Bolsonaro ha traído miseria a su país a través de una peligrosamente negligente gestión de la pandemia, de la represión de sus críticos, y del avance en la destrucción de la selva amazónica. Pero Lula es ahora libre y volverá a presentarse a la presidencia el próximo año. Nuestros movimientos sufren reveses y derrotas, pero al final siempre llega el momento para que triunfe la justicia y la decencia.

    P. La transición ecológica (Green New Deal, reindustrialización verde) requiere de gran cantidad de materiales (litio, cobalto), muchos de los cuales se encuentran principalmente en el sur global. ¿Cómo pueden llevarse a cabo estas iniciativas sin a la vez profundizar –e, idealmente, revirtiendo– las políticas de imperialismo colonial del norte respecto al sur global?

    La crisis climática está en el centro de todo. Ya se trate del sufrimiento de las personas desplazadas por inundaciones, sequías y conflictos por la posesión de los recursos naturales, de la destrucción de sus comunidades contaminadas y su medio de vida debida a la extracción de combustibles fósiles, o más cercanamente si sus hijos respiran aire tóxico en nuestras ciudades, los efectos están por todas partes. Y estos problemas están definidos por nuestro pasado, pues es donde se originan las relaciones de poder y opresión que siguen determinando cómo los que se benefician del cambio climático son nos explotan al resto. El cambio climático es ante todo una cuestión de clase, una cuestión de justicia global y una cuestión de derechos humanos.

    Es por esto que la justicia climática está en el centro de todo lo que tratamos de hacer y construir en el Proyecto por la Paz y la Justicia. En la COP 26 (la conferencia de la ONU sobre cambio climático que se celebrará en Glasgow este año) tenemos que poner sobre la mesa y defender con fruición las peticiones de los movimientos de base de los de abajo: desde los indígenas de la selva amazónica a los activistas anti-fracking de aquí en Inglaterra. Trabajaremos con aquellos que hagan campaña por empleos verdes que cuenten con una fuerte protección social y sindical, por una transición ecológica que sea justa para los trabajadores, por el fin de la extracción de combustibles fósiles y la explotación de poblaciones y ecosistemas que siempre lleva aparejada.

    P. ¿Ve posible conseguir objetivos climáticos ambiciosos desde la política parlamentaria? ¿Qué rol deberían tener las organizaciones de base?

    Es esencial que los gobiernos establezcan metas climáticas ambiciosas y lleven a cabo las acciones apropiadas para su realización, desde invertir en empleos verdes hasta frenar a las principales empresas contaminantes, para hacerlos realidad. Sólo los estados, trabajando juntos y respaldados por movimientos sociales masivos, pueden enfrentarse a los culpables y diseñar una nueva forma de economía política.

    Y para que cualquier solución funcione, el enfoque en el que se enmarque tiene que ser global, basado en la cooperación y la responsabilidad compartida, no en la competencia y el conflicto. Esto significa trabajar con sindicatos, gobiernos y comunidades para garantizar que se respeten los derechos de la tierra, los derechos de los trabajadores y los derechos humanos, y resolver la crisis climática sin contribuir a otras crisis ambientales.

    P. Si pudiera dejarle un mensaje a la siguiente generación de activistas, ¿cuál sería?

    La gente solía decir que los jóvenes no estaban interesados en la política, pero en realidad era la política la que no estaba interesada en ellos. Hay una enorme energía por explotar en ese segmento de la sociedad para cambiar el mundo, para que funcione para todos y no solo para unos pocos [NT: literalmente for the many, not the few, unos de los principales eslóganes de su etapa al frente del partido]. Estoy increíblemente orgulloso del enorme crecimiento que experimentó el partido bajo nuestro liderazgo y espero que la energía y el entusiasmo de ese período hagan avanzar y crecer el movimiento socialista, porque nadie cambiará el mundo por nosotros.

    P. ¿Cuál piensa que fue su mayor acierto en su etapa como líder de la oposición? ¿Y su mayor error?

    Las políticas incluidas en nuestro programa electoral eran populares, y el momento para implementarlas ya ha llegado. Las políticas laboristas dan a la gente lo que quiere y necesita, no sólo lo que permiten los poderosos. La pandemia ha demostrado cuán vitales y oportunas son. Estoy seguro de que algún día serán llevadas a cabo, conjuntamente con una transferencia dramática en la riqueza, el poder político y la igualdad de oportunidades de los poderosos a los de abajo.

    Nuestro mensaje resonó con aquellos que estaban hartos de la vieja política, de la austeridad, de las guerras, de criarse y crecer en la pobreza aun viviendo en uno de los países más ricos del mundo. Planteamos el argumento de que esta situación no es inevitable, sino que es consecuencia de una economía construida para servir a unos pocos y no a todos.

    Lamento que esto no fuera suficiente para superar la división en nuestro electorado causada por el Brexit y ganar en 2019, pero estas cuestiones subyacentes no han desaparecido. Y requerirán toda nuestra creatividad y energía, llegando a las comunidades de todo el país, para ganar. Muchas de las ideas que necesitamos para que la década de 2020 sea mejor que la de 2010 fueron desarrolladas en y alrededor del Partido Laborista en los últimos años por intelectuales y científicos sociales excepcionales en sus campos. Pero, lo que es más importante, fueron el fruto de las demandas del movimiento social que nos aupaba, y las habilidades, el conocimiento y las necesidades de las comunidades afectadas por los problemas que identificamos.

    Debemos basar nuestro proyecto en estas políticas, llevándolas más lejos y adaptándolas al mundo postpandémico para que nuestros movimientos sociales puedan pasar del conflicto y la desigualdad, y hacia la paz y la justicia.

    P. Su etapa al frente del Laborismo supuso un motivo de esperanza para mucha gente en todo el mundo, no solo en el Reino Unido. ¿De qué formas podemos reforzar la cooperación internacional y el aprendizaje mutuo entre movimientos y partidos de diferentes países?

    Actualmente en el Proyecto por la Paz y la Justicia tenemos cuatro proyectos clave en curso, algunos de los cuales son más específicos para el Reino Unido y otros que necesitarán apoyos de todo el mundo.

    Nuestra iniciativa por la seguridad económica está organizada en torno al apoyo directo a comunidades de todo el Reino Unido afectadas por la triple crisis resultante de la austeridad, la pandemia, y la nueva recesión. Nuestro proyecto de justicia global está haciendo campaña para que las vacunas contra la Covid-19 sean asequibles para todo el mundo, y estén disponibles en todas partes. Nuestro plan por la sociedad democrática trabajará para que los medios de comunicación sean más justos, libres y responsables, apoyando el periodismo de interés público y desafiando los monopolios corporativos. Y, finalmente, nuestro proyecto por la justicia climática luchará por un Nuevo Acuerdo Verde en el Reino Unido y en todo el mundo.

    Queremos reunirnos con socialistas y progresistas de múltiples naciones para discutir temas que van desde la protección de los refugiados hasta la igualdad en la distribución de vacunas en la India, Europa, los Estados Unidos y América Latina. Se trata de hablar y compartir experiencias, pero también de implementar acción práctica. Antes conversábamos sobre América Latina: el internacionalismo de los trabajadores escoceses que se negaron a producir armas para que el régimen de Pinochet las usara contra su propio pueblo es un ejemplo de lo importante que es la solidaridad entre comunidades de trabajadores allende las fronteras.

    Más allá de la izquierda de base necesitamos organizaciones internacionales sólidas donde los países puedan reunirse para encontrar soluciones a nuestros problemas compartidos. Pero es importante que estos foros no siempre terminen dominados por los elementos más poderosos de los países que los atienden. Debemos encontrar maneras de garantizar que la voz de las personas marginadas y sus reclamaciones políticas se exprese en estas conversaciones globales.

    P. Y para finalizar, de gunner a gunner, ¿cuál es en su opinión el mejor delantero centro de la historia del Arsenal?

    Henry, obviamente.

    La ilustración de cabecera «Ladrón de fresas», de William Morris (1834-1886). 

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  • Por qué «Hijos de los hombres» atormenta el presente

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    Por Gavin Jacobson.

    Este texto fue publicado inicialmente en New Statesman con el título «Why Children of Men haunts the present moment».

    «A medida que se desvanecía el sonido de los patios de recreo, se aposentaba la desesperación. Es muy extraño lo que sucede en un mundo sin voces de niños».

    Pensé en estas líneas de la película de Alfonso Cuarón Hijos de los hombres en los días después de que la pandemia de coronavirus clausurara Gran Bretaña. Hay una escuela de primaria al otro lado de la carretera en East Sussex, donde vivo, que, hasta el 23 de marzo, todos los días cobraba vida y se convertía en una algarabía de gritos y risas infantiles. Ahora permanece en silencio.

    Más que las máscaras y las muertes durante la noche, las calles vacías o los cielos sin aviones, es esta escena silenciosa la que ha agudizado mi sensación de crisis y me ha hecho evocar la historia distópica sobre el fracaso de la humanidad que contó Cuarón.

    Adaptada de la novela escrita en 1992 por P.D. James, la película de Cuarón fue un fracaso comercial cuando se estrenó en 2006. La crítica la apreció, y su realización costó 76 millones de dólares, pero recaudó menos de 70 millones de dólares en  taquilla. Tras ser pasada por alto en los Oscar y sin mucha promoción de su estudio, Universal, Hijos de los hombres parecía destinada a languidecer en el mundo del cine.

    Pero desde entonces la película se ha convertido en el paradigma cultural del apocalipsis, una imagen singularmente sombría de nuestra desaparición colectiva. En 2016, los críticos internacionales la situaron en el puesto 13 del ránking de la BBC de las 100 mejores películas del siglo XXI. El crítico de cine americano J. Hoberman la describió en 2018 como un «clásico del siglo XXI». Junto con los escritos de J.G. Ballard, la película se ha convertido en una cita cardinal en la era del coronavirus.

    Está ambientada en Inglaterra en 2027, tras una catástrofe no explicada que ha dejado a la humanidad estéril. El planeta está en una situación de colapso y la persona más joven de la Tierra, según nos dicen los reportajes televisivos, acaba de morir a la edad de 18 años. Gran Bretaña existe como un estado autoritario semiestable, el último reducto que queda, y que atrae a los migrantes que huyen de las plagas y la devastación nuclear en sus países de origen. Pero llegan a un ambiente hostil de xenofobia y paranoia incitada por el Estado. Los inmigrantes y refugiados («fugees») son demonizados, cazados «como cucarachas», como dice un personaje, y encarcelados en enormes campos de internamiento en la costa.

    Londres ofrece un panorama sombrío de atentados terroristas y puestos de control; de espacios militarizados, calles sucias y policía con pastores alemanes que gruñen e intentan liberarse de sus correas. Grandes pantallas cuelgan en los laterales de autobuses y edificios, mostrando advertencias sobre los inmigrantes e invitando a que la gente se someta a pruebas de fertilidad.

    A diferencia de los paisajes urbanos de Blade Runner, la capital de Cuarón se parece más a la «Ciudad irreal» de La tierra baldía de T.S. Eliot, un lugar en el que la gente tropieza con «la niebla marrón de un mediodía de invierno», ni muerta ni viva. En el set, Cuarón insistió: «No estamos creando; estamos haciendo referencia». No hay aparatos ni escenarios tecno–punk en Hijos de los hombres, solo alusiones a las tierras colonizadas y zonas de guerra de Palestina, Irak, Irlanda del Norte y los Balcanes.

    El antihéroe de la película, Theo Faron (interpretado por Clive Owen), se mueve a trompicones por esta ruina. Antiguo activista y ahora burócrata quemado, Theo está obsesionado con la muerte de su hijo a causa de una pandemia de gripe en 2008. Al principio de la película, su ex compañera Julian (Julianne Moore) lo convence de que ayude a su célula clandestina de revolucionarios a obtener papeles de tránsito para una joven llamada Kee (Clare-Hope Ashitey). Una vez  trasladada a la campiña, Kee –una fugitiva– revela a Theo que está embarazada, y huyen juntos en una persecución desesperada para llegar a un grupo secreto de investigación de la fertilidad llamado Proyecto Humano.

    La impresionante cinematografía es una de las razones de la duradera popularidad de la película. Realizada en paletas de gris desgastado, fue filmada con cámaras de mano, lo que le da a la historia energía y realismo. La película también es famosa por sus largos planos. Cuarón se inspiró en el teórico del cine del siglo XX André Bazin, para quien la edición rápida disminuye una escena «de algo real a algo imaginario».

    Dos de las secuencias de acción extendida en particular –una persecución en coche en la que Julian recibe un disparo fatal (cuatro minutos y siete segundos), y cuando Theo esquiva los disparos mientras corre por el campo de refugiados de Bexhill (seis minutos y treinta segundos)– son dos de los momentos más electrizantes del cine moderno.

    ***

    Como han observado los comentaristas de la película, Hijos de los hombres reproduce un mundo que es, si no exactamente igual al nuestro, sí un destilado más oscuro y bárbaro de este. Esta es la razón principal de su persistente y creciente resonancia en la imaginación cultural.

    En 1965, la ensayista americana Susan Sontag describió la «satisfacción» que proporcionan las películas de ciencia ficción. Son fantasías, escribió, «donde uno puede dar salida a sentimientos crueles o al menos amorales». Pero no hay catarsis o redención en Hijos de los hombres, no hay tiempo para disfrutar del triunfo sobre un invasor alienígena o de la eliminación del medio ambiente. Las imágenes en la pantalla, un collage de degradación humana y abdicación moral, son demasiado parecidas a la forma en que vivimos.

    En la novela original de James, Gran Bretaña vive bajo la dictadura del Alcaide. Pero en la pantalla, no tiene sentido que la vida esté presidida por un poder totalitario. ¿Por qué debería ser así, ya que la película imitó y predijo, simultáneamente, las normas y métodos de la democracia liberal existente?

    La aprobación de un proyecto de ley de seguridad nacional al comienzo de la película es análoga a la Patriot Act de EE.UU. de 2001 tras los ataques del 11–S. Los anuncios en toda la ciudad sobre la denuncia de comportamientos sospechosos son versiones más amenazadoras de los mensajes que se escuchan hoy en día en el transporte público británico («Si ves algo raro…»). Las escenas de prisioneros encapuchados recuerdan el abuso de los detenidos en Abu Ghraib durante la guerra contra el terrorismo. La xenofobia rutinaria es tal vez lo que Theresa May tenía en mente cuando ideó su estrategia de «ambiente hostil» como ministra del Interior en 2012.

    Las calles deterioradas de Londres son las secuelas reconocibles de la austeridad económica. La distribución de kits de suicidio a los «ilegales» y a las personas mayores de 60 años es inmunidad de grupo, pero al revés. Las imágenes de personas enjauladas no slo evocan las campañas genocidas del nazismo del siglo XX, sino también cómo ha tratado Occidente a los inmigrantes y refugiados en el siglo XXI. Y la crisis de infertilidad es una proyección extrema de lo que el futuro podría deparar a los países con tasas de natalidad decrecientes, como Japón, Rusia, Singapur y Corea del Sur.

    Es su representación del lado oscuro de la democracia lo que hace que Hijos de los hombres sea tan inquietante. Pero más allá de estos paralelismos y profecías se encuentra la verdadera fuerza perturbadora de la película: su iconoclasia filosófica. Cuarón coloca el futuro de la humanidad en el cuerpo de una mujer negra inmigrante, tal vez el individuo más impotente, privado de derechos, estigmatizado y explotado en la Gran Cadena del Ser moderna.

    Kee es la antítesis de casi todo lo que las sociedades modernas veneran y perdonan: los ricos, los hombres, los arraigados, los documentados. Ella es el verdadero apocalipsis de la película en el sentido literal de la palabra: pura revelación, que nos obliga a enfrentarnos a la vacuidad y la vileza del orden moral imperante.

    Esta idea se refuerza con una ironía aplastante cuando se contempla con el telón de fondo de la crisis de Covid–19. En la película, un montaje de vídeo que se reproduce en las televisiones muestra el estado anárquico de las capitales del mundo. Luego se corta a una imagen del Big Ben con las palabras «SOLO GRAN BRETAÑA RESISTE» superpuestas en la parte superior.

    Este chovinismo, parecido al del Brexit, es familiar, tal vez incluso mundano, después de una década de gobierno conservador. Pero en el momento de escribir este artículo, el Reino Unido tiene la tercera tasa de mortalidad por coronavirus más alta del mundo, y está a punto de sufrir la peor recesión económica entre las economías desarrolladas. Demasiado para seguir adelante.

    ***

    La falta de reproducción humana, que lleva a las personas de la película a adoptar mascotas y a tratar a los animales como si fueran niños, es la forma de Cuarón de enfrentarse a otra catástrofe. Esto ocurrió fuera de cámara, antes de que la historia comience en 2027, y anuda la línea de tiempo de la película a nuestro presente. Este es el fracaso de la imaginación política.

    La forma en que la película extrapola el aquí y ahora es la razón por la que el difunto teórico cultural Mark Fisher pensaba que Hijos de los hombres era única. Escribiendo a raíz de la crisis financiera de 2008, Fisher entendió la película como una verdadera representación de lo que llamó «realismo capitalista: el sentido generalizado de que no solo el capitalismo es el único sistema político y económico viable, sino también que ahora es imposible incluso imaginar una alternativa coherente a él».

    Hijos de los hombres no tiene lugar en el fin del mundo, el cual ya ha ocurrido, sino dentro de su escalofriante coda, donde, como escribe Fisher, «coexisten los campos de internamiento y las cafeterías franquiciadas». No hay ningún deseo de crear formas de vida alternativas, o de hacer que el fin de los tiempos sea menos horrible. En Interstellar (2014) de Christopher Nolan, la incapacidad de cultivar alimentos impulsa a la humanidad a mirar a las estrellas en busca de nuevos mundos habitables. En Hijos de los hombres, sin embargo, el fracaso de las ciencias médicas para descubrir una cura para la infertilidad parece haber despojado a la humanidad de toda resolución y ambición prometeica.

    En cambio, la sociedad se mantiene unida por una combinación de alambre de espino y el deseo de la gente de vivir con normalidad; de encajar los golpes, de aguantar, de mantener la calma y seguir adelante. Cuando Theo le pregunta a su primo Nigel, un alto funcionario del gobierno, cómo se las arregla con todo esto, la respuesta subraya las consecuencias mortales del amor propio: «Intento no pensar en ello».

    Fisher tenía razón al destacar la relación entre el capitalismo y la política autoritaria en la película; cómo la plaza pública ha sido abandonada –literal y metafóricamente– y el estado despojado  de todo salvo sus funciones militares y policiales. Pero más aterrador es, quizás, cómo incluso cuando el fin del mundo se acerca todavía nos vemos obligados a soportar las banalidades de la vida cotidiana.

    En otras películas sobre el apocalipsis, como Mad Max, la ruina global invita a una especie de oscura liberación, cuando los supervivientes abrazan el sexo, las drogas, las carreras, las peleas y el saqueo. Pero en Hijos de los hombres, Gran Bretaña sigue adelante, cojeando, y sus ciudadanos cojean con ella. La humanidad ha llegado a su trágico desenlace, pero nadie puede escapar de la infelicidad ordinaria del realismo capitalista: formularios interminables, largos desplazamientos, colas ociosas, calles abarrotadas e intentos de convencer a tu jefe de que te deje trabajar desde casa.

    ***

    La idea de Fisher del realismo capitalista se basó en el trabajo del crítico cultural americano Frederic Jameson. En The Seeds of Time (1992), Jameson sostuvo que «es más fácil para nosotros hoy en día imaginar el profundo deterioro de la Tierra y de la naturaleza que el colapso del capitalismo tardío; quizás esto se deba a alguna debilidad en nuestra imaginación».

    Los temores sobre la mente exhausta –un silenciamiento del intelecto que nos hace incapaces de revisar los mismos órdenes que construimos para nosotros mismos– pertenecían a un conjunto más amplio de ansiedades al final de la Guerra Fría. El historiador Eric Hobsbawm predijo en ese momento que el mundo se estaba volviendo «inhabitable» como resultado de las desigualdades mundiales y del «crecimiento exponencial de la producción y la contaminación». Pensó que las democracias corrían el riesgo de convertirse en «regímenes de derecha, demagógicos, xenófobos y nacionalistas» a medida que la humanidad descendía a la «barbarie».

    Hobsbawm hizo esas observaciones en 1992, el mismo año en que Jameson publicó Las semillas del tiempo, y P.D. James publicó Hijos de los hombres. También fue el año en que Francis Fukuyama publicó El fin de la historia y el último hombre, su lectura hegeliana de cómo la democracia liberal se convirtió, según sus palabras, en «la forma final de gobierno humano».

    Considerado como el texto fundamental del triunfalismo occidental, Fukuyama estaba desconcertado por la mala interpretación de su tesis –la victoria definitiva del capitalismo democrático como el sistema perfecto de gobierno. Para Fukuyama, poca alegría se encuentra al final de la historia. El futuro post-histórico, pensó, sería «una época muy triste», y corría el riesgo de convertirse en una «vida de esclavitud sin amo»; una época de decadencia y aburrimiento.

    Fukuyama ha elogiado Hijos de los hombres como una película que «debería estar en la mente de la gente después del Brexit y después del ascenso de Donald Trump». Como alguien que se anticipó a los trastornos políticos de los últimos años, y que ha profetizado una «guerra nihilista contra la democracia liberal por parte de los que se criaron en su seno», Fukuyama quizás ve la película como la interpretación cinematográfica de su tesis. Tanto El fin de la historia como Hijos de los hombres muestran un interregno entre el pasado y el futuro. «En el período post-histórico», escribió Fukuyama, «no habrá ni arte ni filosofía, solo el cuidado perpetuo del museo de la historia humana».

    Este punto se ilustra perfectamente en la película. Cuando Theo visita la casa de su primo, un apartamento fortificado en lo alto de la Central Eléctrica de Battersea, es recibido por la estatua del David de Miguel Ángel. Esta es parte de la colección de arte de Nigel, que también incluye el Guernica de Picasso y los retratos de Rembrandt.

    Sin embargo, sin un futuro del que hablar, el pasado se ha convertido en algo sin sentido, y en el espacio muerto del reducto de Nigel estas obras maestras son meros artefactos, vaciados de todo poder e importancia. La Gran Bretaña de Cuarón es una especie de perdición temporal, un implacable e ineludible presente. Para modificar la línea de Antonio Gramsci de los Cuadernos de la cárcel, es un lugar en el que lo viejo está muriendo y lo nuevo nunca nacerá.

    ***

    El pensamiento aterrador que te asalta  mientras ves la película es que ya hemos cruzado algún tipo de horizonte de acontecimientos históricos y estamos viviendo en ese eterno presente, sin dirección ideológica y sin motivación política para mejorar nuestra suerte.

    Esta es una visión que el columnista del New York Times Ross Douthat argumenta en su libro The Decadent Society (2020). El argumento de Douthat es que, incluso con altos niveles de prosperidad material y desarrollo tecnológico, nuestras sociedades existen en un estado de «decadencia sostenible», caracterizado por el estancamiento económico, el bloqueo institucional, la repetición cultural y el agotamiento intelectual.

    Esta condición nos ha expuesto gravemente al desastre. Incluso ante una catástrofe ecológica –la devastación de la naturaleza, la extinción de especies, el envenenamiento de los océanos y la erosión de las viviendas humanas– las sociedades parecen incapaces de reunir las energías imaginativas y políticas necesarias para evitar el inexorable diluvio.

    Como escribe Douthat, existe la posibilidad de que si algunas partes del mundo se vuelven inhabitables, los tecnócratas del futuro tengan un fuerte argumento de que la decadencia –es decir, el estancamiento político– «hizo imposible que los gobiernos occidentales llevaran a cabo políticas climáticas, ya fuera juntos o solos».

    En relación a Hijos de los hombres, la ironía de la crisis climática es que ahora nos vemos obligados a preguntarnos: ¿está bien tener hijos? A diferencia de la película de Cuarón, en la que el fin de los niños es la fuente del colapso de la humanidad, algunos se preguntan ahora si el fin de los niños es la clave de nuestra salvación. Cuando The Guardian informó sobre un prominente estudio científico en 2017, el titular decía: «¿Quieres luchar contra el cambio climático? Ten menos hijos».

    Como padre reciente, no puedo contemplar la idea de que la misma existencia de mi hijo dañe la Tierra, y que menos niños en el mundo sea la manera de salvarlo. Como ha argumentado la escritora científica Meehan Crist, esta teoría no hace otra cosa que trasladar la responsabilidad del cambio climático de «actores sistémicos» como las empresas de combustibles fósiles a los individuos. Excusa a las empresas, al tiempo que atribuye la responsabilidad moral «a las personas que viven dentro de sistemas en los que no son libres de tomar decisiones neutrales en cuanto al carbono».

    Lo que sí me preocupa, especialmente para mi hijo pequeño, no es que la humanidad vaya a experimentar un declive y una caída repentinos y catastróficos. Más bien, como Theo se queja a su amigo Jasper, me preocupa que sea «demasiado tarde».

    ***

    La idea de que se nos ha acabado el tiempo es lo que hace a los Hijos de los hombres tanto un espejo como un augurio del mundo, y del mundo venidero. Al final de la historia, aislada de su pasado y pesimista sobre el futuro, y enfrentándose a una muerte lenta bajo mareas crecientes, la humanidad se ha resignado a una vida sonámbula. Es una vida de finitud, rutina y conformidad; una vida sin visión, espontaneidad o sorpresa, en la que ya no buscamos vivir vidas más grandes o incluso luchar por nuestra existencia continuada. Nos hemos convertido en los «últimos hombres» de Nietzsche.

    La ilustración de cabecera es «L’ermite dans le désert, vol d’oiseaux», de Léon Spilliaert (1881-1946).

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  • Against the flood – Manifesto (English)

    Against the flood – Manifesto (English)

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    “Après moi le déluge! [After me, the flood] is the watchword of every capitalist and of every capitalist nation. Hence Capital is reckless of the health or length of life of the labourer, unless under compulsion from society”

    Karl Marx

    There is little doubt that the rest of our lives will be marked by climate change and its consequences. There will be practically no sphere of life that is not affected to a greater or lesser extent by this global phenomenon, from health to leisure, including work and the forms of social organization. The consequences of climate change and the public policies needed to slow down or alleviate it will imply a change in the technological matrix of our society and in the living conditions of the vast majority. What is at stake is the meaning of this change: how the costs and potential benefits of this transformation will be shared. Will it mean a worsening of living conditions for the poor or will it lead to a more egalitarian and just society? This is the question on the table.

    We believe that fighting climate change and its consequences must be a priority for all social movements that have the welfare of the majority as their goal, whether they are revolutionaries or reformists. Acting against climate change today is inseparable from acting against the capitalist society that produces it. Capital does not take into consideration the health and life span of the worker, nor the ecological conditions of the planet, on which it depends. Only the collective and organized action of those at the bottom will enable us to survive the coming flood.

    Contra el Diluvio (Against the Flood) was born as a modest attempt to contribute to a movement against climate change and its consequences. Our aim is to raise awareness about climate change and its consequences among people involved in existing social movements. To this end, we produce and translate written materials, organize talks and debates, and collect accessible but rigorous information on climate change and its social consequences.

    We have work to do.

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  • Infografía «6 cosas que puedes hacer contra el cambio climático» [Varios idiomas]

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    Aquí puedes bajar las dos infografías que acompañan al texto «6 cosas que puedes para acabar con el cambio climático» en diferentes idiomas: francés, asturiano, castellano, catalán, euskera, gallego, aragonés e inglés (por ahora).

    Si necesitas las infografías en PDF a alta calidad para imprimir o modificar puedes descargarlas en este enlace

    Francés

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